La
Mundialización es una guerra universal permanente y abierta librada desde hace
décadas por los dueños del dinero. En primera instancia la guerra se está
librando desde la mentira a través de las palabras, palabras que nadie se
atrevería a negar, aparentemente inocentes y sin embargo terriblemente
beligerantes y peligrosas: empleo, competitividad, racismo, igualdad, xenofobia,
solidaridad, productividad, etc. Cada una de ellas acarrea consigo una carga
brutal de violencia soterrada. Cada una de ellas es oportunamente utilizada y
dirigida con un objetivo cierto por los economistas domesticados, los
periodistas de los mercados y los voceros de la Unión Europea, todos ellos
mercenarios encapuchados, cortesanos del orden establecido.
España es
un país individualista, tanto, que
incapaz de organizarse para una guerra, acuñamos mundialmente la expresión “guerrilla” como cumbre del
individualismo más extremo, incluso para rebelarnos. Por ello, ha sido
necesario someter las mentes y las conciencias por la propaganda, por el vicio y el miedo, llevando a cada uno de los
españoles la certeza de que toda rebelión será inútil, nihilista y utópica, y
que toda revuelta acabará otra vez en el cementerio. Por eso a nadie debe
extrañarle que no haya revuelta “a la
griega” ni siquiera atenazados por el hambre, hoy se daba la noticia de que
la Junta de Andalucía se disponía a garantizar tres comidas diarias a 50.000
niños en período vacacional. Como decía el reaccionario François Furet: “estamos condenados a vivir en el mundo en
que vivimos”. Y así no hay más salida que el PP, el PSOE, sus cómplices
separatistas o los comparsas de IU o UPyD entre otros sinvergüenzas. La
protesta ha muerto sin comenzar; y la que se pretende por los antisociales “antiglobalización”, es estéril e inútil,
pues asume todos los postulados de la necedad “progresista” del marxismo y del anarquismo, y se desayuna sin rubor
con todas las estupideces al uso de los ancianos marxistas del 68.
Es preciso
afirmarlo: son nuestros políticos electos los que decidieron deliberada y
sistemáticamente rendirse a los mercados: el Acta Única Europea, el Pacto de
Estabilidad, el Acuerdo de Mastrique, el Euro, las desregulaciones, la libre
circulación de capitales y mercancías, la importación masiva de mano de obra
tercermundista, poco o nada cualificada, para mantener bajos los salarios y
desvertebrar a la sociedad, las deslocalizaciones de empresas para producir
lejos en términos de absoluta explotación, para vender cerca en precios de dumping locales. Y todo ello en “nuestro beneficio”, que “quien bien
te quiere te hará llorar”. Es el secuestro de la riqueza comunitaria, la
posibilidad de hacer pagar por lo que ya era suyo a aquellos que no tienen gran
cosa. Es una guerra cuya propaganda quiere convertir a los soldados del mercado
de trabajo en héroes de la flexibilidad, de la competitividad, de la
productividad, de la lucha competitiva… ¿Para quién? ¿Para los poseedores de
monopolios, los dictadores de la banca, de la industria de la energía, de las
telecomunicaciones?. ¿Para mantener los negocios, la comisiones y privilegios
de las testas coronadas?.
Poco importa
que la mundialización esté organizada, orquestada y preparada por las
multinacionales que actúan por encima de los Estados con la estrecha
complicidad de éstos, multinacionales que tienen ya su propio sistema político
mundial, cuyo nombre es OMC, FMI Banco Mundial, Comisión Europea, Banco Central
Europeo, etc. Las grandes corporaciones
hunden los Estados a través de instituciones supranacionales con la colaboración
de los políticos. Un suicidio que los hace lamentarse de que “no tengamos la suficiente cultura económica
para comprender la independencia del Banco Central”. Pero más grave aún es
que la creación del dinero y su distribución se reserven a determinadas
personas particulares, todo ello en favor de “la mano que guía los mercados” para alcanzar el equilibrio. Un equilibrio que
es una fábula, que no existe o que es múltiple, o inestable; que el mercado
destruye; que el mercado con su concepción del tiempo reversible, no atiende a
lo que es irreversible. La depredación en plena ideología liberal, el pillaje
de la naturaleza, ya que “los recursos
son inagotables”[1].
Una leyenda la del mercado autorregulado y de la competencia benéfica, que
forma parte de la religión materialista temporal de la felicidad eterna y del “fin de la historia” en el mercado, un
paraíso secularizado idéntico al marxista, que no en vano comparten cuna. Ya
vivimos el comunismo como otra guerra económica peor que la de los liberales,
un colectivismo que fracasó y desertizó el Mar de Aral y cubrió de residuos
nucleares medio mundo, los mismos residuos que los EE.UU. quieren esconder en
África.
Pero la propaganda
mundializadora liberal no descansa. Desde sus medios de propaganda nos dicen
que: “los funcionarios son unos
enchufados, los que cobran el salario mínimo unos privilegiados, los que tienen
seguridad social unos abusones, los parados unos perezosos que se agarran al
subsidio y los pensionistas una carga. Y no hablemos de los de la ley de
dependencia, unos ladrones. Y es que
nos hemos gastado más de lo que teníamos, comprábamos el chalet y además
metíamos las vacaciones, la reforma de la casa y el coche. Hemos vivido por
encima de nuestras posibilidades”. Y muchos lo creen por muchos datos
reales que tengan delante sobre el empobrecimiento constante y progresivo de
los trabajadores durante dos décadas.
Triunfa así la
ideología de la mundialización liberal; es decir, la recolección regulada de
los bienes públicos, muebles e inmuebles, el saqueo de las arcas de la
Seguridad Social y la aniquilación del derecho al trabajo en condiciones dignas.
Lo que se cuenta como un progreso es una regresión de dos siglos, previa a la
extinción de los europeos como pueblo con identidad. Volvemos a la moral
puritana de origen judío en el que el opulento es bendecido por Dios, y el
pobre, un pecador que sufre su desgracia como anticipo del castigo divino sin
duda merecido. Y es que, apostar por la democracia liberal, sin duda merece un
castigo.
[1] Jean Baptiste Say, es un economista
francés de la Escuela Clásica de economistas. admirador de la
obra de Adam
Smith, ganó reconocimiento en toda Europa con su Tratado de Economía
Política, cuya primera edición data de 1804. En el que retoma muchas de las
ideas de sus predecesores franceses y de Adam Smith, sistematizándolas.
1 comentario:
Es curiosa(y algo sesgada)la foto de las diferentes manifestaciones donde se ve a dos tipos en un sofá. Quizá en este plano de "guerra permanente" como negocio se te escape un detalle. Más que probablemente se están promoviendo guerras internas en las naciones, si observas medios afines al grupo Bilderberg (incluso la revista Time que pone al manifestante como figura del año) están cabreando mucho al personal y polarizando más aun si cabe a su sociedad. Hay que ser iluso para no darse cuenta que no quieren tíos en un sofá, quieren guerras civiles y conflictos armados. Para continuar teniendo nuevos enemigos globales, hoy llamados antisistemas que como un "tonto útil" adoptan la definición globalista introducida por los medios de comunicación. Nos llevan mucha ventaja. Saludos.
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