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Las críticas de la izquierda a la obra de
Piketty.
Piketty nos
explica en su libro la enorme concentración del capital que se ha producido
desde la década de los setenta y la ofensiva neoliberal, hasta alcanza r niveles
sin precedentes, documentando de forma minuciosa cómo la desigualdad social
tanto en riqueza como en renta ha evolucionado a lo largo de dos siglos. A lo
largo de su obra, el galo explica detalladamente las características que
definen esta concentración de la riqueza en los países más ricos, apoyando su
afirmación en una masa verdaderamente abrumadora de datos sobre la evolución de
las distintas formas de riqueza y propiedad, señalando que tanto el nivel como
la concentración de riqueza han alcanzado una dimensión tal, que garantiza su
propia reproducción por transmisión hereditaria que perpetúa la existencia de
una nueva oligarquía que se apoya en los poderes del Estado para asegurar la
continuidad del sistema en lo político, económico y social. Piketty
destruye la idea de que el capitalismo
de libre mercado extiende la riqueza y defiende los derechos individuales. El
capitalismo de libre mercado lo único que garantiza es la producción de
oligarquías antidemocráticas,
Al margen de
la socialdemocracia burguesa parlamentaria, que se siente muy cómoda en sus
escaños alternando en su identificación con ricos y pobres según sus particulares
y coyunturales intereses, la izquierda europea que sobrevive extramuros de los
parlamentos, ha criticado la obra de Piketty por no someterse éste a los dogmas
canónicos del marxismo clásico. Desde esta posición ideológica, y dejando al
margen otras críticas de menor interés centradas en cuestiones de carácter
metodológico, como es la de la definición del capital, realizadas por autores
como James Galbraith, han surgido denuncias que ponen de manifiesto la ausencia
del factor trabajo en la explicación de la acumulación del capital expuesta en
la obra del francés, así como la acusación de que, lejos de exagerar la
realidad, Piketty subestima la verdadera extensión y profundidad de la
desigualdad en la sociedad actual.
La ausencia del factor trabajo en la obra de
Piketty.
La primera acusación
contra Piketty es, que no se puede entender el capital sin el trabajo, ni
comprender el fenómeno de la
desigualdad, sin analizar cómo trabajo y capital se relacionan entre sí,
pues esta omisión limita la comprensión del alcance de la desigualdad.
Partiendo de
que el crecimiento de la riqueza que hemos vivido estas décadas es en gran
parte el resultado del incremento de la actividad especulativa del capital financiero,
en una actividad en la que el dinero genera dinero sin que haya ninguna
resultado productivo de por medio, puede afirmarse que la relación del capital
con el trabajo no es directa, sino indirecta. La rentabilidad del capital productivo de las
últimas décadas, ha sido el resultado de la caída de la demanda que se ha
experimentado como consecuencia de la disminución de salarios, lo que genera el
aumento del crecimiento del capital especulativo, que redunda en un crecimiento
del capital financiero como respuesta a la necesidad de endeudarse de los
consumidores ante el retroceso de los salarios en los tramos más bajos de
retribución del trabajo. Por lo que cabe afirmar que la baja rentabilidad del
capital productivo es lo que genera el crecimiento de la actividad financiera
especulativa, del capitalismo financiero especulativo. Obviamente, la relación
entre trabajo y capital financiero es indirecta en el mejor de los casos por no
decir casi inexistente, porque donde la relación entre trabajo y capital es
directa, es en el capitalismo productivo, en el que los beneficios del capital,
tanto de accionistas como de directivos gestores, dependen fundamentalmente de
los costes de producción entres los que los costes salariales son esenciales.
Desde que en
la década de los setenta el neoliberalismo empezó a forzar el retroceso de las
políticas favorables a las rentas del trabajo y a las clases medias, la
participación de las rentas del capital en la renta nacional ha ido creciendo
de forma constante, mientras que las rentas del trabajo se han visto
drásticamente reducidas. Un fenómeno que se ha visto acelerado con la Gran
Recesión de 2008 a nivel global, y especialmente en los países de la periferia
de Europa que se han visto abocados a
una forzada devaluación interna. Este aumento de los beneficios del capital en
la economía productiva está relacionado directamente con el descenso de los
salarios de los trabajadores, y es el origen de la acumulación necesaria de
capital para su inversión en la especulación financiera, y esto es lo que se ha
señalado desde la izquierda más alejada de las posiciones académicas socialdemócratas de Krugman o
Stiglitz. Pero el que Piketty no señale la caída de las rentas del trabajo como
la causa de la concentración del capital y del aumento de la desigualdad, no
invalida la tesis principal de su obra, cuyo objeto de estudio no es determinar
las causas del fenómeno, sino su realidad y existencia. El economista francés
consigue demostrar con su abundante exposición de datos, que en su mayor parte
el destino final de esta riqueza son los instrumentos especulativos del capital,
los derivados[1]
por ejemplo, pero prescinde del conflicto entre el capital y el trabajo en el
reparto de la plusvalía, como elemento central para entender el comportamiento
del capital.
En las
últimas décadas los beneficios del capital han sido obtenidos cada vez en mayor
medida de la especulación financiera y no de la actividad productiva, que ha
crecido espectacularmente por la baja rentabilidad de la inversión productiva en
comparación con la actividad especulativa, provocando una inestabilidad
financiera que ha repercutido tanto en los estados como en las sociedades, sin
que tenga ningún objetivo social. Y ello
se ha debido de forma muy importante a la desregulación del capital financiero
promovida por el neoliberalismo, resultando el capitalismo financiero
absolutamente negativo para los intereses generales de los pueblos.
La insuficiencia de la descripción de la
desigualdad hecha por Piketty. El desequilibrio de poder entre capital y
trabajo.
Para el actual ministro de economía griego, Yanis Varoufakis[2],
los datos encontrados por Piketty en su investigación confirman el hecho de que
la desigualdad creció de manera exorbitante en el siglo XIX, pero comenzó su
reducción en la década de 1910, continuando su disminución durante las dos
guerras mundiales hasta que el sistema de Bretton Woods se derrumbó en 1973,
momento a partir del que volvió su tendencia ascendente. Por lo que si se
acepta la idea de Piketty de que la desigualdad en circunstancias normales debe
continuar aumentando, la conclusión entonces es, que se deben considerar como
una “aberración”, una desviación de
la tendencia “natural” del
capitalismo, las décadas del S. XX en las que la desigualdad se redujo. Para
explicar este hecho, Piketty apunta como causa a los estrictos controles sobre
el capital establecidos por los “New
Dealers”[3] en
los Estados Unidos, extendidos por todo el mundo occidental después de la
última guerra mundial y los acuerdos de Bretton Woods, además del efecto
positivo de la presión sindical para la obtención de mejores salarios y de
políticas fiscales redistributivas en la sociedad mediante impuestos progresivos.
El ministro griego entiende que el declive constante en la participación del
trabajo en la renta nacional desde los años setenta se deriva de la pérdida de
poder político y económico por los trabajadores, mientras que el capital
movilizaba tecnología, desempleo, deslocalizaciones y políticas contrarias a
los intereses de los trabajadores, a través de la ofensiva neoliberal liderada
por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Como reconoció Alan Budd, un asesor de
Margaret Thatcher, las políticas contra la inflación de los años ochenta
resultaron ser una:
“muy buena forma de
aumentar el desempleo, y aumentar el desempleo fue una forma extremadamente
atractiva de reducir la fuerza de la clase trabajadora… lo que se diseñó allí
fue, en términos marxistas, una crisis del capitalismo que recreaba un ejército
de reserva del trabajo y que ha permitido a los capitalistas generar grandes
beneficios desde entonces”.
Lo que dijo Alan Budd puede constatarse comparando la diferencia de la
remuneración entre un trabajador promedio y un alto directivo en 1970, que estaba
alrededor de una proporción de 30:1, y la diferencia actual, que se halla
fácilmente en una proporción de 300:1, y en el caso de la multinacional
McDonald’s sobre los 1.200:1[4].
Sin embargo, Piketty no ofrece una explicación relativa al hecho de que estas
políticas se aplicaran de 1949 a 1970 pero no después. Varoufakis se pregunta:
“¿Por qué, por ejemplo
los ‘New Dealers’ pudieron ser capaces de prevenir la aparición de
multimillonarios? ¿Por qué las administraciones republicanas de EEUU o los
gobiernos de los Tory en el Reino Unido (bajo Harold Macmillan) tuvieron tan
poco interés en hacer retroceder el descenso de la desigualdad y adoptar las
fantasías del ‘goteo’ que prevalecieron después de los setenta tanto bajo los
demócratas como los republicanos, los Tory y los Laboristas y parte de las
administraciones socialdemócratas? ¿Fueron los shocks exógenos que empujaron al
capitalismo a una posición más igualitaria ocasionados por la visita de un
espíritu ético ‘exógeno’ sobre los poderosos y grandes, tal vez provocado por
la guerra? ¿O puede que la respuesta esté, por el contrario, en alguna dinámica
obrante más profunda que es endógena al capitalismo como la tendencia de este
último de enriquecer más a los que ya son ricos? ¿Y puede argumentarse que la
mencionada dinámica se evaporó en los setenta por razones que no son en ningún
sentido ‘naturales’?”[5]
Varoufakis evidencia que Piketty no aborda la respuesta a estas cuestiones,
sino que asume que todos los factores que provocaron esta reducción de la
desigualdad eran de carácter coyuntural, y que una vez que dichos factores desaparecieron
la desigualdad vuelve a su punto de equilibrio a largo plazo. La mera
existencia de este período “aberrante” del
capitalismo, entra en contradicción con la ley de inexorable cumplimiento
formulada por Piketty, sobre la incesante acumulación de riqueza por parte de
una minoría, que es debida según el galo, a que la tasa de retorno del capital
(r) siempre supera a la tasa de crecimiento de renta (g), lo que constituye la
“contradicción central” del capitalismo.
Piketty tampoco responde al interrogante de, ¿qué fuerzas producen y
mantienen dicha contradicción central del capitalismo? Históricamente el
capital ha tendido a crear niveles cada vez mayores de desigualdad, lo que ya apuntaba Marx en el primer volumen de “El Capital”, por lo que la afirmación
de Piketty no es novedosa para la izquierda marxista, pero lo que sí es
diferente en la obra del francés respecto de los cánones de Marx, es en partir
de una explicación estadística de los datos recabados, para la formulación de
una ley que explique este proceso de acumulación de riqueza, sin atribuir el
origen de los mismos, en coincidencia con el judío alemán, a la existencia de un
desequilibrio de poder entre capital y trabajo, sobre lo que Piketty guarda
silencio para desagrado de sus críticos marxistas.
El error de Piketty en
la descripción del capital.
Como hemos
visto, el origen de la desigualdad actual, está en la acumulación de capital
producida por el aumento de los beneficios empresariales, ¿pero cómo se pasó
del escenario de redistribución de la riqueza y reducción de la desigualdad de
los treinta gloriosos a la situación presente? En el Volumen Segundo de “El Capital”,
Marx señaló que la tendencia del capital a la depresión salarial en algún
momento llegaría a restringir la capacidad del mercado de absorber el producto
del propio capital. Henry Ford, que supo reconocer esta doble condición de trabajador
y de consumidor de los obreros, instituyó el fabuloso salario para su época de
cinco dólares por día, para aumentar la demanda de los consumidores, y que, como
decía entonces, pudieran adquirir su famoso modelo Ford T, invirtiendo la
tendencia descrita por Marx. Entonces muchos pensaron que la falta de demanda
efectiva era lo que se hallaba tras la Gran Depresión de los años treinta, lo
que llevó al abandono del patrón oro y a
las políticas expansivas keynesianas posteriores a la Segunda Guerra Mundial,
que desde su perspectiva de conservación del capitalismo tuvieron un resultado eficiente
en la reducción en las desigualdades de renta entre el capital y el trabajo,
hasta el final de la vigencia de los acuerdos de Breton Woods y la crisis del
73. Hacia el final de los años sesenta, los capitalistas buscaban reducir el peso del trabajo en el reparto de
la riqueza, y de este interés surgió el pensamiento de Milton Friedman y la
Escuela de Chicago, que dieron comienzo a la ofensiva neoliberal a nivel
mundial, que fue consiguiendo reducir los impuestos, en paralelo al
desmantelamiento del estado social y de las fuerzas defensoras del trabajo. Este
fenómeno se producía bajo las tesis neoliberales y friedmanitas de que el aumento
de la riqueza entre los más ricos retornaría a los más pobres en forma de “goteo” o trickle down[6].
Con el triunfo de Thatcher y Reagan y el establecimiento de dictaduras en
diversos países y la aplicación de las políticas de “shock” para aplicar el programa neoliberal, comenzó la década de los
80, con unos tipos impositivos máximos para el capital en descenso y las ganancias
de capital aumentando y acumulándose
entre los capitalistas de los Estados Unidos, que comenzaron a canalizar el
flujo de beneficios del capital de forma intensa hacia la inversión en el
capitalismo financiero especulativo. Llegada la década de los noventa, estas
políticas habían hecho caer drásticamente las rentas del trabajo y deprimido la
demanda, y para mantener ésta en alza y ante la abundancia de capitales de
nueva inversión en el capitalismo financiero, se produjo una gigantesca expansión
del crédito, incluyendo la extensión de los créditos hipotecarios sin apenas
garantías o sin ninguna garantía en los mercados sub-prime, creando de esta manera una burbuja financiera que cuando
estalló en 2008 provocó el desplome del sistema de crédito mundial, lo que no
impidió que recuperado el sistema de crédito con el dinero de los Estados, los
índices de beneficios y la concentración de la riqueza continuasen en aumento a
partir del año 2009. En este momento, las empresas han aumentado
exponencialmente sus beneficios y acumulan cada vez más riqueza, que no
reinvierten porque las condiciones del mercado son altamente volátiles. Se
comprende que el financiero multimillonario norteamericano Warren Buffet dijera que: “por supuesto que hay una lucha de clases, y es mi clase, la de los
ricos, los que la están librando, y vamos ganando”.
Y aquí
llegamos a otro aspecto de la crítica marxista de la formulación de la ley
matemática que hace Piketty, que es la definición que hace del capital como una
cosa, que a juicio de sus críticos, y no sólo marxistas sino también liberales,
es errónea. Para éstos, el capital no es una cosa, sino un proceso de
circulación en el cual el dinero se utiliza para crear más dinero a menudo,
pero no exclusivamente, a través de la explotación del trabajo. Piketty define el
capital como el conjunto de todos los valores que son propiedad privada de los
individuos, corporaciones y gobiernos, que pueden ser objeto de comercio en el
mercado, sin importar si estos valores están siendo utilizados o no, ya sean
estos físicos o intelectuales. Si aplicamos a este concepto de capital la ley
de Piketty, que dice que la tasa de retorno del capital (r) siempre supera a la
tasa de crecimiento de renta (g), nos encontramos que para poder calcular la
tasa de retorno (r) tenemos que conocer el valor inicial del capital, lo que es
de una extraordinaria complejidad técnica, dado que no se puede valorar de
forma independiente del valor de los bienes y servicios que se usan para
producir o de su precio en el mercado. Siendo así, la tasa de retorno del
capital (r) depende en el índice de crecimiento porque el capital se valora con
base en lo que se produce y no según lo que se ha utilizado para su producción,
por lo que su valor está influenciado por las condiciones especulativas del
mercado. Si se quita de la definición de capital de Piketty la propiedad
inmobiliaria, entonces las desigualdades crecientes de riqueza y renta no se
sostienen, sin perjuicio de que su descripción de la desigualdad en el pasado y
en el presente pueda seguir siendo válida.
Para los
marxistas críticos de Piketty, el dinero y los inmuebles así como las
infraestructuras y maquinaría que no intervienen en la producción no son
capital, por lo que si la tasa de retorno del capital que se utiliza es alta,
es porque parte del capital se retira de la circulación, con lo que a efectos
prácticos no existe, provocando una escasez artificial garantizando así una
alta tasa de retorno. Es esta escasez artificial de capital en el proceso productivo,
lo que motiva que la tasa de retorno del capital supere a la tasa de
crecimiento de la renta, garantizando así su propia reproducción. Para los
marxistas, Piketty se equivoca en su explicación del origen de la desigualdad y
de la tendencia oligárquica de los capitalistas, por lo que, sin perjuicio del
valor documental de la obra, Piketty ha fracasado en establecer un modelo que
explique las políticas que adopta el capital en este S. XXI.
Conclusiones.
El aumento
de la desigualdad en la distribución de la riqueza y de la renta, forma parte
de nuestra realidad cotidiana, lo que la obra de Thomas Piketty nos aporta, más
allá de unas u otras discrepancias o errores, es la base documental que permite
afirmarlo con fundamento.
La
desigualdad es inherente a la naturaleza en todos los órdenes de la existencia,
pero la desigualdad que estudia Piketty no es la natural resultado del esfuerzo
o la capacidad, del mérito, sino otra de naturaleza muy distinta que se deriva
de una tendencia oligárquica del capital que coloca en la cúspide social no a
quién más vale, sino a quién más tiene, que unido a los restantes tenedores se
constituyen en jauría, en casta depredadora que secuestra el poder político,
económico y social para su exclusivo beneficio. La desigualdad en estos
términos, reduce la movilidad en la sociedad, conduce a la perpetuación de la
estratificación social y a la puesta al servicio de los capitalistas del
Estado, con la consecuente reducción del sistema de bienestar social conocida
como “austeridad”.
Thomas
Piketty desde su ideología socialdemócrata aporta varias soluciones para
corregir esta deriva del capitalismo, desarrollando una defensa del impuesto de
sucesiones, de la tributación progresiva y un impuesto global a la riqueza
inviable políticamente, sin advertir que el problema no es la política que se
aplique en la gestión del sistema capitalista, sino el capitalismo en sí.
El impuesto
mundial que grave el capital a nivel internacional, para impedir la
concentración de capital propuesto por el galo, es a todas luces una solución
políticamente inviable, técnicamente compleja y discutiblemente deseable. Es lo
que podría llamarse una solución mundialista. Para aplicar un impuesto de estas
características, debería existir una autoridad supranacional, mundial, que
supervisara su aplicación por encima de los Estados, las dificultades técnicas
para su regulación son casi insuperables, se requeriría un cambio profundo de
los niveles de transparencia e información entre Estados, la erradicación de
los paraísos fiscales en los que se encuentra refugiada la mayor parte de la
riqueza existente en el mundo, y todo ello con el beneplácito y las bendiciones
de los mismos capitalistas a los que se les va a imponer el impuesto. Absurdo.
Ahora bien,
tanto a nivel estatal como de región económica europea, sí sería posible
avanzar en la imposición de las rentas del capital, a condición claro de
excluir de Europa a la cueva de piratas asentada en la City londinense, que
debería ser erradicada de la economía europea. Se debería imponer el objetivo
de recuperar el control de la regulación de la circulación de capitales, bien a
nivel europeo o bien a nivel estatal, para de esta manera hacer posible que el
capital tribute, al menos, como las rentas del trabajo. Y si de verdad se
quiere reducir la desigualdad a sus términos racionales, a estas medidas
debería sumarse el incremento de las rentas del trabajo, restituyendo la
tensión entre capital y trabajo a una situación de justo equilibrio. Y por
supuesto, no debemos olvidar el papel que está jugando la economía
especulativa, el capitalismo financiero, en la generación de todos los
desequilibrios que nos conducen reiteradamente a las distintas crisis de carácter
financiero que nos han venido asolando, burbuja inmobiliaria, crisis de deuda
soberana la actual guerra de divisas, etc. que perjudican gravemente la llamada
economía real. Es necesario, crear una deuda pública europea, por mucho que la
codicia y el egoísmo alemán se opongan. La existencia de una moneda única con
18 deudas públicas y 18 tipos de interés asociados a esa deuda, no es
económicamente viable. Sólo si existe un fondo común de deuda pública con un
solo tipo de interés y un Banco Central Europeo con capacidad real de
intervención, centrado no sólo en el control de la inflación, sino también en
la generación de empleo, podremos estabilizar el tipo de interés de la deuda
europea y salir de la actual crisis controlando el déficit común. Ahora bien,
si queremos gestionar esta nueva realidad económica de forma eficaz,
necesitamos un poder político centralizado y real a nivel europeo, que tome
decisiones a todos los niveles. Y ello supone la independencia política europea
respecto de EE.UU. y de su estructura política y militar. O esto es así, o los
españoles debemos volvernos para casa, denunciar el Tratado de Lisboa y de
Mastrique abandonando el euro, asumir el desastre económico que esto supondría
en este momento para la sociedad española, como precio por recuperar la
independencia, asumir el “corralito”
y la fuga de capitales que nos aguardaría al día siguiente de salir del euro,
devaluar nuestra nueva peseta para recuperar competitividad y volver a empezar
de cero.
La necesidad
de cambiar y salir del impasse en el que nos encontramos es acuciante. En
Europa seguimos fantaseando con la idea imposible de mantener un crecimiento
económico del 3% anual, como si lo que ha sido excepcional durante un período
de tiempo, se fuera a perpetuar. La obra de pIketty ha demostrado que sólo las
economías que están en una fase correctiva recuperando un retraso respecto de
los restantes países económicamente desarrollados o en fase de reconstrucción
tras una gran catástrofe esto es posible. Así lo vemos en India, China o Brasil,
que crece por encima incluso de ese 3% ó 5% tan deseados en Europa. Piketty ha
demostrado que un crecimiento del 1% o 1,5% sostenido en el tiempo es muy
elevado. Pero para lograrlo hay que rectificar las políticas de austeridad
europeas e invertir en nuevas fuentes de energía renovable, el precio del
petróleo actual obedece a una situación de excepcionalidad política en el
tablero del poder y no a la relación entre volumen de producción y coste de la
misma, y por encima de cualquier consideración hay que invertir en formación
superior y especializada que haga del factor trabajo en España y Europa algo
especialmente valioso.
Pero sobre
todas estas cuestiones de orden político Piketty no dice nada en su libro, y
este es su gran defecto y, quizás, su
gran virtud, que lo que calla es tan importante como lo que cuenta. Lo que se
expone en la obra de Piketty no sólo es un estado de cosas económico, sino la
plasmación de las decisiones políticas que se vienen adoptando en las últimas
décadas en contra de los intereses generales de los trabajadores y de los
pueblos. No es un problema económico, es un problema político. Y en este orden
de cosas, la disyuntiva no es capitalismo o marxismo, sino la superación de
ambos.
[1] Son un tipo de activos
financieros llamados derivados o instrumentos financieros, cuya principal
cualidad es que su valor de cotización se basa en el precio de otro activo.
Puede haber gran cantidad de derivados financieros dependiendo de “el índice valor” inicial del que se
deriven, pueden ser: acciones, renta fija, renta variable, índices bursátiles,
bonos de deuda privada, índices macroeconómicos como el Euribor o los tipos de
interés, etc. Los derivados financieros suelen ser algunos de los productos financieros
más interesantes aunque habitualmente no son tan conocidos como el resto.
Normalmente cotizan en mercados de valores, aunque también pueden no hacerlo.
El precio de los derivados varía con respecto siempre al del llamado “activo subyacente”, el valor al que
está ligado dicho derivado. También puede ser referido a productos no
financieros ni económicos como las materias primas. Algunos de los ejemplos más
conocidos son el oro, el trigo o el arroz. Normalmente la inversión que debes
realizar es muy inferior a si compraras una acción o una parte del valor
subyacente por el que desees apostar. Los derivados financieros tienen que
cumplir una cualidad indispensable y es que siempre se liquidan de forma
futura. En nuestro país los derivados están regulados por dos órganos rectores
fundamentalmente: MEEF Renta Variable en Madrid y MEEF Renta Fija en Barcelona.
Aunque parezca que su función es poco importante, sí lo es, ya que no sólo
regulan sino que además gestionan las compras y ventas que se realizan a diario
mediante una cámara de compensación propia que ejecuta las liquidaciones entre
todas las operaciones. Son activos que permiten la especulación con el valor
futuro de los activos subyacentes sin hacer un gran desembolso. Un carácter
especulativo que es muy grande debido a que no sólo se puede hacer un uso
normal de compra y venta de las acciones, sino que también se puede comerciar
con los derechos para comprar o vender los activos; con un mismo capital
inicial operando con la segunda opción de los derechos se pueden conseguir
muchos más beneficios. Dentro de los derivados financieros contamos con dos
tipos: 1º Futuros. No hay que pagar nada en el momento de su contratación, pero
si hay que predisponer una garantía ante el pago. La principal cualidad de este
tipo, es que se contrae una obligación de pago sobre los derivados adquiridos,
el riesgo es grande, pero también los beneficios posibles también; 2º Opciones:
Al contratar una opción hay que pagar una pequeña prima y en ocasiones
suscribir también una garantía. Lo bueno de las opciones es que realmente se
fija un compromiso de beneficios y pérdidas; si se pierde, siempre el límite
será el valor de la prima previa y los beneficios de carácter ilimitados. Cabe
matizar que los derivados financieros son también un seguro cómo ante una
bajada inesperada del valor subyacente al que esté referido. De hecho hay dos
tipos de derivados financieros que toman el nombre de “seguro” por la capacidad extrema de ofrecer dicha cualidad (los
tipos de seguros son el de cambio y de cambio múltiple). En definitiva podemos
decir que los derivados financieros son un tipo de activos los cuales
fundamentan su valor en el futuro de otro, siendo su riesgo muy alto o más
moderado dependiendo de si la contratación es de futuros o de opciones de
acciones.
Fuente:www.elblogsalmon.com/conceptos-de-economia/que-son-los-derivados-financieros
[2] Yanis
Varufakis (en griego Γιάνης Βαρουφάκης), nació en Atenas el 24 de marzo de
1961, y tiene la doble nacionalidad greco-australiana. Es profesor de Economía
y escritor. Fue elegido diputado al parlamento griego en las elecciones
parlamentarias de Grecia de 2015 representando SYRIZA y luego nombrado ministro
de Finanzas de Grecia en el Gobierno de Alexis Tsipras. Es un participante
activo en los debates sobre la crisis económica de 2008-2012 mundial y la
crisis del euro o crisis económica europea. Es autor de El minotauro global.
Actualmente es profesor de Teoría Económica en la Universidad de Atenas y
colaborador, como economista, en la empresa Valve Corporation.
[3] Esta expresión hace referencia a
los conocidos como los “nuevos distribuidores”. Franklin Roosevelt
trajo una nueva casta de funcionarios del gobierno a Washington. Anteriormente
a su presidencia, la mayoría de los administradores del gobierno eran ricos,
hombres de negocios o partidarios políticos. Roosevelt, buscaba nuevos talentos,
por lo que llevó a Washington un equipo de intelectuales de la Ivy League (La Liga
de la Hiedra es una conferencia deportiva de ocho universidades privadas del
noreste de los Estados Unidos, que tienen en común unas connotaciones
académicas de excelencia, así como de elitismo por su antigüedad y admisión
selectiva) y a trabajadores sociales del estado de Nueva York. Conocido como el
"grupo de expertos", estos
asesores aportaron nuevas ideas económicas y argumentos para Roosevelt. Los “Nuevos Distribuidores” fueron
fuertemente influenciados por los reformadores de principios del siglo XX, que
creían que el gobierno tenía, no sólo un derecho, sino el deber de intervenir
en todos los aspectos de la vida económica con el fin de mejorar la calidad de
vida estadounidense.
[4] Ibidem.
[5] www.rotekeil.com/2014/10/24/el-ultimo-enemigo-del-igualitarismo-una-resena-critica-de-el-capital-en-el-siglo-xxi-de-thomas-piketty-por-yanis-varoufakis/
1 “Trickle down economics” es un término utilizado en los
Estados Unidos para referirse, en sentido peyorativo, a las políticas
económicas que sostienen que, beneficiando a los miembros más ricos de la
sociedad, en particular mediante la eliminación de impuestos, su riqueza “goteará” o “calará” hacia las capas más bajas de la sociedad. A menudo suelen
asociarse con las ideas que se engloban en el término amplio de “Reaganomics”, o políticas económicas
iniciadas en la época Reagan.
Fuente: http://www.investopedia.com/terms/t/trickledowntheory.asp