domingo, 12 de abril de 2015

PIKETTY Y EL CAPITAL EN EL SIGLO XXI. ¿EL MARX DE LOS NUEVOS TIEMPOS? (IV de IV)



Fuente ilustración: informeurbano.com.ar


Las críticas de la izquierda a la obra de Piketty.

Piketty nos explica en su libro la enorme concentración del capital que se ha producido desde la década de los setenta y la ofensiva neoliberal, hasta alcanza r niveles sin precedentes, documentando de forma minuciosa cómo la desigualdad social tanto en riqueza como en renta ha evolucionado a lo largo de dos siglos. A lo largo de su obra, el galo explica detalladamente las características que definen esta concentración de la riqueza en los países más ricos, apoyando su afirmación en una masa verdaderamente abrumadora de datos sobre la evolución de las distintas formas de riqueza y propiedad, señalando que tanto el nivel como la concentración de riqueza han alcanzado una dimensión tal, que garantiza su propia reproducción por transmisión hereditaria que perpetúa la existencia de una nueva oligarquía que se apoya en los poderes del Estado para asegurar la continuidad del sistema en lo político, económico y social. Piketty destruye  la idea de que el capitalismo de libre mercado extiende la riqueza y defiende los derechos individuales. El capitalismo de libre mercado lo único que garantiza es la producción de oligarquías antidemocráticas,

Al margen de la socialdemocracia burguesa parlamentaria, que se siente muy cómoda en sus escaños alternando en su identificación con ricos y pobres según sus particulares y coyunturales intereses, la izquierda europea que sobrevive extramuros de los parlamentos, ha criticado la obra de Piketty por no someterse éste a los dogmas canónicos del marxismo clásico. Desde esta posición ideológica, y dejando al margen otras críticas de menor interés centradas en cuestiones de carácter metodológico, como es la de la definición del capital, realizadas por autores como James Galbraith, han surgido denuncias que ponen de manifiesto la ausencia del factor trabajo en la explicación de la acumulación del capital expuesta en la obra del francés, así como la acusación de que, lejos de exagerar la realidad, Piketty subestima la verdadera extensión y profundidad de la desigualdad en la sociedad actual.


La ausencia del factor trabajo en la obra de Piketty.

La primera acusación contra Piketty es, que no se puede entender el capital sin el trabajo, ni comprender el fenómeno de la  desigualdad, sin analizar cómo trabajo y capital se relacionan entre sí, pues esta omisión limita la comprensión del alcance de la desigualdad.

Partiendo de que el crecimiento de la riqueza que hemos vivido estas décadas es en gran parte el resultado del incremento de la actividad especulativa del capital financiero, en una actividad en la que el dinero genera dinero sin que haya ninguna resultado productivo de por medio, puede afirmarse que la relación del capital con el trabajo no es directa, sino indirecta.  La rentabilidad del capital productivo de las últimas décadas, ha sido el resultado de la caída de la demanda que se ha experimentado como consecuencia de la disminución de salarios, lo que genera el aumento del crecimiento del capital especulativo, que redunda en un crecimiento del capital financiero como respuesta a la necesidad de endeudarse de los consumidores ante el retroceso de los salarios en los tramos más bajos de retribución del trabajo. Por lo que cabe afirmar que la baja rentabilidad del capital productivo es lo que genera el crecimiento de la actividad financiera especulativa, del capitalismo financiero especulativo. Obviamente, la relación entre trabajo y capital financiero es indirecta en el mejor de los casos por no decir casi inexistente, porque donde la relación entre trabajo y capital es directa, es en el capitalismo productivo, en el que los beneficios del capital, tanto de accionistas como de directivos gestores, dependen fundamentalmente de los costes de producción entres los que los costes salariales son esenciales.


Desde que en la década de los setenta el neoliberalismo empezó a forzar el retroceso de las políticas favorables a las rentas del trabajo y a las clases medias, la participación de las rentas del capital en la renta nacional ha ido creciendo de forma constante, mientras que las rentas del trabajo se han visto drásticamente reducidas. Un fenómeno que se ha visto acelerado con la Gran Recesión de 2008 a nivel global, y especialmente en los países de la periferia de Europa  que se han visto abocados a una forzada devaluación interna. Este aumento de los beneficios del capital en la economía productiva está relacionado directamente con el descenso de los salarios de los trabajadores, y es el origen de la acumulación necesaria de capital para su inversión en la especulación financiera, y esto es lo que se ha señalado desde la izquierda más alejada de las posiciones  académicas socialdemócratas de Krugman o Stiglitz. Pero el que Piketty no señale la caída de las rentas del trabajo como la causa de la concentración del capital y del aumento de la desigualdad, no invalida la tesis principal de su obra, cuyo objeto de estudio no es determinar las causas del fenómeno, sino su realidad y existencia. El economista francés consigue demostrar con su abundante exposición de datos, que en su mayor parte el destino final de esta riqueza son los instrumentos especulativos del capital, los derivados[1] por ejemplo, pero prescinde del conflicto entre el capital y el trabajo en el reparto de la plusvalía, como elemento central para entender el comportamiento del capital.

En las últimas décadas los beneficios del capital han sido obtenidos cada vez en mayor medida de la especulación financiera y no de la actividad productiva, que ha crecido espectacularmente por la baja rentabilidad de la inversión productiva en comparación con la actividad especulativa, provocando una inestabilidad financiera que ha repercutido tanto en los estados como en las sociedades, sin que tenga ningún objetivo social. Y  ello se ha debido de forma muy importante a la desregulación del capital financiero promovida por el neoliberalismo, resultando el capitalismo financiero absolutamente negativo para los intereses generales de los pueblos.


La insuficiencia de la descripción de la desigualdad hecha por Piketty. El desequilibrio de poder entre capital y trabajo.

Para el actual ministro de economía griego, Yanis Varoufakis[2], los datos encontrados por Piketty en su investigación confirman el hecho de que la desigualdad creció de manera exorbitante en el siglo XIX, pero comenzó su reducción en la década de 1910, continuando su disminución durante las dos guerras mundiales hasta que el sistema de Bretton Woods se derrumbó en 1973, momento a partir del que volvió su tendencia ascendente. Por lo que si se acepta la idea de Piketty de que la desigualdad en circunstancias normales debe continuar aumentando, la conclusión entonces es, que se deben considerar como una “aberración”, una desviación de la tendencia “natural” del capitalismo, las décadas del S. XX en las que la desigualdad se redujo. Para explicar este hecho, Piketty apunta como causa a los estrictos controles sobre el capital establecidos por los “New Dealers”[3] en los Estados Unidos, extendidos por todo el mundo occidental después de la última guerra mundial y los acuerdos de Bretton Woods, además del efecto positivo de la presión sindical para la obtención de mejores salarios y de políticas fiscales redistributivas en la sociedad mediante impuestos progresivos. El ministro griego entiende que el declive constante en la participación del trabajo en la renta nacional desde los años setenta se deriva de la pérdida de poder político y económico por los trabajadores, mientras que el capital movilizaba tecnología, desempleo, deslocalizaciones y políticas contrarias a los intereses de los trabajadores, a través de la ofensiva neoliberal liderada por Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Como reconoció Alan Budd, un asesor de Margaret Thatcher, las políticas contra la inflación de los años ochenta resultaron ser una:

“muy buena forma de aumentar el desempleo, y aumentar el desempleo fue una forma extremadamente atractiva de reducir la fuerza de la clase trabajadora… lo que se diseñó allí fue, en términos marxistas, una crisis del capitalismo que recreaba un ejército de reserva del trabajo y que ha permitido a los capitalistas generar grandes beneficios desde entonces”.

Lo que dijo Alan Budd puede constatarse comparando la diferencia de la remuneración entre un trabajador promedio y un alto directivo en 1970, que estaba alrededor de una proporción de 30:1, y la diferencia actual, que se halla fácilmente en una proporción de 300:1, y en el caso de la multinacional McDonald’s sobre los 1.200:1[4]. Sin embargo, Piketty no ofrece una explicación relativa al hecho de que estas políticas se aplicaran de 1949 a 1970 pero no después. Varoufakis se pregunta:

“¿Por qué, por ejemplo los ‘New Dealers’ pudieron ser capaces de prevenir la aparición de multimillonarios? ¿Por qué las administraciones republicanas de EEUU o los gobiernos de los Tory en el Reino Unido (bajo Harold Macmillan) tuvieron tan poco interés en hacer retroceder el descenso de la desigualdad y adoptar las fantasías del ‘goteo’ que prevalecieron después de los setenta tanto bajo los demócratas como los republicanos, los Tory y los Laboristas y parte de las administraciones socialdemócratas? ¿Fueron los shocks exógenos que empujaron al capitalismo a una posición más igualitaria ocasionados por la visita de un espíritu ético ‘exógeno’ sobre los poderosos y grandes, tal vez provocado por la guerra? ¿O puede que la respuesta esté, por el contrario, en alguna dinámica obrante más profunda que es endógena al capitalismo como la tendencia de este último de enriquecer más a los que ya son ricos? ¿Y puede argumentarse que la mencionada dinámica se evaporó en los setenta por razones que no son en ningún sentido ‘naturales’?”[5]

Varoufakis evidencia que Piketty no aborda la respuesta a estas cuestiones, sino que asume que todos los factores que provocaron esta reducción de la desigualdad eran de carácter coyuntural, y que una vez que dichos factores desaparecieron la desigualdad vuelve a su punto de equilibrio a largo plazo. La mera existencia de este período “aberrante” del capitalismo, entra en contradicción con la ley de inexorable cumplimiento formulada por Piketty, sobre la incesante acumulación de riqueza por parte de una minoría, que es debida según el galo, a que la tasa de retorno del capital (r) siempre supera a la tasa de crecimiento de renta (g), lo que constituye la “contradicción central” del capitalismo.

Piketty tampoco responde al interrogante de, ¿qué fuerzas producen y mantienen dicha contradicción central del capitalismo? Históricamente el capital ha tendido a crear niveles cada vez mayores de desigualdad, lo que ya apuntaba Marx en el primer volumen de “El Capital”, por lo que la afirmación de Piketty no es novedosa para la izquierda marxista, pero lo que sí es diferente en la obra del francés respecto de los cánones de Marx, es en partir de una explicación estadística de los datos recabados, para la formulación de una ley que explique este proceso de acumulación de riqueza, sin atribuir el origen de los mismos, en coincidencia con el judío alemán, a la existencia de un desequilibrio de poder entre capital y trabajo, sobre lo que Piketty guarda silencio para desagrado de sus críticos marxistas.
 
Fuente ilustración: espresso.repubblica.it

El error de Piketty en la descripción del capital.

Como hemos visto, el origen de la desigualdad actual, está en la acumulación de capital producida por el aumento de los beneficios empresariales, ¿pero cómo se pasó del escenario de redistribución de la riqueza y reducción de la desigualdad de los treinta gloriosos a la situación presente? En el Volumen Segundo de “El Capital”, Marx señaló que la tendencia del capital a la depresión salarial en algún momento llegaría a restringir la capacidad del mercado de absorber el producto del propio capital. Henry Ford, que supo reconocer esta doble condición de trabajador y de consumidor de los obreros, instituyó el fabuloso salario para su época de cinco dólares por día, para aumentar la demanda de los consumidores, y que, como decía entonces, pudieran adquirir su famoso modelo Ford T, invirtiendo la tendencia descrita por Marx. Entonces muchos pensaron que la falta de demanda efectiva era lo que se hallaba tras la Gran Depresión de los años treinta, lo que llevó al abandono del patrón oro y  a las políticas expansivas keynesianas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que desde su perspectiva de conservación del capitalismo tuvieron un resultado eficiente en la reducción en las desigualdades de renta entre el capital y el trabajo, hasta el final de la vigencia de los acuerdos de Breton Woods y la crisis del 73. Hacia el final de los años sesenta, los capitalistas buscaban  reducir el peso del trabajo en el reparto de la riqueza, y de este interés surgió el pensamiento de Milton Friedman y la Escuela de Chicago, que dieron comienzo a la ofensiva neoliberal a nivel mundial, que fue consiguiendo reducir los impuestos, en paralelo al desmantelamiento del estado social y de las fuerzas defensoras del trabajo. Este fenómeno se producía bajo las tesis neoliberales y friedmanitas de que el aumento de la riqueza entre los más ricos retornaría a los más pobres en forma de “goteo” o trickle down[6]. Con el triunfo de Thatcher y Reagan y el establecimiento de dictaduras en diversos países y la aplicación de las políticas de “shock” para aplicar el programa neoliberal, comenzó la década de los 80, con unos tipos impositivos máximos para el capital en descenso y las ganancias de capital  aumentando y acumulándose entre los capitalistas de los Estados Unidos, que comenzaron a canalizar el flujo de beneficios del capital de forma intensa hacia la inversión en el capitalismo financiero especulativo. Llegada la década de los noventa, estas políticas habían hecho caer drásticamente las rentas del trabajo y deprimido la demanda, y para mantener ésta en alza y ante la abundancia de capitales de nueva inversión en el capitalismo financiero, se produjo una gigantesca expansión del crédito, incluyendo la extensión de los créditos hipotecarios sin apenas garantías o sin ninguna garantía en los mercados sub-prime, creando de esta manera una burbuja financiera que cuando estalló en 2008 provocó el desplome del sistema de crédito mundial, lo que no impidió que recuperado el sistema de crédito con el dinero de los Estados, los índices de beneficios y la concentración de la riqueza continuasen en aumento a partir del año 2009. En este momento, las empresas han aumentado exponencialmente sus beneficios y acumulan cada vez más riqueza, que no reinvierten porque las condiciones del mercado son altamente volátiles. Se comprende que el financiero multimillonario norteamericano Warren Buffet dijera que: “por supuesto que hay una lucha de clases, y es mi clase, la de los ricos, los que la están librando, y vamos ganando”.



Y aquí llegamos a otro aspecto de la crítica marxista de la formulación de la ley matemática que hace Piketty, que es la definición que hace del capital como una cosa, que a juicio de sus críticos, y no sólo marxistas sino también liberales, es errónea. Para éstos, el capital no es una cosa, sino un proceso de circulación en el cual el dinero se utiliza para crear más dinero a menudo, pero no exclusivamente, a través de la explotación del trabajo. Piketty define el capital como el conjunto de todos los valores que son propiedad privada de los individuos, corporaciones y gobiernos, que pueden ser objeto de comercio en el mercado, sin importar si estos valores están siendo utilizados o no, ya sean estos físicos o intelectuales. Si aplicamos a este concepto de capital la ley de Piketty, que dice que la tasa de retorno del capital (r) siempre supera a la tasa de crecimiento de renta (g), nos encontramos que para poder calcular la tasa de retorno (r) tenemos que conocer el valor inicial del capital, lo que es de una extraordinaria complejidad técnica, dado que no se puede valorar de forma independiente del valor de los bienes y servicios que se usan para producir o de su precio en el mercado. Siendo así, la tasa de retorno del capital (r) depende en el índice de crecimiento porque el capital se valora con base en lo que se produce y no según lo que se ha utilizado para su producción, por lo que su valor está influenciado por las condiciones especulativas del mercado. Si se quita de la definición de capital de Piketty la propiedad inmobiliaria, entonces las desigualdades crecientes de riqueza y renta no se sostienen, sin perjuicio de que su descripción de la desigualdad en el pasado y en el presente pueda seguir siendo válida.

Para los marxistas críticos de Piketty, el dinero y los inmuebles así como las infraestructuras y maquinaría que no intervienen en la producción no son capital, por lo que si la tasa de retorno del capital que se utiliza es alta, es porque parte del capital se retira de la circulación, con lo que a efectos prácticos no existe, provocando una escasez artificial garantizando así una alta tasa de retorno. Es esta escasez artificial de capital en el proceso productivo, lo que motiva que la tasa de retorno del capital supere a la tasa de crecimiento de la renta, garantizando así su propia reproducción. Para los marxistas, Piketty se equivoca en su explicación del origen de la desigualdad y de la tendencia oligárquica de los capitalistas, por lo que, sin perjuicio del valor documental de la obra, Piketty ha fracasado en establecer un modelo que explique las políticas que adopta el capital en este S. XXI.


Conclusiones.

El aumento de la desigualdad en la distribución de la riqueza y de la renta, forma parte de nuestra realidad cotidiana, lo que la obra de Thomas Piketty nos aporta, más allá de unas u otras discrepancias o errores, es la base documental que permite afirmarlo con fundamento.

La desigualdad es inherente a la naturaleza en todos los órdenes de la existencia, pero la desigualdad que estudia Piketty no es la natural resultado del esfuerzo o la capacidad, del mérito, sino otra de naturaleza muy distinta que se deriva de una tendencia oligárquica del capital que coloca en la cúspide social no a quién más vale, sino a quién más tiene, que unido a los restantes tenedores se constituyen en jauría, en casta depredadora que secuestra el poder político, económico y social para su exclusivo beneficio. La desigualdad en estos términos, reduce la movilidad en la sociedad, conduce a la perpetuación de la estratificación social y a la puesta al servicio de los capitalistas del Estado, con la consecuente reducción del sistema de bienestar social conocida como “austeridad”.

Thomas Piketty desde su ideología socialdemócrata aporta varias soluciones para corregir esta deriva del capitalismo, desarrollando una defensa del impuesto de sucesiones, de la tributación progresiva y un impuesto global a la riqueza inviable políticamente, sin advertir que el problema no es la política que se aplique en la gestión del sistema capitalista, sino el capitalismo en sí.


El impuesto mundial que grave el capital a nivel internacional, para impedir la concentración de capital propuesto por el galo, es a todas luces una solución políticamente inviable, técnicamente compleja y discutiblemente deseable. Es lo que podría llamarse una solución mundialista. Para aplicar un impuesto de estas características, debería existir una autoridad supranacional, mundial, que supervisara su aplicación por encima de los Estados, las dificultades técnicas para su regulación son casi insuperables, se requeriría un cambio profundo de los niveles de transparencia e información entre Estados, la erradicación de los paraísos fiscales en los que se encuentra refugiada la mayor parte de la riqueza existente en el mundo, y todo ello con el beneplácito y las bendiciones de los mismos capitalistas a los que se les va a imponer el impuesto. Absurdo.

Ahora bien, tanto a nivel estatal como de región económica europea, sí sería posible avanzar en la imposición de las rentas del capital, a condición claro de excluir de Europa a la cueva de piratas asentada en la City londinense, que debería ser erradicada de la economía europea. Se debería imponer el objetivo de recuperar el control de la regulación de la circulación de capitales, bien a nivel europeo o bien a nivel estatal, para de esta manera hacer posible que el capital tribute, al menos, como las rentas del trabajo. Y si de verdad se quiere reducir la desigualdad a sus términos racionales, a estas medidas debería sumarse el incremento de las rentas del trabajo, restituyendo la tensión entre capital y trabajo a una situación de justo equilibrio. Y por supuesto, no debemos olvidar el papel que está jugando la economía especulativa, el capitalismo financiero, en la generación de todos los desequilibrios que nos conducen reiteradamente a las distintas crisis de carácter financiero que nos han venido asolando, burbuja inmobiliaria, crisis de deuda soberana la actual guerra de divisas, etc. que perjudican gravemente la llamada economía real. Es necesario, crear una deuda pública europea, por mucho que la codicia y el egoísmo alemán se opongan. La existencia de una moneda única con 18 deudas públicas y 18 tipos de interés asociados a esa deuda, no es económicamente viable. Sólo si existe un fondo común de deuda pública con un solo tipo de interés y un Banco Central Europeo con capacidad real de intervención, centrado no sólo en el control de la inflación, sino también en la generación de empleo, podremos estabilizar el tipo de interés de la deuda europea y salir de la actual crisis controlando el déficit común. Ahora bien, si queremos gestionar esta nueva realidad económica de forma eficaz, necesitamos un poder político centralizado y real a nivel europeo, que tome decisiones a todos los niveles. Y ello supone la independencia política europea respecto de EE.UU. y de su estructura política y militar. O esto es así, o los españoles debemos volvernos para casa, denunciar el Tratado de Lisboa y de Mastrique abandonando el euro, asumir el desastre económico que esto supondría en este momento para la sociedad española, como precio por recuperar la independencia, asumir el “corralito” y la fuga de capitales que nos aguardaría al día siguiente de salir del euro, devaluar nuestra nueva peseta para recuperar competitividad y volver a empezar de cero.

La necesidad de cambiar y salir del impasse  en el que nos encontramos es acuciante. En Europa seguimos fantaseando con la idea imposible de mantener un crecimiento económico del 3% anual, como si lo que ha sido excepcional durante un período de tiempo, se fuera a perpetuar. La obra de pIketty ha demostrado que sólo las economías que están en una fase correctiva recuperando un retraso respecto de los restantes países económicamente desarrollados o en fase de reconstrucción tras una gran catástrofe esto es posible. Así lo vemos en India, China o Brasil, que crece por encima incluso de ese 3% ó 5% tan deseados en Europa. Piketty ha demostrado que un crecimiento del 1% o 1,5% sostenido en el tiempo es muy elevado. Pero para lograrlo hay que rectificar las políticas de austeridad europeas e invertir en nuevas fuentes de energía renovable, el precio del petróleo actual obedece a una situación de excepcionalidad política en el tablero del poder y no a la relación entre volumen de producción y coste de la misma, y por encima de cualquier consideración hay que invertir en formación superior y especializada que haga del factor trabajo en España y Europa algo especialmente valioso.

Pero sobre todas estas cuestiones de orden político Piketty no dice nada en su libro, y este es su gran defecto y, quizás,  su gran virtud, que lo que calla es tan importante como lo que cuenta. Lo que se expone en la obra de Piketty no sólo es un estado de cosas económico, sino la plasmación de las decisiones políticas que se vienen adoptando en las últimas décadas en contra de los intereses generales de los trabajadores y de los pueblos. No es un problema económico, es un problema político. Y en este orden de cosas, la disyuntiva no es capitalismo o marxismo, sino la superación de ambos.
 

[1] Son un tipo de activos financieros llamados derivados o instrumentos financieros, cuya principal cualidad es que su valor de cotización se basa en el precio de otro activo. Puede haber gran cantidad de derivados financieros dependiendo de “el índice valor” inicial del que se deriven, pueden ser: acciones, renta fija, renta variable, índices bursátiles, bonos de deuda privada, índices macroeconómicos como el Euribor o los tipos de interés, etc. Los derivados financieros suelen ser algunos de los productos financieros más interesantes aunque habitualmente no son tan conocidos como el resto. Normalmente cotizan en mercados de valores, aunque también pueden no hacerlo. El precio de los derivados varía con respecto siempre al del llamado “activo subyacente”, el valor al que está ligado dicho derivado. También puede ser referido a productos no financieros ni económicos como las materias primas. Algunos de los ejemplos más conocidos son el oro, el trigo o el arroz. Normalmente la inversión que debes realizar es muy inferior a si compraras una acción o una parte del valor subyacente por el que desees apostar. Los derivados financieros tienen que cumplir una cualidad indispensable y es que siempre se liquidan de forma futura. En nuestro país los derivados están regulados por dos órganos rectores fundamentalmente: MEEF Renta Variable en Madrid y MEEF Renta Fija en Barcelona. Aunque parezca que su función es poco importante, sí lo es, ya que no sólo regulan sino que además gestionan las compras y ventas que se realizan a diario mediante una cámara de compensación propia que ejecuta las liquidaciones entre todas las operaciones. Son activos que permiten la especulación con el valor futuro de los activos subyacentes sin hacer un gran desembolso. Un carácter especulativo que es muy grande debido a que no sólo se puede hacer un uso normal de compra y venta de las acciones, sino que también se puede comerciar con los derechos para comprar o vender los activos; con un mismo capital inicial operando con la segunda opción de los derechos se pueden conseguir muchos más beneficios. Dentro de los derivados financieros contamos con dos tipos: 1º Futuros. No hay que pagar nada en el momento de su contratación, pero si hay que predisponer una garantía ante el pago. La principal cualidad de este tipo, es que se contrae una obligación de pago sobre los derivados adquiridos, el riesgo es grande, pero también los beneficios posibles también; 2º Opciones: Al contratar una opción hay que pagar una pequeña prima y en ocasiones suscribir también una garantía. Lo bueno de las opciones es que realmente se fija un compromiso de beneficios y pérdidas; si se pierde, siempre el límite será el valor de la prima previa y los beneficios de carácter ilimitados. Cabe matizar que los derivados financieros son también un seguro cómo ante una bajada inesperada del valor subyacente al que esté referido. De hecho hay dos tipos de derivados financieros que toman el nombre de “seguro” por la capacidad extrema de ofrecer dicha cualidad (los tipos de seguros son el de cambio y de cambio múltiple). En definitiva podemos decir que los derivados financieros son un tipo de activos los cuales fundamentan su valor en el futuro de otro, siendo su riesgo muy alto o más moderado dependiendo de si la contratación es de futuros o de opciones de acciones.
Fuente:www.elblogsalmon.com/conceptos-de-economia/que-son-los-derivados-financieros
[2] Yanis Varufakis (en griego Γιάνης Βαρουφάκης), nació en Atenas el 24 de marzo de 1961, y tiene la doble nacionalidad greco-australiana. Es profesor de Economía y escritor. Fue elegido diputado al parlamento griego en las elecciones parlamentarias de Grecia de 2015 representando SYRIZA y luego nombrado ministro de Finanzas de Grecia en el Gobierno de Alexis Tsipras. Es un participante activo en los debates sobre la crisis económica de 2008-2012 mundial y la crisis del euro o crisis económica europea. Es autor de El minotauro global. Actualmente es profesor de Teoría Económica en la Universidad de Atenas y colaborador, como economista, en la empresa Valve Corporation.
[3] Esta expresión hace referencia a los conocidos como los “nuevos distribuidores”. Franklin Roosevelt trajo una nueva casta de funcionarios del gobierno a Washington. Anteriormente a su presidencia, la mayoría de los administradores del gobierno eran ricos, hombres de negocios o partidarios políticos. Roosevelt, buscaba nuevos talentos, por lo que llevó a Washington un equipo de intelectuales de la Ivy League (La Liga de la Hiedra es una conferencia deportiva de ocho universidades privadas del noreste de los Estados Unidos, que tienen en común unas connotaciones académicas de excelencia, así como de elitismo por su antigüedad y admisión selectiva) y a trabajadores sociales del estado de Nueva York. Conocido como el "grupo de expertos", estos asesores aportaron nuevas ideas económicas y argumentos para Roosevelt. Los “Nuevos Distribuidores” fueron fuertemente influenciados por los reformadores de principios del siglo XX, que creían que el gobierno tenía, no sólo un derecho, sino el deber de intervenir en todos los aspectos de la vida económica con el fin de mejorar la calidad de vida estadounidense.
[4] Ibidem.
[5] www.rotekeil.com/2014/10/24/el-ultimo-enemigo-del-igualitarismo-una-resena-critica-de-el-capital-en-el-siglo-xxi-de-thomas-piketty-por-yanis-varoufakis/
1 “Trickle down economics” es un término utilizado en los Estados Unidos para referirse, en sentido peyorativo, a las políticas económicas que sostienen que, beneficiando a los miembros más ricos de la sociedad, en particular mediante la eliminación de impuestos, su riqueza “goteará” o “calará” hacia las capas más bajas de la sociedad. A menudo suelen asociarse con las ideas que se engloban en el término amplio de “Reaganomics”, o políticas económicas iniciadas en la época Reagan.
Fuente: http://www.investopedia.com/terms/t/trickledowntheory.asp

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