viernes, 28 de octubre de 2016

LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

 
“Finalmente, un todo indivisible, pero es la guerra ambulante y perpetua, la que realiza y garantiza esa unidad… La unidad de la humanidad significa: nadie puede escapar a ninguna parte”.
 
Milan Kundera
“El arte de la novela”
 
Los días 8 y 9 de julio de 2016 se celebró en Varsovia la XXVIII cumbre de la OTAN. En este cónclave, los países participantes como miembros de la alianza, señalaron como principales enemigos de Occidente a dos potencias nacionales que no han agredido a ningún país de la OTAN ni a sus aliados políticos o comerciales: Rusia y China. Este designio consagra la nueva naturaleza del tratado atlántico: una alianza entre naciones soberanas en torno a una potencia dominante que lidera un bloque político e ideológico, que es un conglomerado de potencias menores dependientes de otra hegemónica, que sostiene un proyecto transnacional de construcción de un orden mundial organizado sobre un espacio político y comercial único, que no responde al interés nacional de ninguna de las potencias que lo forman, ni tan siquiera la dominante, sino al de una red de poder económico global. De esta manera, el enfrentamiento actual no tiene lugar entre bloques antagónicos de potencias soberanas, sino entre dos espacios: el transnacional globalizador y mundialista por un lado; y el de la resistencia a la implantación de un mundo único globalizado.
 
En los últimos años la política de agresión de la OTAN se ha concretado en maniobras en los países bálticos y Polonia, injerencias en Crimea y en Ucrania provocando una guerra civil a las puertas de Rusia, establecimiento de bases militares y acuerdos de cooperación militar en el Cáucaso y en las antiguas repúblicas soviéticas musulmanas de Asia Central, incremento del despliegue militar en el Mar de China, establecimiento de un cordón de bases militares amenazando las líneas de suministro de crudo a China desde Oriente Medio, instigación de guerras en Siria, Irak y Afganistán, presión en todos los órdenes sobre Irán. En el plano económico y comercial los EE.UU. vienen promoviendo dos acuerdos comerciales el TTP[1] en el Pacífico y el TTIP[2] en el Atlántico con Europa, esbozando un espacio de poder no sólo económico, sino político y militar, que sitúa a los EE.UU. como centro y eje a caballo de ambos océanos, en cuyos límites se sitúan las fronteras del enemigo exterior; Rusia en la Europa Oriental y China en Extremo Oriente.
 
Los movimientos geopolíticos del mundialismo globalista encarnado por la OTAN, responden a los intentos de expansión de la hegemonía norteamericana por todos los mares. Se trata de encerrar a Rusia y China en el espacio continental euroasiático, al tiempo que se dominan todos los accesos de ambas potencias a los recursos energéticos y demás materias primas vitales para sus respectivas economías. Como respuesta, Rusia, China y algunas potencias menores disidentes como Irán, han respondido dando pasos para articular una respuesta tendente a contrarrestar los esfuerzos de EE.UU., creando foros de cooperación como la Organización de Shanghái[3]. Una vez más, se reproduce la dicotomía del enfrentamiento entre la Tierra y la Mar tal y como Carl Schmitt[4] tan sabiamente expuso. Unos movimientos que no responden al expansionismo nacional de los EE.UU. ni de ninguna otra potencia, sino a la ambición de construir un orden planetario, un sistema de poder en manos de una élite transnacional emancipada de cualquier definición nacional.

Líderes políticos participantes en la XXVIII cumbre de la OTAN
La realidad de este momento histórico, nos acerca al proyecto del establecimiento de un Estado Mundial[5] que ha sido reivindicado por la modernidad desde el S. XVIII, y de forma especial a partir del pasado S. XX. Al final de la Primera Guerra Mundial con la redacción de los catorce puntos de Wilson, se realizó la primera declaración programática del “nuevo orden mundial” bajo el signo de la globalización, y se sentaron las bases para el orden impuesto en este siglo por las potencias victoriosas en ambas guerras mundiales: desaparición de barreras económicas, libertad universal de navegación en los mares, desmantelamiento progresivo del sistema colonial, propuesta de una asamblea de naciones. 
 
El gran obstáculo para el nuevo orden mundial nacido de la Gran Guerra, fueron los fascismos europeos, que protagonizaron la resistencia frente a las aspiraciones universalistas del socialismo marxista y el capitalismo. Un obstáculo que se destruyó a sangre y fuego con la Segunda Guerra Mundial que enfrentó a estos países con la coalición de los otros dos grandes proyectos políticos modernos: el marxista, con su Internacional Comunista y la dictadura del proletariado, que se situaban por encima de las fronteras y las naciones; y por el otro, el liberal, que posicionó al libre mercado y al dinero como regulador natural de la vida social y principio rector de un nuevo orden internacional, situado por encima de las naciones y sus fronteras. 
 
El final de la guerra ofreció como resultado un nuevo orden y el enfrentamiento de los dos bloques antes aliados:
 
A) Por un lado, los EE.UU. erigido como adalid del globalismo resultante del conflicto que, en fecha tan temprana como 1944, imponía en los acuerdos de Bretton Woods[6] una nueva arquitectura del poder mundial, basada en los mismos principios enunciados por Wilson: libre comercio internacional, la tradicional reclamación anglosajona de libertad de navegación en los mares, reducción de las fronteras nacionales, libre mercado, a lo que se añadiría la creación de la Organización de Naciones Unidas (ONU) heredera de la Asamblea de Naciones wilsoniana. Pero a la declaración de Wilson, esta vez se le añadía una novedad esencial: ahora el orden internacional quedaba garantizado con la creación de instituciones transnacionales que, en última instancia, se apoyaban en una alianza militar. De esta manera, las decisiones tomadas a nivel nacional perdían su valor, al quedar los Estados nacionales insertos en una red institucional que disminuía su independencia y soberanía. El Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la imposición del dólar como referencia internacional de cambio en lo económico, la ONU en lo político y la OTAN en lo militar, creada en 1949, consagraban el sistema. El resultado final de la guerra, fue la conversión de los Estados nacionales en personajes secundarios de un drama histórico sobre cuyo desarrollo habían perdido el control., ya que el guion de los acontecimientos, lo escribía una compleja red de organismos internacionales de carácter político, económico, comercial, diplomático y militar, cuya existencia y funcionamiento se fundamentaba en la legitimidad que le prestaba en última instancia la victoria militar de 1945, y en la definición de una legalidad internacional de la que ningún Estado puede apartarse sin cosechar el repudio y el aislamiento más radical;
 
B) Por el otro, la URSS creo en 1955 el Pacto de Varsovia y el Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON), en un intento de contrarrestar a los organismos económicos internacionales de economía capitalista, que se pretendían a sí mismos como la expresión del internacionalismo proletario, lo que era puramente retórico y falso, pues en realidad en el campo comunista sólo contaban los intereses nacionales de las dos grandes potencias de este signo: Rusia y China. Al final, fue la incapacidad para superar su propia visión particular nacional lo que apartó a las potencias comunistas de la meta del pensamiento moderno, la creación de un orden planetario, lo que a la larga precipitó su caída.
 

1989, cae el Muro de Berlín

El colapso del mundo comunista en 1989 significó el triunfo del mundo liberal mercantil centrado en el dinero como eje de la existencia, y la recuperación del proyecto kantiano de un Estado Mundial. A partir de este momento son las grandes corporaciones transnacionales financieras e industriales, liderando un mundo regido por las leyes del mercado, el consumo y el individualismo las que acometerían el proyecto del Gobierno Mundial. La idea de un Occidente cristiano, que había servido como coartada para enfrentarse el comunismo soviético, se esfumaba dejando paso a un paradigma estrictamente economicista y materialista. La caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético que supuso el final de la dialéctica de enfrentamiento entre bloque ideológicos, ha dado paso a la confrontación entre un proyecto unipolar, el del orden global liderado por los EE.UU., y una resistencia multipolar encabezada por Rusia, China e Irán. En este contexto, la red institucional nacida en Bretton Woods continúa su misión globalizadora de construcción del Nuevo Orden Mundial, y la OTAN se ha convertido en el brazo armado del nuevo orden mundial en el Atlántico, mientras que en el Pacífico los EE.UU. recuperan su alianza con Australia y Nueva Zelanda (ANZUS) y con sus protectorados de Japón, Taiwán, Corea del Sur, Tailandia y Filipinas.

La recuperación de Rusia y el auge de China, han dado lugar a la aparición de una seria resistencia al proceso de construcción del Nuevo Orden Mundial. Pero sin que este proceso se haya detenido en ningún momento, sino que por el contrario, y como respuesta la resistencia ofrecida por las potencias emergentes, el proceso de construcción del Gobierno Mundial, ha experimentado una aceleración a través de la red institucional global que no se ha detenido en los órdenes financiero o comercial, sino que la agenda mundialista se ha extendido a la implantación universal en Occidente de las políticas de destrucción de los cimientos sociales: inmigración, aborto y matrimonio homosexual. Sin olvidar el aumento de la dependencia de los Estados occidentales de los organismos internacionales mundialistas, a través del aumento exponencial de la deuda pública. Los primeros movimientos de resistencia coordinada contra el mundo unipolar del mundialismo, surgieron tras la Gran Recesión de 2008 y fueron protagonizados por Rusia, China, la India y los BRIC’S, que propusieron la creación de una organización alternativa al FMI, como primer paso hacia la sustitución del dólar como moneda de reserva mundial, algo que ya le había costado la invasión a Irak y la vida a Sadam Hussein, la reacción de EE.UU. y sus vasallos no se ha hizo esperar. En 2010 provocaron las llamadas “primaveras árabes” reordenando según sus intereses la cuenca mediterránea, la crisis de Ucrania tuvo lugar en 2013, al tratar de absorber a esta nación en el esquema de la Unión Europea y la OTAN, teniendo su secuela en Crimea en 2014. Las primeras terminaron derivando en la guerra de Siria y el golpe de estado en Egipto, mientras que la segunda derivó en la guerra civil aún en curso. Simultáneamente, el precio del crudo cayó drásticamente y dio comienzo la crisis de las materias primas. Al tiempo, Estados Unidos ha firmado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP) formando un cerco económico sobre China, paralelo al militar que ha formado con Nueva Zelanda y Australia, desde el Golfo Pérsico hasta el Estrecho de Bering.
 

China, la nueva potencia mundial

En paralelo a su actuación en Asia, maniobraba en Hispanoamérica para contrarrestar la creciente influencia china sobre los países suramericanos, y en Europa provocaba la llamada “crisis de los refugiados” provocando la quiebra del espacio único europeo y el agrietamiento del maltrecho proyecto de unidad de Europa, mientras que sus vasallos del Viejo Continente se unían al cerco sobre Rusia desde el Báltico hasta Irak pasando por Turquía. Es cierto que las sociedades europeas, siguen viendo a la OTAN como una alianza internacional puramente defensiva en un orden de naciones con intereses comunes, dentro de una concepción de defensa de los intereses nacionales. Pero esta visión de las sociedades occidentales está completamente obsoleta, pues la realidad es que los gobiernos europeos han llevado a sus países a participar en el proyecto de instauración de un Gobierno Mundial mucho más allá de sus fronteras, y las resistencias que van apareciendo al proyecto mundialista se deben más al proceso de sustitución de la población europea autóctona por la inmigrante, más que a una discrepancia en sí del proyecto mundialista. Una visión egocéntrica que se acusado aún más desde la Gran Recesión de 2008, en la que cada país ha querido buscar soluciones para sí olvidándose del conjunto, sobre todo a raíz de que la ciudadanía ha tomado conciencia del impacto que sobre las sociedades europeas ha supuesto la pérdida de soberanía en favor de la burocracia de Bruselas. Todos estos procesos han culminado el cerco a Rusia y China en el espacio continental euroasiático.

Fuente ilustración: https://larealidadsuperaalaficcion.wordpress.com/2015/10/25/motivos-para-la-guerra-en-siria/
Por su parte, el mundo islámico se ha convertido en uno de los principales elementos de oposición al proyecto del Gobierno Mundial. Sin haber experimentado el proceso de secularización que ha vivido Occidente, la civilización islámica representa un modelo de universalidad alternativo al capitalista, cuyos principios son radicalmente opuestos a los del globalismo mundialista del liberalismo capitalista. Frente a esta idea de civilización, la respuesta del Nuevo Orden Mundial fue doble: por un lado la idea hegeliana reformulada por Fukuyama del “fin de la Historia”[7]; por otro, la idea de “Choque de Civilizaciones” de Huntington[8], tan próximo a los
Samuel P. Huntington,
autor de El Choque de las Civilizaciones
neoconservadores norteamericanos[9] que señala que el planeta se divide en espacios de civilización que chocan entre sí inevitablemente, por lo que la paz perpetua no puede ser alcanzada sin conflicto.
 
Huntington sugería la conveniencia de enfrentar a los países y facciones musulmanas, chiitas y sunnitas, entre sí para debilitar la resistencia de ese espacio de civilización frente a la imposición del Nuevo Orden Mundial. Pero lejos de debilitar la respuesta del Islam, la presión globalista ha crispado al mundo musulmán llevando a varios países históricamente firmes aliados de EE.UU., como Arabia Saudí o Pakistán, o incluso miembros de la OTAN como Turquía, a buscar su legitimación en sus raíces islámicas, lo que ha provocado el auge de partidos islámicos y el cuestionamiento de su relación con Occidente. Sin embargo, la falta de unidad del mundo islámico ha debilitado su respuesta, por lo que desde los EE.UU. se sigue percibiendo como el enemigo a batir a Rusia, China e Irán.
 
Las espadas están alzadas anunciando la guerra del fin del mundo, una nueva guerra cuyas primeras batallas ya se están llevando a cabo. Una guerra final que enfrenta a dos bandos claramente afirmados en el campo de batalla: por un lado, el del nuevo orden mundial y la red de estructuras transnacionales lideradas por los EE.UU., que pretende gobernar el mundo desde los mares; y por el otro, el de las dos grandes potencias continentales, Rusia y China, encerrados en el espacio continental euroasiático que se oponen a su desaparición el magma gris del mundo unipolar. Estamos ante la guerra del fin del mundo tal y como lo hemos conocido, la última antes de constituir el orden mundial cosmopolita. Un mundo sin razas, sin credos, sin culturas y sin historia.
___________________________________________________________
[1] EEUU y once países del Pacífico (entre ellos Japón y Australia) firmaron en octubre de 2015 el Trans-Pacific Partnership (TPP) que representa el 38% de la economía mundial con unos beneficios aproximados de 233.000 millones de dólares al año, de los que 77.000 millones llegarán a los EEUU. Lograr la firma de este tratado ha sido uno de los objetivos primordiales de la administración Obama durante su segundo mandato. 
[2] El Transatlantic Trade and Investment Partnershipcon (TTIP) que se pretende firmar con la UE, según los cálculos del Centre for Economic Policy Research (CEPR), arrojaría unos beneficios que eventualmente podrían alcanzar los 119.000 millones de euros al año para Europa y unos 95.000 millones para EEUU. Las exportaciones europeas a los EE.UU. podrían crecer un 28% y el total de ventas al exterior subiría un 6%. Lo que no se sabe es cómo se distribuirían esos beneficios, ni de qué manera afectaría a las exportaciones y aun es más desconocido cómo se crearían los puestos de trabajo que se dice que el tratado generaría, ni en qué lugar ni en los sectores de producción en los que se generarían. Por el contrario, lo que sí es conocido es que muy diferentes sectores de producción se verían afectados negativamente, especialmente los menos especializados y con la mano de obra menos cualificada y peor retribuida, que a su vez coinciden con las industrias menos competitivas y más protegidas, pero que se encuentran organizadas para presionar a los gobiernos nacionales apelando a la soberanía nacional, incluso a costa del interés general. 
[3] Las recientes cumbres de la Organización de Cooperación de Shanghái ponen de manifiesto el comienzo de una nueva etapa en las relaciones entre Rusia y China, en la cual lejos del enfrentamiento de hace unas décadas, han descubierto la complementariedad de sus intereses frente a la hegemonía de EE.UU. en los ámbitos económico, político y militar. Mientras China le añade peso económico a la Organización de Cooperación de Shanghái, la participación de Rusia le atribuye un importante papel político, y contribuye a una cooperación más estrecha en su aspecto militar. Además, la próxima inclusión de dos nuevos miembros -India y Pakistán- lanzado en la última cumbre de la OCS, contribuirá a la creación de un espacio económico que podrá competir con éxito a la UE y está en condiciones de restar influencia al imperio de EE.UU. en Asia. 
[4] Schmitt, Carl, Tierra y Mar. Ed. Instituto de Estudios Políticos. Madrid 1952. Este ensayo está planteado como una larga carta a su hija Amina, afincada en España, en la que le plantea "una reflexión sobre la historia universal" a la luz de la contraposición entre las potencias marítimas y las terrestres, bíblicamente representadas por los monstruos Leviatán y Behemoth, que le sirven para reinterpretar las dicotomías de la historia humana: amigo y enemigo, orden y desorden, guerra y paz, miedo y seguridad, bien y mal. Un conflicto permanente entre tierra y mar, como espacios vitales de desarrollo para el hombre. Analiza las distintas etapas de conquista de la humanidad en los diferentes periodos de ésta y explica el desarrollo que a través de esas expansiones se produce en el terreno político, de la que son ejemplo la lucha entre Atenas y Esparta, entre Inglaterra y Alemania o entre los Estados Unidos y Rusia. Desde el concepto mismo de soberanía reflexiona y da respuesta al por qué de la distribución mundial, la cual está determinada de una manera concreta por un motivo que va íntimamente ligado al concepto de conquista, entendida como un proceso que produce necesariamente una nueva visión del mundo y expande el horizonte vital del hombre. Así destaca como sentencia contundente “Quien domina el mar domina el comercio del mundo”. Es decir, es una reflexión sobre los cambios de perspectiva política que han determinado el horizonte espacial del hombre A pesar de lo sintético de la obra, su desarrollo le sirve como base para reflexionar sobre como el hombre pasa de ser criatura de tierra a conquistador de los mares y, finalmente, de los cielos. Schmitt va de lo histórico a lo jurídico, de lo místico a lo mítico, haciendo un recorrido por la historia geopolítica de la humanidad. Sorprende su habilidad para interpretarla a través de categorías elementales, como las que la filosofía presocrática había individualizado como "las raíces de todas las cosas": tierra, agua, fuego y aire. En la actualidad, es Alexander Dugin, sigue planteando la misma dicotomía sobre un inmortal conflicto entre las potencias comerciales marítimas y terrestres. 
[5] Ya Immanuel Kant expuso en 1795 esta idea en Sobre la paz perpetua (Zum ewigen Frieden. Ein philosophischer Entwurf). Una obra política cuyo objetivo es encontrar una estructura mundial semejante a un Estado Federal, y una perspectiva de gobierno para cada uno de los Estados en particular que favorezca la paz. El proyecto kantiano es un proyecto jurídico y no ético: Kant cree posible construir un orden jurídico que coloque la guerra como algo ilegal, como ocurre dentro de los estados federales. La obra se compone de 6 artículos preliminares y 3 artículos definitivos y 2 suplementos alrededor de los cuales se desarrolla la reflexión. 
[6] En 1944 se reunieron más de 700 representantes de 44 países en un hotel de las montañas de New Hampshire, una cantidad nada despreciable si se tiene en cuenta que la mayor parte de Asia y África eran colonias europeas y que Europa en su mayoría estaba ocupada o era fascista. La conferencia fue un éxito de EE.UU. al conseguir imponer su propuesta, formulada por el economista Harry Dexter White, ante la iniciativa británica, cuya paternidad correspondía al prestigioso John Maynard Keynes. White consiguió que se decidiera la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, que en un primer momento se llamó Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo. Otra consecuencia fue la sustitución del patrón-oro por un patrón-dólar. Hasta entonces los países respaldaban las diferentes monedas nacionales con sus reservas de oro que, con el enorme gasto bélico, habían caído en picado en la mayoría de países. La conferencia de Bretton Woods estableció una equivalencia fija entre dólares y oro (una onza de este metal valdría siempre 35 dólares) con lo que la moneda estadounidense se convirtió en la divisa de referencia o reserva mundial. Bretton Woods dio lugar también al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (conocido como GATT, por sus siglas en inglés), que iniciaría un proceso que culminaría en 1995 con la creación de la Organización Mundial del Comercio. 
[7] Francis Fukuyama (nacido el 27 de octubre de 1952 en Chicago) es un influyente politólogo estadounidense de origen japonés. El Dr. Fukuyama ha escrito sobre una variedad de temas en el área de desarrollo y política internacional. Su libro “El fin de la historía y el último hombre”, publicado por Free Press en 1992, ha sido traducido a más de 20 idiomas. Su libro más reciente es “Los orígenes del orden político” –The origins of political order-, publicado en abril de 2011. El segundo volumen fue publicado en noviembre del 2014, cuyo título es Political Order and Political Decay. Entre otros libros de su autoría se encuentran: America at the Crossroads: Democracy, Power, and the Neoconservative Legacy, Our Posthuman Future:  Consequences of the Biotechnology Revolution y Trust:  The Social Virtues and the Creation of Prosperity. Fukuyama fue el impulsor del llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC), expuesto durante la presidencia de Bill Clinton y considerado como uno de los núcleos de pensamiento de los neoconservadores, especialmente en política exterior. Fue uno de los firmantes fundacionales junto con Cheney, Wolfowitz, Rumsfeld o Lewis “Scooter” Libby, muchos de ellos de una importancia vital durante el gobierno del presidente republicano George W. Bush. En 1998, Fukuyama firmó, junto a algunos de los anteriores y a otros como Robert Kagan, Richard Perle, William Kristol o John Bolton, una carta al presidente demócrata Clinton a favor de una segunda guerra contra Irak, que después fructificaría en la Segunda Guerra del Golfo por parte del nuevo gobierno republicano. En uno de sus últimos libros, La construcción del Estado. Hacia un nuevo orden mundial en el siglo XXI (2004), describe cómo la mayoría de los países se están adaptando a la democracia liberal, fusionándola con algunas de las costumbres locales. Examina algunas posibles fórmulas para que la evolución de esta nueva política y economía no sea un fracaso. Defiende, pues, el fortalecimiento de las instituciones estatales en los países pobres como principal reto estratégico de las democracias en el siglo XXI. (Vid. Fernández-Cruz Sequera, Francisco José. Ayn Rand y Leo Strauss. El capitalismo, sus tiranos y sus dioses. Editorial EAS, Alicante, 2015.). Es conocido sobre todo por haber escrito el controvertido libro El fin de la Historia y el último hombre de 1992, en el que defiende la teoría de que la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido, ha dado inicio a un mundo basado en la política y economía de libre mercado que se ha impuesto a lo que el autor denomina utopías tras el fin de la Guerra Fría. Inspirándose en Hegel, idealista alemán, y en alguno de sus exegetas del siglo XX, como Alexandre Kojève, afirma que el motor de la historia, que, afirma, es el deseo de reconocimiento, el thymos platónico, se ha paralizado en la actualidad con lo que Fukuyama califica el fracaso del régimen comunista, que demuestra que la única opción viable es el liberalismo democrático, confluyendo así en el llamado pensamiento único: las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la Economía. Estados Unidos sería así la única realización posible del sueño marxista de una sociedad sin clases. Pero esto no significa que ya no sucederán más cosas a través de la historia: ésta va generalmente determinada por la ciencia, la cual no ha encontrado todavía sus límites. En la actualidad sería el turno de la biología, y los descubrimientos que se hagan en esta ciencia determinarán el futuro.
[8] Samuel Phillips Huntington (18 de abril de 1927 - 24 de diciembre de 2008) fue un politólogo y profesor de Ciencias Políticas en el Eaton College y Director del Instituto John M. Olin de Estudios Estratégicos de la Universidad de Harvard. Huntington es conocido por su análisis de la relación entre el gobierno civil y militar, su investigación acerca de los golpes de estado en países del tercer mundo y su tesis acerca de los conflictos sociales futuros. Ha sido miembro del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, la Presidential Task Force on International Development, la Commission on the United States-Latin American Relationships y la Comission on Integrated Long Term Strategy. En sus obras ha elaborado su propia definición del concepto de sistema político y de régimen político entre otras, que se consideran de referencia en la materia. Se retiró de la enseñanza en 2007 tras 58 años de docencia en la Universidad de Harvard y falleció el 24 de diciembre de 2008 a la edad de 81 años en Martha's Vineyard, Estados Unidos. En 1993, Huntington encendió un importante debate sobre relaciones internacionales con la publicación de un artículo extremadamente influyente y comúnmente citado, titulado ¿El choque de civilizaciones? (Original en inglés The Clash of Civilizations?) en la revista Foreign Affairs. Con frecuencia, a este artículo se lo compara con la visión expresada por Francis Fukuyama en El fin de la Historia y el último hombre. Posteriormente, Huntington expandió este trabajo en un libro completo, publicado en 1996, titulado El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial (Original en inglés The Clash of Civilizations and the Remaking of the World Order.) El artículo y el libro articulan su teoría de un mundo compuesto por múltiples civilizaciones en conflicto. En sus escritos critica, tanto al comportamiento occidental como el "no-occidental", acusando a ambos de hipócritas ocasionales y de estar centrados en sí mismos. Huntington también advierte que las naciones occidentales podrían perder su predominancia si fallan en reconocer la naturaleza de esta tensión latente. Sus críticos opinan que este trabajo es una manera encubierta de hacer legítima la agresión hacia los países del tercer mundo por parte del occidente liderado por los Estados Unidos, con el objeto de impedir que las regiones subdesarrolladas y en vías de desarrollo alcancen el nivel económico de los países ricos. Sin embargo, Huntington también ha argumentado que este cambio en la estructura geopolítica requiere que Occidente se fortalezca internamente, abandonando el universalismo democrático y el incesante intervencionismo. Es interesante comparar a Huntington, su teoría acerca de las civilizaciones y su influencia sobre los creadores de políticas en el Pentágono y la Administración de los Estados Unidos, con Arnold J. Toynbee y su teoría, que se basa fuertemente en la religión y ha recibido críticas similares. Algunos estudios recientes han demostrado fallas sustanciales en el tratamiento de Huntington para elaborar un modelo aplicable a las democracias latinoamericanas como así su idea cultural de las civilizaciones. Maximiliano Korstanje enfatiza en que es erróneo argüir que los países hispano-americanos hayan solidificado sus instituciones por medio de una democracia corporativa.
[8] Vid. Fernández-Cruz Sequera, Francisco José. Ayn Rand y Leo Strauss. El capitalismo, sus tiranos y sus dioses. Editorial EAS, Alicante, 2015.

No hay comentarios: