Una
dificultad a la que se ha enfrentado el autor francés, ha sido encontrar una
forma de medir de forma objetiva la productividad de los trabajadores. En su
análisis postula que cuando un trabajo es replicable, por ejemplo el trabajo
realizado por un trabajador en una cadena de montaje, resulta relativamente
sencillo medir el valor aportado por cada trabajador, pero cuando la
posibilidad de replicar el trabajo de un trabajador no existe o no es
fácilmente mensurable, la posibilidad de medir la productividad desaparece. De
ahí que afirme que sólo la productividad de los trabajadores que realizan
trabajos mecánicos o elementales, y por lo tanto los de más bajos ingresos,
puede ser medida de forma objetiva y fiable.
Si partimos de
la validez de la fórmula r > g que relaciona el rendimiento anual del
capital con el crecimiento económico, llegaremos a la conclusión de que los que
controlan el capital tomarán cada vez más de lo que genera la economía y, como
consecuencia, el resto de los partícipes en el proceso productivo,
especialmente los trabajadores, recibirán cada vez menos. Por lo que partiendo
de esta premisa, se puede llegar a la conclusión de la inevitabilidad del
aumento de la desigualdad como resultado del modo de producción capitalista, y de
su organización del trabajo.
Piketty está
convencido de que el capitalismo tiene virtudes innegables como es la óptima
asignación de los recursos existentes, pero es tremendamente ineficiente
distribuyendo la renta. Por ello, las disfunciones del mercado capitalista
deben ser corregidas para evitar la concentración de la riqueza mundial en unas
pocas manos. Si se aplican estas medidas correctoras, se podrá combinar la
eficiencia en la asignación de los recursos y la función en la asignación de
precios que realiza el mercado, con el funcionamiento de la meritocracia y la
movilidad social, al permitir que reciba más quien más lo merece. Todo ello
ordenado de forma tal, que la intervención del Estado no suponga un
desincentivo para el crecimiento económico, clave necesaria del equilibrio
entre el rendimiento anual del capital y el objetivo de acabar con la
desigualdad como un objetivo en sí mismo. En resumen, la conclusión a la que llega el estudio es que la parte que se
llevan los ricos de los ingresos está aumentando en todos los países
desarrollados acercándonos paulatinamente a una situación de empobrecimiento
generalizado semejante a la del siglo XIX, y a una acumulación de la riqueza
que se transmitirá por herencia permitiendo a las élites económicas vivir de
las rentas del capital sin trabajar, y que sin una intervención extraordinaria
del Estado esta situación será inevitable.
Las soluciones propuestas por Piketty para reducir
la extrema desigualdad.
¿Cómo puede
corregirse la deriva actual del capitalismo? El profesor ofrece su solución:
"Lo que defiendo es un impuesto progresivo, un impuesto global, basado en
la imposición a la propiedad privada. Es la única solución civilizada. Las
otras son, en mi opinión, mucho más bárbaras; y me refiero al sistema
oligárquico ruso, en el que no creo, y a la inflación, que en realidad sólo es
un impuesto sobre los pobres"[1]. Es
decir, propone un esfuerzo coordinado a nivel mundial para gravar la riqueza a
través de los impuestos.
A) El impuesto global sobre la riqueza.
Tanto Marx
como Piketty han analizado el funcionamiento del capitalismo, pero mientras que
el judío alemán propuso su sustitución violenta por el comunismo, Piketty no
defiende que haya una manera mejor de crear riqueza que el capitalismo, por lo
que cree que habría que corregir las disfunciones del sistema en la
distribución de la riqueza a través de la fiscalidad, que debería ser
especialmente dura con los más ricos. Así, la solución de Piketty para corregir
el proceso de acumulación de la riqueza por los capitalistas aumentando la
presión fiscal a las rentas más altas. Pero que resulta de imposible aplicación
si los capitalistas pueden evitar fácilmente el impacto impositivo cambiando de
residencia y moviendo los capitales por distintos refugios del planeta, por lo
que esta receta socialdemócrata de progresividad fiscal sólo sería eficaz si la
aplicase un gobierno mundial con verdadero poder a nivel global.
Ciertamente,
no es la primera vez que la cuestión de los impuestos se sitúa en el centro del
debate político, según el análisis histórico de Piketty, sobre la cuestión de
los impuestos se han proyectado las ideas políticas a lo largo del S. XX,
experimentado una evolución a lo largo de este paralela a la de la propia
concepción del papel del Estado. Una evolución en la que podemos encontrar tres
distintas etapas:
- La primera abarca el período en el que primó la concepción liberal del papel del Estado desde finales del siglo XIX hasta la Primera Guerra Mundial. A lo largo de estas décadas los impuestos apenas consumían un 10% de la renta nacional. El resultado fue un “Estado mínimo” que se limitaba a las labores básicas de mantenimiento del status quo político interno, gestionando la seguridad pública, la administración de justicia, la organización militar, y no siempre, y por último los asuntos exteriores;
- La segunda se corresponde con un dilatado período de tiempo, que abarca desde el final de la Gran Guerra hasta 1980. Durante estas décadas, el esfuerzo bélico primero y la necesidad de contención política de los procesos revolucionarios después, hizo que los impuestos se multiplicaran hasta alcanzar entre el 35 y el 50 por ciento de la renta nacional según el caso de cada país. Este proceso resultó favorecido por un crecimiento económico sostenido de casi un 5% anual como media. El resultado fue la creación del “welfare state”[2], un “Estado del bienestar o Estado social” en el que se financiaron y garantizaron a las masas de ciudadanos el acceso a la educación, a la sanidad con el correlativo aumento de la esperanza de vida, a un sistema de pensiones que garantizaba una vejez segura y a la protección contra el desempleo. El nuevo estado de cosas supuso una redistribución de la riqueza, que generó la aparición de una clase media que estabilizó el sistema capitalista generando una conciencia de irreversibilidad del sistema, que ahora que apunta su final produce frustración e incredulidad a partes iguales;
- La tercera dio comienzo con la ofensiva neoliberal de la Escuela de Chicago, Reagan y Thatcher a finales de los setenta hasta el comienzo de la Gran Recesión de 2008, en la que comenzó la reducción de impuestos a los ricos pero sin reducir la presión fiscal total, estabilizada para mantener los “gastos sociales”, pero sin que el Estado y el sistema fiscal cumplieran una función de reducción de la desigualdad mediante la redistribución de la riqueza.
Ahora, ante
una desigualdad creciente, Piketty propone llegar a detraer de las rentas más
altas el 80% de sus beneficios de forma directa con un impuesto progresivo
conforme a una tarifa del 0% para las fortunas que no alcancen el millón de
dólares, un 1% para quienes tengan entre 1 y 5 millones de dólares y un 2% para
quienes tengan activos valorados en más de 5 millones, para el resto, el impuesto
se determinaría sobre el valor de mercado de todos los activos no financieros,
especialmente la vivienda, y el valor neto de la deuda.
A este
impuesto sobre la renta, habría que añadir un impuesto “sobre la riqueza”[3] que
llegaría al 10% anual entre las principales fortunas de cada país a nivel
mundial o del 20% una única vez en patrimonios altos, previniendo así la fuga
de capitales y preservando la libertad de circulación de los mismos. Como
resultado encontraríamos que el Estado
administraría hasta el 66% del PIB de cada país afectando en la Unión Europea
al 2,5% de la población aproximadamente y reportaría cada año el equivalente a
2% del PIB europeo. Teniendo en cuenta el elevado volumen que los patrimonios
de los ricos en Europa en lo que llevamos vivido del siglo XXI, un impuesto
progresivo directo anual sobre los patrimonios más importantes, sujeto a
tarifas relativamente moderadas, podría proporcionar unos importantes ingresos.
En este contexto, el riesgo de evasión de capitales es muy importante, de ahí
que los países que aplican un impuesto sobre el patrimonio, en la práctica han
vaciado a estos tributos de buena parte de su contenido, al introducir
numerosas excepciones en su tributación, sobre todo para los activos en grandes
compañías y, en la práctica, para los propietarios de las grandes empresas.
Pero esta es
una solución que parece irrealizable, pues para llevarla a cabo habría que establecer un sistema de valoración de las
fortunas individuales único a nivel
mundial, para poder gravarlas después. En la práctica, el
establecimiento de un sistema tributario como el propuesto por Piketty,
supondría desmontar el sistema bancario tal y como está concebido, al obligar a
los bancos a una transparencia desconocida hasta la fecha, porque resultaría
imprescindible compartir la totalidad de la información bancaria entre todos
los países, para que cada Estado tuviera toda la información sobre el
patrimonio de cada capitalista, con independencia del lugar en que estuvieran
situados los activos de sus residentes. Si pudiera aplicarse este sistema
fiscal con éxito, el resultado sería la reducción de las rentas del capital
hasta que su retorno neto agregado (después de impuestos), se situase por
debajo del crecimiento económico, reduciendo así de forma drástica la
desigualdad. Y aunque el resultado de la solución del profesor Piketty parece
deseable, carece de realismo y tiene defectos, como lo son no indicar el
sistema de valoración de activos no monetarios a efectos de la tributación, o
no indicar cómo se pagarían los impuestos sobre la riqueza existente en activos
no monetarios. En el fondo de la solución que propone Piketty, subyace sin él
saberlo la prueba de la insuficiencia de la socialdemocracia para corregir los
resultados nocivos del capitalismo. La corrección fiscal de la inequidad que
propone es irrealizable, y sin embargo no advierte que la cuestión no es sólo
la extensión mundial de la injusticia o la necesidad del establecimiento de un
sistema fiscal global para corregirla, lo que no significaría sino una mutación
del problema a escala global, sino la subordinación de la política al poder del
dinero, que es una premisa necesaria para establecer un sistema como el
propuesto. ¿O de verdad alguien piensa que los capitalistas, verdaderos detentadores
del poder en nuestras plutocracias[4] lo
permitirían sin resistencia?
B) Las retribuciones de los superdirectivos (CEO’s)[5]
en la sociedad “hipermeritocrática”.
Pero la causa
de la mitad del aumento de la desigualdad en la distribución de la renta desde
finales de los setenta, no son sólo las
dinámicas intrínsecas al capitalismo que describe Piketty en la primera mitad
de su libro, sino al aumento de la desigualdad en las rentas salariales, en lo
que llama sociedad “hipermeritocrática”,
en la que gran parte de la riqueza va a parar a las retribuciones a los
gerentes del capital, sin que el importe que las mismas no guarden ninguna
relación con la productividad de su trabajo, ni con los resultados de la
empresa.
La teoría
dominante entre los economistas es que en todos los casos los salarios dependen
de la productividad marginal del trabajador y que ésta depende exclusivamente,
a su vez, del nivel de formación del trabajador y de la tecnología disponible
en una sociedad: a más educación y mejor tecnología, mayor productividad y
salarios más elevados. Y la explicación que se da usualmente al aumento
salarial de los trabajadores más cualificados, además de las anteriores, es que
también se ha incrementado sustancialmente el número de horas laborales
semanales que trabajan los más cualificados, de ahí que hayan aumentado sus
retribuciones por encima de la media. Piketty no niega la incidencia en los
salarios de la tecnología, de la educación o de las horas trabajadas, pero
considera que hay otros factores especialmente relevantes a la hora de
determinar los salarios, a los que denomina “factores
institucionales”, concepto en el que engloba al conjunto de normativas, hábitos
culturales o estructuras de poder vigentes en una sociedad, y dado que no
siempre es posible determinar la productividad marginal de un trabajador, y
mucho menos el de los CEO’s, los salarios de estos se estarían fijando
fijándose por estos factores institucionales prescindiendo de un dato real: el
valor de su aportación a la producción de bienes y servicios. Un ejemplo de
estos factores institucionales que contribuyen a determinar los salarios, en
este caso de los trabajadores de baja cualificación, son las leyes de salario
mínimo, que Piketty considera que dentro de determinados límites que no
sobrepasen la productividad marginal de los trabajadores, pueden contribuir a
incrementar los sueldos más bajos reduciendo así una desigualdad salarial que
en caso de no existir estas normas se tornaría extrema. Un salario mínimo más
elevado significa mayores salarios para las personas menos cualificadas y de
menor renta del mercado laboral, por lo que dentro de las soluciones para
invertir la tendencia a una mayor desigualdad, se impone, en opinión de
Piketty, elevar el salario mínimo, lo que por otra parte sería escasamente
distorsionador.
Pero la
crítica más dura de Piketty no es contra la determinación de los salarios a
través de la productividad marginal, no se centra en los bajos salarios en los
que acepta parcialmente que el salario mínimo pueda tener el efecto adverso
de generar paro en los tramos de
trabajadores pocos cualificados y de escaso valor añadido, sino sobre todo en
los salarios de lo que él llama superdirectivos., que son los “altos ejecutivos de grandes empresas que
han logrado obtener remuneraciones extraordinariamente elevadas por su trabajo”.
Según Piketty, el surgimiento de esta clase de superdirectivos es uno de los
principales factores que explica el aumento de la desigualdad en las rentas
salariales a partir de la década de los setenta, dos terceras partes del
aumento del peso del 10% de los trabajadores mejor pagados sobre la totalidad
de la masa salarial, se corresponde con el aumento de peso del 1% mejor
retribuido, un pequeño grupo en el que los superdirectivos tienen una notable
presencia. Pero, ¿cómo ha sido posible que desde la década de los ochenta los
superdirectivos hayan visto incrementar de manera tan rápida sus remuneraciones?
Piketty afirma que la fijación de los salarios de los superdirectivos no es el
resultado de la productividad marginal de su trabajo: “Dado que es imposible estimar específicamente la contribución de cada
directivo a la empresa, es inevitable que su salario se fije mediante
mecanismos arbitrarios y dependientes de las relaciones jerárquicas y del poder
relativo de negociación de cada parte”. Y la razón por la que los
directivos comenzaron a fijarse salarios tan elevados a partir de los años
ochenta, encuentra su explicación en las fortísimas rebajas fiscales en el tipo
marginal sobre la renta que tuvieron lugar en la mayoría de países anglosajones
como EEUU, Reino Unido o Nueva Zelanda para los más ricos, que descendieron su
tipo impositivo nominal del 90% al 20%. Y este aumento salarial no es
consecuencia de su superior productividad, dado que no es posible medirla, sino
que los superdirectivos han logrado incrementar sus retribuciones gracias al
mayor poder de negociación alcanzado tras las fuertes rebajas impositivas
vividas a partir de los ochenta. Quienes realizan objeciones a la crítica de
Piketty al aumento desproporcionado e injustificado de las retribuciones de los
CEO’s, aducen que los principales beneficiarios de regresar a tipos impositivos
más elevados que eliminaran el poder de negociación y redujeran los salarios de
los superdirectivos, serían los accionistas de las empresas que los contratan.
Pero esto no es verdad, ya que los dividendos de dichos accionistas se verían
igualmente gravados con los mismos tipos impositivos. La realidad es, que en el
escenario actual el debate sobre los altos salarios de los superdirectivos, no
es más que un conflicto redistributivo del excedente generado entre capital y
trabajo entre los superdirectivos y los capitalistas.
Así, la
mayoría de los CEO’s que controla la dirección de las mercantiles que dirigen,
se asignan retribuciones elevadísimas, tanto inmediatas como diferidas, con
independencia de que las empresas
arrojen pérdidas o den beneficios. El caso más claro es el de los directivos de
las instituciones financieras y bancarias, que en el caso español, por cierto,
se cuentan entre los mejor pagados del mundo.
Estas
retribuciones introducen en el análisis de los salarios en general un elemento
de confusión y de distorsión sobre la estadística que refleja la evolución de
los salarios en general, puesto que cuando se añaden al resto de los salarios
elevan de forma muy importante el valor promedio. Por lo que cuantificados los
salarios sin tener en cuenta los de los ejecutivos y directivos de las
empresas, ya sean financieras o productivas, puede apreciarse como se acentúa
de forma muy acusada el declinar de los salarios de los trabajadores con
independencia de su productividad marginal, incluso más allá de lo que indican
las estadísticas oficiales. Y es que la
codicia de los capitalistas y de los CEO’s y su deseo de obtener el mayor
beneficio posible en el menor tiempo posible, ha conducido a la economía
capitalista a una nueva perversión, como es la de que los accionistas valoren
más la cotización del valor en el mercado bursátil con el abanico de
posibilidades especulativas que esto ofrece, que el potencial beneficio que se
pudiera obtener por el cobro del introduciendo, en el sistema económico un sesgo
completamente especulativo. Esto hace que, la productividad de los directivos
con altos ingresos sea más difícil de medir y que las retribuciones que
perciben los ejecutivos resulten arbitrarias y respondan más al reflejo de la
ideología liberal capitalista, más que a los méritos que concurren en estos
gestores. El resultado último de esta nueva mentalidad en el capitalismo lo
estamos sufriendo: la sucesión de burbujas especulativas que culminan en crisis
económicas de la llamada economía real.
En realidad,
sostiene Piketty, las actuales retribuciones de los directivos de las grandes
compañías son un robo[6], aunque su codicia les ha conducido mucho más lejos, al
embarcarse en una feroz competencia con los propios capitalistas, cuya riqueza
sigue creciendo a un ritmo más rápido que el crecimiento de la propia economía,
creando una carrera permanente en pos de la acumulación de riqueza, en el que
el daño colateral lo sufren los asalariados. Piketty denuncia que los CEO’s no
se merecen sus sueldos porque en realidad no poseen ninguna habilidad especial
que justifique unas retribuciones tan elevadas que se alzan por encima de los
intereses de las compañías que dirigen, de los accionistas de las mismas y de toda la sociedad en general, diciendo: "Una de las grandes fuerzas divisivas
que existen hoy es lo que llamo el extremismo meritocrático. Es el conflicto
entre multimillonarios, cuya renta procede de la propiedad y los activos, como
en el caso de un príncipe saudí, y los superdirectivos. Ninguna de esas dos categorías
hace o produce nada salvo su propia riqueza; en realidad, se trata de una
superriqueza separada por completo de la realidad cotidiana del mercado, que
rige la vida de la mayoría de las personas ordinarias. Peor aún, ambos grupos
compiten entre sí para incrementar su riqueza; y el peor de todos los
escenarios es el modo en que los superdirectivos, cuya renta se basa realmente
en la codicia, siguen subiéndose los sueldos al margen de la realidad del
mercado. Es lo que sucedió con los bancos en el 2008, por ejemplo"[7].
Los
superdirectivos han “secuestrado” el
poder de dirección de las empresas que dirigen suplantando a las juntas de
accionistas, para otorgarse salarios multimillonarios de forma arbitraria y al margen de los resultados
empresariales mientras se rebaja el salario mínimo y se recortan sueldos a los
trabajadores. Un aumento de la desigualdad entre ricos y pobres, que ha abierto
una brecha salarial, que en España ha significado que el 1% de los grandes
millonarios haya pasado, de controlar un 5% de la riqueza nacional en 1980 a
controlar más del 7% en 2010.
Las críticas a la estructura de la UE.
Piketty
también se ha ocupado del proceso de creación de la moneda única europea y de
la arquitectura de la Unión. Afirma que siendo el PIB de la eurozona casi la
cuarta parte del PIB mundial, el devenir de Europa es una cuestión de interés
general.
Piketty señala
que: “Si en 1992 Europa decidió crear una
moneda sin Estado no fue sólo por pragmatismo, sino también porque este acuerdo
institucional se concibió en los últimos años de la década de 1980 y los
primeros de la de 1990, en un momento en que se pensaba que la única función de
los bancos centrales era ver pasar los trenes, es decir, asegurarse de que la
inflación no subiera. Después de la estanflación de los años setenta, los
gobiernos y la opinión pública se dejaron convencer de que primeramente los
bancos centrales debían ser independientes del poder público y tener como
objetivo único, una inflación baja. Así se llegó a la creación de una moneda
sin Estado y de un banco central sin gobierno”[8].
La cuestión
del papel del banco central no pasa desapercibida al autor francés, que señala
el papel que juega el Banco Central en Europa (BCE) respecto de la moneda
única, es una copia del papel que jugaba el Banco Central Alemán respecto del
marco. Un papel que otorga al emisor de moneda la prioridad de controlar la
inflación por encima de objetivos como el de alcanzar el pleno empleo y del
crecimiento económico, que son el resultado de la ideología neoliberal que
alumbró el proyecto de la moneda única.
Además de la
restricción a los objetivos señalados al BCE, también ha jugado un importante
papel la prohibición de prestar dinero a los gobiernos, debe dejar que los
bancos privados adquieran la deuda pública de los gobiernos europeo,
generalmente a una tasa más elevada que aquella a la que presta el BCE a los
bancos, y después comprar la deuda de los Estados en el mercado secundario
convirtiendo el sistema en un negocio fabuloso para los banqueros privados. Con
este diseño de la moneda única, cuando llegó la Gran Recesión de 2008, “la unión monetaria europea carecía y carece
de dispositivos estabilizadores esenciales, los Estados que habían perdido su
soberanía en política monetaria con la entrada en la moneda única, se vieron
profundamente afectados. La zona euro se creó de manera que se eliminaban los
amortiguadores naturales de los Estados participantes en la moneda común,
haciéndoles imposible absorber las fluctuaciones económicas a través de la
devaluación de la propia moneda”[9], y para los países del sur de Europa esta
combinación fue letal. Este sistema tuvo una consecuencia la especulación sobre
la deuda pública, respecto de lo que Piketty dice que: “la especulación sobre las tasas de interés nacionales es, en cierta
forma, aún más desestabilizadora que las especulaciones de antaño sobre los
tipos de cambio intraeuropeos, en la medida que en que los balances bancarios
internacionales son de tal alcance , que basta con un movimiento de pánico en
un puñado de operadores de mercado para crear movimientos de gran amplitud en el ámbito de un país como
Grecia, Portugal o Irlanda e incluso como España e Italia. Lógicamente, la
contraparte de la pérdida de soberanía monetaria debería ser el acceso a una
deuda pública segura y a tasas bajas y previsibles”[10]. La solución que
propone Piketty es sencilla: “Sólo
mancomunar las deudas públicas de la zona euro, o cuando menos las de aquellos
países que la integran y que lo deseen, permitiría acabar con estas
contradicciones”[11] pues a pesar de
tener una moneda comunitaria, los 19 países que la comparten cuentan cada uno
con su propio sistema fiscal y políticas en esta materia que nunca han sido
armonizadas. Dice: "Necesitamos una
unión fiscal y una armonización presupuestaria. Necesitamos para Europa un
fondo común de amortización de la deuda, cada país sería responsable de pagar
su parte de la deuda, pero habría un tipo de interés común para los eurobonos
con los que se refinancia la deuda"[12]. En una entrevista publicada por
el semanario alemán Der Spiegel [13] en este
mes de Marzo, el economista francés en consonancia con lo expuesto en su obra,
insistía en la necesidad de la unión fiscal y la armonización presupuestaria de
la zona euro, y decía que con la moneda única “hemos creado un monstruo”, y que el pacto estabilidad del euro es una
“verdadera catástrofe”.
Piketty ha
señalado los defectos en la arquitectura de la UE y los serios déficits de
funcionamiento en la misma, diciendo que: “Hoy
en día tenemos un Parlamento Europeo en el que están representados 28 países y,
por otra parte, el Consejo Europeo de Jefes de Estado o de Gobierno y el
Consejo de Asuntos Económicos y Financieros (integrado por los ministros de
Economía y Finanzas). Son varios los problemas de esta arquitectura
democrática. El primero es que no todos los 28 países representados en el
Parlamento Europeo quieren avanzar hacia una mayor integración política, fiscal
y presupuestaria. El segundo, que el Parlamento Europeo no representa en
absoluto a las instituciones de los Estados nación y, en concreto, a los Parlamentos
nacionales (…). Por eso creo que hace
falta, en paralelo al actual Parlamento Europeo, una Cámara parlamentaria de la
zona euro o, en todo caso, una Cámara formada por los países de la zona euro
que quieran avanzar hacia una unión política, presupuestaria y fiscal, y que
tendría que construirse a partir de los diferentes Parlamentos nacionales. Cada
país estaría representado en proporción a su población, ni más ni menos, lo
mismo Alemania y Francia que los demás. El cometido de esta nueva Cámara consistiría
en votar cuestiones tales como un impuesto común sobre sociedades o el nivel de
déficit comunitario”[14]
Obviamente, en
una situación económica extrema para los países europeos y la moneda única como
ha sido la Gran Recesión de 2008, según
el economista, el comportamiento de Europa en la crisis ha sido "simplemente catastrófico"[15]. El propio Fondo Monetario Internacional (FMI)
reconoció hace tres años que "se había ido demasiado lejos con las
políticas de austeridad" y que la obligación de los países afectados de
reducir en poco tiempo su déficit ha tenido "consecuencias terribles"
para el crecimiento, porque los Estados no pueden reducir su déficit si la
economía no crece. Piketty también ha recordado que ni Alemania ni Francia, altamente
endeudados después de 1945, pagaron jamás la totalidad de su deuda[16]. Pero que
ahora son "precisamente estos países
dicen ahora a los europeos del sur que tienen que liquidar sus deudas, euro por
euro" lo que tendrá de "graves
consecuencias". "Nosotros
los europeos, mal organizados como estamos, hemos convertido la crisis
económica, que originariamente surgió en Estados Unidos, en una crisis de la
deuda por culpa de nuestros instrumentos políticos impracticables.
Trágicamente, esto se ha convertido en una crisis de confianza a nivel
europeo"[17]. Según Piketty, "las
pequeñas reformitas estructurales de las que todos esperan que vayan a
contribuir al crecimiento poco pueden cambiar", Europa debería
invertir más en la formación de sus jóvenes, en la innovación y la investigación
como "el objetivo más importante de
una iniciativa europea para el crecimiento". Porque “hay
que acostumbrarse a vivir con un crecimiento débil. Insisto en que un
crecimiento débil que se mantiene en el tiempo es compatible con el progreso. Hace
treinta años no disponíamos de las actuales tecnologías de la información, por
ejemplo. Si se organizan bien, si nos dotamos de las instituciones adecuadas
para que todo el mundo se pueda beneficiar, estas tecnologías constituyen una
enorme fuente de riqueza”[18]. Pero duda de que el crecimiento pueda producirse
si no se proponen alternativas rápidamente, y si estas no se dan “el retorno a las monedas nacionales será un
escenario cada vez más difícil de descartar”[19].
En conclusión,
Piketty está convencido de que “estamos
realmente al borde del abismo de una crisis política, económica y financiera.
De acuerdo en que la crisis es responsabilidad de todos los países, pero no
entiendo que Alemania siga pensando que tiene interés en mantener esta visión
tan rígida de la austeridad. (…) Creo
en el progreso técnico y en la mundialización. El problema es que, después de
la caída del Muro de Berlín, nos imaginamos por un momento que era suficiente
con basarse en las fuerzas naturales del mercado para que el proceso de
mundialización y de competencia beneficiase a todos. Creo que ahí está el
error. Hay que repensar los límites del mercado, los límites del capitalismo, y
repensar también las instituciones democráticas”. Quizás, más que repensar
los límites del capitalismo, habría que replantearse el capitalismo como
límite.
___________________________
[1] http://www.lavanguardia.com/cultura/20140611/54409823263/capitalismo-piketty.html#ixzz3RNvaBiQc
[2] Estado
del bienestar.
[3] El
equivalente al conocido impuesto sobre el patrimonio en versión española, que
la derecha liberal del Partido Popular ha reducido hasta hacerlo
insignificante, y que los sucesivos gobiernos del PSOE, la llamada “izquierda caviar”, ha mantenido intacto
en su vacuidad.
[4] Una
plutocracia (del griego πλουτοκρατία, ploutos “riqueza” y kratos
“gobierno”) es un sistema de gobierno en el que el poder lo ostentan
quienes poseen las fuentes de riqueza. Suele incluirse como un tipo de
oligarquía en su visión clásica promovida por las experiencias de algunas ciudades
griegas y ciudades-estados en la Italia medieval (Génova, Venecia y Florencia).
No hay que confundir la plutocracia con los sistemas de sufragio censitario, en
los que el ejercicio de la ciudadanía está vinculado a una riqueza mínima, correspondiendo
este hecho a un supuesto interés para la colectividad, por ejemplo, los
sufragios censitarios típicos del S. XIX que exigían una contribución mínima a
las finanzas públicas (censo) para el ejercicio de los derechos políticos.
[5] CEO
es el acrónimo de Chief Executive Officer,
un cargo gerencial utilizado en las empresas estadounidenses, cuya traducción al
español sería algo así como Jefe Ejecutivo.
[6] A veces en el sentido literal de la expresión,
como recientemente se ha conocido que ocurría en el caso de la entidad española
BANKIA, el banco resultante de la fusión de varias entidades de crédito de
carácter público dirigidas por políticos de todos los partidos, sindicalistas y
algún alto funcionario de la Casa Real estrecho colaborador del rey cesante,
que mientras quebraban las entidades que dirigían retiraban fondos para su uso
personal en fraude de la propia entidad y de la Hacienda pública, por medio de
las tarjetas de crédito llamadas “black”.
[7] http://www.lavanguardia.com/cultura/20140611/54409823263/capitalismo-piketty.html#ixzz3RNvaBiQc
[8] Piketty, Thomas. El Capital en el Siglo XXI, Fondo de Cultura Económica, Madrid,
2014, página 623.
[9] http://lagranpartida.blogspot.com.es/2013/07/la-trampa-de-la-moneda-unica-la.html
[10] Piketty, op. cit. página 624.
[11]Piketty, op. cit. página 624.
[12] http://www.eleconomista.es/economia/noticias/6535768/03/15/Piketty-llama-monstruo-a-la-eurozona-y-aboga-por-la-union-fiscal.html
[13]http://www.spiegel.de/international/europe/thomas-piketty-interview-about-the-european-financial-crisis-a-1022629.html&prev=search
[14] http://www.eldiario.es/economia/abismo-crisis-politica-economica-financiera_0_326168028.html
[15] http://www.publico.es/economia/piketty-eurozona-hemos-creado-monstruo.html
[16] http://www.publico.es/economia/piketty-eurozona-hemos-creado-monstruo.html
[17] http://www.eleconomista.es/economia/noticias/6535768/03/15/Piketty-llama-monstruo-a-la-eurozona-y-aboga-por-la-union-fiscal.html
[18] http://www.eldiario.es/economia/abismo-crisis-politica-economica-financiera_0_326168028.html
[19] http://www.eldiario.es/economia/abismo-crisis-politica-economica-financiera_0_326168028.html
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