La pandemia de coronavirus ha detenido mucha de la actividad económica en todo el mundo, haciendo inevitable una recesión global. El brote está presente en al más de 120 países, ha contagiado a cerca de 120.000 personas y ha dejado más de 4.200 víctimas fatales. La rápida propagación del coronavirus, ahora convertido en pandemia, está provocando:
- Una permanente montaña rusa en los principales mercados de valores y una fuga de capitales producto del pánico en los mercados financieros. Las bolsas mundiales se están hundiendo y las viejas herramientas no están sirviendo para cortar la sangría; es más, a primera vista parece que están generando más pánico en un momento de gran incertidumbre;
- Devaluación de las monedas frente al dólar y el correlativo fortalecimiento de la moneda de EE.UU. que facilita sus importaciones;
- Desplome de los precios del petróleo, que está en su precio más bajo desde 1991;
- Caída de la demanda y del consumo, resultado del aislamiento social y del temor al contagio por el virus. La caída del consumo y la inversión se produce por el miedo a una enfermedad contagiosa, por lo que las habituales bajadas de tipos e inyecciones de liquidez son insuficientes para que la gente vuelva a poner a las cadenas globales de producción a funcionar a pleno rendimiento. Por el lado de la demanda, el problema es un miedo que no tiene que ver con la economía, mientras que, por el lado de la oferta, las disrupciones presentan el mismo síntoma. La actividad se ha parado de golpe, un parón que se prevé en principio de corta duración y por causas prácticamente inevitables;
- Cierres de fábricas en China y en otros lugares, dificultando cada vez más el funcionamiento del aparato logístico y las cadenas de suministro. En China la actividad se desplomó en febrero, preparando al país para su primera contracción económica desde la década de 1970. Se estima que la actividad económica pudo contraerse entre un 10 y un 25% en los dos primeros meses del año;
Ante la situación creada, los bancos centrales tienen mucho menos margen de actuación tras una década de políticas expansivas de la deuda, que han disparado la deuda pública de los Estados, lo que podría afectar el ritmo de reactivación de la economía. Las tasas de interés en Europa y Japón ya estaban en territorio negativo antes de la pandemia. Tras reducir las tasas de interés en medio punto porcentual en una medida de emergencia la semana pasada, la Reserva Federal de EE.UU. también queda con un espacio limitado para funcionar. Los bancos centrales pueden bajar el precio del crédito y garantizar una liquidez abundante, pero eso no ayudará a un hogar o empresa que enfrenta un problema de flujo de efectivo en su economía. La salud está por encima del dinero, y por eso las inyecciones, los programas de estímulos a gran escala y el crédito gratis podrán calmar el dolor, pero no curar la crisis de confianza del coronavirus. Cuando el problema era de oferta, los bancos centrales no podían mitigarlo, ellos alteran el lado de la demanda a través de sus políticas, y ahora que también es de demanda, tampoco pueden devolver la confianza mientras el coronavirus siga expandiéndose.
Los gobiernos y bancos centrales, van a necesitar tomar medidas mucho más extremas para salvar a la economía global del colapso. Los formuladores de políticas no pueden detener la paralización de la economía resultado de la pandemia con herramientas monetarias, fiscales o regulatorias. a rápida propagación de la enfermedad en Europa y Estados Unidos, hace que una recesión económica global durante el primer semestre de este año sea casi inminente que, según los expertos del sistema financiero, estará seguida de una recuperación en la segunda mitad. Pronostican una recesión aguda, pero probablemente corta. Morgan Stanley pronostica que el crecimiento del PIB caerá a una tasa anual equivalente de 2,3% antes de recuperarse a 3,1% en los siguientes seis meses, impulsado por el estímulo de los gobiernos y los bancos centrales. Pero es mucho más probable que estemos muy cerca de una recesión global. Si el brote sigue propagándose, extendiéndose más allá de abril, lo que parece más que probable, y perjudicando a las empresas más de lo esperado. La prolongación de esta pandemia amenaza con destruir tanto a empresas solventes como a las que ya estaban en peor situación.
Inevitablemente, la economía mundial entrará en recesión. Estados Unidos, Europa y Japón experimentarán profundas recesiones, si no están ya en ellas. Por lo que lo peor para la economía aún está por venir en los próximos meses. La duración y la profundidad de la contracción económica global dependerá de si las autoridades de salud pueden retrasar materialmente la propagación del virus a través de un aumento en las pruebas, restricciones en las reuniones masivas y cuarentenas de personas infectadas o no. Y nada va a poder evitarlo. Los gobiernos están lanzando planes fiscales que buscan aliviar la situación, pero que están lejos de ser suficientes para que las empresas que han tenido que detener su actividad puedan sobrevivir, y mucho menos mantener los puestos de trabajo. Crédito barato, flexibilización cuantitativa, inyecciones de liquidez, garantías de préstamos, exenciones fiscales, pagos en efectivo, moratorias fiscales, exenciones del pago de las cotizaciones sociales, ayudas directas para alquileres de locales y edificios... todas estas medidas dirigidas a proteger a las empresas y los puestos de trabajo serán inútiles.
Las políticas expansivas de los bancos centrales de estos últimos diez años, no han conseguido más que prolongar la agonía de la economía real tras la “Gran Recesión” de 2008, los gobiernos han utilizado mal ese crédito, concentrándose no en el mantenimiento y creación de puestos de trabajo y de distribución de la riqueza, sino favoreciendo la desigualdad y la concentración de la misma, y ahora es tarde para salvar empleos y empresas. Todas estas medidas pueden ayudar. Sin embargo, nada se puede evitar ya. A pesar de las políticas que puedan realizarse ahora mismo dirigidas a alentar a las empresas a mantener sus trabajadores, mientras que las autoridades abordan la emergencia médica, no podrán revertir la tendencia ni lograr que las economías puedan superar la recesión.
El coste económico de la pandemia supone unas pérdidas para empresas y familias que nunca podrán recuperar, aunque se les ofrezcan líneas de crédito al 0%, puesto que el principal de este crédito hay que devolverlo pese a que las empresas estén totalmente paralizadas. Al mismo tiempo, el hecho de que los hogares carezcan de ahorros, probablemente amplificará el impacto de las pérdidas salariales en el consumo, incluso cuando se recupere el gasto privado, las pérdidas 'temporales' no serán repuestas. En medio de un entorno de elevado endeudamiento privado, esto también podría desencadenar fácilmente incumplimientos en el pago de la deuda. Y esto tendrá graves consecuencias en el sistema bancario. Además, la destrucción masiva de empleo es inevitable, porque la única solución viable para las empresas está siendo la destrucción de empleo, echar el cierre o resistir con unos niveles de deuda mucho más altos. Sólo se podrá compensar esta tendencia con desgravaciones fiscales, transferencias a particulares y subsidios a las empresas, pero esta política fiscal aumentará significativamente los déficits presupuestarios actuales. Además, las garantías gubernamentales para préstamos bancarios a empresas anunciadas por varios gobiernos europeos en los últimos días aumentarán los pasivos implícitos del gobierno y pueden conducir a mayores déficits futuros en el caso de pérdidas. Por lo tanto, una consecuencia de la crisis será (incluso) niveles más altos de deuda del sector público en el futuro.
La situación económica creada por la pandemia es algo excepcional, y esto requerirá una respuesta fiscal muy grande para apoyar a las personas y empresas que se ven afectadas negativamente por la crisis. Tal respuesta ya está en marcha en muchos países, pero nada podrá detener una recesión superior incluso a la de 2008 en el año en curso.
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