“El 16 de
Septiembre de 1985, cuando el Departamento de Comercio anunció que los Estados
Unidos se habían convertido en una nación deudora, el Imperio Americano
feneció. El Imperio tenía setenta y dos años de edad y había estado con mala
salud desde 1968. Como la mayoría de los imperios modernos el nuestro
descansaba no tanto en la fuerza militar como sobre la superioridad económica”.
Gore
Vidal.
“The Day of American
Empire run out of gas”. United States.
Essays 1952-1992, Abacus,
New York, p. 1005.
El cambio de
año ha estado presidido por las tensiones generadas por las negociaciones entre
republicanos y demócratas en Washington, a fin de evitar el conocido como “Cliff Fiscal”. Podría parecer atrevido
hablar de este acontecimiento como otro
capítulo de la decadencia de la que, por el momento, es la mayor potencia
económica del mundo, sino fuera porque es una evidencia que se desprende de
todos los índices económicos.
Si explicamos
brevemente esta decadencia económica de los Estados Unidos, podemos decir que
tiene una doble vertiente interna y externa.
La decadencia interna.
Se traduce
en un notable descenso del nivel de vida de la inmensa mayoría de los
ciudadanos, compatible con el aumento del producto Nacional Bruto, , el aumento
del ingreso por habitante y con un aumento de los niveles de vida del 10% de
los ciudadanos con mayores ingresos. Este fenómeno se refleja en un aumento del
número absoluto de pobres y en el estancamiento en las expectativas de
prosperidad de la mayor parte de la población, con la pérdida de cientos de
miles de puestos de trabajo en la industria, y junto con el empleo, la pérdida
de su seguridad social, siendo sustituidos estos puestos de trabajo con nuevos
empleos peor remunerados y con inferior cobertura social. Prueba de ello es que
en 1970 lo sueldos y salarios percibidos por los trabajadores de industrias
productivas suponían el 37% del total de los ingresos del trabajo, mientras que
en 1990 esa proporción se había reducido al 27%; era del 24% en 1997 y del 23%
en 2001. Y no sólo la calidad, sino también la cantidad, la tasa de desempleo
era del 4,51% en 1950, 4,78% en 1960, del 6,21% en 1970 y del 7,27% en 1980. Y
en la actualidad, si se suma la población de los “sin techo” , los más de tres millones de reclusos y los más de
cinco millones de desempleados, el desempleo alcanza el 11% de la población
activa.
En los
últimos años, apenas ha cambiado el nivel de ingresos de la inmensa mayoría de
las familias. EL ligero aumento del 12% en 22 años se debe a que ha aumentado
mucho la remuneración de las mujeres de manera que compensa la reducción de los
ingresos de los varones.
Sobre la
base de estos datos podemos hablar con todo rigor de un estancamiento del progreso
económico y de la movilidad social de las familias norteamericanas a partir de
la década de los setenta. Este deterioro de los ingresos es el resultado final
de varios procesos: desempleo, pérdida de calidad del empleo, competencia de
las importaciones de países en vías de desarrollo, estancamiento de la
productividad del trabajo, la destrucción de empleo público, y más que todo, la
limitación y reducción de las medidas redistributivas.
La
precariedad laboral de la mayoría de los ciudadanos norteamericanos aumenta la
hostilidad hacia los competidores y extranjeros, su agresividad, su aislamiento
en una vida estrictamente familiar, lo que lleva a su cerrazón y a la pérdida
de interés en cosas que no se relacionen con su trabajo, sus ingresos o su casa.
Todo esto al tiempo que los salarios y bonificaciones de los ejecutivos mejor
pagados aumentaron en un 951% entre 1975 y 1995, cinco veces más que la tasa de
inflación. En ese mismo período, los ingresos de las dos terceras partes de la
población apenas crecieron un 12%.
Sin embargo,
paradójicamente, la renta per capita ha aumentado porque ha habido una
parte de la población que ha mejorado extraordinariamente. Hay más ricos y
éstos lo son más que antes. Se constata así una tendencia hacia una sociedad,
en la que la riqueza se va concentrando cada vez más, en un menor número de
personas. La desigualdad en el reparto de la renta va aumentando a través de
los años, y las élites económicas marcan las pautas de comportamiento político
y económico de la sociedad, tienen todo el poder, frente a una menguante clase
media que con mucho esfuerzo trata de mantener su nivel de vida, y un número
creciente de pobres, que aumenta con cada nueva crisis, que se mantiene bajo el
nivel de la pobreza. Esta situación hizo exclamar al ministro de trabajo con
Clinton, Robert Rich: “¡Tenemos una de
las distribuciones de renta más injustas del mundo!. El economista judío y
comentarista del New York Times Paul Krugman, ha ido más allá y ha calificado
al sistema americano de “plutocracia”
o gobierno de los ricos, que se opone a la “democracia”
o gobierno del pueblo. La desigualdad de la riqueza y la desproporción del
poder se deriva directamente del sistema político, en el que la influencia de
los ricos en el proceso electoral es decisiva y evidente, porque está permitido
a los grandes intereses económicos defenderlos a través de los “lobbys” o grupos de presión, tratando de
influir en la promulgación de leyes y normas que puedan afectarles; y porque
que a través del sistema de financiación de las candidaturas, hace que siempre
coincida la victoria electoral con la candidatura que más apoyo económico ha
recibido a su campaña electoral. Hecho este último que se ha visto aún más
favorecido desde el año 2002 con la promulgación de la ley McCain-Feingold que
ha elevado la cantidad máxima de las aportaciones, y ha relajado la legislación
sobre la financiación de las campañas electorales.
La decadencia exterior.
En términos
relativos, la economía de los Estados Unidos ha perdido importancia en el
mundo. En 1950, los EE.UU. suponían el 40% de la economía mundial y era el
único mercado lo suficientemente grande y con el suficiente poder de compra,
para convertirlo en el más atractivo del mundo. El dólar era la moneda más
buscada y al menos nominalmente, las reservas de oro del Sistema Federal de Reserva representaban el 75% de las
tenencias mundiales de oro monetario, y eran el principal prestamista a nivel
mundial.
En la
actualidad, nada es igual. La Unión Europea y Japón juntos son más grandes, las
economías emergentes de China, Brasil e India han desplazado el atractivo para
invertir del mercado norteamericano, y el dólar se ve debilitado de forma
imparable. Con el paso del tiempo la posición internacional de EE.UU. se ha
debilitado continuamente; de ser un país que a mediados del S.XX prestaba
dinero a todos los países ha pasado a ser deudor neto de medio mundo. Una deuda
que no va dirigida a expandir la capacidad productiva del país, sino a
financiar el enorme déficit fiscal originado por las reducciones de impuestos y
el aumento del gasto militar. Ahora la deuda externa de los EE.UU. es la mayor
del mundo; pero que tiene una gran ventaja: que se contrae y se paga en la
moneda propia a diferencia de la inmensa mayoría de los países, que tienen que
pagar en moneda extranjera.
El déficit
en cuenta corriente de la balanza de pagos de EE.UU. es bueno para los países
que exportan a los EE.UU. , China, Japón, Corea, Alemania, etc., pero no deja
de representar una desventaja y una debilidad para el país. Es una consecuencia
de la desindustrialización de América y de la internacionalización de la
producción propia y de la expatriación de muchas empresas manufactureras a
países con trabajo más barato, con la consiguiente pérdida de puestos de
trabajo bien pagados que ya hemos mencionado. De esta manera las empresas
norteamericanas son más eficientes y ganan más dinero, pero los trabajadores
norteamericanos no reciben los frutos de esa inversión en el extranjero. La apertura
del mercado norteamericano ha perjudicado los niveles de vida de muchos
ciudadanos norteamericanos, sobre todo a los que trabajan en la producción de
bienes que compiten con los importados. El ajuste de su moneda que sería
necesario para equilibrar estos enormes déficits externos, llevarían al dólar a
un escenario imprevisible.
El déficit
fiscal es otra debilidad, de 1939 a 2004 sólo se ha equilibrado el presupuesto
federal total durante la presidencia de Truman de 1947 a 1949, de forma puntual
en la década siguiente, y en 1960 con Eisenhower, Nixon obtuvo también un superávit
en 1969. Desde ese año, y sin duda a causa de la guerra de Vietnam, el déficit
fiscal crece exponencialmente y se dispara extraordinariamente con Reagan
volviendo a equilibrarse con Clinton que vuelve a obtener superávit en 2000.
El gasto militar.
Un problema
fundamental del déficit fiscal es que está producido en su mayor parte por el
gasto militar que supone la financiación de dos guerras simultáneas, además de
las operaciones de “restablecimiento de
la democracia” como las de Libia , que desvían recursos de la producción de
bienes y servicios que aumentan la capacidad productiva, los conocimientos, la
salud, el bienestar del país, hacia la producción de “seguridad y defensa” que son conceptos intangibles, condiciones
subjetivas, cuya demanda está determinada por unos pocos profesionales de la
guerra, al margen de los sentimientos y los deseos de los ciudadanos, pero que
resultan imprescindibles para el mantenimiento del proyecto imperial y los
intereses de Israel. Estados Unidos gasta por sí sólo
en su presupuesto militar casi lo mismo que todo el mundo combinado, el
43%, lo que equivale a 1531 mil millones de dólares al año, hasta seis veces
más de lo que gasta China, el segundo país en gasto militar. Mantener una
estructura de más de 1000 bases militares repartidas por todo el mundo,
Estamos ante un caso de “imperial outstrecht” descrito por el historiador Paul Kennedy[1]. Suponen los estrategas americanos que el mantenimiento de su imperio se tiene que hacer apoyado en una fuerza militar de alcance planetario que, incluso contando con el apoyo militar de sus aliados, excede la capacidad económica del Imperio. Los Estados Unidos se están endeudando para mantener su hegemonía imperial, dado que los recursos propios no son suficientes. <ya resultas de ello, su economía empieza a perder la confianza de los inversores asiáticos, europeos e hispanoamericanos. Cuando esta confianza en el dólar se haya desplomado completamente, el Imperio comenzará a replegarse. Paul Kennedy ha mostrado que a todos los imperios anteriores les ocurrió así. Todos tuvieron el mismo problema y el mismo fin. Cuando el coste de mantenimiento de su estructura superó los beneficios obtenidos de la misma, comenzaron a perder su hegemonía.
El origen del “precipicio
fiscal”.
Hasta 1917
el Congreso tenía que aprobar todos y cada uno de los créditos, pero la Primera
Guerra Mundial hizo que se aprobara la Ley de Libertad Bond Segundo el “techo de deuda”. Es decir, el
Departamento del tesoro sólo puede pedir prestado hasta un determinado máximo y
ese máximo es aprobado por el Congreso. Una vez alcanzado ese tope máximo, el
gobierno no puede pedir prestado ni un dólar. Desde entonces el límite ha sido
ampliado en más de setenta ocasiones, y en Diciembre de 2012, el límite de la
deuda es de 1.639.000.000.000 $.
A principios
de la primera década de este siglo, dos elementos se combinaron para enfrentar
una reforma fiscal: por un lado la necesidad de introducir estímulos en la
economía tras la burbuja de las punto com; y por otro, la discusión acerca del
destino de los fondos originados con el superávit alcanzado durante el mandato
de Clinton.
La subida de
los valores de las compañías tecnológicas a finales de los noventa, se basaba
en la falsa expectativa de que obtendrían beneficios, cuando sólo daban
pérdidas. Esta previsión hacía subir constantemente la cotización de los
valores, desplazando el beneficio desde la rentabilidad de las empresas a la
especulación con sus títulos. A mitad de 2000 se advirtió que la demanda decaía
y que las expectativas de crecimiento no se iban a cumplir, por lo que la caída
del precio de las acciones en el 2001 arrastró al Nasdaq seiscientos puntos. La nueva economía había caído y el
producto nacional bruto de Estados Unidos se redujo tres trimestres
consecutivos, lo que técnicamente es una recesión.
En el 2001 y
junto con el pinchazo de la burbuja de las compañías tecnológicas, y la
necesidad de estimular la economía, Bush junior hereda un superávit de 127.300
millones de dólares. La reforma fiscal de Bush del
año 2001 era una respuesta a ambas herencias, era una respuesta económica a la
recesión, y una respuesta política a un debate planteado en los noventa: ¿qué
hacer con el superávit fiscal?. A un ritmo de crecimiento económico en torno al
3%, la Casa Blanca estaba convencida de que se podía combinar la reducción de impuestos con
la eliminación total de la deuda nacional, objetivo primordial de los
excedentes fiscales. Eso sí, tanto Bush, como el resto de los políticos ya sean
demócratas o republicanos, prefirieron olvidar la “otra” deuda nacional: los billones de dólares que la Seguridad
Social se había comprometido a pagar en las décadas siguientes como resultado
del envejecimiento de la población.
Las enormes
ganancias de capital de los más ricos de finales de los años noventa en Wall
Street, se veían gravadas por el temido
IRS (la Hacienda federal), de ahí que una de las principales medidas de la
reforma fiscal, fuera la exención de tributar por los beneficios obtenidos por
los dividendos de las acciones, que beneficiaba al 20% más rico de la sociedad;
y la abolición del impuesto de sucesiones, que sólo afectaba al 2% de la
población más adinerado.
Para la
clase media, el principal beneficio era la eliminación del marriage penalty, un sistema
que penalizaba a familias donde ambos cónyuges tenían ingresos similares que
pasó de pagar un 28% a un 25%. A cambio, Bush no eliminó el “Impuesto Mínimo Alternativo”, pensado
hace años para familias de altos ingresos, pero que como no había sido ajustado
a la evolución de la inflación, afectaba de lleno a la clase media.
El presidente Bush firmó la primera ola de
rebajas fiscales en 2001, recortando los tipos fiscales, para reducir los
impuestos en 1,6 billones de dólares en 10 años. Y como resultado de los recortes, empeoró la situación de la red
hospitalaria pública y el resto de las infraestructuras públicas. En Defensa,
el presupuesto global subió más de un 14%. Los recortes afectaron de lleno a
departamentos como Medio Ambiente, Educación, Transportes y Agricultura, que
eran las cenicientas del paquete
presupuestario. Estos recortes dejarían de tener efecto a finales de 2010.
Tras los hechos del 11-S y as Torres Gemelas
de Nueva York, se produce en 2002 la
quiebra de Worldcom, la quiebra más
grande de la historia en ese momento como consecuencia de un fraude de sus
directivos. Este acontecimiento engendró un mayor pesimismo acerca del
capitalismo popular norteamericano. Casi la mitad de la población había
invertido en Bolsa a través de fondos de inversión, fondos de pensiones y
seguros de vida. Los ahorradores se alejaron del riesgo “sistémico” de los mercados financieros.
La
inestabilidad del mercado financiero, llevó a una segunda oleada de recortes de
impuestos, que se aprobó el 15 de Mayo
de 2003. El Senado aprobó una reducción
de impuestos que suspendía hasta 2007 el cobro de los impuestos sobre
dividendos de las acciones de las empresas. Después de esa fecha las
excepciones se anularían (cosa que nadie se creía que iba a ocurrir). En los
próximos diez años esta reducción le supuso al gobierno federal una pérdida de
ingresos que puede estar entre los 350.000 millones de dólares, que prevé el
Senado, y los 660.000 millones que estima el Center on Budget and Policy Priorities. En cualquiera de los dos
extremos la reducción de impuestos agrandaría el déficit fiscal previsto. La
medida era una manera de dar un empujón al negocio de la Bolsa que no parecía
querer recuperarse. La lógica económica de la medida, que se trata de
justificar con el argumento de evitar la doble imposición, es la de dar más
dinero a los ricos, porque son ellos quienes saben invertir el dinero y crear
empleo, una vieja falacia de la derecha norteamericana. La anterior reforma de
2001 también beneficiaba de una manera desproporcionada a los ciudadanos de
mayores ingresos. Hay que ver estas reducciones de impuestos como una
redistribución de ingresos de la clase media hacia reducciones de impuestos
como una redistribución de ingresos de la clase media hacia los ricos, un proceso
que se viene haciendo, con algunas interrupciones, desde los tiempos del
Presidente Reagan en 1981. Este es uno de los elementos que causa la creciente
concentración de la riqueza y el ingreso en pocas manos.
El efecto
nocivo de los déficits fiscales está en que refleja un desequilibrio entre el
ahorro nacional y la absorción (consumo más inversión9, que tiene que ser
financiada en parte por ahorro extranjero. Por medio de los déficits fiscales y
la deuda que generan se hace a la economía dependiente de los flujos de capital
provenientes del exterior, en definitiva de la voluntad de los extranjeros de
financiar los déficits americanos. Es una manera de hipotecar la economía
nacional. Téngase en cuenta que el gobierno federal tiene que financiar con
capital extranjero dos déficits: el fiscal de que tratamos aquí y el de cuenta
corriente ya mencionado. Este déficit fiscal presiona al gobierno federal a
reducir gastos innecesarios. Pero ¿cuáles son los gastos innecesarios para el
gobierno federal?. Por regla general lo son los servicios cuyos beneficiarios
tienen menos garra política, es decir, que mantenerlos descontentos no le causa
de inmediato problemas políticos al gobierno federal. Fácil es de ver dada la
estructura social y de poder en los Estados Unidos, quienes pagan en la
práctica las medidas de austeridad fiscal: los más pobres.
Algunos de
estos “gastos innecesarios”, como es
el programa Medicaid, que atiende a
la salud de las personas con menores ingresos, la educación preescolar o la
seguridad ciudadana, incluyendo las prisiones, el gobierno federal los ha
transferido al gobierno de los estados y a los municipales. Pero a la vez que
les transfiere competencias –muchas veces no deseadas- no les está
transfiriendo los fondos necesarios para financiarlas. Más aún, se les exige
que equilibren el presupuesto. El resultado es que o bien los estados reducen
los niveles de protección social que pueden dar o tienen que buscar recursos en
otra parte. Pero ahora obligados a financiar competencias nuevas, los estados
tienen que recurrir a nuevas fuentes de ingresos, difíciles de obtener, o
reducir las prestaciones a los ciudadanos, sobre todo en los sectores más
costosos, como es la salud y la educación, que no han alejado a los
presupuestos estatales de la ruina incluso en los estados ricos.
Llegado el
año 2010 el Reloj nacional de la Deuda (RND) que aparece en una pantalla cerca
de Times Square, en Nueva york, ya no contaba con los dígitos suficientes para
contabilizar la deuda del gobierno de los EE.UU. Las circunstancias eran aún
peores a las de 2001. La “Gran Crisis” campaba a sus anchas, con quince
millones de parados y una recesión del 5,1% del PIB, dejar sin efecto la
reforma fiscal de 2001 a 2003 hubiera supuesto una profundización de la recesión.
Además, a los gastos de las dos guerras en marcha, había que añadir el
descomunal importe del “rescate bancario”. Por estas razones, el 12 de
Febrero de 2010 se volvió a elevar el “techo”
de la deuda, elevándolo a la cantidad de 14,29 billones de dólares, que se
alcanzó en Abril de 2011, y el 31 de Julio de 2011 se volvía a elevar por medio
de la Budget Control Act. A cambio de
este aumento del límite de la deuda, se asumía que el 31 de Diciembre de 2012
se eliminarían los recortes y exenciones fiscales del período 2001-3, y entrarían
en vigor recortes de gasto equivalentes al 5% del PIB aproximadamente, en los
gastos de Defensa, Seguridad Social, beneficios federales por desempleo y
Medicare (sanidad pública para ancianos). Cabe destacar que la deuda durante el
primer mandato de Obama ha aumentado en un 43%, y en estos momentos ronda los
19 billones de dólares, esperando que supere en 2017 el 170% del PIB.
Estas
medidas de recorte del gasto público y eliminación de exenciones fiscales a los
más ricos que por ley debían entrar en vigor el 31 de Diciembre de 2012, son lo
que se ha dado en llamar el “Cliff Fiscal”
o “precipicio fiscal”, y su puesta en
marcha supondría un recorte del déficit equivalente al 4% del PIB norteamericano,
unos 600.000 millones de dólares. Se produciría así un aumento del impuesto
sobre la renta, sobre el patrimonio, y de sociedades el 1 de enero de 2013. La única
manera de evitar ese “precipicio fiscal” era la aprobación por el
Congreso de un plan alternativo de reducción del déficit en 1,2 billones en los
próximos años. Según la Asociación Nacional de
Industriales, la entrada en vigor de estas medidas supondría una tasa de
desempleo del 11% y una caída del PIB del 1,3%. Y desde el Pentágono y los
contratistas de Defensa han descrito los recortes en Defensa como un “riesgo inaceptable”
El acuerdo provisional.
A última
hora de este 1 de Enero de 2013, se ha ratificado in extremis el acuerdo alcanzado entre republicanos y demócratas en
la Cámara de Representantes, para que las medidas adoptadas por el Congreso con el apoyo de ambos
partidos se aprobara, aplazando dos meses el problema. El Legislativo ha convertido así en permanentes, para la inmensa mayoría de los estadounidenses, las rebajas fiscales introducidas hace una década por
el presidente republicano George W. Bush. El resultado supone una victoria
política indiscutible para el presidente Barack Obama, quien hizo de la
protección de la clase media su banderín de enganche durante la pasada campaña
electoral. La Cámara de Representantes, dominada
por los republicanos, ha aprobado el proyecto legislativo destinado a cancelar
los efectos del llamado "abismo fiscal" en el que ha permanecido el
país, al menos técnicamente, durante un día.
La legislación aprobada hoy, que entrará en vigor en cuanto la firme Obama,
convierte en permanente el nivel actual de los tipos impositivos sobre la
renta, haciendo permanente así la progresiva brecha abierta entre ricos y
pobres, aunque eleva el impuesto para
las familias con rentas anuales superiores a los 450.000 dólares, que volverán
a contribuir con un tipo del 39,6 %, como hace dos décadas, en lugar del 35 %
actual.
El
acuerdo no prorroga, sin embargo, la rebaja temporal de las retenciones sobre los
salarios que aprobó el gobierno de Obama dentro de las medidas de estímulo a la
economía, por lo que los estadounidenses sí que notarán a partir de mañana una
reducción de sus salarios netos. La reducción de los salarios, muy
marcada en los periodos republicanos, ha sido muy
acentuada en el periodo 2009-2011, la renta media familiar ha descendido
un 4,1%, pasando de ser 52.195 a 50.054 dólares, Una bajada de salarios que
contribuye a la reducción de la demanda doméstica y a la ralentización económica.
A
través de esa combinación de subidas de los tipos y reducción de ciertas
deducciones para los más adinerados, el Gobierno espera recaudar 620.000
millones de dólares en nuevos ingresos en los próximos diez años. La ley
prorroga, además, por un año el subsidio de emergencia por desempleo que
beneficia a dos millones de estadounidenses, y retrasa la aplicación de otros 110.000
millones de dólares de recortes de gastos.
Aplaza,
sin embargo, por dos meses, los recortes automáticos previstos en el gasto del Gobierno
federal, el Cliff fiscal”, lo que presagia nuevos enfrentamientos
en poco tiempo entre republicanos y demócratas. El próximo reto será, sin duda,
la búsqueda de un acuerdo sobre la reducción del gasto, especialmente del
destinado a algunos programas sociales muy populares, como Medicare para los
jubilados y Medicaid para los pobres, cuyos costes se van a disparar por el envejecimiento
de la población. Con lo que aumentará la progresiva pérdida de calidad de vida,
e irá decayendo al demanda interna de forma progresiva, lo que afectará a los
países exportadores a EE.UU. de sus productos, como China, Brasil y Alemania. Para
Europa, una caída de las exportaciones de Alemania, provocará una caída de la
demanda interna y de las importaciones de productos españoles entre otros. Lo último
que le queda a España antes del abismo.
Obama
dijo que el Congreso tiene que proporcionar al Gobierno los medios requeridos
por las leyes que los mismos congresistas aprueban. Y ha avisado de que no está
dispuesto a entrar de nuevo en largas negociaciones con el Congreso sobre el
aumento del techo de endeudamiento nacional dentro de dos meses; pero, ¿le
queda otra solución?.
Lo único
cierto es que la deuda seguirá creciendo a razón de 800.000 millones de dólares
cada año, y el tic-tac del reloj sigue sonando, mientras marca el ritmo de la
ruina del Imperio
[1] Kennedy, Paul. “Auge
y caída de las grandes potencias”. Ed. Random House Mondadori, 1994.
Barcelona (España).
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