sábado, 26 de diciembre de 2015

EL ACTUAL ESCENARIO GEOESTRATÉGICO MUNDIAL (II)

 
2º) La decadencia de Europa y el conflicto de intereses con los EE.UU.

Europa se debate en una encrucijada por su supervivencia, que se deriva de la crisis institucional, social, económica e identitaria, en la que ha sumido al continente el capitalismo alemán y la supeditación política y militar a los intereses de los EE.UU., provocando una triple fractura:
 
1º Entre los países de la zona euro y los restantes países de la UE por el diverso grado de integración en las instituciones europeas y el conflicto existente entre intereses nacionales y los comunes, véase el caso del Reino Unido que a corto plazo enfrenta en 2017 el posible referéndum sobre la continuidad británica en la UE;
 
2º Por los desequilibrios económicos entre el centro de Europa, económicamente pujante y heredero del área económica del marco alemán, y la periferia europea que sometida a los intereses económicos del centro continental, ve deprimirse de forma progresiva y constante su economía;
 
3º Entre el Este y el Oeste como consecuencia del abandono de Europa occidental de los valores tradicionales y de identidad europeos, sumiéndose en una sociedad multirracial y multicultural, carente de voluntad de permanecer y vivir, lo que se ha puesto en evidencia con la indebidamente llamada “crisis de los refugiados” y la debilidad ante la invasión islámica de Europa de la que es parte, que ha puesto en cuarentena la libre circulación de personas dentro del llamado espacio Schengen.
 
En el ámbito exterior, Europa carece de una política común a todo el continente, casi sería más correcto decir que carece de política exterior, y de capacidad militar para hacer respetar su voluntad en los organismos internacionales, en los que se viene decidiendo su futuro sin ser tenida en cuenta, como ocurre en el Consejo de Seguridad de la ONU o en las relaciones diplomáticas entre Rusia, China y EE.UU.
 
En el interior, la economía europea vive presionada por sus altos costes sociales, el coste de la energía que debe adquirir en dólares, con el consiguiente beneficio de los EE.UU. para el que no tiene más coste que seguir haciendo girar la imprenta e imprimiendo billetes y unos salarios infinitamente más bajos en Asia, además de unas normas de protección medioambiental inexistentes en contraste con el alto coste económico de la normativa europea, aun así imprescindible. Además la organización política de Europa se agrieta, pues padece una debilidad estructural en su construcción que se ha puesto de manifiesto con la crisis griega, al dejar clara la profunda desigualdad de los diferentes países de la Unión dentro de la arquitectura institucional europea.
 
En el plano estratégico y militar, Europa, con tan solo el 9% de la población (500 millones), representa el 25% del PIB mundial, el 25% del comercio y el 50% del gasto social del planeta, constituyendo la mayor concentración de riqueza y de distribución equitativa de la misma del mundo, solamente comparable a los EE.UU. de forma ventajosa para Europa, en cuanto a su redistribución por vía fiscal. En contraste con lo anterior, los recursos que Europa destina a protegerse son ciertamente escasos, pues apenas supera los 200.000 millones de dólares de gasto en defensa. Si comparamos estas cifras con los recursos de otros actores internacionales, podremos apreciar mejor la situación relativa europea. EE.UU. pese a que por primera vez desde 1998 ha reducido su gasto en comparación con el año anterior, su necesidad de salvaguardar su supremacía militar es tal, que su inversión militar sigue siendo superior a la de Asia y Europa juntos: 610.000 millones de dólares frente a 441.000 de 2015. Esas cifras representan grosso modo algo más de la mitad del PIB de España. China, según las estimaciones del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), gastó 216.000 (más de un 220% que hace una década); y Rusia, el tercer inversor del mundo, 84.000 millones, un 20% que en años precedentes.
 
La mayoría de los gobiernos europeos ha decidido llevar a cabo grandes recortes del gasto en defensa, a fin de limitar al máximo los recortes en gastos sociales, confiando en el escudo defensivo de la OTAN, que resulta vital para el mantenimiento de la hegemonía norteamericana. Desde 2008, España, Italia, Grecia y también las tres principales potencias, Reino Unido, Francia y Alemania han recortado, aunque menos. Las políticas ya puestas en marcha harán que la tendencia europea a disminuir el gasto en defensa se acentúe en el futuro inmediato, pese a las exigencias de EE.UU., para que los estados europeos asuman en mayor medida el coste de la ofensiva sobre Rusia y Oriente Medio, debido a la presión que sufre el gigante americano debida a la necesidad de contrarrestar el auge en inversión militar de China, aumentando su presencia en el Pacífico, tanto comercial como militarmente. Obviamente, la suma de los recortes europeos y norteamericanos, redundarán en una pérdida de músculo militar que, obviamente, tendrá un coste en el tablero geoestratégico internacional, y un resultado inevitable: la pérdida de peso político de Occidente en el concierto internacional.
 
Los intereses geopolíticos de los EE.UU. ya no coinciden con los de Europa, y esta realidad está forzando la crisis de la única organización militar que existe y cuenta, los EE.UU. han saboteado cualquier intento europeo de organizar una alianza militar independiente al margen de su control, y la política de salvaguarda de la hegemonía de los EE.UU., ha conducido a la celebración de alianzas inexplicables, incluso contraproducentes para Europa, ya que fuerzas islamistas declaradas enemigas de Europa, tratan de instaurar regímenes que son la negación absoluta de la libertad, con el auxilio de los propios aliados de los EE.UU. y sin otra oposición que la de Rusia. Una realidad que debería mover a reflexión, porque va en ello la supervivencia del continente y de su civilización que, guste o no escucharlo, no sólo no es neutral frente al islamismo, sino profundamente enemiga del mismo.
 
La política de agresión de EE.UU. contra los intereses rusos, ha provocado el aumento de las demostraciones de fuerza atlánticas frente al coloso euroasiático. Dentro de esa política de mostrar fuerza, se han llevado a cabo el pasado mes de octubre las maniobras Trident Juncture, el mayor ejercicio militar desplegado por la OTAN desde el final de la “Guerra Fría”. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), se fundó en 1949 como alianza militar heredera directa de los aliados frente a las fuerzas fascistas europeas, frente a la URSS estalinista. Era el instrumento de la ocupación militar de Europa por los Estados Unidos, en su política de hostilidad frente a la Unión Soviética, los dos auténticos vencedores de la segunda guerra mundial, cada uno de los cuales representaba un universo ideológico enteramente distinto. Con la caída del comunismo en 1989, la Alianza se extendió hacia el Este europeo llevando su frontera militar a las mismas puertas de Rusia, en Europa central y el Báltico y se redefinió implícitamente como brazo militar de la concepción norteamericana del mundo sometido a un nuevo orden hegemónico y unipolar dominado por los Estados Unidos.
 
La realidad actual es muy diferente. El sueño americano de un mundo sometido al orden político, cultural y militar norteamericano, ha dejado lugar a un mundo multipolar en lo político y militar, en el que el declive económico norteamericano parece cada día más cercano, ante el auge de las economías asiáticas y el control ruso de gran parte de las fuentes de energía. Por esta razón, cada vez es más profunda la brecha entre los intereses geopolíticos norteamericanos girados hacia el Pacífico en su política de contención de China, y los intereses de los europeos. La crisis de las denominadas primaveras árabes, el conflicto de Rusia en su frontera occidental de Ucrania y Crimea alentado por Washington, ha generado en la frontera suroriental de Europa una nueva guerra en territorio europeo, que sólo sirve a los fines de EE.UU. A este conflicto, hay que añadirle las intervenciones neocoloniales en Oriente Medio, que han conducido a la guerra a los todos los países entre Turquía y la India con excepción del chiita Irán, que se ha convertido en un mal necesario para los EE.UU., al ser los únicos que pueden hacer frente al Estado Islámico (ISIS) sunnita, que ha perseguido con odio a los cristianos orientales que habitan la cuna de la cultura occidental, y no es el único que lo ha hecho, sino que multitud de pequeñas organizaciones apoyadas por la OTAN se han empleado en estos crímenes con idéntica saña. Dicha organización, dotada de todos los atributos de la soberanía de cualquier Estado al que no se reconoce como tal para privarle de legitimidad, ha sido alimentada e impulsada por los regímenes tiránicos y sátrapas aliados de EE.UU., especialmente Arabia Saudí, que no duda en financiar la ideología wahabita que sirve de base a la invasión islámica y al terrorismo yihadista en Europa. Pero paradójicamente, es Rusia quien ha intervenido contra esos grupos islamistas en defensa de los cristianos, no los países de la OTAN, que aunque cada día lo sean menos, están poblados casi íntegramente por personas de cultura cristiana. Son muchas las contradicciones en las que la OTAN ha entrado, y muchos los intereses divergentes entre EE.UU. y Europa.
 
Los verdaderos intereses de Europa, no pasan por designar a Rusia como enemigo geopolítico de Europa. No existen motivos que puedan suscitar el conflicto, más bien al contrario, la complementariedad entre los intereses de Rusia y de Europa central y occidental es cada vez más evidente. Al contrario, son los intereses de EE.UU. los que colisionan con los intereses geopolíticos europeos y sus posibilidades de supervivencia. El poder militar, económico y político de los Estados Unidos, a lo que se suma la incapacidad europea para defenderse y su, en consecuencia, nulo poder político, impiden que se haga público el debate sobre la disolución de la OTAN, pero a nadie se le oculta la realidad. La OTAN no tiene futuro a largo plazo, pues Europa tendrá que elegir entre su supervivencia y la sumisión a los EE.UU. y sus intereses geopolíticos, y para que opte por una política de independencia, sólo es necesario que las presiones fronterizas energéticas y migratorias derivadas de las políticas de preservación de la hegemonía de EE.UU. sigan aumentando.