La dimensión subterránea de la Historia que ha cruzado el
siglo XX europeo de principio a fin, ha estado formada por diversas corrientes
intelectuales sostenidas por quiénes ya desde la más lejana Antigüedad,
encarnaron las prácticas mercantiles, las ideas religiosas, filosóficas y
políticas, que se tradujeron en el ideal materialista del que nacería el
capitalismo moderno como sistema económico vigente en todo Occidente desde el siglo XIX. Desde
esas corrientes ideológicas, se ha llevado a cabo la progresiva demolición de
la cultura y modo de vida occidentales, hasta su casi total extinción.
Con este trabajo, volvemos otra vez a analizar el asalto a
la cultura occidental realizado desde el capitalismo a lo largo del pasado
siglo, que ha puesto de manifiesto que esta concepción de la existencia,
representa el mayor desafío que se ha planteado nunca a la supervivencia de
Europa como civilización. Y el estudio de esta ofensiva cultural contra el alma
europea, nos conduce directamente una vez más, a la “caja torácica” que
contiene el corazón del capitalismo: los Estados Unidos.
Actualmente, la sociedad norteamericana cada día es más
débil, el grosero materialismo de su escala de antivalores, la degeneración
política de sus instituciones, la corrupción de sus políticos, el omnímodo
poder de las corporaciones, el control ejercido por el lobby judío sobre su
política, su imagen pública y el concepto que tienen de sí mismos, la ruptura
entre el sistema político y la ciudadanía, la exclusión social de cada vez un
mayor número de personas, la descomposición de su sociedad en grupos raciales
que llevan a cabo una guerra civil intestina, su primitivismo artístico y
cultural, determinan su debilidad y su fragilidad. Como ya dijimos al tratar el
pensamiento anarcocapitalista de Ayn Rand, éste junto con el pensamiento
neoconservador de Leo Strauss han intentado afrontar la crisis histórica de la
“nación elegida por Dios”, como campeones intelectuales del capitalismo, en la
recta final del siglo pasado y lo transcurrido del presente, luchando por
mantener a cualquier precio su hegemonía mundial. Y lo han hecho una como la
“mano zurda” y el otro como la “mano
diestra” del Leviatán capitalista.
Lo que Ayn Rand viene siendo entre las élites neoliberales
del Partido Demócrata, Leo Strauss lo ha venido siendo entre las élites
conservadoras del partido Republicano. Generalmente, se tiene tendencia a
pensar que unos y otros responden a los mismos principios, pero no es así.
Habitualmente, los seguidores de Ayn Rand se han identificado con el
pensamiento libertario izquierdista norteamericano dentro del Partido
Demócrata, y los de Leo Strauss con los sectores más extremistas del Partido
Republicano como el Tea Party, unos con el anarcocapitalismo o liberalismo
extremo y otros con el neoconservadurismo. Ambas tendencias se reparten los
papeles del verdadero poder entre bambalinas, el espacio en el que se sitúa lo
esencial del poder político al que se accede exclusivamente desde el dominio
del dinero, a través de las formas que proporcionan a los plutócratas las bases
teóricas justificativas de su poder, establecidas por ambos pensadores judíos:
Leo Strauss o Ayn Rand,. De ahí la necesidad de tras conocer la “mano zurda” de la plutocracia, conocer
su “mano diestra”.
Biografía.
Leo Strauss nació el 20 de Septiembre de 1899 en la pequeña
ciudad de Kirchhain en Hessen-Nassau, situada en la región de Fráncfort del
Meno, una provincia perteneciente al Reino de Prusia. Según señaló el propio
Strauss, sus padres, Hugo Strauss y
Jenny David, formaban una familia judía conservadora, incluso ortodoxa, que
guardaba un estricto apego a las leyes ceremoniales. Su padre y su tío operaban
un negocio de suministros agrícolas y la ganadería que heredó de su padre,
Meyer, uno de los líderes de la comunidad judía local.
En la Pascua de 1905
comenzó a asistir al Kirchhain Volksschule y Rektoratsschule protestante, y
después de la educación preparatoria en el pueblo, en la Pascua de 1912 se
matriculó en la Philippinum Gymnasium (liceo alemán) en las cercanías de
Marburg, donde se graduó en 1917. En este lugar entró en contacto con los
clásicos europeos, a través de los seguidores del filósofo neokantiano Hermann
Cohen, y también descubrió la obra de Friedrich Nietzsche, de la que confesaría
que "creía literalmente todo lo que
leía de Nietzsche". Durante el transcurso de la Gran Guerra fue
reclutado por el Ejército alemán, sirviendo como interprete destacado en
Bélgica entre julio 1917 a diciembre 1918.
Universidad Protestante de Marburgo |
Acabado el conflicto, en 1919 acudió a la Universidad de
Protestante de Marburgo, que había sido la sede y el centro de la escuela de
neo-kantiana fundada por el filósofo judío Hermann Cohen, "el mayor representante de los judíos en Alemania y su
portavoz" . Cohen murió en Berlín en 1918, por lo que Strauss no llegó
nunca a conocerlo, pero se sintió atraído por su filosofía, porque era “un filósofo apasionado y un Judío dedicado
al judaísmo", lo que era aún más relevante para Strauss. En el momento
en el que Strauss llegó a esta universidad, era considerada el principal centro
de estudios de los jóvenes judíos con inquietudes filosóficas y la universidad
con más judíos de Alemania, la escuela neo-kantiana estaba en declive. La
desintegración se debió principalmente a la aparición y el auge de la fenomenología
de Edmund Husserl. En 1921, se doctoró en filosofía en la Universidad de
Hamburgo, donde tendría como director de tesis a Ernst Cassirer, a la que
titularía como "Sobre el problema
del conocimiento en la doctrina filosófica de Friedrich Jacobi (1743-1819)”.
También asistió a cursos en las Universidades de Friburgo y Marburg, incluidos
algunos impartidos por el filósofo judío Edmund Husserl y el alemán Martin
Heidegger, dando sus primeros pasos por la filosofía existencialista.
Strauss se unió al movimiento sionista de Vladimir
Jabotinsky, en donde tomó contacto con varios intelectuales también sionistas
nacidos en Alemania, como Norbert Elias, Leo Lwenthal, Hannah Arendt y Walter
Benjamin. Strauss fue el mejor amigo de Jacob Klein, pero también estaba
intelectualmente comprometido con Karl Iwith, Julius Guttman, Hans-Georg Gadamer,
Franz Rosenzweig, Gershom Scholem, Alexander Altmann y el arabista Paul Kraus,
quien se casó con su hermana Bettina.
Entre 1922 y 1924, cursó estudios en la Freies Jüdisches
Lehrhaus del filósofo y teólogo judío Franz Rosenzweig en Frankfurt-am-Main.
Entre 1923 y 1924 llevó a cabo una lectura analítica de “La Religión de la
Razón” de Herman Cohen. En el curso académico de 1924 a 1925, junto con la
también militante sionista Nehama Liebowitz, doctora por Marburgo experta en
traducciones bíblicas al alemán y más tarde profesora de la Universidad Hebrea
de Tel Aviv, Strauss asistió al seminario impartido por Julius Guttmann en
Berlín sobre la “Guía de los perplejos”
de Maimónides. También en esta mismo período de 1924 a 1925 en el Frankfurt Lehrhaus Strauss
analizó el Tratado teológico-político de Spinoza, intercambiando clases sobre
Platón con las clases sobre Abravanel con Nahum Glatzer. Ese mismo año defendió
su "Teoría del sionismo
político" y publicó diversos artículos sobre esta cuestión en “Der Jude” y “Jüdische Rundschau”. Gracias a todos estos trabajos, atrajo la
atención de Julius Guttmann y se aseguró un puesto como investigador en la “Akademie für Wissenschaft des Judentums”
de Berlín de la que éste era director. En la Akademie, entre 1925 y 1928,
escribió su primer libro referido a la crítica de Spinoza de la Religión como
fundamento de su Ciencia de la Biblia, conteniendo las investigaciones sobre el
“Tratado Teológico-Político de Spinoza”,
que dedicó a la memoria de su primer maestro Franz Rosenzweig. En 1931, Strauss
buscó continuar su formación postdoctoral con el teólogo Paul Tillich, pero no
lo admitió.
En 1931 la Akademie comenzó a tener problemas financieros,
por lo que salió de la misma en 1932, al conseguir una beca de estudios de la “Rockefeller Fellowship” para trabajar en París en los filósofos judíos
medievales, abandonando Alemania a la que sólo regresó por unos días veinte
años después. Una vez en París, conoció a Hans Gadamer, Walter Benjamin y a
Alexander Kojève, con el que mantuvo una duradera amistad. Ese mismo año se
casó con Miriam Berenson (o Bernsohn) también judía, con la que nunca tendría
hijos, pero que aportaba al matrimonio un hijo de un anterior enlace del que
quedó viuda de nombre Thomas. Juntos adoptarían a la sobrina de Strauss, Jenny,
huérfana en 1942 de su hermana Bettina y de Paul Krau.
En 1935 se trasladó al Reino Unido al obtener un empleo
temporal en la Universidad de Cambridge con la ayuda de su cuñado, David Daube,
que estaba afiliado al Gonville and Caius College. En Inglaterra, se convirtió
en un amigo cercano de R.H. Tawney, Raymond Aron y Étienne Gilson, por contra
mantuvo una relación distante y poco amistosa con el pensador también judío
Isaiah Berlin. De 1928 a 1932, Strauss había escrito su segundo libro titulado “Filosofía y Derecho: contribuciones a la
comprensión de Maimónides y sus predecesores”, pero no fue publicado hasta
su llegada a la Gran Bretaña en 1935. Su redacción la había llevado a cabo
inspirado por lo que él advertía de coincidente en la obra de Maimónides,
llamado Ranbam en la literatura hebrea, con la de Platón. De hecho, el motivo
de su traslado al Reino Unido arrancaba de su interés en estudiar a Hobbes
directamente en los manuscritos del mismo, habida cuenta de las influencias del
filósofo medieval judío en este último. En 1936, Strauss fue finalmente capaz
de publicar la “Filosofía política de
Thomas Hobbes”.
En 1938 abandonó la Gran Bretaña ante las dificultades para encontrar un empleo estable, marchando como profesor asociado a la Universidad de Columbia enseñando de 1938 a 1948 Ciencias Políticas y Filosofía en la New School for Social Research de Nueva York bajo el patrocinio de Harold Laski, logrando ser profesor titular de Ciencias Políticas en 1944, puesto en el que permanecería hasta su jubilación en 1968. Durante un breve período de tiempo en 1939, ocupó el cargo de profesor visitante en las universidades de Hamilton, Union College, Schenectady, Nueva York, Amherst College de Massachusetts y en la Universidad de Wesleyan de Connecticut. En 1948 Strauss terminó y publicó su libro “Sobre la Tiranía” y al año siguiente, Martin Buber le ofreció su puesto en la Universidad de Jerusalén a Strauss después de su retiro, pero Strauss declinó la oferta. De 1949 a 1953, Strauss trabajó en “Derecho Natural e Historia”, que fue publicado en 1953, año en el que Strauss fue profesor visitante de la Universidad de California, Berkeley, en donde se le ofreció un puesto permanente que no aceptó. Desde finales de 1954 hasta mediados de 1955 Strauss aceptó un puesto como profesor de filosofía y ciencias políticas en la Universidad Hebrea, en Jerusalén, la serie de conferencias dictadas entre diciembre de 1954 y enero de 1955 en la Universidad Hebrea de Jerusalén, en la que impartió una serie de conferencias que darían lugar a su obra más importante, siendo publicadas en 1959 bajo el célebre título de “¿Qué es la Filosofía Política?”. También viaja a Alemania, a Marburg para visitar la tumba de su padre y a Heidelberg para dar una conferencia en invitación de Gadamer sobre Sócrates
En los primeros años de su estancia en los EEUU Strauss tomó
conciencia de la realidad norteamericana y se convirtió en un ciudadano de los
EEUU en 1944. El descubrimiento de los EE.UU. fue de crucial importancia en el
desarrollo de su pensamiento posterior. Tras su llegada al país, sus escritos
comenzaron a ser enigmáticos, incluyendo en ellos especulaciones de aparente
intranscendencia, que terminan produciendo en el lector cierta extrañeza y
hastío. Esta tendencia se iría acusando a partir de 1949, año en el que obtuvo
una plaza de profesor de Filosofía Política durante un breve período de
tiempo en el Departamento de Historia la
Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chicago y después en la de
Stanford en California. En 1954 conoció a Karl lwith y a Hans-Georg Gadamer en
Heidelberg, en donde impartió una conferencia sobre Sócrates. En 1965 recibió
el doctorado honoris causa y una cátedra temporal en la Universidad de Hamburgo
y la Bundesverdienstkreuz a través del cónsul alemán en Chicago. En 1969,
Strauss se trasladó al Claremont McKenna College de California durante un año.
En el campus de Chicago dirigió unas cien tesis doctorales de los que más tarde
serían sus propagandistas. De este largo período destacan sus obras
“Persecución y arte de escribir” (1952), “Derecho Natural e Historia” (1953), “Maquiavelo” (1958), “Sócrates y Aristófanes” (1966), “Derecho Natural e Historia” (1953), “La Ciudad y el
Hombre” (1964) y “Liberalismo Antiguo y Moderno” (1968). En 1959, Strauss se le
concedió el “Robert Maynard Hutchins
Distingue Servir Profesor” de la Universidad de Chicago y en 1963 el título
de Doctor en Derecho por la Universidad Dropsie.
Pasó sus últimos años de enseñanza, entre 1968 y 1973, como
profesor honorario en las universidades de California y Maryland, período en el
cual profundizó sus estudios sobre la Grecia clásica. Finalmente impartió clase
en el Saint John College de Annapolis, muy cerca de Washington desde 1969 y
hasta su muerte en 1973. Ya desde los
años cincuenta, este centro había estado bajo la conducción de Jacob Klein,
amigo de Strauss durante muchos años. Se retiró de la Universidad de Chicago en
1967, y luego pasó un año en el colegio masculino de Claremont, en California.,
fue académico residente del Saint John College. Allí murió en octubre de 1973,
dejando una obra muy importante y una gran influencia en los sectores
políticamente conservadores y en los de fe religiosa judía. Está enterrado en
el cementerio judío de Annapolis.
Las referencias acerca de su carácter y de su obra son
igualmente contradictorias, probablemente debido a que su actividad académica a
lo largo de estos años, se caracterizó por un extraordinario grado de
secretismo y heterodoxia. Sus clases
consistían en debates a puerta cerrada y raramente dejaba información escrita
de algún tipo. Strauss fue, además de un profesor influyente, un personaje
contradictorio, un misógino amigo de las formas autoritarias y enemigo de la
llamada “contracultura”, promovida
por sus correligionarios judíos de la Escuela de Frankfurt, capaz de imponer a
Mozart a sus alumnos aficionados a los sonidos del rock, del pop y del folk.
Era un transmisor selectivo de sus enseñanzas, a las que sólo accedían los
estudiantes por él seleccionados, por su
afinidad con sus enseñanzas y doctrinas.
La
identidad intelectual judía de Leo Strauss y su relación con el Sionismo.
Leo Strauss fue un filósofo hermético, cuyos pensamientos no
se mostraban transparentes a sus lectores y sólo eran accesibles leyendo entre
líneas. De ahí la dificultad para precisar de modo exacto las enseñanzas que
transmitía, y que mucha de la información y de los análisis del mismo tengan un
carácter contradictorio y confuso.
Si Friedrich August Von Hayek y Milton Friedman erigieron la
justificación ideológica del sistema capitalista en la Economía, Leo Strauss
proporcionó la justificación filosófica e ideológica de la vertiente
conservadora del actual capitalismo. Para ello construyó un sistema de
pensamiento conducente al control de las personas por los detentadores del
poder, que garantizase la “correcta” asunción por las masas de las decisiones
políticas de “los elegidos”, asegurando así la
preservación de “la civilización”,
dada la falta de preparación de las personas comunes para conocer la verdad.
¿Pero qué quería decir con estas ideas Strauss?, ¿en qué valores o creencias se
apoyaba?. Averiguarlo y explicarlo resultan ser los pasos previos necesarios
para comprender las consecuencias prácticas en la política mundial de las
décadas posteriores a su muerte, aun a riesgo de extendernos.
Se ha dicho y se viene repitiendo que Strauss era ateo, pero
finalmente debería considerársele más que un “sin Dios”, un creyente de
un dios “distinto” y no válido para
todos. Cuando tenía 17 años, Strauss se convirtió en seguidor del líder sionista
Vladimir Jabotinsky. Trabajó durante varios años en el movimiento sionista en
Alemania junto con sus amigos Gershom Scholem y Walter Benjamin, que eran
admiradores de Strauss, escribiendo varios ensayos referentes a sus
controversias, seguiría considerándose un adepto al movimiento sionista durante
toda su vida.
Entre Diciembre de 1954 y Enero de 1955, fue profesor en la
Universidad Hebrea de Jerusalén, y dictó una serie de conferencias que darían
lugar a la que puede considerarse, su obra capital: “¿Qué es la Filosofía Política?”. La reflexión sobre la materia
objeto de reflexión de la Filosofía Política que realiza Strauss, la presenta
vinculada a los propósitos que pueden “elevar a todos los hombres más allá de
sus pobres sí mismos” (“beyond their poor
selves”). Pero la distancia entre la reflexión y el resultado empírico de
la misma es para Strauss insalvable. Y esta circunstancia se aprecia
especialmente en Jerusalén, la ciudad santa que es el lugar en el que la
reflexión de la Filosofía Política se ha elevado más que en ningún otro lugar.
En esta ciudad, el ansia de justicia “ha
inundado los corazones más puros y las almas más elevadas”. Strauss se
siente obligado por la modernidad a trabajar sobre un ámbito de pensamiento en
el que el legado profético se ha desvanecido, en el que se ridiculiza o ignora,
en el mejor de los casos, la cuestión del reino divino del dios judío, dice
Strauss: “Nunca olvidaré, ni por un
momento, qué es lo que representa Jerusalén” (“I shall not for a moment forget
what Jerusalem stands for”).
Strauss alude en la anterior expresión al Salmo 137, un
poema bíblico en el que el salmista parece hacerse eco de los sentimientos de
gratitud del pueblo judío al ser liberado de la opresión babilónica. Así, alaba
a Yahvé por el cumplimiento de sus antiguas promesas, lo que servirá para que
todos los reyes de la tierra reconozcan su señorío y poder. Esta esperanza de
conversión de las naciones, aparece en el Salmo 101,15-16 y en los capítulos 40
a 66 de la segunda parte del libro de Isaías y es muy frecuentado por la
tradición judía, que impone su recitado en el ritual del día noveno del mes de
Av, fecha que conmemora las catástrofes padecidas por el pueblo de Israel, y
especialmente las destrucciones del primero y segundo Templo. En el poema, el
salmista proclama que su inteligencia y su habla, es decir, las cualidades
específicas de su condición humana, sólo son válidas si logra conservar en su
exilio entre los gentiles, la certeza de que no hay vida alegre posible lejos
de Jerusalén. Strauss se hace eco del Salmo, y sugiere que no puede haber puro
goce en la filosofía que se practica en el mundo moderno de la idolatría, el
ateísmo. En este paralelismo establecido por Strauss, puede reconocerse una
identidad entre el exilio de los judíos en la Babilonia persa, con el conflicto
entre Judaísmo y Nacionalsocialismo que condujo a la Segunda Guerra Mundial,
así como la guerra total que enfrenta al moderno Estado de Israel con el mundo
musulmán. La Jerusalén añorada por el salmista y venerada por Strauss no se
pretendía perfectamente justa y racional, pero en ella los personas más
elevadas aspiraban a la piedad y a la justicia y se tomaban a través de la
Filosofía Política. Del contraste entre Judaísmo religioso y filosófico y
Sionismo, Strauss concluye que este último es “problemático”. Prueba de ello es una carta que dirigió al editor de
National Review, Strauss reprochándole que en uno de los artículos publicados
se hubiera llamado a Israel “Estado racista” sin pruebas de ello en su opinión
termina diciendo: “El sionismo político
es problemático por razones obvias. Pero no puedo olvidar lo que se logra como
una fuerza moral en la era de la disolución completa. Me ayudó a detener la ola
de nivelación "progresista" de las diferencias ancestrales,
cumpliendo una función conservadora.”
Para Strauss el choque entre Judaísmo y Sionismo permite
establecer la diferencia que existe entre la filosofía política y el
pensamiento político. La primera es la aspiración constante para adquirir un
conocimiento objetivo acerca de la naturaleza de la Política; la segunda es el
resultado de la opinión, y consiste en la defensa de una convicción, o de un
mito; expresa la mera adhesión a un orden y a un curso de acción política
determinados. Un hecho siempre subjetivo fruto de la voluntad. De ahí extrae la
superioridad de la filosofía sobre el pensamiento. Y para ilustrar esta
diferencia, menciona dos libros centrales en el movimiento sionista
contemporáneo: Judenstaat, de Theodor Herzl, y Autoemancipation, de Leon
Pinsker. Sobre éste último, Strauss señala que el lema del autor es una cita
célebre, que el autor no cita completa mutilando así su significado. Pinsker
encabeza su libro proclamando: “Si no soy
para mí, ¿quién lo será? Y si no es ahora, ¿cuándo?”. Pero omite la frase
siguiente: “Pero si sólo soy para mí,
¿qué soy?”. Strauss señala que esta cita advertidamente incompleta, es una
premisa central en la teoría política sionista, y la justificación de la misma
se encuentra en los capítulos 3 y 16 del “Tratado
Teológico-Político”, del filósofo Spinoza. Esta cita había sido tomada de
un aforismo atribuido al sabio rabino Hillel , que consta en el parágrafo 15 de
la sección primera de Pirquei Abot (“Sabiduría
de nuestros padres”), texto talmúdico de suma relevancia en la tradición
rabínica. El parágrafo 12 de esta obra se atribuye a Avtalyon, un sabio
estudioso de la Tora, que advierte a los sabios que “deben ser cuidadosos con lo que dicen y enseñan, ya que su
irresponsabilidad puede exponerlos al castigo del exilio en un lugar de aguas
malsanas, aguas que podrían beber sus discípulos, con peligro de muerte o, lo
que es peor, de profanación del nombre divino”. Como veremos, esta idea se
convertirá en uno de los ejes alrededor del cual girarán las enseñanzas de
Strauss.
El argumento de Pinsker que asumirá después Herzl, eje
principal de la crítica de Strauss a aquél, es que la llamada cuestión judía no
puede solucionarse por la vía de la asimilación individual de cada judío en las
sociedades gentiles que los hospedaban, sino que necesariamente se debe
constituir un Estado judío, dado que los Estados nacionales sólo pueden ser
enfrentados por un ente de idéntica naturaleza. Los estados nacionales nunca
encuentran un equivalente en un grupo cultural, racial o religioso que por su
propia naturaleza les está sometido, por lo que la respuesta política
ineludible para el problema judío, terminaba Pinsker, era la creación de un
Estado judío. De esta necesidad se concluía en “Autoemancipation”: “nadie nos ayudará si no luchamos política,
económica, diplomática y militarmente por nuestra existencia. Esta empresa debe
emprenderse cuanto antes, ya que “tarde”
–como bien estuvo a punto de demostrar la historia subsiguiente- puede llegar a
significar “ya nunca”. Pero Strauss,
criticando a Pinsker ilustra, de facto, la cualidad perenne del problema
teológico político: la lealtad a la patria. Obviamente, la patria de un
emigrado judío alemán que vive en Estados Unidos, no es otra que Israel. Aunque
según dice Strauss, esta lealtad para con Jerusalén no debe suprimir el examen
honesto de los interrogantes planteados en cada momento. A su manera, Strauss
en Jerusalén se ve a sí mismo como
imaginaba a Sócrates en Atenas.
Lo que omite el lema de Pinsker es un contenido central en
la tradición judía. La Mishná considera tan contrario y exterminador de la
identidad judía la hostilidad gentil como la autonegación nacida del exilio
espiritual voluntario. El argumento que relaciona las carencias de fundamento
del sionismo político con las consecuencias nefastas de la filosofía de Spinoza
es expuesto por Strauss en una conferencia del año 1962, “Why we remain Jews?”, y desarrollado con más amplitud en el
Prefacio a la edición en inglés de La crítica de la religión de Spinoza, de
1965. La crítica straussiana del sionismo político señala que el precio que éste
ofrece pagar para que el pueblo judío pueda perseverar en su existencia es la
renuncia al fundamento del propio Judaísmo. La omisión de la frase central del
central aforismo del rabino Hillel es un intento por poner a Israel al mismo
nivel de los demás Estados nacionales, lo que equivale a olvidar que Israel
sólo justifica su existencia como nación custodia de la Torá, como “nación
dedicada a algo más alto que sí misma, a lo que es infinitamente alto”. Para
Strauss, depositar la esperanza de solución definitiva para los judíos en la
asimilación en un Estado semejante a los Estados de los pueblos gentiles, es un
error conceptual que resulta de importar las carencias de fundamentación
propias del liberalismo moderno. Y ello porque precisamente, el núcleo del
liberalismo político consiste en cancelar la
intervención del Estado en cuestiones propias de la vida privada, y
porque además, el cristianismo parte de la premisa de que el Judaísmo persevera
en la negativa a reconocer que ha sido superado por la Revelación cristiana. Si
la sociedad fuera liberal y la discriminación casi nula, eso significaría que
se ha resuelto la tensión que existe
entre la fe en la revelación y la filosofía en la razón; nos encontraríamos
ante una sociedad atea y economizada consagrada al progreso tecnológico, pronta
a derivar hacia formas perversas de idolatría y vulgaridad. Si, en cambio, la
comunidad judía demanda la protección especial de la fuerza política, entonces
actúa de forma antiliberal, al exigir la injerencia legal del Estado en
cuestiones propias de la esfera privada.
Por este motivo, el Estado de Israel tampoco debería
albergar una sociedad mayoritariamente atea, ni debe constituirse como
teocracia, ya que además de confundir crítica filosófica de la modernidad con
anacronismo político, implicaría la blasfemia de equiparar a un ente estatal de
naturaleza humana con la realización de la promesa divina de redención y
armonización universal con la llegada del Mesías judío. Por estas razones,
Strauss reclama que Spinoza no vea en la Biblia hebrea nada diferente de lo que
puede aportar la razón autónoma, y, que, además, proponga que los judíos
abandonen los principios de su religión que debilitan a los judíos si quieren
recuperar el Estado perdido, lo cual significaría renunciar a la confianza en
Dios, confiando solo en su propia capacidad de redención. Por lo que, al decir
de Strauss, Spinoza plantea un camino alternativo al Sionismo: la
autodesjudaización, el ataque contra la ortodoxia para preservar la libertad de
conciencia en una sociedad liberal. Finalmente, para Strauss, la creación del
Estado de Israel, es el acontecimiento histórico judío más relevante desde que
se completó la compilación del Talmud.
Como podemos apreciar, Strauss plantea la necesidad de
apoyarse en las fuerzas del propio pueblo judío para crear su Estado, pero no
niega la existencia del dios de su pueblo. Pero esta afirmación acarreará que
se le llegue a llamar “destructor del
Judaísmo”, y que se le tilde de “ateo”.
Sin embargo ninguna de las dos cosas es exacta, aunque el Judaísmo en Strauss
no es el centro de su filosofía política, porque ésta, como saber humano que
es, aspira a conocer la verdad de forma puramente racional, Strauss pone de
manifiesto su judaísmo en una situación académica que originó la publicación
capital de su pensamiento, lo que es perfectamente compatible con sus estudios
de naturaleza racional, porque como indica en “Filosofía y Derecho”, es posible interpretar que la Torá misma,
que prohíbe aparentemente leer libros de idólatras, ordena estudiar también
otras fuentes en busca del sentido pleno de la Ley, por lo que el creyente
reflexivo debe hacer filosofía para rendir cuentas ante la revelación divina,
porque cualquier solución humana, ya sea filosófica o política, que no se asuma
a sí misma como parcial e imperfecta, desemboca en las soluciones finales
totalitarias que suplantan a la divinidad.
Por lo tanto, la filosofía, la teología y la educación
liberal, son formas espirituales minoritarias que sólo se encuentran equilibradas
en una democracia liberal, porque ésta no permite una síntesis superadora de la
filosofía y de la teología, que sólo puede desembocar en el totalitarismo. Para
Strauss, en la democracia liberal el elemento judío se revela pues decisivo y
no un simple antecedente histórico cultural, sino que es esencial, porque
busca, como Maimónides, un camino no
cristianizado hacia la transcendencia. El judaísmo conservador de Strauss, que
no ortodoxo, se plantea como una teología política en sentido negativo, una
especie de vacuna antitotalitaria contra la sacralización de lo público y
contra todo intento de reducir las cuestiones fundamentales a meros problemas
del conocimiento tecnológico o científico.
Se convierte así con Strauss la cuestión judía en la
cuestión del ser humano, y queda fuera del ámbito de la Filosofía todo lo no
judío. Lo judío y lo filosófico son una sola cosa. Para Strauss, el Judaísmo es
para Occidente lo que la Filosofía era para Atenas.
Como colofón al estudio de la identidad judía de Strauss,
debemos recordar las palabras que pronunció en Diciembre de 1961, en el funeral
de Jason Aronson, un estudiante de postgrado. La muerte, dice Strauss, es una
experiencia aterradora que amenaza con su poder corrosivo la posibilidad de
vivir una vida humana. Frente a este peligro existen dos experiencias
alternativas: Una es la filosofía, un continuo despertar hacia la comprensión
de la necesidad ineluctable; La otra es la conciencia de pertenencia al pueblo
judío, lo que significa reconocer que las propias raíces se hunden en el pasado
más antiguo, y que se está comprometido con un futuro que está “más allá de todo futuro”. En estas dos
experiencias no debe primar una sobre la otra, y por eso encomia Strauss que
Aronson no haya permitido a su mente que acallara al corazón, ni al corazón que
gobernara su mente. El discurso fúnebre de Strauss terminó con la fórmula
tradicional judía, en la que se ruega a Dios que los deudos sean incluidos
entre los piadosos que lloran por Sión y por Jerusalén.
Strauss fue crítico con el Sionismo sin dejar de ser
sionista, crítico con el Judaísmo sin dejar de ser judío y crítico con el
Liberalismo sin dejar de ser liberal.
Las “malas compañías” de Strauss.
Una de las acusaciones más disparatadas que se le han hecho
a Strauss, ha sido tildarle de “nazi”.
Lo que únicamente puede entenderse sólo desde la perspectiva del significado
actual de esta expresión, como descalificación injuriosa que sintetiza el Mal
absoluto, y no en su sentido literal o estricto como se pretende tan a menudo.
Esta intención injuriosa y absurda, sobre todo si se considera que se dirige
contra un judío sionista, viene siendo reiterada por aquellos que consideran a
Strauss seguidor intelectual de Carl Schmitt
y en menor medida de Martin Heidegger. Esas “malas compañías”. Sin
embargo, nada más lejos de la realidad. Cierto es que Strauss estudio con
Heidegger al inicio de su carrera, pero éste no es determinante en ningún caso
de su curso intelectual, si bien extrajo de éste el rechazo por la modernidad,
el desprecio por el cosmopolitismo y el universalismo que rigen una sociedad
corrupta que el filósofo no debe reformar, sino destruir. Y también es cierto
que conoce a Schmitt, y que parte de algunas nociones de su obra para elaborar
la propia, pero Strauss no asume del legado de Schmitt más que algún aspecto
del mismo y no su totalidad.
De Schmitt adopta Strauss el conocido concepto de “lo
político”, del que se desprende la diferenciación entre lo bueno y lo malo,
entre amigo y enemigo del ámbito privado y lo sitúa en el ámbito de lo
político, de la política entendida como res pública. Por ende, el concepto “enemigo” siempre señala al enemigo
público colectivo, nunca al privado-individual. Recoge así la antigua
diferencia romana entre el “inimicus”
y el “hostis”. Para Schmitt “el soberano”, entendido como “voluntad
general” expresada en una sola persona, tiene la obligación de establecer y
conservar el orden político interno, y cuando éste peligra, puede y debe
concretar la identidad del enemigo público o “enemigo absoluto” al objeto de
asegurar la supervivencia del orden político comunitario. Schmitt considera que
del “auténtico liderazgo político”
surge el “auténtico liderazgo judicial”.
En otras palabras, el presidente o “conductor
político” es al mismo tiempo creador y administrador de la ley, esto es,
legislador y juez. Pero el “Führerprinzip”, o “Teoría
del Caudillaje” tal y como la importó a España el profesor Francisco Javier
Conde, no debe confundirse con la idea de la “unitary executive” o “poder
ejecutivo unitario” que se ha incorporado al Derecho norteamericano por los
discípulos de Strauss, que ha concedido una posición reforzada extraordinaria
del presidente, incluso por encima del poder de la Corte Suprema de Justicia en
materia de interpretar la Constitución, tal y como ocurre en los EEUU desde la
presidencia de George Bush a comienzos del presente siglo. Este concepto de “unitary executive”, excluye cualquier
“intromisión” de los poderes
legislativo y judicial en el ámbito del poder ejecutivo y de los derechos y
poderes presidenciales, con lo que desaparece el sistema de controles y
balances (“checks and balances”)
clásico del sistema político norteamericano. Pero esto no significa que el presidente
se convierta en “fuente de Derecho” como
ocurre en el caso nacionalsocialista, lo que es una diferencia esencial de los
straussianos respecto de la teoría schmittiana del “Führerprinzip” que impregnó el nacionalsocialismo.
Carl Schmitt |
Leo Strauss realizó una enérgica crítica intelectual del
sistema político de los EEUU, considerado como el caso más avanzado de
liberalismo, entendido éste como absoluto relativismo moral e individualismo
extremo, y por consiguiente, el país más
expuesto a su destrucción por el relativismo moral conducente al nihilismo. Su
crítica a la democracia liberal se fundamenta en la idea de que ésta, con su
énfasis en las libertades individuales, ha conducido a las sociedades
occidentales al relativismo moral y con ello a la decadencia de la
civilización. Y para superar esta decadencia liberal, propuso la unión de
política, religión y moral, retornando a “teologizar”
la política. La primera está interesada únicamente en la verdad, con
independencia de las consecuencias que pueda tener para la sociedad, incluso
dañosas, mientras que la teología política se halla al servicio de los
intereses comunes de la ciudad y basa sus enseñanzas políticas e la revelación
divina. Volvía en cierto modo así a insistir en la importancia de la clásica
dicotomía de la Filosofía Política: Atenas vs. Jerusalén; antiguo frente
moderno. Los "antiguos" eran los filósofos socráticos y sus herederos
intelectuales, los "modernos"
comienzan con Maquiavelo. El contraste entre los antiguos y los modernos está relacionado con
la tensión irresoluble entre la Razón y la Revelación. Los antiguos,
reaccionando frente a los primeros filósofos griegos, trajeron la filosofía al
ámbito humano y no divino, entrando de lleno en lo político. El Medievo
devolvió la Filosofía al terreno teológico, frente a lo que reaccionaron los
modernos rechazando la el papel atribuido a la Revelación en la sociedad
medieval, promoviendo la emancipación de la Razón, oponiéndose a la fusión de
la Teología y el Derecho Natural representado por Tomás de Aquino. En cierto
modo, coincide con el averroísmo de Maimónides y busca la conciliación de la
Filosofía con el Judaísmo, si bien, al igual que Maimónides, considera que
tanto la Religión como la Moral, cumplen un rol social y su valor político se
limita a la capacidad movilizadora que poseen para dirigir al pueblo, evitando
así el desequilibrio que conduciría al nihilismo destructor de la civilización.
Un nihilismo destructor que Strauss enseñó que el
Liberalismo contenía en sí mismo, como una tendencia intrínseca hacia el
relativismo extremo, dando lugar a dos clases de nihilismo: El primero fue el “totalitario” fascista y marxista, que él
decía que como descendientes del
pensamiento ilustrado, habían tratado de destruir todas las tradiciones, la
historia, la ética, las normas morales y sustituirlas por las fuerzas en las
que la naturaleza y la humanidad están subyugadas; El segundo tipo de nihilismo
era el "suave", que se
encuentra en las democracias liberales occidentales, en una especie de falta de
sentido de la vida motivado por la ausencia de valores, el hedonismo, y el "igualitarismo
permisivo", que consideraba que
impregnaba la sociedad de los EEUU.
El “esotérico texto straussiano”.
Strauss estuvo muy influenciado por la formulación platónica
de que el ideal político supremo es el gobierno de los sabios. Pero en nuestro
tiempo un gobierno de esta naturaleza no es concebible, porque la masa del
pueblo no aceptaría nunca el gobierno de los mejores sobre los más. Advertido
de esta dificultad, Strauss trato de salvarla, y expuso una solución posible en
su obra “Los argumentos y la acción de
las leyes de Platón”: formar un gobierno encubierto de “los sabios”,
que sería posible en la práctica dada la abrumadora estupidez y necedad del
común de las personas.
Esta versión straussiana del elitismo platónico, requería un
extraordinario grado de secretismo y heterodoxia en su difusión a través de la
docencia, por lo que sus clases consistían en debates a puerta cerrada y
raramente dejaba información escrita de algún tipo. Los seminarios, cursos y
clases que impartía eran de acceso restringido, pues consideraba que el pueblo
común no debería tener acceso a la verdad, y eso incluía a las mujeres, a las
que no consideraba preparadas para ocupaciones elevadas. Consideraba que la
filosofía era un arma peligrosa en manos inadecuadas, pues permite cuestionar
la moral y los fundamentos del orden social establecidos, por lo que no puede
estar nunca al alcance de las masas, cuya simpleza mental no puede entenderla,
ya que necesariamente acarrearía su propia destrucción. Por lo tanto, y ante
las consecuencias que pueden derivarse del verdadero conocimiento filosófico,
esta disciplina debe ser tratada con suma responsabilidad por los iniciados en
su saber, manteniendo a los legos al margen de su verdadero significado.
Partiendo de lo anterior, Strauss ve la necesidad de
introducir en la redacción de su obra, lo que será un concepto central de la
misma, el denominado “texto straussiano”; un ensayo filosófico
escrito en dos niveles: uno aparente de manera tal que el lector no iniciado no
pueda penetrar en su verdadero significado; y otro hermético, apenas esbozado,
que expresa el verdadero contenido y significado real de lo escrito. Así, el
mensaje sólo lo entenderían los lectores ilustrados, un pequeño grupo de “iniciados”, suscitando el cansancio, el
hastío y el rechazo en los curiosos.
Convencido de estas ideas, publicó en 1952 “La persecución y el arte de escribir”,
obra en la que expone como esta escritura hermética logra un doble objetivo:
por un lado protege al filósofo de la persecución por el poder político
adverso; por el otro, protege a la filosofía de la influencia corruptora del
vulgo ignaro. El efecto que se pretende lograr con la escritura hermética, es
provocar la atracción del lector conocedor de la filosofía y repeler al lector
común, al constituirse la labor de desentrañar el significado y comprensión
correcta del texto, en un complejo ejercicio de razonamiento filosófico.
Strauss creía que la filosofía se había expuesto en este tipo
de lenguaje críptico desde la más remota Antigüedad. Los pensadores y filósofos
habían redactado sus textos en códigos comprensibles sólo por los iniciados en
esta sabiduría. A este convencimiento había llegado inspirado por su estudio de
la obra de Platón, especialmente su “Fedro”,
siguiendo con Maimónides para acabar con la obra de Al-Farabí, un pensador
musulmán que vivió en Bagdad en el S. IX, y que es considerado por los
historiadores de su religión, como el “segundo maestro” tras Aristóteles.
Al-Farabí consideraba complementarios el pensamiento de
Platón y Aristóteles, y a éstos como los fundadores de la filosofía. Strauss
conoció su obra debido a los estudios que realizó sobre Aristóteles, y le
sorprendía la existencia de algunos elementos incomprensibles en el análisis
que este pensador uzbeko había realizado a su vez de la obra de Aristóteles y
Platón. Tanto en los textos de los griegos como en los propios del musulmán, algunas partes le parecían de una
banalidad exasperante impropia de la profundidad de su pensamiento. Strauss se
convenció así de que el arte clásico y medieval de la escritura esotérica, era
el único cauce de expresión posible para el aprendizaje filosófico, en lugar de
mostrar los pensamientos filosóficos de modo evidente y abierto, los textos
filosóficos al igual que los de los pensadores clásicos y los medievales,
debían guiar a sus lectores por el pensamiento y el aprendizaje de forma sutil.
No es que Strauss creyera que los escritores medievales se expresaban de forma
hermética, sino que afirmaba que disimulaban sus ideas bajo estratagemas
retóricas, contradicciones aparentes e hipérboles, introduciendo el mensaje y
su correcto significado de forma tácita, por lo que el auténtico contenido no
coincidía con la literalidad del texto, en el que se sucedían las sentencias
acerca del valor social de la moralidad, del patriotismo y de la religión, con
el objetivo de disuadir al lector de continuar con una lectura árida y manida,
sin que los breves fragmentos con el verdadero contenido pudieran ser
interpretados correctamente por la gran mayoría de los que lo leían.
De todo lo anterior se desprende que el propósito de estos
textos cifrados es mantener la división de la sociedad en clases opuestas y
excluyentes entre sí, entre sujeto y objeto del poder, entre gobernantes y
gobernados, entre individuos activos emisores de consignas e individuos pasivos
receptores de las mismas, manteniendo la ficción de que el orden social
existente es justo, bueno y “natural”, y está asentado en una virtud moral,
ética, imprescindible entre la masa, pero totalmente prescindible entre la
élite, ya que la virtud moral sólo tiene una función: el control social de la
masa previamente formada para creer en ella. Haber faltado a este principio es
para Strauss el mayor error cometido por la filosofía política moderna, que ha
intentado abolir la rígida distinción entre clases en nombre de la libertad,
conduciendo a una igualación radical de la gente, es lo que ha tenido
consecuencias catastróficas, porque ha dado lugar a lo que Strauss llama el
“nihilismo liberal” en el que se han perdido los valores que funcionaban como
medios de control social, como son los basados en la religión y la clase social
basada en la riqueza y no en el mérito. Strauss sitúa el punto de inflexión en
la historia de la filosofía política, que marcó el inició de la degeneración de
la filosofía clásica en filosofía política moderna, en Maquiavelo. Éste, con su
realismo filosófico sobre la lógica del poder, destruyó los mitos que escondían
los verdaderos intereses de las clases dominantes.
La
función social de la mentira.
Platón definió en su obra “La República” el concepto de “mentira
noble”, como una falacia o, a
menudo, un mito de carácter religioso, sostenido por la élite gobernante para
mantener la unidad sociedad en torno al gobierno. Strauss recogió este concepto
y, persuadido de la idea de Nietzsche sobre la inconveniencia de exponer las “verdades terribles” al pueblo,
reinterpretó la visión platónica de la mentira y la redefinió como un mito
usado por los líderes políticos para mantener una sociedad cohesionada en torno
a unos valores comunes. En consecuencia, la distancia que separa el “texto straussiano” de la mentira es inexistente. Strauss convencido de la
peligrosidad de la verdad y de su poder destructivo para la sociedad, por lo
que considera necesario ocultarla tras un mito, ya que la verdad suscita temor
entre los hombres corrientes. Es precisamente este miedo el que históricamente
los ha llevado a inventar mitos religiosos como la reencarnación, la
resurrección o la vida eterna, para poder soportar la finitud de su existencia.
En su juventud, Strauss, aprendió de Nietzsche que sólo unos pocos hombres
superiores están en condiciones de conocer la verdad sin derrumbarse, por lo
que los filósofos no pueden decir lo que piensan verdaderamente sin destruirlos
a los simples. Son por ello sus disertaciones herméticas, “mentiras necesarias” para
la transmisión de la doctrina a “los iniciados”. Esta idea críptica sobre la
expresión de la verdad filosófica, ha motivado que a los seguidores actuales de
Strauss se los conozca con los nombres de: “la
logia” o “la cábala”. La mentira se
convierte así en la herramienta que la élite dirigente de iniciados en la
verdad debe utilizar para preservar la sociedad, ya que sólo unos pocos están
en condiciones de conocer y aceptar la realidad. Necesariamente por tanto, la
élite dirigente, el círculo de iniciados es minoritario y desempeña el rol de
conductor de la masa, que no sabe lo que le conviene.
Con estas ideas, Strauss creyó alcanzar una síntesis del
valor social de la “verdad”, de la élite dirigente y de su relación con el poder,
de la justificación de ésta para prescindir de toda moral, de la ética, de la solidaridad,
de la empatía con el dolor ajeno y de la justicia social, que habían sido
recogidos en la República de Platón, en el mito de la caverna del mismo autor
y en la obra de Aristóteles, Thomas Hobbes, el filósofo musulmán Al-Farabí y
Nietzsche. Obviamente, para formular su sistema de pensamiento, Strauss parte
de una premisa no demostrable: la superioridad de la vida filosófica sobre
cualquier otra. Afirmación que arranca de una dogmática defensa del mundo
clásico, pero que no puede probar su superioridad, pues la filosofía no es más
que un acto de voluntad. Pero entre las “nobles
mentiras” de la visión de Strauss,
también se encuentra la ocultación por el filósofo de esta realidad para
salvaguardar el orden social. Pues desde la perspectiva judía de Strauss, en
cuanto se su adhesión al judaísmo fue siempre sincero, la Razón no ha vencido
nunca a la Revelación, ni la Filosofía ha sido capaz de refutar a la Teología,
pero tampoco existe contradicción entre ambos extremos, pues Torá significa
Enseñanza (de la Ley) y Ley.
El
proceso de “iniciación” en la élite y
las enseñanzas de Strauss.
En cuanto a la “iniciación” de sus seguidores, la
universidad ofrecía a Strauss un ambiente inmejorable para realizarla. Tras el
ejercicio de la docencia aparentemente inocuo, realizaba un proceso de
selección de los alumnos más brillantes, de entre aquéllos que realizaban los
doctorados bajo su dirección, siguiendo sus criterios de organización social.
Reunió así un grupo selecto de un centenar de doctores, muchos de los cuales
pasaron a ser profesores universitarios que, a su vez, realizaron otras “iniciaciones” con sus propios
doctorandos y así sucesivamente. Siguiendo a Al-Farabi y a los cabalistas
judíos y su tradición especulativa, utilizaba el tres como número mágico que en
los “sephiroth” o atributos de Dios
según esta tradición especulativa, se corresponde con la inteligencia, el
entendimiento. Strauss dividía a sus estudiantes en tres categorías: los “filósofos” considerados la élite
suprema, accedían a las enseñanzas de Strauss en seminarios reservados, en su
despacho, o en reuniones y debates preparados específicamente para ellos, y
asumían la “verdad esotérica” o verdadero significado de
los textos, la “verdad” inherente a
su filosofía; los segundos en el nivel jerárquico eran los “caballeros” o “gentiles”, que realizaban masters, postgrados y cursos, sin tener
nunca acceso al verdadero conocimiento expresado discretamente, asumiendo sólo
los postulados exotéricos o externos; y el “vulgo”
componía el resto, que era formado en las enseñanzas vulgares de cualquier
cátedra universitaria al uso, considerados incapaces de comprender la profundidad
de su pensamiento. Para Strauss era suficiente que se les enseñara a las masas
lo justamente necesario para que pudieran cumplir con sus funciones en la
sociedad de clases sin dudar del orden establecido o rebelarse en su contra,
mientras que un grupo selecto de personas pertenecientes a la élite tuviera el
conocimiento de la verdad. Solo las dos primeras categorías eran consideradas
como “iniciados” por Strauss, y solo
los “filósofos” conocían la verdad
última, por lo que debido a estas diferencias de mensaje en razón del auditorio al que se destina, las
enseñanzas de Strauss siempre se han proyectado de forma contradictoria en sus
alumnos, pues en razón de la “casta”
a la que pertenecían recibían una u otra doctrina, por lo que las polémicas
doctrinales entre los mismos no han sido escasas.
En contraste con el pensamiento político contemporáneo, el
pensamiento predominante en la época clásica negaba que hubiera algún derecho
natural a la libertad. Para los clásicos, los seres humanos no nacen ni libres
ni iguales y la condición humana natural no es la libertad sino la
subordinación. Ideas que eran y son obvias, no hay dos seres humanos iguales,
la libertad es un estado de la persona no necesariamente existente en todos los
seres humanos al nacer y las relaciones de jerarquía se han establecido en
todas las especies gregarias de modo natural, ser humano incluido. Partiendo de
lo anterior, Strauss concluye que el error cometido por la filosofía política
moderna es haber querido abolir la rígida distinción entre clases en nombre de
la libertad, lo que ha conducido a una nivelación igualitaria de la mente con
consecuencias catastróficas. Es lo que Strauss llama el "nihilismo
liberal" en el que se han perdido los valores basados en la religión y
respetuosos de la sociedad clasista. En un primer momento Strauss enseñaba al
grupo reducido de los alumnos “filósofos”,
la función social de la religión y de la moral, entendidas ambas como un medio
de control y no como valores o creencias reales validos salvo para los “gentiles”.
Tales herramientas de control en el pensamiento de Strauss,
tienen como objetivo tranquilizar y someter a la masa, que ha de permanecer al
margen de la verdad. En segundo lugar, les hacía tomar conciencia de la distinción entre los “filósofos” la élite decisora, ellos mismos, y las restantes clases.
Ellos eran la encarnación de los seres superiores carentes de moral o de ética,
libres de cualquier vínculo con los restantes seres humanos, y de las nociones
de justicia o bien común. Una noción de
seres superiores o “superhombres”
extraída de Nietzsche, que para él es el
“filósofo”, considerando como tal a
aquel que conoce la verdad. Seguidamente los iniciaba en lo que consideraba la
verdadera esencia de los textos clásicos de Platón, Aristóteles y los demás
filósofos ya citados, presentándolos como adalides de un orden natural en la
especie humana basada en el distinción entre amos y esclavos, una subordinación
de la masa que debía mantenerse con un discurso que exaltara la libertad individual,
el egoísmo materialista como único guía de la conducta humana que logra por el
interés material la felicidad, la nación como unión de la masa de individuos
identificados con sus dirigentes, utilizando como herramienta para ello el
miedo a perder sus bienes y la creación de un enemigo exterior e interior que
mantenga la cohesión social y el consenso político en torno a los
gobernantes…era la llamada “enseñanza tiránica de los antiguos” que “estaban decididos a mantener estas
enseñanzas tiránicas en secreto porque no era probable que el pueblo tolerara
el hecho de que estaban destinados a la subordinación”. Y además, valora
los principios morales o religiosos, porque reconoce a estos una capacidad
movilizadora muy superior a los ideales políticos, por lo que se revelan como
mucho más útiles para la conducción de la masa.
La profesora canadiense, de la Universidad de Calgary Shadia
Drury, autora de “The Political Ideas of
Leo Strauss” y “Leo Strauss and the American Right”, ha expuesto la división en castas
de la sociedad humana por Strauss de la siguiente manera: “Los sabios son los amantes de la dura verdad desnuda y sin
alteraciones. Son capaces de mirar al abismo sin temor y sin temblar. No
reconocen ni Dios ni imperativos morales. Son devotos, por sobre todas las
cosas, de la búsqueda por sí mismos de los “altos” placeres, que procura
simplemente el asociarse con sus jóvenes iniciados. El segundo grupo, los
gentiles, son amantes del honor y la gloria. Son los más cumplidores de las
convenciones de su sociedad –es decir, las ilusiones de la cueva. Son
verdaderos creyentes en Dios, en el honor y en los imperativos morales. Están
listos y deseosos de acometer actos de gran heroísmo y autosacrificio sin
previo aviso. Los del tercer tipo, la mayoría del vulgo, son amantes de la
riqueza y el placer. Son egoístas, holgazanes e indolentes. Pueden inspirarse
para elevarse por encima de su embrutecida existencia sólo por el temor a la
muerte inminente o a la catástrofe” Drury llega a la conclusión de que: “Leo Strauss fue un profundo creyente en la
eficacia y la utilidad de las mentiras en la política” y que “el disimulo y el
engaño es la justicia peculiar de los sabios” y que “mientras
más crédulos, simples y poco perceptivos sean, los gentiles o vulgo, más fácil
será para los sabios controlarlos y manipularlos”.
Lo cierto es que el mantenimiento de estas creencias en el
contexto de las actuales democracias de mercado, en las que se mantiene el
formalismo electoral como mercado de “venta” de las diferentes “marcas políticas”, la
organización social en castas así expresada no sería muy popular, así que
resulta necesario recurrir a la mentira y a la simulación para controlar y
manipular a las masas de electores que componen el vulgo, lo que se logra a
través de los valores de los que participan los “gentiles”, la justicia, el orden, la estabilidad, el respeto a la
autoridad, la justicia social, etc. que aunque carecen de sentido porque son
precisamente estos valores los propios del vulgo, cumplen una función de marketing
político, en el que resulta esencial el mito nacionalista de que los EEUU
tienen un “destino manifiesto” de carácter mesiánico,
consistente en combatir a las fuerzas del mal por todo el mundo.
El
relativo “ateísmo” de Strauss.
El otro gran mito movilizador de la masa para Strauss es la
Religión. La consideración de ésta en la obra de Strauss y sus creencias
personales, han suscitado múltiples controversias entre sus discípulos,
seguidores y críticos. Como ya hemos visto, la adhesión personal de Strauss al
Judaísmo no admite discusión, si
bien no es posible afirmar de modo
categórico su fe religiosa judía dada la debilidad de su práctica. Resulta pues
difícil discernir hasta qué punto su fe formaba parte de su nacionalismo judío,
parte de su definición personal prescindiendo del sentido transcendente que
pueda atribuírsele a la misma.
Lo que sabemos con certeza es que Strauss despreciaba
abiertamente el ateísmo, lo que hizo evidente en sus escritos de Max Weber. En
especial desaprobó la incredulidad dogmática contemporánea, que consideraba
desmedida e irracional. Strauss por tanto no era un creyente ortodoxo, pero
tampoco era un ateo convencido, y se mantenía equidistante tanto de una
supuesta Revelación divina, como de la absoluta independencia de la Razón. Para
él esta cuestión era sí misma una de las preguntas "permanentes" de la Filosofía, en la que la ortodoxia religiosa
debía seguir siendo una opción igual de defendible que la incredulidad. Como
filósofo, Strauss estaba interesado en conocer la naturaleza de la divinidad,
en lugar de tratar de negar la existencia misma de la divinidad, pero mantenía
su neutralidad a la pregunta sobre el "quid"
de la divinidad. Ya en su “Derecho
Natural e Historia”, defendió una lectura socrática de la divinidad, que le
diferencia de una lectura materialista convencional.
La
teoría de la guerra permanente.
Una vez había enseñado la “verdad” a la casta de “los
filósofos”, la organización en castas
de la especie humana y la función de las “nobles mentiras”, tomando para ello
de Carl Schmitt la “reteologización de lo
político; la unión de política, religión y moral”.
Strauss tomó de Schmitt el punto de partida de una de las
ideas centrales de su pensamiento, que dejaría una marca histórica indeleble
hasta el presente: la distinción de amigo-enemigo como lo esencial del fenómeno
político. Strauss partía de esta idea schmittiana para establecer claramente
que la idea nuclear de lo político que era el conflicto, alcanzaba su máxima
expresión y utilidad con la guerra, al obligar a progresar a los pueblos, y
facilitar a las élites más poder y hegemonía social, ya fuera ésta fuera
militar o económica, gracias a la mayor cohesión social que se obtenía entre
gobernantes y gobernados, “amenazados”
por un enemigo de la sociedad externo o interno. Esta idea ya la elaboró antes
de su salida de Alemania, cuando formuló su
“Crítica y aclaraciones a el
concepto de lo político” de Schmitt, escribiendo a éste en 1932: "porque el hombre es malo por
naturaleza, que tanto necesita el dominio pero el dominio se puede establecer,
es decir, los hombres se pueden unificar sólo en una unidad contra otros
hombres Cada asociación de los hombres es necesariamente una separación de los
demás hombres... la política así entendida no es el principio constitutivo del
Estado, de orden, sino una condición del estado". Esto no significa
que coincidiera en con el que fuera principal jurista del nacionalsocialismo,
por el contrario, Strauss se opuso directamente a la posición política de
Schmitt. Pero esta idea no sólo la encontramos en Schmitt, sino también en su
predecesor Hobbes, que entendía que la agresividad inherente a la naturaleza
humana sólo podía ser contenida por medio de un Estado poderoso basado en un
principio nacionalista. Y continuando el hilo conductor justificativo de la
guerra permanente con Maquiavelo, del que Strauss añadió a su propio corpus
ideológico, que si no existiera dicha amenaza externa, entonces ésta debería
ser inventada. Estableciendo por tanto en el centro de la agitación política,
el mito del enemigo común que debe ser utilizado por “los filósofos” para
cohesionar a la sociedad.
La justificación práctica de la necesidad de una guerra
permanente, la encontraba Strauss en la situación de decadencia social de los
EEUU Estaba convencido de que en la sociedad moderna, las masas han tenido todo
aquello a lo que aspiraron históricamente durante siglos, sin que les haya
servido para alzarse sobre su situación original; de hecho y por el contrario todo lo contrario, han degradado todo cuanto
han alcanzado, continuando reducidas a su papel de estúpidos destinados a
obedecer. Esta actitud plebeya y de las masas, es lo que le hacía estar
convencido de que el proceso degenerativo de las sociedades actuales, estaba
más avanzado en EEUU que en cualquier otro lugar y que la vida del hombre
moderno se había tornado algo frívolo, trivial y carente de sentido derivaba
asimismo en un nihilismo que se manifestaba en un igualitarismo permisivo y
hedonista presidido por las propias voluntades egoístas de cada individuo, lo
que supondría la destrucción de toda cohesión social. Strauss estaba convencido de que estas eran las causas de la
decadencia de la sociedad norteamericana y debían ser erradicadas si se quería
dotar de sentido a la vida, lo que sólo se podría lograr a través de la lucha
por la supervivencia.
Esta concepción polemológica del devenir humano que situaba
la esencia de lo político en el conflicto, en la distinción entre amigo y
enemigo, nos conduce en Strauss a la noción de guerra, a su necesidad, su
ineluctabilidad y su función regeneradora, al sustraer al hombre inferior de
las comodidades de la modernidad y devolverle la tensión revitalizadora de su
condición humana. Para Strauss es la guerra el factor que hace que el ser
humano se sacrifique por los designios de “los
filósofos”, manteniendo la sociedad
alerta. La paz es negativa porque deriva en la debilidad de la sociedad
haciendo que las sociedades se atrofien, impidiéndoles someterse al poder de las élites que dominan
a la masa inculta, “por su propio bien”… Los “filósofos” de la República ideal de Platón, decidían qué pueblo era
explotado por el bien de la “verdad”
y la “civilización”, y el pueblo,
como también pensaban los ilustrados del
siglo XVIII, era un niño y debía de serlo por su bien, ya que sus vidas eran
insignificantes, prescindibles.
Strauss considera que en Estados Unidos se da la mayor
acumulación de élites que puede entender sus valores, pero una victoria de este
país en la lucha por la hegemonía mundial, sería más un fracaso que un
progreso, porque tendería a relajar a la opinión pública norteamericana y, por
tanto, a aumentar el hedonismo y cualquier otro rasgo distintivo del “vulgo”. La extensión del mercado y de la
democracia a todo el planeta., supondría una ausencia de conflicto que privaría
de su fortaleza de carácter a la sociedad norteamericana. El “último hombre” nietzscheano terminaría por extinguirse y la trivialización
de la vida que auguraba Schmitt llegaría al fin. Por eso es necesario mantener
en “los gentiles” la creencia en el patriotismo y la religión propios de
los norteamericanos desde sus orígenes. Así pues, es mejor que los EEUU no
construyan un imperio basado en la “pax
americana”, que impediría el desarrollo y fortalecimiento de la sociedad.
Se necesita de una guerra perpetua de destrucción limitada que mantenga en
tensión su energía. Como podemos ver, la teoría de la guerra permanente surgió
con Leo Strauss y se incorporó al acervo de la doctrina política de los Estados
Unidos durante la guerra fría, permaneciendo vigente hasta la actualidad.
En síntesis, Strauss estaba convencido de que las
democracias occidentales erigidas sobre los valores del individualismo, que
habían alcanzado su máximo desarrollo en los EEUU, escondían un lado siniestro:
la banalización de la vida, la pérdida de la excelencia y del sentido de la existencia, la vulgaridad y la corrupción de las instituciones. Todo ello provocaba
la ruptura de la cohesión social y el embrutecimiento de las masas. La sociedad
de consumo y el “Estado del Bienestar” se presentaban como sinónimos de
prosperidad, pero en realidad eran signos de decadencia y de corrupción moral,
social y política internas. La sociedad liberal contenía en su seno las
semillas de su propia destrucción. Leo Strauss, al igual que Ayn Rand, estaba
persuadido de la idea de que había llegado el momento de que una élite tomara
el poder, pero a diferencia de Rand, Strauss pretendía superar la crisis moral
y la falta de cohesión social causadas por el relativismo y el individualismo
en los EEUU Esta élite debía utilizar una mitología construida alrededor de la
noción de que Estados Unidos goza de un destino único, afirmando
incondicionalmente un orden social unitario dividido en castas, dirigido por un
grupo de iniciados en una verdad hermética, quienes ocultan la verdad a las “masas ordinarias” movilizadas por una guerra permanente de alcance
limitado. Aspecto éste de su doctrina que pertenece a lo “esotérico” de la misma, lo que dificulta un análisis claro
obligándonos a utilizar para su explicación, no sólo la obra de Strauss, sino
también la actuación posterior de sus discípulos en el terreno de la aplicación
práctica de sus doctrinas en la política.
Todo esto compone la “verdad”
filosófica, política y económica que viene impregnando las prácticas políticas
de los EEUU desde hace más cuarenta años.
_____________________________________________________
[1] Strauss, Leo, 1983, Studies in Platonic Political Philosophy, Chicago,
University of Chicago Press, pág. 167.
[2] Filósofo judío natural de Prostějov (Prossnitz) en Moravia,
antes Alemania y actualmente en la República Checa, el 8 de abril de 1859.
[3] Zeev (Vladímir) Jabotinsky (Odesa, Rusia Imperial, 18 de octubre de 1880
– Nueva York, Estados Unidos, 4 de agosto de 1940). Líder sionista,
escritor, traductor, orador, periodista, militar y fundador de la Legión Judía
durante la Primera Guerra Mundial. Fue el principal ideólogo de la corriente
sionista revisionista.
[4] “1. Te doy gracias, Señor, de todo corazón;/ delante de los ángeles
tañeré para ti,/ 2. me postraré hacia tu santuario,/ daré gracias a tu
nombre:/por tu misericordia y tu lealtad,/ porque tu promesa supera a tu fama;/
3. cuando te invoqué, me escuchaste,/ acreciste el valor en mi alma.// 4. Que
te den gracias, Señor, los reyes de la tierra,/ al escuchar el oráculo de tu boca;/
5. canten los caminos del Señor,/ porque la gloria del Señor es grande.// 6. El
Señor es sublime, se fija en el humilde,/ y de lejos conoce al soberbio.// 7.
Cuando camino entre peligros,/ me conservas la vida;/ extiendes tu brazo contra
la ira de mi enemigo,/ y tu derecha me salva.// 8. El Señor completará sus
favores conmigo:/ Señor, tu misericordia es eterna,/ no abandones la obra de
tus manos.”
[5] Mes del calendario judío
coincidente con los de Julio y Agosto del calendario gregoriano.
[6] Theodor Herzl (Budapest, 2
de mayo de 1860 - Edlach, 3 de julio de 1904) fue un periodista y escritor
austrohúngaro de origen judío, fundador del sionismo político moderno.
[7] Leo Pinsker (1821- 1891)
Médico, pionero y activista del sionismo, fundador y líder del movimiento
Amantes de Sion (movimiento ruso que emigró a Palestina en la década de 1880).
Pinsker creía que el problema de los judíos podía ser resuelto con igualdad de
derechos. Su visita a Europa occidental lo llevó a crear su famoso panfleto
Autoemancipación que publicó anónimamente en alemán el 1 de enero de 1882; en
el que se alentaba a los judíos a luchar por la independencia y conciencia
nacional para recuperar su patria en Eretz Israel. El libro generó mucha
polémica y sirvió de inspiración a Theodor Herzl para escribir su libro Der
Judenstaat (El Estado Judío) que conformaría la base ideológica del movimiento
sionista. su libro titulado Der Judenstaat: Versuch einer modernen Lösung der
Judenfrage («El Estado judío: ensayo de
una solución moderna de la cuestión judía»), que se publicó en febrero de 1896, donde propuso que la solución
al «problema judío» es la creación de un Estado judío independiente y soberano
para todos los judíos del mundo, que esto sea un asunto de política
internacional y que debía ser asumido como tal. El texto, más un manifiesto que
una obra doctrinal, propuso un plan político y práctico que ofreciera una
visión moderna e ilusionante para el naciente nacionalismo judío cuyo fin
principal era la creación de un país moderno para el pueblo judío.
En el comienzo de su actividad, cuando comprendió la
necesidad de un estado judío, fracasó en su intento de captar la atención de
los judíos más acaudalados e influyentes como el Barón Hirsch y el Barón
Rothschild. Al principio, el texto no fue muy bien recibido: en los ambientes
judíos liberales y asimilacionistas de Europa Central y occidental, se
consideraba una quimera más. Tampoco fue de agrado en las sinagogas, donde se
percibió como contrario a las enseñanzas religiosas. Por otro lado, sus ideas
fueron recibidas con entusiasmo por las masas judías, que lo consideró como un
moderno Moisés.
[8] Hillel o Hilel, llamado el
Viejo (ha-zaqen) o el Sabio (c. 70 a. C.-10 d. C.) fue un rabino y maestro
judío, el primer erudito que sistematizó la interpretación de la ley escrita.
Durante muchas generaciones, los líderes religiosos de la comunidad judía de
Israel fueron descendientes suyos.
[9] Carl Schmitt nació en
Plettenberg, Prusia el 11 de julio de 1888, falleciendo en el mismo lugar el 7
de abril de 1985. Fue un iuspublicista y filósofo jurídico alemán
nacionalsocialista, adscrito a la
escuela del llamado realismo político, lo mismo que a la teoría del orden
jurídico. Su trabajo se centró en la idea de conflicto social como objeto de
estudio de la ciencia política, y en la expresión de máxima intensidad del
conflicto: la guerra. Militó en el Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán
(NSDAP) y ejerció diversos cargos públicos entre 1933 y 1936, pero su previa
adhesión a la llamada Konservative Revolution, hizo que se le considerase un
advenedizo entre los más antiguos miembros del Partido Nacionalsocialista, lo
que hizo que se le apartara del primer plano de la vida pública. No obstante lo
anterior, su fuerte compromiso con el régimen de Hitler condujo a que se lo
llamara el "Kronjurist" (Jurista) del Tercer Reich.
[10] Doctrina filosófica que
niega de forma radical la posibilidad del conocimiento y se basa en la negación
de la existencia de algo permanente. Negación de cualquier creencia o de
cualquier valor moral, político, religioso o social.
[11] Strauss, Leo, “¿Qué es filosofía política?”, Madrid,
Ed. Guadarrama, 1970, p. 16.
[12] Idea ésta de la utilidad de
la ficción para no perder la esperanza presentada también por Unamuno en su
“San Manuel Bueno mártir”, publicada inicialmente por entregas en “La Novela de Hoy” en 1931. Madrid.
[13] Drury Shadia B. “The Political Ideas of Leo Strauss”. New York, Ed. St. Martin's Press, 1988.
[14] Drury, Shadia B. “Leo
Strauss and the American Right”, New York, Ed. Palgrave Macmillan,
1999.
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