jueves, 11 de abril de 2013

EL ORIGEN DE LA PRIVATIZACIÓN DE LOS SERVICIOS PÚBLICOS: LA DESTRUCCIÓN DE LOS ESTADOS NACIONALES POR EL NEOLIBERALISMO



El origen de la idea de privatizar la actividad propia del Estado no es nueva ni reciente, ya desde principios del pasado siglo se planteó la posibilidad del “Estado Administrador”  como alternativa a los modelos de Estado hasta ese momento existente. El economista judío y presidente del Partido Laborista británico durante 1945-1946, Harold Joseph Laski, que fue profesor en las universidades de McGill, Harvard y el London School of Economics, afirmó sentando los antecedentes inmediatos de la concepción del Estado como mero administrador y prestador de servicios, que la soberanía incondicional del Estado había dejado de ser un principio evidente para tornarse insostenible tanto desde el punto de vista teórico como empírico, y apuntaba como causa de ello el aumento del poder de diversos grupos económicos, sociales y religiosos. 

A comienzos de los años setenta, los intereses del sistema financiero se estaban internacionalizando y coincidían con los de las grandes empresas transnacionales y corporaciones. Esta coincidencia de intereses hizo que desde los “think tanks”  promovidos por el dinero de las multinacionales y los bancos, se  fuera imponiendo una nueva corriente ideológica dentro de las ideas liberales clásicas, que aportaba una visión cada vez más optimista de las posibilidades de expansión del capitalismo que superaba los límites de las legislaciones estatales que imponían barreras y límites entre los diferentes mercados nacionales. Esta corriente ideológica recibió el nombre de Neoliberalismo. 

Estas legislaciones nacionales, se alzaban como un obstáculo para la construcción de un único mercado internacional, que redujera los costes y aumentara los márgenes de beneficio. Para superarlas, esencialmente en los países menos desarrollados, se promovió el endeudamiento de los Estados como forma de debilitar a los mismos, aunque el escenario político internacional, la llamada “Guerra Fría”, hiciera que se tolerase un mayor grado de fortaleza en los Estados como medio para evitar cualquier proceso revolucionario en los mismos. Por esta razón, los Estados seguían siendo soberanos y esto hacía que preservaran la mayor parte de los recursos nacionales de sus países. 

La base esencial del fenómeno llamado “globalización”, no es otra que la disolución progresiva y controlada de los Estados nacionales, para facilitar la aparición de un mercado mundial que permita aumentar los márgenes de beneficio de las grandes corporaciones, y un medio de asegurar la hegemonía imperial de los EE.UU. Básicamente, la “globalización”  supone en sí misma una primera privatización, la del poder político que pasa de los Estados a las corporaciones. 

La disolución del Estado como objetivo no es un hecho novedoso, partiendo del cuerpo ideológico liberal nacido de la Revolución ilustrada, coinciden en sus objetivos de destrucción del Estado como meta de su desarrollo: el anarquismo, el comunismo y el liberalismo capitalista. No en vano Zbigniew Brzezinski[1] propuso en 1971 encontrarse “a mitad de camino con el bloque comunista”. 

La caída del bloque soviético en 1989, hizo desaparecer la necesidad de mantener la fortaleza de los Estados nacionales, además de asociar la intervención del Estado en la economía al dirigismo del Estado comunista que se había derrumbado. Resulta evidente que la proposición de Brzezinsky se ha cumplido, y que en gran medida este “encuentro” permite explicar el colapso del poder de la URSS, más allá de las explicaciones hagiográficas acerca de la intervención personal de Reagan, Thatcher o Juan Pablo II. Desde una perspectiva atenta a la realidad geopolítica y económica, la caída del Estado soviético no fue sino el comienzo de la “globalización”, el primer paso hacia la disolución de los Estados-Nación.
A escala nacional, la “globalización” implica una reducción estructural del Estado a su mínima expresión, ya que según argumentan los neoliberales, la experiencia histórica demuestra que el Estado es “un mal administrador”. Por lo que partiendo de esta idea, y tras la caída de la URSS, se inició por parte de los “think tanks” dependientes de las corporaciones transnacionales y de sus políticos[2], una intensa campaña ideológica basada en los siguientes argumentos:
  • Los mercados son siempre más eficientes que los Estados en el uso de los recursos. (Las reiteradas crisis alimentarias y financieras de las últimas décadas, han demostrado este argumento como falso)
  • No es función del Estado realizar funciones económicas rentables, debiendo limitarse a controlar los excesos del mercado y sólo debe concurrir allí dónde la actividad económica no sea rentable, cumpliendo una “función de subsidiariedad”. (Esta idea significa reducir la actividad del Estado a aquéllas actividades económicamente no rentables con independencia de la naturaleza de las mismas, privando al Estado de ingresos por estos conceptos y reduciendo los mismos a los impuestos, que al tiempo se exige sean reducidos. Es decir, finalmente sólo perciben determinados servicios báscios quienes puedan pagarlos);
  • Los monopolios estatales ahogan la iniciativa privada, distorsionan los precios y engendra corrupción. (Sin embargo, el gran desarrollo de las infraestructuras en el S. XX se debe a los monopolios públicos que ahora se adueñan las corporaciones privadas, convirtiendo las inversiones públicas en beneficios privados); 
  • A nivel nacional, el Estado debe limitarse en su función de administración a cuatro áreas básicas: la educación, la salud, la Justicia y la seguridad; el resto de actividades debe realizarlas el sector privado que se dice utiliza más racionalmente los recursos existentes, logrando así un mayor grado de eficiencia. (En ningún caso está demostrado por la experiencia que el sector privado preste servicios propios del Estado de forma más eficiente, ni se explica porque deben convertirse en beneficios privados lo que serían ingresos públicos); 
  • Los Estados tienen un tamaño desproporcionado en relación con la sociedad a la que sirven, por lo que detraen más recursos de los necesarios, generando un mayor coste para la sociedad del que se produciría si dichas funciones las realizase el sector privado. Si dichas funciones económicas deficitarias las presta una empresa privada, será ésta la que perdería dinero, si lo hace el Estado esto supone que es el Estado el que pierde dinero. (Ninguna empresa privada mantiene una actividad que arroje pérdidas de forma indefinida, razón por la que resulta absurdo suponer que esa situación pueda darse. Por otra parte, el sobredimensionamiento de los Estados, al menos en Europa, viene dado por un sistema de partidos al servicio de una oligarquía que vive de forma parasitaria del Estado).

Por lo tanto, “la globalización” concibe la comunidad política mundial, como un conjunto de Estados administradores y gestores de cuestiones locales, encargado de facilitar el desarrollo de infraestructuras y servicios dentro de un inmenso mercado sin fronteras extendido prácticamente por todo el planeta. 

Uno de los principios fundamentales de la Ciencia Política, es que en ningún sistema político existen vacíos permanentes de poder. Si se produce un vacío de poder por cualquier circunstancia, éste es inmediatamente ocupado por otro sujeto de poder. Aplicando este principio a la cuestión expuesta, se puede afirmar que la reducción del Estado-Nación a la condición de mero gestor de servicios, supone el trasvase del poder político hacia organismo e instituciones diferentes al Estado, que se colocan por encima del mismo. En el fondo no se trata de reducir el tamaño del Estado para hacer más eficiente la asignación de recursos, se trata de restar poder al Estado en beneficio de las corporaciones y de las estructuras políticas globales. De modo que lo que se produce de forma no explícita es una transferencia de poder desde el Estado soberano, marco en el que se garantizan los derechos del ciudadano, hacía las estructuras políticas globales. Lo que con las privatizaciones de la actividad del Estado se está construyendo, es una estructura imperial de ámbito global, cuyo centro de poder, y por lo tanto de efectiva soberanía, reside en las corporaciones transnacionales. Una estructura imperial, que ha reducido a los Estados gestores a un papel meramente regional o local.




[1] Zbigniew Brzezinski, es un politólogo judío norteamericano nacido en Varsovia (Polonia) el 28 de marzo de 1928. Considerado uno de los más prestigiosos analistas en política exterior americana del mundo, fue Consejero de Seguridad Nacional del Presidente Jimmy Carter entre 1977 y 1981. En 1953 se doctoró en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard, y en 1958 obtuvo la ciudadanía estadounidense y se trasladó a Nueva York para ejercer de profesor de Asuntos Soviéticos en la Universidad de Columbia, en donde se convirtió en un gran defensor de la Guerra de Vietnam. A principios de los setenta, advirtió en un artículo en la revista Foreign Affairs de los riesgos del declive del poder imperial norteamericano y de la necesidad de una recomposición de hegemonías planetarias a las que debía corresponder una nueva política de Washington. Fue contratado por el banquero David Rockefeller para ayudarle a crear y dirigir una organización que fomentara la cooperación entre EE. UU., Europa, y Japón: la Trilateral Commission. En la actualidad, Zbigniew Brzezinski es miembro de la junta directiva de Council on Foreign Relations, Atlantic Council, National Endowment for Democracy y Center for Strategic and International Studies, y es profesor en la Paul H. Nitze School of Advanced International Studies de la Universidad Johns Hopkins. Su hijo Mark Brzezinski trabajó como abogado en el Consejo de Seguridad Nacional durante la Administración Clinton, y ha integrado el equipo de asesores en política exterior de la campaña presidencial del Senador Barack Obama. Su otro hijo, Ian Brzezinski, ha asesorado a la campaña presidencial del Senador John McCain. En 2006 en una audiencia ante el Senado de Estados Unidos, explico que EE.UU. podría llevar a cabo un atentado terrorista como el del 11 de septiembre en suelo americano, para iniciar la guerra contra Irán, afirmó: "Un escenario posible para un enfrentamiento militar con Irán implica que el fracaso iraquí alcance los límites americanos; seguido de acusaciones americanas que hagan a Irán responsable de ese fracaso; después, por algunas provocaciones en Irak o un acto terrorista en suelo americano, del cual se haría responsable a Irán. Esto pudiera culminar con una acción militar americana “defensiva” contra Irán que sumergiría a una América aislada en un profundo lodazal en el que estarían incluidos Irán, Irak, Afganistán y Pakistán". Fuente: http://www.voltairenet.org/article145191.html 

[2] Debemos recordar la llamada Teoría de la puerta giratoria”. Se ha acuñado en los EE.UU. la expresión “revolving door” (puerta giratoria) aplicada a la política, para describir la alternancia de las mismas personas entre los cargos políticos y los ejecutivos de las principales corporaciones. Habitualmente, estas personas acceden a los cargos públicos gracias al apoyo económico e informativo de las corporaciones, y una vez alcanzan los cargos políticos su actuación política se lleva a cabo en beneficio de las corporaciones a las que deben su cargo. Por último, una vez el político termina su mandato, se incorpora como consultor a las empresas o bancos que se beneficiaron de su gestión. Muchos de los altos directivos de bancos como JP Morgan, Goldman Sachs, Lehman Brothers o la energética British Petroleum, Endesa y Red Eléctrica han trabajado en los diferentes gobiernos y viceversa.

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