domingo, 11 de mayo de 2014

1929-2008. DOS CRISIS PARALELAS. (II)



 La adoración al becerro de oro
(Fotograma de la película "Los Diez Mandamientos")

"No es fácil conseguir que alguien entienda algo, cuando su salario depende de que no lo entienda".

Upton Sinclair.

En 1929 una crisis bancaria europea que colapsó el sistema financiero, fue el catalizador de una crisis de deuda soberana, que más tarde, conduciría a la guerra de divisas. Es muy probable que estemos viviendo un proceso semejante en la actualidad.

Antes del estallido de la guerra mundial, la estabilidad del patrón oro como un sistema de paridades fijas entre monedas, había estimulado los flujos de inversión internacional y dado origen al crecimiento de la economía internacional durante décadas. La eliminación del riesgo cambiario, y la certidumbre de que el rendimiento de una inversión iba a estar determinado por la inversión en sí y no por una eventual devaluación del valor de la moneda, había estimulado los flujos de inversión directa y había colaborado en la integración de los mercados de capitales nacionales en un cada vez más definido mercado internacional. El patrón oro imponía a los gobiernos como objetivo esencial de su política monetaria, fiscal y financiera, la preservación del funcionamiento del propio sistema por encima de cualquier otra consideración política o económica. Para evitar la salida del oro en presencia de desajustes de la cuenta corriente, el país afectado negativamente subía los tipos para mantener el oro en el interior del país, lo que provocaba la contracción de la economía, que a su vez desembocaba en una rebaja local en los precios de los bienes con la consiguiente ganancia de competitividad respecto del mercado exterior, restableciéndose así el equilibrio comercial. Por lo tanto, se dependía del ajuste de los tipos de interés por medio de la intervención directa en el mercado financiero con préstamos entre bancos centrales, o directrices a los bancos comerciales para evitar las crisis de convertibilidad. El aumento de los tipos de interés de un país en un sistema de paridades fijas, se trasmitía de forma inmediata a todos los países del sistema, que se veían en la necesidad de ajustar sus políticas fiscales para el mantenimiento de la paridad, evitando que el oro saliera a su vez de sus países. Lógicamente, la reducción del precio de los bienes implicaba la reducción de los costes de producción de los mismos, y como el trabajo es un componente estable de su producción, la flexibilidad salarial era inherente al sistema y necesaria para su buen funcionamiento. Lo que finalmente suponía, que fueran las rentas del trabajo las que soportaban en mayor medida, los costes del regreso al punto de equilibrio causados por los desajustes que periódicamente afectaban al sistema, y que eran debidos a impactos en la balanza comercial de unos u otros países, como resultados de los aumentos imprevistos en su competitividad, resultado de las  innovaciones tecnológicas, del descubrimiento de nuevos recursos naturales u otros acontecimientos imprevistos.

Podemos concluir respecto del patrón oro previo a la Gran Guerra, diciendo que el establecimiento del patrón oro iba encaminado al mantenimiento de los flujos de capital y del comercio internacional, lo que hacía patente en el mundo previo al conflicto que el verdadero beneficiario del patrón oro era el mercado financiero global. Éste podía contar con la estabilidad cambiaria para distribuir su capital por el mundo según su conveniencia, teniendo la seguridad de que cualquier crisis que afectase a la cuenta corriente de un país en el que se hubiera invertido, se resolvería con el ajuste necesario del tipo de interés en ese país a costa de una depresión de su demanda interna, lo que sería soportado principalmente por las rentas del trabajo de dicho país, lo que siempre dejaría indemnes a los propietarios del capital financiero internacional. Por tanto, no resulta sorprendente que al término de la Primera Guerra Mundial, las clases dirigentes del capitalismo ansiaran retomar el patrón oro, que de facto aunque no de iure, había sido suspendido durante el conflicto.

Participantes en la Conferencia de Génova en 1922

Pero para retornar al que se recordaba como un sistema ideal, se alzaba como un serio obstáculo el establecimiento de las nuevas paridades que se debían establecer entre las monedas y los déficit fiscales de cada país, lo que lo complicaba enormemente el retorno al sistema monetario vigente antes del enfrentamiento mundial, pues en el establecimiento de las paridades monetarias, como es lógico, todos querían ganar y ninguno perder. Buscando solucionar esta cuestión, se celebró en Génova entre abril y mayo de 1922, una conferencia de expertos en temas monetarios que ponía punto final al mecanismo de ajuste del patrón oro que operaba antes de la Primera Guerra Mundial, estableciendo un nuevo sistema monetario internacional: el “patrón cambio oro”. El paso del anterior “patrón oro” al “patrón cambio oro”, hacía que la oferta monetaria de los países pertenecientes al sistema fuera más elástica, al autorizar a los bancos centrales a mantener reservas no sólo en oro, sino también en divisas convertibles en oro, al tiempo que autorizaba a estos bancos a intervenir en el mercado para controlar las grandes fluctuaciones del precio de este metal. Los acuerdos alcanzados en la conocida como “Conferencia de Génova”, daban lugar a un sistema monetario que permitía a los gobiernos regular la masa monetaria circulante con el fin de mantener la estabilidad del  poder adquisitivo del dinero, evitando las perturbaciones derivadas de las fluctuaciones en el precio del oro. El nuevo sistema monetario también permitía regular las tasas de interés a través de operaciones de mercado abierto, emitiendo billetes no sólo respaldados con oro, sino además también con divisas, títulos públicos y privados convertibles en oro.

En la Conferencia de Génova se buscó una situación intermedia entre el establecimiento de un tipo de cambio fijo según el cual un país decide cuánto vale su moneda respecto a las demás, y los cambios flexibles de divisas determinados por las fluctuaciones del mercado. El nuevo sistema, además de restringir el cambio directo que se daba con el patrón oro fijando el nuevo patrón lingote oro, intentó esta hallar esta situación intermedia, al equilibrar el intercambio de monedas según los mecanismos del mercado con la fijación de márgenes de fluctuación. Una vez superados estos márgenes, el Estado intervenía para provocar la compra-venta de divisas en contra del mercado y así volver a una situación de equilibrio.

El nuevo sistema, en general tenía un funcionamiento muy distinto al anterior, pero guardaba ciertas semejanzas al añadir los valores convertibles a las reservas de oro que cada país debía mantener en cantidad equivalente a la masa monetaria en circulación, de tal modo que los tipos de interés fluctuaban en razón de mantener una determinada cantidad de los mismos en el interior del país para mantenerse dentro del patrón, lo que como ya hemos visto provocaba que la respuesta del banco central de turno ante un desequilibrio en la balanza de pagos y una salida de oro o valores convertibles al exterior del país, fuera la subida del tipo de interés para hacer más atractiva su deuda. Por lo que la necesidad de mantener este respaldo de la moneda en oro o valores convertibles, inevitablemente suponía una restricción del crédito, multiplicando el efecto recesivo de la economía. Sólo tres países, España, la Unión Soviética y Turquía, no estuvieron en ningún momento en el “patrón cambio oro” de la posguerra. El siguiente gráfico muestra el número de países bajo alguna versión del “patrón cambio oro” sobre una muestra de 54 países.


El patrón oro: Numero de países en el patrón oro. 1919-1937. Fuente: B. Eichengreen, Golden Fetters, Tabla 7.1.
Las condiciones políticas y económicas que habían hecho eficaz al patrón oro durante el período 1870-1914 habían desaparecido o cambiado. El sistema financiero internacional nacido de la Primera Guerra Mundial, no podía hacer frente a la crisis bancaria provocada por las políticas de los banqueros de la Reserva Federal estadounidense (FED) en 1929, por lo que de hecho, se convirtió en un mecanismo de extensión de los problemas monetarios de un país a otro. El nuevo “patrón cambio oro” sólo fue sostenible en un espacio de tiempo muy breve, en el que no se produjo ningún impacto negativo en el capitalismo de los EE.UU., pero tan pronto como la economía estadounidense se colapsó tras la caída de Wall Street el “jueves negro”, la crisis se tornó global. El “patrón cambio oro” era el mecanismo de transmisión perfecto de cualquier shock o perturbación de la política monetaria de cualquiera de los miembros centrales del sistema como era el caso de los EE.UU. Además, los costes del mantenimiento del sistema estaban distribuidos de forma desigual tras el resultado del conflicto, y los movimientos contrarios al capitalismo que se generalizaron tras la guerra mundial, terminaron de minar la credibilidad del sistema.

Una vez se hubo establecido el nuevo sistema, la Reserva Federal (FDA) inyectó en la economía de los EE.UU. una enorme liquidez expandiendo el capital disponible, que fue a parar en gran medida a los mercados financieros. Por lo que estos con enormes cantidades de dinero barato a su disposición, compraron acciones de las empresas líderes en nuevas tecnologías, disparando los índices bursátiles des las compañías relacionadas con estos bienes, creando una aparente riqueza de la nada, sensación que se generalizaba a medida que los expertos en inversiones, aseguraban que los enormes beneficios obtenidos en los mercados bursátiles, se correspondían perfectamente con la envidiable situación de la economía no financiera. Las acciones de la RCA, por ejemplo, pasaron de 1,5 $ en 1921 a 141 $ en 1929. El 3 de septiembre de 1929 se alcanzó el máximo en Wall Street, y en ese momento la Reserva Federal detuvo en seco la expansión monetaria y reventó la burbuja financiera. Del 24 al 29 de octubre se produjo la caída en picado de la bolsa neoyorquina y la crisis se extendió por todo el sistema económico norteamericano, dejándose sentir sus consecuencias en las del resto del mundo. Wall Street colapsó y las acciones cayeron súbitamente un 26%[1].

La restricción del crédito por la FED además de provocar el colapso bursátil, tuvo graves consecuencias en la economía real norteamericana, al contraer el consumo y la inversión, destruyó el ahorro de muchas familias causando el empobrecimiento generalizado, y las empresas se encontraron comprimidas entre la caída de la demanda de bienes y servicios por  un lado; y la falta de financiación de la inversión industrial por otro, y también provocó la quiebra de las instituciones financieras que habían prestado a los inversores institucionales y particulares. Además, dejaba una escasa capacidad de actuación a los gobiernos para contrarrestar la depresión. La extensión mundial de la recesión tuvo efectos demoledores. En julio de 1932, el índice bursátil Dow Jones había perdido el 90% de su valor desde los máximos de 1929, y tardaría todavía un cuarto de siglo en recuperar esos niveles. El PIB americano cayó un 60% respecto a 1929, y más de 4.000 bancos cerraron. La producción industrial del mundo no llegaba a los dos tercios de la de 1929, la de Europa había caído algo por debajo del 75%, y la de Estados Unidos apenas superaba el 50%. La producción de alimentos apenas experimentó cambios, pero la de materias primas se contrajo casi en la misma medida que la de productos industriales. En 1934, el valor del comercio mundial era poco más de un tercio del correspondiente a 1929, y en 1937 no llegaba todavía al 50% del de 1929.

Al mismo tiempo el desempleo alcanzó cifras record en Estados Unidos y en Alemania. En el primero de estos países, el desempleo pasó del 3% en 1929 al 25% en 1933; y en el segundo, se elevó desde el 4,3 al 30,1% entre 1929 y 1932. La rigidez de los salarios a la baja, fenómeno que no se producía antes de la gran Guerra, debido al auge de los sindicatos, la negociación colectiva y las regulaciones salariales, que preservaban unos mínimos niveles de vida a los trabajadores, contribuyeron a hacer más rígido el coste del trabajo, lo que ayuda a explicar por qué el desempleo alcanzó tan altos niveles mientras que los salarios de los ocupados apenas cambiaron.
¿Pero por qué la Gran Depresión alcanzó unas dimensiones tan extraordinarias?. La restricción del crédito no fue la causa principal de la extensión mundial de la recesión durante los años treinta, fue la propia configuración del sistema del “patrón cambio oro” lo que provocó su extensión a otras economías. Así, el abandono del patrón oro fue una condición necesaria para la salida de la Gran Depresión.

En 1930 el presidente republicano Herbert C. Hoover intentó frenar la crisis aprobando el extremadamente proteccionista arancel Smoot-Hawley, que pretendía defender los intereses nacionales norteamericanos frente al exterior. Esta medida fue rápidamente imitada por las restantes economías importantes, provocando una espiral a la baja del comercio mundial que intensificó la depresión.

La recesión de la crisis en Europa comenzó con la quiebra en Mayo de 1931 del mayor banco de Austria, el Credit-Anstalt, cuyas pérdidas se debían a los malos resultados de sus inversiones industriales en el Este europeo y a las deudas heredadas de la adquisición de otro gran banco austriaco, circunstancia que se vio agravada por la retirada de sus fondos por parte de los inversores norteamericanos y británicos.  La quiebra del primer banco austriaco puso en duda la capacidad de Austria de pagar sus créditos internacionales, y obligó al gobierno a buscar desesperadamente ayuda financiera internacional. Alemania, que había recibido información del gobierno austriaco en el mes de Abril sobre lo inminente de la crisis, ofreció un crédito insuficiente para las necesidades de los austriacos. Tras lograr un crédito de 100 millones de chelines de un banco suizo, los ataques financieros al Banco Nacional forzaron al gobierno a solicitar un segundo crédito, que el banco suizo indicó se debía lograr mediante en los mercados internacionales, en los que la influencia francesa fue determinante para frustrar las políticas alemanas. A finales de junio la retirada de fondos de bancos alemanes hizo que el presidente Hoover propusiera una moratoria en el pago de reparaciones de guerra para aliviar la situación en Alemania, a cambio del abandono del plan de unión aduanera con Austria, propuesta que fue rechazada. La retirada de fondos de los bancos alemanes, que estaba reduciendo rápidamente las reservas de oro y de divisas del Reichbank, y el riesgo de bancarrota del sistema financiero alemán, amenazaban seriamente la economía norteamericana ya que el 41% de las deudas alemanas se hallaban en manos de los norteamericanos. La debilidad interna del gobierno alemán, le impidió aceptar la oferta norteamericana.


La quiebra del Credit-Anstalt provocó la bancarrota en cascada de la mayor parte del sistema bancario en Hungría, Checoslovaquia, Rumania, Polonia y Alemania. La tardía aceptación del plan del aplazamiento de pagos del presidente Hoover, hizo que no sirviese para estabilizar la situación, persistiendo la retirada de fondos que de los bancos en Alemania, por lo que el 3 de julio de 1931 se hundió el segundo banco privado alemán, que hubo de ser intervenido. Se declaró una moratoria del sistema bancario que congeló gran cantidad de créditos a corto plazo, desbaratando los objetivos del presidente estadounidense y agudizando la crisis en ese país. El pánico por la extensión de la crisis de crédito hizo que se llegase la cancelación de los pagos por reparaciones de guerra, diversas cancelaciones y moratorias en los pagos de deuda externa en la Europa central, la aparición de controles en la exportación de divisas y la creación de diversos planes para aliviar la situación en la zona. En la Europa del Este, la crisis financiera redujo el ya exiguo crédito con que contaba la región, agudizando la delicada situación económica caracterizada por una gran crisis agrícola y forzando a muchos gobiernos a implantar controles de exportaciones de divisas que redujeron drásticamente el comercio. De este modo, la crisis bancaria europea se extendió a las principales economías continentales y en consecuencia al resto del mundo. Los movimientos internacionales de capital se detuvieron y el comercio internacional y la producción industrial cayeron, provocando el desempleo masivo generalizado.



El primer país en abandonar el patrón oro en respuesta al pánico bancario de Mayo de 1931, fue el Reino Unido, que lo hizo en el mes de septiembre siguiente. La caída del tipo de cambio de la libra respecto del dólar fue del 30%, extendiéndose la depreciación de la moneda a todos los países vinculados con Londres a través de la Commonwealth[2], pero las consecuencias inmediatas no se detuvieron en los países que estaban en la órbita británica, sino que esta decisión desato una reacción en cadena. Multitud de naciones establecieron controles de cambio de divisas, y en la mayoría de los casos terminaron por abandonar el patrón oro, en busca de recuperar su capacidad exportadora mediante la devaluación de sus monedas, obteniendo así competitividad en el comercio mundial. España instauró el control de divisas en mayo de 1931, Japón adoptó ambas medidas, abandonando el sistema en Diciembre  de 1931 e instaurando el control de divisas en Julio de 1932, Francia abandonó el sistema en Octubre de 1936 e Italia estableció el control de divisas en Mayo de 1934 y salió del sistema al tiempo que lo hacía Francia, y Alemania. En 1933, el recién elegido Presidente demócrata Franklin D.
Franklin Rooselvelt
Roosevelt acabó con la convertibilidad en  oro de los billetes de la Reserva Federal para los ciudadanos estadounidenses, y desde ese momento sólo los gobiernos y los bancos centrales podrían cambiar los billetes de la FED por oro, llegando a  prohibir a los americanos poseer oro salvo en ínfimas cantidades. En 1934 Estados Unidos readoptó el patrón oro, pero no a 20  dólares por onza sino a 35. Los países “periféricos” estaban obligados a operar con las reglas del patrón oro, pero sin cooperación de los Bancos Centrales de los países “centrales”. Este hecho implicaba que los costes de funcionamiento para dichos países fueran mucho mayores, por lo que iniciaron el uso de las monedas reserva. Pero ello provocaba que si en los momentos de crisis los países del centro no apoyaban a los periféricos, estos no tenían más opción que sufrir las consecuencias o salirse del sistema. El “patrón cambio oro” prácticamente había dejado de existir. El sistema ideado en Génova se había desvanecido entre la deflación, el paro y la recesión económica que dejó como rastro el crack del 29. Sin las restricciones que imponía el sistema monetario basado en oro, cada país comenzó a devaluar su moneda buscando ganar competitividad. Es decir, redefiniendo constantemente su propia divisa a la baja, intentando abaratar así sus productos para poder exportarlos más fácilmente y estimular de esta manera su producción nacional, frenando el paro y la deflación. Los paralelismos con la actual situación son evidentes.


Esta situación se prolongó en los países capitalistas hasta el comienzo de la segunda guerra mundial, llegando a su término con los acuerdos de Bretton Woods (1944) y el establecimiento de un nuevo patrón oro-dólar, según el cual la divisa estadounidense tendría en lo sucesivo una conversión fija en oro de 35 dólares la onza, sirviendo de referencia para el resto de monedas con unos márgenes de fluctuación de un 1%. Además de establecer este nuevo patrón, en Bretton Woods se acordó la creación de diversas instituciones como el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (BIRF), el Fondo Monetario Internacional (FMI). En teoría, la finalidad del BIRF, el futuro Banco Mundial, es:

  • Contribuir a la reconstrucción de los países; 
  • Ayudar a elevar el nivel de vida de los habitantes de los países miembros mediante el crecimiento equilibrado;
  • Cooperar en la transición de una economía de guerra en una economía de paz.
Al tiempo, al FMI se le atribuyó la función de otorgar recursos financieros a los miembros que experimenten problemas en su balanza de pagos. Y aunque las instituciones financieras internacionales ideadas en 1944 han llegado a nuestros días, el sistema monetario no lo ha hecho.

El Secretario de Estado Michael Blumenthal
Este sistema tuvo su fin a comienzos de los años 70, momento en el que surgió el petrodólar cuando la administración de Nixon fue obligada a abandonar el 15 de Agosto de 1971 el sistema de Breton Woods, por el que el dólar quedaba respaldado por oro a razón de 35$/onza. El resultado fue que el dólar como moneda de reserva mundial desde 1944, quedaba como moneda “flotante”, y la inflación masiva generó una crisis monetaria que desembocó en la energética de 1973, que fue hábilmente resuelta por la administración de Nixon. La OPEP[3] consideró cambiar en 1973 y 1978 el precio del petróleo, e imponer una “cesta de monedas”. Esta reflexión obligó a los Secretarios del Tesoro de las presidencias de Nixon y de Carter a negociar con Arabia Saudí para hacer fracasar estos proyectos. El acuerdo al que llegaron impuso un trato preferencial para con la Autoridad Monetaria Saudita en 1974 para la compra de 2,5 mil millones en bonos del Tesoro de los EE.UU. fuera del proceso normal de subasta. Es decir, a coste muy reducido, a cambio la OPEP sólo utilizaría dólares para comerciar con el crudo. Por entonces, todas las inversiones sauditas en los EE.UU. fueron declaradas “secreto”, estos datos sólo pudieron ser conocidos y hechos públicos años después, a través del “Acta de Libertad de demanda de Información” (FOIA).

Nuevamente en 1978, el Secretario del Tesoro Werner Michael Blumenthal[4], se entrevistó con el ministro de finanzas saudí para frustrar una propuesta de la OPEP de formalizar una “cesta de petromonedas” (dólar, yen y marco). El precio que tuvieron que pagar los EE.UU. por ello a la monarquía saudí, fue un aumento del 350% de poder para su voto dentro del FMI. Desde estos acuerdos con los saudíes, el dólar quedaba otra vez establecido como divisa de referencia mundial y petromoneda monopólica, convirtiéndose en la clave de la decadente hegemonía norteamericana, y la principal preocupación del complejo financiero, industrial y militar que dirige esa nación.
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[1] En Otoño de 2008 caería el 20%, La caída del 44% que experimentó la Bolsa de Nueva York de Septiembre de 1929 a marzo de 1931, fue menor que el descenso que vivió después de la quiebra de Lehman Brothers, entre Septiembre de 2007 y Marzo de 2009.
[2] La Mancomunidad de Naciones, en el pasado Mancomunidad Británica de Naciones (en inglés, Commonwealth of Nations, antiguamente British Commonwealth of Nations) es una organización compuesta por 53 países independientes y satélites que, con la excepción de Mozambique y Ruanda, comparten lazos históricos con el Reino Unido. Su principal objetivo es la cooperación internacional en el ámbito político y económico, y desde 1950 la pertenencia a ella no implica sumisión alguna hacia la corona británica. La organización tiene sus orígenes en la Conferencia Imperial de 1920, cuando el gobierno británico reconoció ciertos derechos de autodeterminación de sus colonias e inició los trabajos que culminaron con el Estatuto de Westminster en 1931, que dieron origen a la Mancomunidad, en ese entonces consistente en un puñado de excolonias aún leales a la monarquía. 
[3] Organización de Países Exportadores de Petróleo. 
[4] Era un judío nacido en Berlín, que abandonó Alemania para establecerse en China, viajando definitivamente a los EE.UU. en 1947. Años más tarde terminó ingresando en la iglesia presbiteriana. Tras terminar su carrera política, se hizo cargo de la dirección del Museo judío de Berlín.