Existen
fundamentalmente cuatro formas de salir de una crisis financiera: la vía de la
inflación, la de la deflación, la devaluación o el impago. Cada una de estas
opciones tiene sus beneficios y sus inconvenientes, sus beneficiados y sus
perjudicados, que tratarán de influir sobre el poder empujando a éste a
inclinarse por una u otra de ellas. Finalmente, uno u otro de los grupos en pugna
prevalecerá sobre los restantes, y hará valer sus intereses por encima de los
de los demás interesados. En esta dinámica puede ocurrir que prevalezca el
interés de los más o el de los menos, pues en contra de lo que pudiéramos
pensar en una democracia el número no es el determinante del poder, sino que éste
reside en el dinero que suele estar en manos de unos pocos. Prueba de ello es lo ocurrido en la actual crisis. Veamos.
Al igual que sucedía
en el patrón oro, en el sistema de moneda única de la zona euro los Estados no
pueden ni devaluar la moneda ni acudir a la inflación en sus economías, porque
lo que pretende el sistema es, precisamente, evitar ambas opciones. Esto determina
que las únicas herramientas disponibles para superar la crisis sean las
de la morosidad o el impago, que se quiere evitar bajo cualquier circunstancia, o la
deflación, la caída de precios y salarios, que finalmente resulta la elegida.
El Euro exige la asunción de medidas que provoquen la deflación, ya que ésta es
la salida de la crisis que favorece a los acreedores, los bancos, los menos y a los propietarios del capital;
frente a los deudores, las pequeñas empresas y personas físicas, los más, que no son dueños del capital. Y
aunque en el sistema euro no existe nada parecido a la convertibilidad en oro
de las monedas, como ocurría en el sistema del patrón oro, lo cierto es que la
credibilidad del sistema de moneda única europea en orden al pago de la deuda
pública, desempeña la misma función que desempeñó el patrón oro, al
constituirse en una limitación externa para la adopción de medidas conducentes
a la salida de la crisis. Los Estados que formaban parte del patrón oro
conservaban su soberanía, y en su ejercicio siempre podían abandonar el sistema dejando que el tipo de cambio de la moneda flotara libremente. Sin embargo, la adhesión al pacto
de la moneda única determinó que los Estados miembros del sistema se despojaran
de su soberanía para entregarla al poder de la Comisión Europea y del
banco Central Europeo, ambas entidades ajenas a cualquier clase de control por
los Estados y los ciudadanos, destruyendo con ello toda posibilidad de
retroceder y volver a sus monedas nacionales o de recuperar las armas de la inflación o la devaluación.
Puestas así las cosas, el remedio elegido por los poderosos para superar la crisis financiera es la deflación, pues ésta permite conservar el valor de las deudas y aumentar el poder adquisitivo del dinero mediante la caída de los precios, lo que permite a los tenedores de dinero adquirir bienes, en ocasiones por debajo de su precio real. Los medios utilizados para provocar esta deflación, han sido las llamadas "reformas estructurales" consistentes en:
Puestas así las cosas, el remedio elegido por los poderosos para superar la crisis financiera es la deflación, pues ésta permite conservar el valor de las deudas y aumentar el poder adquisitivo del dinero mediante la caída de los precios, lo que permite a los tenedores de dinero adquirir bienes, en ocasiones por debajo de su precio real. Los medios utilizados para provocar esta deflación, han sido las llamadas "reformas estructurales" consistentes en:
1º Un aumento impositivo casi confiscatorio en los impuestos indirectos que gravan el consumo sin discriminar en razón del nivel de renta;
2º La reducción salarial y la precariedad laboral extrema, lograda a través de la temporalidad de los contratos y el trabajo a tiempo parcial, casi un 22% de los contratos en España son a tiempo parcial o media jornada.
La disminución del salario entre los asalariados ha provocado el derrumbe de la demanda interna, y ha provocado dificultades a los asalariados para la devolución de los créditos adquiridos en plena “burbuja inmobiliaria”. Esta minoración de la demanda interna y del consumo, ha conducido a la destrucción de más de 1.300 millones de horas de trabajo desde el año 2008 según el Instituto Nacional de Estadística. Esta destrucción de horas de trabajo ha dejado a la Seguridad Social con un déficit crónico que supera el 1% anual, poniendo en peligro la viabilidad Sistema Nacional de Salud y su funcionamiento. Las cotizaciones a la caja de las pensiones también se reducen por la demografía regresiva y suicida y la emigración de jóvenes en edad fértil que parten allende nuestras fronteras abocando a España al envejecimiento y la extinción. Este déficit permanente en las cotizaciones de los trabajadores empleados, ha hecho que el Gobierno vacíe la conocida “hucha de las pensiones”, el fondo de reserva de la Seguridad Social que tiene invertido el 97% de su dinero en deuda soberana española, cuando en el año 2008 era sólo del 57%, incumpliendo los elementales principios de un buen administrador como son los de diversificación del riesgo y calidad crediticia. En resumen, menos trabajo, más precario, menos pensiones, más pobreza y más miedo.
Como resultado de lo
anterior, los ingresos del Estado han caído debido al descenso de la
recaudación por impuestos sobre el consumo y la renta de las personas físicas,
obligando al Estado a pedir prestado incrementando la deuda pública, cuyo alza no
se debe al mantenimiento del gasto social para paliar los efectos de la crisis
o a la realización de obras públicas en una política económica de inversiones anticíclica,
sino que casi la mitad se debe al
esfuerzo público realizado para asumir las pérdidas del sistema bancario en sus
inversiones (concesión temeraria de créditos, inversiones de carreteras de
peaje con respaldo público, sector energético, etc.). De esta manera, la deuda
soberana ha experimentado la tasa de crecimiento más alta de nuestra historia
reciente, si atendemos a los datos publicados por el Banco de España, el montante de deuda de las administraciones públicas supera los 1,3 billones de
euros, lo que supondría un incremento
de más de 520.000 millones de euros, en solo dos años y tres meses, el último
dato disponible corresponde a final del primer trimestre de 2014. Esta deuda pública se ha financiado por el sector bancario,
que a su vez se ha
financiado con esa misma deuda. Un sector, que tras los inminentes test de
stress y el cumplimiento de la normativa de Basilea III sobre el aumento del
coeficiente de caja, deberá provisionar más capital teniendo que volver a
restringir el crédito reduciendo aún más el consumo privado, derivando el cada
vez más escaso crédito disponible a la deuda pública. Si se produce una nueva crisis de deuda soberana ante
el continuado descenso de los ingresos y el constante aumento de la deuda y de
sus intereses, tendremos una crisis bancaria de consecuencias pavorosas. Con
este panorama, puede afirmarse sin temor a equivocarse que la política de “austeridad” ha fracasado.
Los Estados de la zona euro pueden extraer dos lecciones clave de la era del patrón oro y de los intentos de los políticos de la época, primero por volver al patrón oro y luego por permanecer en él antes de que estallara: las medidas neoliberales de "austeridad" son contrarias a los intereses de cada nación y de la mayoría de los ciudadanos; la aplicación de las medidas neoliberales aumentan la desigualdad, fomentan la pobreza y extienden el sufrimiento entre los muchos en beneficio de los pocos; y, por último, las medidas neoliberales son incompatibles con la soberanía nacional de los Estados y la libertad de los pueblos de Europa.
Los Estados de la zona euro pueden extraer dos lecciones clave de la era del patrón oro y de los intentos de los políticos de la época, primero por volver al patrón oro y luego por permanecer en él antes de que estallara: las medidas neoliberales de "austeridad" son contrarias a los intereses de cada nación y de la mayoría de los ciudadanos; la aplicación de las medidas neoliberales aumentan la desigualdad, fomentan la pobreza y extienden el sufrimiento entre los muchos en beneficio de los pocos; y, por último, las medidas neoliberales son incompatibles con la soberanía nacional de los Estados y la libertad de los pueblos de Europa.
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