Habitualmente me cuesta decidirme a escribir sobre España, quizás por todo lo que de cansino, reiterativo y estúpido tiene la vida política española, que siempre me produce esa impresión de déjà vu que todos hemos vivido alguna vez. Basta como ejemplo de ello releer a quienes fueron testigos de su tiempo y supieron narrarlo con acierto y brillantez. Así ocurre con Benito Pérez Galdos, cuyas novelas me fascinaron cuando apenas me asomaba a la vida adulta. Aquella primera lectura de sus "Episodios Nacionales", marcó el camino de otras muchas curiosidades y lecturas. Y como recordatorio de la existencia de esa repetición o estancamiento de la vida pública española, que supo recoger Galdós y que tanto hastío me produce, quiero compartir con quienes me lean un texto de Galdos que pareciera escrito, no a finales del S. XIX, sino del S. XX.
Fragmento del último capítulo del episodio número 46 de los “Episodios Nacionales”
titulado "Cánovas"[1].
“Cuando, a fines del 74,
te anuncie en una breve carta el suceso de Sagunto, anticipé la idea de que la
Restauración inauguraba los tiempos
bobos, los tiempos de mi ociosidad y de vuestra lasitud enfermiza. La
sentencia de mi buen amigo Montesquieu, dichoso
el pueblo cuya Historia es fastidiosa, resulta profunda sabiduría o
necedad de marca mayor, según el pueblo y ocasión a que se aplique. Reconozco
que en los países definitivamente constituidos, la presencia mía es casi un
estorbo, y yo me entrego muy tranquila al descanso que me imponen mis fatigas
seculares. Pero en esta tierra tuya, donde hasta el respirar es todavía un
escabroso problema; en este solar desgraciado, en que aún no habéis podido
llevar a las leyes ni siquiera la libertad del pensar y del creer, no me
resigno al tristísimo papel de una sombra vana, sin otra realidad que la de
estar pintada en los techos del Ateneo y de las academias.
La paz, hijo mío, es don
del cielo, como han dicho muy bien poetas y oradores, cuando significa el
reposo de un pueblo que supo robustecer y afianzar su existencia fisiológica y
moral, completándola con todos los vínculos y relaciones del vivir colectivo.
Pero la paz es un mal si representa la pereza de una raza y su incapacidad para
dar practica solución a los fundamentales empeños del comer y del pensar. Los tiempos bobos que te anuncié has de
verlos desarrollarse en años y lustros de atonía, de lenta parálisis, que os
llevarán a la consunción y a la muerte.
Ilustración del semanario "La Flaca" 1877 |
Los políticos se
constituirán en casta, dividiéndose, hipócritas, en dos bandos igualmente
dinásticos e igualmente estériles, sin otro móvil que tejer y destejer la jerga
de sus provechos particulares en el telar burocrático. No harán nada fecundo;
no crearan una Nación; no remediaran la esterilidad de las estepas castellanas
y extremeñas; no suavizaran el malestar de las clases proletarias. Fomentaran
la artillería antes que las escuelas, las pompas regias antes que las vías
comerciales y los menesteres de la grande y pequeña industria. Y, por último,
hijo mío, veras, si vives, que acabaran por poner la enseñanza, la riqueza, el
poder civil y hasta la independencia nacional, en manos de lo que llamáis
vuestra Santa Madre Iglesia.
Alarmante es la palabra
revolución. Pero, si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más
remedio que usarla los que no queráis morir de la honda caquexia que invade el
cansado cuerpo de tu nación. Declaraos revolucionarios, díscolos, si os parece
mejor esta palabra; contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegareis
andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis,
constituirán el único síntoma de vida. Siga el lenguaje de los bobos llamando
paz a lo que en realidad es consunción y acabamiento...
Sed constantes en la
protesta, sed viriles, románticos, y mientras no venzáis a la muerte, no os
ocupéis de Mariclio... Yo, que ya me siento demasiado clásica, me aburro... me
duermo... “
[1] Los protagonistas son
Tito Liviano y Mariclío. El primero, curioso testigo de la Historia
de España, y la segunda, diosa o musa de la Historia. Tito observa, comenta y
escribe los acontecimientos históricos, siempre al servicio de su musa, que, en
recompensa, le proporciona el sustento material y los contactos precisos para
que lleve a cabo su tarea. En este fragmento Mariclío se dirige a Tito en referencia a la nación española.
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