lunes, 28 de marzo de 2016

LA ECONOMÍA CAPITALISTA ANTE LA CRISIS FUTURA


El desastre económico sufrido por el capitalismo en 2008, ha tenido un impacto sobre la economía mundial equivalente al que supuso la Segunda Guerra Mundial, pues con él ha desaparecido el 13% de la producción global y el 20% del comercio internacional, provocando en la economía occidental la contracción económica más prolongada desde la crisis del 29. Y en contra de lo que se pretende hacernos creer a diario por los políticos y los grupos de comunicación de masas, especialmente las cadenas de televisión, estamos muy lejos de asomarnos a una nueva era de bonanza económica.

La codicia del sistema bancario y financiero fue la responsable del desplome económico de 2008, cuando se puso de manifiesto que durante años venían ocultando deudas carentes de solvencia en productos financieros valorados como de absoluta solvencia por las agencias de calificación por entidades bancarias cuyos responsables últimos se encuentran en paraísos fiscales a salvo de las consecuencias que finalmente se derivaron para los fondos de pequeños ahorradores y de pensiones. Lo que se ha dado en llamar el sistema bancario en la sombra. Desde que a mediados de 2015 se publicó Crónicas del austericidio[1], en el que exponía las consecuencias de la idea básica del sistema neoliberal de que el mercado se corrige solo, vengo observando cómo las contradicciones propias del capitalismo gestan el embrión de la nueva crisis, tras haber conseguido apuntalar y estabilizar en un precario equilibrio el sistema capitalista, a base de incrementar la deuda pública hasta igualar el 100% del PIB en muchos países, en España lo ha superado largamente lo que forzado el maquillaje del sistema de cálculo para difuminar la quiebra del Estado, y de imprimir dinero por un importe que ronda la sexta parte de la producción mundial de bienes y servicios. El sistema capitalista ha conseguido detener la caída deshaciéndose de una deuda incobrable, asumiendo los estados la deuda privada para convertirla en soberana, creando entidades financieras ad hoc respaldadas por los bancos centrales y los gobiernos para dotarles de alguna credibilidad. Y para soportar esta carga financiera, se han adoptado las decisiones políticas recogidas bajo el término austeridad, forzando una devaluación interna tanto en los países más desarrollados como en los periféricos, y de forma más acusada en los de la zona euro, haciendo recaer el peso del pago de la deuda sobre los trabajadores y los perceptores de rentas del sector público: pensionistas, trabajadores públicos, subsidios de desempleo y titulares de ayudas públicas por razones de exclusión social. Además de la reducción de las rentas del trabajo y de las prestaciones sociales, se ha prolongado la vida laboral para mantener el período de cotización y retrasar la edad de jubilación y el consiguiente acceso a una pensión, y se ha reducido la inversión en I+D+I y en infraestructuras públicas, lo que ha provocado la caída de los salarios en Japón, EE.UU., el sur de la zona euro y el Reino Unido. Es decir, para mantener en equilibrio el sistema capitalista, ha sido necesario destruir o minorar los derechos sociales y el Estado del bienestar, por lo que podemos afirmar que la esencia del neoliberalismo radica, no ya en coyunturales recortes de gasto, sino en la incompatibilidad entre los derechos sociales y el salario digno, y el equilibrio del sistema capitalista. De ahí la continua ofensiva contra el salario mínimo, los convenios colectivos y las organizaciones sindicales verdaderamente reivindicativas de estos derechos, llevada a cabo desde los think tank neoliberales y los medios de comunicación que les son afines. El verdadero objetivo del neoliberalismo dentro del proyecto que conocemos como globalización, es reducir los salarios y el nivel de vida en Occidente para su homogeneización con los de las clases medias de los países emergentes de los BRIC’s.

En tanto el proceso de homogeneización de las condiciones de las clases medias de los países desarrollados con las de los países emergentes avanza, las condiciones para una nueva y ya cercana crisis se consolidan. La deuda total de bancos, empresas, Estados y hogares alcanza ya los 57 billones de dólares, sólo EE.UU. ha generado en estos ocho años una deuda de 17 billones de dólares mientras que el Banco Central Europeo sigue inyectando 16.000 millones de euros mensuales, sin que hayan conseguido reactivar la economía occidental que sigue estancada. Una abundancia de dinero que ha disparado la burbuja inmobiliaria en China y la deuda pública en todo el planeta, con una evidente pérdida de valor y credibilidad de las monedas, que está llevando a Rusia y a China a vender buena parte de sus reservas de dólares y comprar cantidades masivas de oro. Este aumento exponencial de liquidez ha favorecido la extensión del sistema bancario en la sombra, y ha forzado a retrasar la entrada en vigor de las normas que obligan a aumentar el coeficiente de caja bancario. Y con todo ello, el 1% más rico de la gente es cada vez más rico.
 
La solución a una futura crisis bancaria ya no puede ser su traslado a los Estados, no tienen capacidad para asumirla; entonces, ¿qué solución queda? El neoliberalismo ya ha dado respuesta a esta pregunta en 2013 con la crisis chipriota: si un banco quiebra todos los depósitos bancarios desaparecerán; y si es un Estado el que quiebra, su población se verá reducida a la pobreza más absoluta y será sometida al pago de la deuda por encima de cualquier otra consideración. 
 
Al final, el remedio a la crisis de 2008 ha sido peor que la crisis en sí, pues el crack de 2008 hubiera terminado con un sistema bancario insostenible, pero el remedio ha aumentado aún más el problema y ha agotado la capacidad de la economía para soportar las contradicciones del capitalismo. En todo caso, lo que ha quedado demostrado es que la supervivencia del sistema capitalista, implica necesariamente la destrucción de los derechos de los trabajadores en las economías occidentales.
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[1] Fernández-Cruz Sequera, Francisco José. Crónicas del Austericidio, Editorial EAS. Alicante. 2015.