jueves, 29 de junio de 2017

CONFERENCIA: LA GUERRA DEL FIN DEL MUNDO

CONFERENCIA DICTADA EN EL II DÍA DEL LIBRO CONTRACORRIENTE
(10-junio-2017)

“Quiero destruir el dinero, esta última jerarquía imbécil que sustituye a las otras”.
Drieu La Rochelle.
I. LOS ORÍGENES DE LA GLOBALIZACIÓN. DESDE EL S. XVIII AL FINAL DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL.

La modernidad estableció el proyecto de un estado mundial. Ya Immanuel Kant expuso en 1795 esta idea en Sobre la paz perpetua (Zum ewigen Frieden. Ein philosophischer Entwurf)[1]. Una obra política cuyo objetivo es encontrar una estructura mundial semejante a un Estado Federal, y una perspectiva de gobierno para cada uno de los Estados en particular que favorezca la paz. El proyecto kantiano es un proyecto jurídico y no ético: Kant cree posible construir un orden jurídico que coloque la guerra como algo ilegal, como ocurre dentro de los estados federales.

En 1815 la derrota del imperio napoleónico dio lugar a un nuevo orden internacional, que se concretó en el Tratado de Viena. Un nuevo orden en el que España, a pesar de ser todavía una potencia mundial, fue ignorada, una prueba más de que el vigor de una nación reside en su espíritu y voluntad y no en la extensión de sus territorios. En este tratado los europeos configuraban un orden mundial basado en su indiscutible hegemonía, en el que todavía primaba lo político sobre lo económico. Este orden geopolítico se mantuvo vigente hasta que el ascenso de los EE.UU., que ejemplifican la primacía de lo económico sobre lo político, la política entendida como prolongación de la economía, llevó a la emergente potencia americana a intervenir militarmente por primera vez en 1915 en los asuntos internos europeos. Una guerra que terminó con los grandes imperios, ruso, prusiano, austriaco y otomano, que representaban el orden precedente en decadencia. Y de forma especial a partir del pasado S. XX. Al final de la Primera Guerra Mundial con la redacción de los catorce puntos de Wilson, se realizó la primera declaración programática del “nuevo orden mundial” bajo el signo de la globalización, y se sentaron las bases para el orden impuesto en este siglo por las potencias victoriosas en ambas guerras mundiales:

- Desaparición de las barreras económicas;
- Libertad universal de navegación en los mares;
- Desmantelamiento progresivo del sistema colonial;
- Propuesta de una asamblea de naciones.

En síntesis: debilitamiento de la soberanía nacional de los Estados y de la libertad de los pueblos frente a los poderes económicos, condujo al conflicto por la hegemonía entre lo político y lo económico en el período de entreguerras, como resultado de la aparición del gran obstáculo para el nuevo orden mundial nacido de la Gran Guerra, que fueron los socialismos nacionales europeos, que protagonizaron la resistencia frente a las aspiraciones universalistas del socialismo internacionalista marxista, de la socialdemocracia reformista del capitalismo y del liberalismo. Los socialismos nacionales fueron un obstáculo para el proyecto mundialista, que se destruyó con la coalición de los otros dos grandes proyectos políticos modernos.


Tras el difícil equilibrio de entreguerras, se desencadenó nuevamente la guerra, y tras la caída de las democracias frente al nacionalsocialismo alemán, en la contraofensiva de lo político frente a lo económico, la reacción militar de los EE.UU. no se hizo esperar y en 1940 comenzaron las hostilidades militarmente de forma encubierta contra las potencias del Eje, casi dos años antes de que existiera el estado de guerra para los EE.UU. El resultado final de la guerra, fue la conversión de los Estados nacionales en personajes secundarios de un drama histórico sobre cuyo desarrollo habían perdido el control., ya que el guion de los acontecimientos, lo escribía una compleja red de organismos internacionales de carácter político, económico, comercial, diplomático y militar, cuya existencia y funcionamiento se fundamentaba en la legitimidad que le prestaba en última instancia la victoria militar de 1945, y en la definición de una legalidad internacional de la que ningún Estado puede apartarse sin cosechar el repudio y el aislamiento más radical.

Con la victoria del poder del dinero, se instauró un nuevo orden internacional fiel reflejo del nuevo equilibrio de poderes en el que el mundo se alineaba en dos grandes bloques militares y políticos en pugna, lo que perfiló la hegemonía norteamericana o liberal capitalista, que tanto da, sobre tres planos:

a) En el orden internacional.

- El marxista, con su Internacional Comunista y la dictadura del proletariado, que se situaban por encima de las fronteras y las naciones en una nueva escatología religiosa;

- El liberal-capitalista, que posicionó al libre mercado y al dinero como lo primero en la jerarquía de valores de la sociedad, como regulador natural de la vida social y principio rector de un nuevo orden internacional, situado por encima de las naciones y sus fronteras.

b) En lo económico.

- La instauración del dólar como moneda de reserva internacional;
- La creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial;
- El mantenimiento del Banco de Pagos Internacionales como banco central mundial encaminado al control de la política monetaria internacional de los distintos bancos centrales,

c) En lo político militar.

- La legitimación de los actos del nuevo imperio a través de la ONU, y;
- La ampliación y extensión de la OTAN/NATO solidificaron esa misma hegemonía en lo político y lo militar.

Así es como en 1945 los estados nacionales quedaron insertos en un conjunto de intereses elevados a la categoría de principios erigidos sobre una red institucional que disminuía su independencia y soberanía. Entre el 1 y el 22 de julio de 1944, imponía en los acuerdos de Bretton Woods[2] una nueva arquitectura del poder mundial, basada en los mismos principios enunciados por Wilson. Pero a la declaración de Wilson, esta vez se le añadía una novedad esencial: ahora el orden internacional quedaba garantizado con la creación de instituciones transnacionales que, en última instancia, se apoyaban en una alianza militar. De esta manera, las decisiones tomadas a nivel nacional perdían su valor.

Estos principios e instituciones son:

- Libre comercio internacional;
- La tradicional reclamación anglosajona de libertad de navegación en los mares;
- Reducción de las fronteras nacionales;
- Libre mercado y cambio el papel económico y social del dinero;
- La Organización de Naciones Unidas (ONU) heredera de la Asamblea de Naciones wilsoniana;
- El Fondo Monetario Internacional;
- El Banco Mundial;
- La imposición del dólar como divisa de reserva, como referencia internacional de cambio en lo económico;
- La OTAN como garante de esta red institucional, creada en 1949.

Se consagraba así la arquitectura imperial de EE.UU. como instrumento del imperio del dinero.


II. DESDE 1945 A LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN. EL NUEVO ORDEN MUNDIAL Y EL ENFRENTAMIENTO DE LOS DOS BLOQUES ANTES ALIADOS.

Los dos bloques triunfadores del conflicto crearon su propia estructura de poder. Por un lado, la URSS creo en 1955 el Pacto de Varsovia y el Consejo de Ayuda Mutua Económica (COMECON), en un intento de contrarrestar a los organismos económicos internacionales de economía capitalista, que se pretendían a sí mismos como la expresión del internacionalismo proletario, lo que era puramente retórico y falso, pues en realidad en el campo comunista sólo contaban los intereses nacionales de las dos grandes potencias de este signo: Rusia y China. Al final, fue la incapacidad para superar su
propia visión particular nacional lo que apartó a las potencias comunistas de la meta del pensamiento moderno, la creación de un orden planetario, lo que a la larga precipitó su caída. Por otro lado, los EE.UU. erigido como adalid del globalismo resultante del conflicto. En 1947, los liberales se retiraron a su guarida de Mont Pelerin junto a su chamán Hayek, pero lejos de que el fracaso de la economía liberal a lo largo de las sucesivas crisis del S. XIX, los hiciera desistir en su resolución, los condujo a la intransigencia y a la reiteración de sus dogmas, volviendo a sus viejas recetas de recortar el gasto público como panacea para todos los males.

Después de algunas crisis del modelo capitalista superadas con éxito, como ocurrió con la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods y la creación del petrodólar, llegó la caída y desmoronamiento del bloque comunista entre 1989 y 1991. El colapso del mundo comunista significó el triunfo del liberal mercantil, centrado en el dinero como eje de la existencia, y la recuperación del proyecto kantiano de un Estado Mundial. A partir de este momento son las grandes corporaciones transnacionales financieras e industriales, liderando un mundo regido por las leyes del mercado, el consumo y el individualismo las que acometerían el proyecto del Gobierno Mundial. La idea de un Occidente cristiano, que había servido como coartada para enfrentarse el comunismo soviético, se esfumaba dejando paso a un paradigma estrictamente economicista y materialista.

Desde la perspectiva de la realidad geopolítica y económica, la caída del Estado soviético no fue sino el comienzo de la presente fase de la “globalización”, un paso de gigante hacia la disolución de los Estados-Nación. La base esencial del fenómeno llamado “globalización”, no es otra que la disolución progresiva y controlada de los Estados nacionales, para facilitar la aparición de un mercado mundial que permita aumentar los márgenes de beneficio de las grandes corporaciones, y un medio de asegurar la hegemonía imperial de los EE.UU.

Básicamente, la “globalización” supone en sí misma una primera privatización, la del poder político que pasa de los estados a las corporaciones.

Siendo así, para la derecha, las legislaciones nacionales, y las comunidades nacionales con ellas, se alzaban como un obstáculo en la construcción de un único mercado internacional, centrado en la reducción de costes y el aumento de beneficios. Para superarlas, esencialmente en los países menos desarrollados, se promovió el endeudamiento de los Estados como forma de debilitar a los mismos, aunque el escenario político internacional, la llamada “Guerra Fría”, hizo que se tolerase un mayor grado de fortaleza en los Estados, como medio para evitar cualquier proceso revolucionario popular en los mismos. Por esta razón, seguían disfrutando de una soberanía limitada por la deuda, pero, al fin y al cabo, soberanía, lo que les permitía preservar la mayor parte de los recursos nacionales de sus países.

De esta manera, desapareció la necesidad de mantener la fortaleza de los Estados nacionales, además de asociar toda forma de intervención del Estado en la economía, al dirigismo del Estado comunista que se había derrumbado. La disolución del Estado como objetivo no era un hecho novedoso, partiendo del cuerpo ideológico liberal nacido de la Revolución ilustrada, coincidían en sus objetivos de destrucción del Estado, como meta de su desarrollo, el anarquismo, el comunismo y el liberalismo capitalista. No en vano, la propuesta de Zbigniew Brzezinski formulada en 1971 de encontrarse “a mitad de camino con el bloque comunista”, se había cumplido; y, en gran medida, este “encuentro” promovido desde el entorno de Kissinger y el clan Rockefeller, permite explicar el colapso del poder de la URSS, más allá de las explicaciones hagiográficas acerca de la intervención personal de Reagan, Thatcher o Juan Pablo II.


III. LA POLÍTICA GEOESTRATÉGICA, MILITAR DEL NUEVO RODEN MUNDIAL EN LA ACTUALIDAD.

La caída del muro de Berlín y el derrumbe del bloque soviético que supuso el final de la dialéctica de enfrentamiento entre bloque ideológicos, ha dado paso a la confrontación entre un proyecto unipolar, el del orden global liderado por los EE.UU., y una resistencia multipolar encabezada por Rusia, China e Irán. En este contexto, la red institucional nacida en Bretton Woods continúa su misión globalizadora de construcción del Nuevo Orden Mundial, y la OTAN se ha convertido en el brazo armado del nuevo orden mundial en el Atlántico, mientras que en el Pacífico los EE.UU. recuperan su alianza con Australia y Nueva Zelanda (ANZUS) y con sus protectorados de Japón, Taiwán, Corea del Sur, Tailandia y Filipinas.

Los días 8 y 9 de julio de 2016 se celebró en Varsovia la XXVIII cumbre de la OTAN. En este cónclave, los países participantes como miembros de la alianza señalaron como principales enemigos de Occidente a dos potencias nacionales que no han agredido a ningún país de la OTAN ni a sus aliados políticos o comerciales: Rusia y China. Este designio consagra la nueva naturaleza del tratado atlántico: Una alianza entre naciones soberanas en torno a una potencia dominante que lidera un bloque político e ideológico, que es un conglomerado de potencias menores dependientes de otra hegemónica, que sostiene un proyecto transnacional de construcción de un orden mundial organizado sobre un espacio político y comercial único, que no responde al interés nacional de ninguna de las potencias que lo forman, ni tan siquiera la dominante, sino al de una red de poder económico global.

De esta manera, el enfrentamiento actual no tiene lugar entre bloques antagónicos de potencias soberanas, sino entre dos espacios:

- El transnacional globalizador y mundialista, por un lado;
- Y el de la resistencia a la implantación de un mundo único globalizado, por otro.

En los últimos años la política de agresión militar de la OTAN se ha concretado en:

- Maniobras en los países bálticos y Polonia;
- Injerencias en Crimea y en Ucrania provocando una guerra civil a las puertas de Rusia;
- Establecimiento de bases militares y acuerdos de cooperación militar en el Cáucaso y en las antiguas repúblicas soviéticas musulmanas de Asia Central;
- Incremento del despliegue militar en el Mar de China;
- Establecimiento de un cordón de bases militares amenazando las líneas de suministro de crudo a China desde Oriente Medio;
- Instigación de guerras en Siria, Irak y Afganistán;
- Presión en todos los órdenes sobre Irán.

En el plano económico y comercial los EE.UU. vienen promoviendo dos acuerdos comerciales el TTP en el Pacífico y el TTIP en el Atlántico con Europa, esbozando un espacio de poder no sólo económico, sino político y militar, que sitúa a los EE.UU. como centro y eje a caballo de ambos océanos, en cuyos límites se sitúan las fronteras del enemigo exterior; Rusia en la Europa Oriental y China en Extremo Oriente.

Los movimientos geopolíticos del mundialismo globalista encarnado por la OTAN, responden a los intentos de expansión de la hegemonía norteamericana por todos los mares. Se trata de encerrar a Rusia y China en el espacio continental euroasiático, al tiempo que se dominan todos los accesos de ambas potencias a los recursos energéticos y demás materias primas vitales para sus respectivas economías.

Como respuesta, Rusia, China y algunas potencias menores disidentes como Irán, han respondido dando pasos para articular una respuesta tendente a contrarrestar los esfuerzos de EE.UU., creando foros de cooperación como la Organización de Shanghái. Una vez más, se reproduce la dicotomía del enfrentamiento entre la Tierra y la Mar tal y como Carl Schmitt tan sabiamente expuso. unos movimientos que no responden al expansionismo nacional de los EE.UU. ni de ninguna otra potencia, sino a la ambición de construir un orden planetario, un sistema de poder en manos de una élite transnacional emancipada de cualquier definición nacional.

La recuperación de Rusia y el auge de China, han dado lugar a la aparición de una seria resistencia al proceso de construcción del Nuevo Orden Mundial. Pero sin que este proceso se haya detenido en ningún momento, sino que por el contrario, y como respuesta la resistencia ofrecida por las potencias emergentes, el proceso de construcción del Gobierno Mundial, ha experimentado una aceleración a través de la red institucional global que no se ha detenido en los órdenes financiero o comercial, sino que la agenda mundialista se ha extendido a la implantación universal en Occidente de las políticas de destrucción de los cimientos sociales: inmigración, aborto y matrimonio homosexual. Sin olvidar el aumento de la dependencia de los Estados occidentales de los organismos internacionales mundialistas, a través del aumento exponencial de la deuda pública.

Los primeros movimientos de resistencia coordinada contra el mundo unipolar del mundialismo, surgieron tras la Gran Recesión de 2008 y fueron protagonizados por Rusia, China, la India y los BRIC’S, que propusieron la creación de una organización alternativa al FMI, como primer paso hacia la sustitución del dólar como moneda de reserva mundial, algo que ya le ha costado la invasión a Irak y la vida a Sadam Hussein, la reacción de EE.UU. y sus vasallos no se ha hizo esperar.

En 2010 provocaron las llamadas “primaveras árabes” reordenando según sus intereses la cuenca mediterránea, la crisis de Ucrania tuvo lugar en 2013, al tratar de absorber a esta nación en el esquema de la Unión Europea y la OTAN, teniendo su secuela en Crimea en 2014. Las primeras terminaron derivando en la guerra de Siria y el golpe de estado en Egipto, mientras que la segunda derivó en la guerra civil aún en curso. Simultáneamente, el precio del crudo cayó drásticamente y dio comienzo la crisis de las materias primas. Al tiempo, Estados Unidos ha firmado el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TTP) formando un cerco económico sobre China, paralelo al militar que ha formado con Nueva Zelanda y Australia, desde el Golfo Pérsico hasta el Estrecho de Bering.

En paralelo a su actuación en Asia, maniobraba en Hispanoamérica para contrarrestar la creciente influencia china sobre los países suramericanos, y en Europa provocaba la llamada “crisis de los refugiados” provocando la quiebra del espacio único europeo, y el agrietamiento del maltrecho proyecto de unidad de Europa, mientras que sus vasallos del Viejo Continente se unían al cerco sobre Rusia desde el Báltico hasta Irak pasando por Turquía.

Es cierto que las sociedades europeas, siguen viendo a la OTAN como una alianza internacional puramente defensiva en un orden de naciones con intereses comunes, dentro de una concepción de defensa de los intereses nacionales. Pero esta visión de las sociedades occidentales está completamente obsoleta, pues la realidad es que los gobiernos europeos han llevado a sus países a participar en el proyecto de instauración de un Gobierno Mundial mucho más allá de sus fronteras, y las resistencias que van apareciendo al proyecto mundialista se deben más al proceso de sustitución de la población europea autóctona por la inmigrante, más que a una discrepancia en sí del proyecto mundialista.

Una visión egocéntrica que se acusado aún más desde la Gran Recesión de 2008, en la que cada país ha querido buscar soluciones para sí olvidándose del conjunto, sobre todo a raíz de que la ciudadanía ha tomado conciencia del impacto que sobre las sociedades europeas ha supuesto la pérdida de soberanía en favor de la burocracia de Bruselas. Todos estos procesos han culminado el cerco a Rusia y China en el espacio continental euroasiático.

Por su parte, el mundo islámico se ha convertido en uno de los principales elementos de oposición al proyecto del Gobierno Mundial. Sin haber experimentado el proceso de secularización que ha vivido Occidente, la civilización islámica representa un modelo de universalidad alternativo al capitalista, cuyos principios son radicalmente opuestos a los del globalismo mundialista del liberalismo capitalista.

Frente a esta idea de civilización, la respuesta del Nuevo Orden Mundial fue doble:

- Por un lado, la idea hegeliana reformulada por el neoconservador, hoy arrepentido, Fukuyama de "El fin de la Historia”;
- Por otro, la idea de “Choque de Civilizaciones” de Huntington, al igual que el anterior, tan próximo a los neoconservadores norteamericanos, que señala que el planeta se divide en espacios de civilización que chocan entre sí inevitablemente, por lo que la paz perpetua no puede ser alcanzada sin conflicto de proporciones bíblicas.

Huntington sugería la conveniencia de enfrentar a los países y facciones musulmanas, chiitas y sunnitas, entre sí para debilitar la resistencia de ese espacio de civilización frente a la imposición del Nuevo Orden Mundial. Pero lejos de debilitar la respuesta del islam, la agresión globalista ha crispado al mundo musulmán llevando a varios países históricamente firmes aliados de EE.UU., como Arabia Saudí o Pakistán, o incluso miembros de la OTAN como Turquía, a buscar su legitimación en sus raíces islámicas, lo que ha provocado el auge de partidos islámicos y el cuestionamiento de su relación con Occidente. Sin embargo, la falta de unidad del mundo islámico ha debilitado su respuesta, por lo que desde los EE.UU. se sigue percibiendo como el enemigo a batir a Rusia, China e Irán.

IV. LA ECONOMÍA POLÍTICA DE LA GLOBALIZACIÓN.

Tras décadas de política de agresión norteamericana, llegó el triunfo del paradigma liberal y su expansión territorial global, en la creencia errónea de la validez universal del modelo, que topó duramente con la realidad de la aparición de un nuevo enemigo absoluto en las paredes acristaladas de las Torres Gemelas de Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Entre 1991 y 2001 se había creado la ilusión de un mundo unipolar de los EE.UU. que ponía fin definitivo a los conflictos por la hegemonía mundial, quedando ésta definitivamente establecida en favor del poder del dinero, sellando tal éxito la aportación teórica del entonces neoconservador Fukuyama con su “fin de la Historia”.

Con la caída del régimen de terror soviético, el mundo sufrió un giro radical pasando de la bipolaridad a la hegemonía unipolar norteamericana. Después del prolongado período de optimismo basado en el crecimiento económico, los llamados "treinta años de plata" que tuvieron su final con la generación de deuda, nacida de la acumulación de capitales fruto de las persistentes reducciones fiscales a los más ricos, y del aumento de las tasas de beneficios de las grandes corporaciones a comienzos de los setenta, el neoliberalismo alcanzó en ese momento la hegemonía intelectual y política dentro del capitalismo, y el dominio ideológico absoluto frente a otras tendencias derechistas. Sus políticas tuvieron enormes consecuencias sobre la forma en la que se configuraron en lo sucesivo las economías capitalistas. Este triunfo del liberalismo y del capitalismo despertó aún más si cabe el ansia imperial de los EE.UU. que desató una ofensiva militar para reordenar el mundo según sus intereses estratégicos, arrasando países enteros como Iraq, Afganistán o Siria, y mientras EE.UU. reivindicaba la responsabilidad y el mérito de “extender la democracia”, se iniciaban guerras sin fin y se multiplicaban los focos de los conflictos. Apareció así un mundo alejado de la estabilidad y la prosperidad económica. Desde 2008 el centro del capitalismo se encuentra en una profunda y prolongada crisis, cuyas ondas sísmicas aún no han cesado y de la que nadie sabe cuándo se va a salir. Una crisis que ha supuesto la destrucción los sistemas de bienestar social europeos tal y como los habíamos conocido. Aunque en realidad, los neoliberales no están ganando por omisión, por su ausencia, sino porque nunca desaprovechan el estado de perplejidad de una sociedad que ignora lo que le está ocurriendo.

A partir de este momento, se impusieron:

- Las privatizaciones de los servicios públicos;
- La destrucción de los derechos de los trabajadores;
- La libre circulación de mercancías y capitales.

El neoliberalismo cambió así las relaciones de fuerza entre capital y trabajo y la estructura económica y social de las economías desarrolladas. Y para lograrlo, los sindicatos, que encuadraban a los obreros de las grandes empresas industriales, perdieron fuerza debido al crecimiento del sector terciario y a la deslocalización de empresas a países de en vías de desarrollo. Esta pérdida de la hegemonía ideológica de la izquierda, dio lugar a la aparición de la “nueva izquierda” socialdemócrata, que, en cierto sentido, había interiorizado la tesis del “fin de la Historia” de Fukuyama tras la caída del comunismo, y la idea acuñada en la frase de Thatcher de que: “No hay alternativa”.

Este triunfo de las ideas derechistas a comienzos de los setenta, coincidió con el momento en el que los intereses del sistema financiero se estaban internacionalizando y coincidían con los de las grandes empresas transnacionales y corporaciones. Esta coincidencia de intereses, hizo que desde los “think tanks” promovidos por el dinero de las multinacionales y de los bancos, se fuera imponiendo una nueva corriente ideológica dentro de las ideas liberales clásicas, que aportaba una visión cada vez más optimista de las posibilidades de expansión del capitalismo, que debía superar los límites de las legislaciones estatales que impusieran barreras y límites entre los diferentes mercados nacionales. Esta corriente ideológica recibió el nombre de Neoliberalismo.

A escala nacional, la “globalización” implica una reducción estructural del Estado a su mínima expresión, ya que según argumentan los neoliberales, la experiencia histórica demuestra que el Estado es “un mal administrador”. Por lo que, partiendo de esta idea, y tras la caída de la URSS, se inició por parte de los “think tanks” dependientes de las corporaciones transnacionales y de sus políticos, una intensa campaña ideológica basada en los siguientes argumentos:

· Los mercados son siempre más eficientes que los Estados en el uso de los recursos. (Las reiteradas crisis alimentarias y financieras de las últimas décadas, han demostrado este argumento como falso);

· No es función del Estado realizar funciones económicas rentables, debiendo limitarse a controlar los excesos del mercado y sólo debe concurrir allí dónde la actividad económica no sea rentable, cumpliendo una “función de subsidiariedad”. (Esta idea significa reducir la actividad del Estado, a aquellas actividades económicamente no rentables, con independencia de la naturaleza de las mismas, privando al Estado de ingresos por estos conceptos y reduciendo los mismos a los impuestos, que al tiempo se exige sean reducidos. Es decir, finalmente sólo perciben determinados servicios básicos quienes puedan pagarlos);

· Los monopolios estatales ahogan la iniciativa privada, distorsionan los precios y engendran corrupción. (Sin embargo, el gran desarrollo de las infraestructuras en el S. XX se debe a los monopolios públicos de los que ahora se adueñan las corporaciones privadas, convirtiendo las inversiones públicas en beneficios privados);

· El Estado debe limitarse en su función de administración a cuatro áreas básicas: la educación, la salud, la Justicia y la seguridad; el resto de actividades debe realizarlas el sector privado, que se dice, utiliza más racionalmente los recursos existentes, logrando así un mayor grado de eficiencia. (En ningún caso está demostrado por la experiencia que el sector privado preste servicios propios del Estado de forma más eficiente, ni se explica porque deben convertirse en beneficios privados lo que serían ingresos públicos);

· Los Estados tienen un tamaño desproporcionado en relación con la sociedad a la que sirven, por lo que detraen más recursos de los necesarios, generando un mayor coste para la sociedad del que se produciría si dichas funciones las realizase el sector privado. Si dichas funciones económicas deficitarias las presta una empresa privada, será ésta la que perdería dinero, si lo hace el Estado esto supone que es el Estado el que pierde dinero. (Ninguna empresa privada mantiene una actividad que arroje pérdidas de forma indefinida, razón por la que resulta absurdo suponer que esa situación pueda darse. Por otra parte, el sobredimensionamiento de los Estados, al menos en Europa, viene dado por un sistema de partidos al servicio de una oligarquía que vive de forma parasitaria del Estado. La conocida partitocracia, un sistema político al servicio de los plutócratas).

La idea de privatizar la actividad propia del Estado no es nueva, pues ya desde principios del pasado siglo se planteó la posibilidad del “Estado Administrador” como alternativa a los modelos de Estado hasta ese momento existente. El economista judío y presidente del Partido Laborista durante 1945-1946, Harold Joseph Laski, que fue profesor en las universidades de McGill, Harvard y el London School of Economics, afirmó, sentando los antecedentes inmediatos de la concepción del Estado como mero administrador y prestador de servicios, que la soberanía incondicional del Estado había dejado de ser un principio evidente para tornarse insostenible tanto desde el punto de vista teórico como empírico, y apuntaba como causa de ello, el aumento del poder de diversos grupos económicos, sociales y religiosos en detrimento del Estado. Por lo tanto, “la globalización” concibe la comunidad política mundial, como un conjunto de Estados administradores y gestores de cuestiones locales, encargados de facilitar el desarrollo de infraestructuras y servicios, dentro de un inmenso mercado sin fronteras extendido prácticamente por todo el planeta.

Uno de los principios fundamentales de la Ciencia Política, es que en ningún sistema político existen vacíos permanentes de poder. Si se produce un vacío de poder por cualquier circunstancia, éste es inmediatamente ocupado por otro sujeto de poder. Aplicando este principio a la cuestión expuesta, se puede afirmar que la reducción del Estado-Nación a la condición de mero gestor de servicios, supone el trasvase del poder político hacia organismo e instituciones diferentes al Estado, que se colocan por encima del mismo. En el fondo no se trata de reducir el tamaño del Estado para hacer más eficiente la asignación de recursos, se trata de restar poder al Estado en beneficio de las corporaciones y de las estructuras políticas globales

Sin embargo, la crisis de 2008 no les ha hecho perder su posición hegemónica a las tesis neoliberales, el demostrar, definitivamente, que las crisis recurrentes del capitalismo no se deben a las intervenciones de los estados distorsionadoras del mercado, como pretenden falazmente los liberales, sino que forman parte intrínseca del propio sistema capitalista, no ha servido para poner en peligro la primacía de sus ideas. Cuando llegó la crisis, la izquierda no era hegemónica, y sus gobiernos fueron en todo el mundo las primeras víctimas del descontento de cualquier índole, ya que su posicionamiento era el resultado de la carencia de un discurso ideológico propio válido para enfrentar la situación. Tras el fracaso de los socialdemócratas en el período 2008 a 2011, resurgió el predominio mundial generalizado de los neoliberales y de los partidos de derecha, desconcertando a los partidos de izquierda que hasta que llegó la crisis, estaban seguros de haber recuperado en parte el terreno intelectual perdido tras décadas de hegemonía neoliberal. Con total descaro, los neoliberales depusieron a los partidos socialdemócratas tras los primeros aspavientos de estos para contener los efectos de la crisis, de la que nunca llegaron a comprender ni su origen ni su alcance, siendo sustituidos sin miramientos por tecnócratas de las grandes corporaciones bancarias y las agencias de rating. Paralelamente, las instituciones financieras que habían precipitado la crisis y que habían sido rescatadas por los gobiernos, volvían a obtener beneficios semejantes a los que obtenían antes de 2007 y financiaban a la derecha emergente, que se presentaba no como el origen de la recesión, sino como el remedio a la misma con sus recetas de la llamada austeridad.

Pero la supervivencia de los neoliberales más allá de la Gran Recesión de 2008, no ha hecho sino mostrar la verdadera esencia de los mecanismos institucionales que hasta ahora se habían presentado como legítimos, que se han revelado inútiles para representar la voluntad popular, porque en nuestra sociedad el verdadero poder no se encuentra en las instituciones políticas, sino que se encuentra “privatizado”, está en el dinero, somos una sociedad plutocrática. Son las grandes empresas y fortunas, a las que a veces llamamos mercados, las que son capaces de doblegar los intereses del Estado a través de los mecanismos económicos de chantaje y extorsión. El poder real es, fundamentalmente, poder económico, y este no está sujeto a elección ninguna. Manda quién más tiene y no quién más votos recibe. Votamos cada cuatro años, en un procedimiento litúrgico que ni siquiera garantiza que los programas electorales se cumplan, y que, en realidad, sólo sirve como coartada para conceder legitimidad a esta ficción democrática. La crisis ha revelado la verdadera naturaleza plutocrática y oligárquica de nuestra sociedad, y esto ha provocado una deriva ideológica y política que no se conforma sólo con cuestionar las políticas económicas que han conducido a la crisis, sino que también pone en cuestión a las instituciones políticas españolas y europeas que están perdiendo legitimidad, además de estar poniendo en cuestión la ideología dominante que, en lo referente a la economía, sufre merecidamente el mismo desprestigio.

¿Quién puede creer en la desregulación del sistema financiero cuando esté ha conducido a la mayor crisis económica desde 1929?

¿Cómo justificar la retirada de las prestaciones por desempleo cuando más desempleados hay?

¿Cómo justificar las ayudas a los mismos bancos responsables de la situación actual y de miles de familias sin hogar?

¿De qué sirven la Unión Europea sus instituciones, si su único papel es el de garante de los intereses del sistema financiero?

En definitiva, ¿de qué sirven estas instituciones y su ideología, si no son útiles para resolver los problemas reales de los ciudadanos?

Como es sobradamente sabido, cualquier modelo económico requiere un modelo de sociedad y un sistema político que le sean funcionales, es decir, necesita que se modifiquen las relaciones entre los ciudadanos, las relaciones laborales entre capital y trabajo y las relaciones entre los ciudadanos y los Estados en el sentido acorde con la ideología dominante que lo impone, por lo que no cabe dudar de que la política que se está llevando a cabo en toda Europa, y específicamente en España, es una estrategia que responde a una decisión ideológica, es decir, que persigue un determinado modelo de sociedad. Más concretamente, las medidas económicas adoptadas por los gobiernos desde la crisis se estructuran en tres ejes:

- La consolidación presupuestaria;
- La confianza en los mercados internacionales de deuda;
- La reestructuración de los fundamentos económicos de la sociedad.

De estas tres líneas políticas resulta un modelo, en el que el orden social se recompone a partir de un empobrecimiento de la mayoría de la población, en beneficio de las grandes fortunas vinculadas a la propiedad del capital financiero de los bancos, y del gran capital productivo de las grandes empresas, las empresas que componen el índice bursátil del Ibex35. Detrás de estas políticas, hay una teoría económica (la teoría neoclásica) basada en el pensamiento neoliberal, que utiliza la crisis como una estrategia para lograr sus objetivos.

Según los neoliberales:

- Los problemas de desempleo se derivan de un mal funcionamiento del mercado de trabajo derivado lo que eufemísticamente llaman “rigideces del mercado laboral”, en alusión a los derechos de los trabajadores;

- Los problemas de competitividad y de crecimiento económico, se deben a salarios relativamente altos;

- Los problemas de financiación de la economía real se deben a un exceso de gasto y deuda públicos, y a la falta de confianza en la capacidad de autoregulación de “los mercados”.

Asistimos, pues, a una reordenación de las clases sociales de nuestro país nacida de estos dogmas económicos, a partir de los cuales diseñan sus estrategias y medidas económicas las instituciones europeas y nacionales. Esta es la estrategia seguida por la Comisión Europea, el FMI y el Banco Central Europeo, que es compartida por los partidos políticos del régimen del 78, que fueron quienes reformaron la Constitución, para institucionalizar la consolidación presupuestaria y otorgar prioridad al pago de la deuda pública, como reconocía la propia ley orgánica de reforma constitucional en su exposición de motivos, al decir que: “se establece la prioridad absoluta de pago de los intereses y el capital de la deuda pública frete a cualquier otro tipo de gasto, tal y como establece la Constitución”.

En suma, las “reformas” gubernamentales han demostrado ser superficiales en el mejor de los casos, tanto en España como en Europa o EE.UU. Tras la masiva inyección de capitales públicos en el sistema financiero posterior a la crisis, las burbujas han retornado con sorprendente rapidez a la especulación en productos básicos, ante el desinterés generalizado de los ciudadanos que centran su interés en los programas de austeridad del Gobierno como respuesta básica a la crisis, demostrando con ello que el discurso público ha degenerado a un nivel analítico propio de los años treinta.


V. CRISIS DE REPRESENTATIVIDAD. RUPTURA DEL CONSENSO SOCIAL.

Esta es la razón, por la que el sistema jurídico y la Constitución de 1978 han mostrado su vulnerabilidad poniendo de manifiesto su distancia con la ciudadanía, su falta de legitimidad. Una distancia que sólo puede reducirse a través de modificaciones legales e institucionales que transciendan nuestra Constitución y el actual marco de la Unión Europea, para caminar hacia un régimen legítimo. La sensación generalizada es que estas instituciones no han sido capaces de dar, o no han querido dar, una solución al problema, por lo que, como respuesta instintiva, la población las ha declarado inútiles e ineficaces. Ello explica la creciente desafección por la política y sus instituciones, y la percepción pública de que los políticos y la política no son parte de la solución, sino del problema, tal y como reiteradamente se viene poniendo de manifiesto en las estadísticas
oficiales. La política institucional ha pasado a ser considerada una herramienta no válida para solucionar los problemas reales de los ciudadanos. Y como consecuencia de ese deterioro progresivo de su legitimidad, reflejado en la caída de los salarios, el aumento de la desigualdad y la pobreza, el recorte del sistema de pensiones, de la educación y la sanidad públicas y, sobre todo, el desempleo, se cuestionan las instituciones políticas, y se cuestiona esta democracia, y se llega a la conclusión de que el modelo de 1978 está caducado, y que hay ir a un nuevo régimen que subordine el poder económico a un poder político basado en leyes justas dictadas al servicio del interés general.

La crisis actual es un momento político decisivo para quienes están convencidos de que las actuales estructuras de mercado deben subordinarse a los proyectos políticos orientados a la mejora del ser humano, y no me refiero a esa izquierda ya marginal, formada por unos pocos místicos ignorantes seguros de la inminencia del acaecimiento del levantamiento del proletariado, de la misma manera que los “cristianos sionistas renacidos” esperan el “arrebatamiento en el final de los tiempos”,  que en ambos casos creen que los conducirá de forma inexorable a su remisión; ni a la llamada nueva izquierda que ha sustituido a los trabajadores como clase revolucionaria, por los marginales homosexualistas del movimiento gay, los partidarios de la llamada "ideología de género" y los de la inmigración. Es prioritario construir una alternativa al neoliberalismo capaz de alcanzar la hegemonía, y para ello es fundamental discernir hasta qué punto el resurgimiento inesperado de la derecha tras la crisis, obedece a la existencia de una infraestructura cultural neoliberal que se desarrolló durante el período de 1980 a 2008; y, por otro lado, en qué medida la izquierda ha sido artífice de su propio aniquilamiento dada su escisión en el S. XX en dos mundos: el de la socialdemocracia, mera gestora del capitalismo que pretendía transformar el mundo a través de la progresividad del sistema fiscal; y el del comunismo, el mayor sistema represivo organizado en campos de concentración conocido por el ser humano.

CONCLUSIÓN

Los miembros de la izquierda nominal descartaron hace tiempo la escatología marxista del colapso del capitalismo y la transición al socialismo como explicación completa y exacta de la realidad, y se han quedado sumidos en una ignorancia e incomprensión de lo acontecido, que los obliga a aferrarse a los dogmas marxistas prescindiendo de su desigual vigencia, para poder ocultar su fracaso ideológico.

Los neoliberales, a su vez, han desarrollado una sofisticada postura respecto al conocimiento y la ignorancia, y entender cómo el neoliberalismo logra emplear la ignorancia como herramienta política que salvaguarde su hegemonía, indica que, a la vista de la obsolescencia de la izquierda, quizá ha llegado el momento de que reinventemos una nueva sociología del conocimiento plausible, como único camino para ganar la batalla de las ideas al neoliberalismo.

Las espadas están alzadas anunciando la guerra del fin del mundo, una nueva guerra cuyas primeras batallas ya se están llevando a cabo. Una guerra final que enfrenta a dos bandos claramente afirmados en el campo de batalla: por un lado, el del nuevo orden mundial y la red de estructuras transnacionales lideradas por los EE.UU., que pretende gobernar el mundo desde los mares; y por el otro, el de las soberanías nacionales representado por las dos grandes potencias continentales, Rusia y China, encerrados en el espacio continental euroasiático, que se oponen a su desaparición el magma gris del mundo unipolar. Estamos ante la guerra del fin del mundo tal y como lo hemos conocido, la última antes de constituir el orden mundial cosmopolita. Un mundo sin razas, sin credos, sin culturas y sin historia.

PUEDE

Puede que no sirva para nada.
Puede, incluso, que hayamos perdido definitivamente.
Puede ser, también, que formemos parte para siempre del pelotón de los malditos.
Puede, todo esto puede ser.

Y puede que, a pesar de todo,
hoy, como ayer y como mañana,
uno sea lo que es,
y no porque no pueda ser otra cosa,
sino porque no quiera,
porque sólo habrán ganado,
cuando reconozcamos que hemos perdido.

Por eso seguiremos portando el anillo del poder
camino del Monte del Destino.
Sabiendo que la vida va en ello,
pero que, sin nuestra fe,
la vida no tiene sentido.

Por eso, aunque otros puedan,
Y no se atrevan.
¡Nosotros sí nos atrevemos!

Y para que lo recuerden,
estamos aquí hoy.
Para que recuerden,
que la guerra no ha terminado,
que nuestra guerra es,
la Guerra del Fin del Mundo.

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[1] Ya Immanuel Kant expuso en 1795 esta idea en Sobre la paz perpetua (Zum ewigen Frieden. Ein philosophischer Entwurf). Una obra política cuyo objetivo es encontrar una estructura mundial semejante a un Estado Federal, y una perspectiva de gobierno para cada uno de los Estados en particular que favorezca la paz. El proyecto kantiano es un proyecto jurídico y no ético: Kant cree posible construir un orden jurídico que coloque la guerra como algo ilegal, como ocurre dentro de los estados federales. La obra se compone de 6 artículos preliminares y 3 artículos definitivos y 2 suplementos alrededor de los cuales se desarrolla la reflexión.
[2] En 1944 se reunieron más de 700 representantes de 44 países en un hotel de las montañas de New Hampshire, una cantidad nada despreciable si se tiene en cuenta que la mayor parte de Asia y África eran colonias europeas y que Europa en su mayoría estaba ocupada o era fascista. La conferencia fue un éxito de EE.UU. al conseguir imponer su propuesta, formulada por el economista Harry Dexter White, ante la iniciativa británica, cuya paternidad correspondía al prestigioso John Maynard Keynes. White consiguió que se decidiera la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, que en un primer momento se llamó Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo. Otra consecuencia fue la sustitución del patrón-oro por un patrón-dólar. Hasta entonces los países respaldaban las diferentes monedas nacionales con sus reservas de oro que, con el enorme gasto bélico, habían caído en picado en la mayoría de países. La conferencia de Bretton Woods estableció una equivalencia fija entre dólares y oro (una onza de este metal valdría siempre 35 dólares) con lo que la moneda estadounidense se convirtió en la divisa de referencia o reserva mundial. Bretton Woods dio lugar también al Acuerdo General de Aranceles y Comercio (conocido como GATT, por sus siglas en inglés), que iniciaría un proceso que culminaría en 1995 con la creación de la Organización Mundial del Comercio.