Un
policía macedonio hace guardia en la frontera con Grecia después de que el
Gobierno decretase el pasado jueves el estado de emergencia en el sur por la
crisis migratoria.
“Nos habían dicho, al abandonar la tierra madre, que partíamos para defender los derechos sagrados de tantos ciudadanos allá lejos asentados, de tantos años de presencia y de tantos beneficios aportados a pueblos que necesitan nuestra ayuda y nuestra civilización.
Hemos podido comprobar
que todo era verdad, y porque lo era no vacilamos en derramar el tributo de
nuestra sangre, en sacrificar nuestra juventud y nuestras esperanzas. No nos
quejamos, pero, mientras aquí estamos animados por este estado de espíritu, me
dicen que en Roma se suceden conjuras y maquinaciones, que florece la traición
y que muchos, cansados y conturbados, prestan complacientes oídos a las más
bajas tentaciones de abandono, vilipendiando así nuestra acción.
No puedo creer que todo
esto sea verdad, y, sin embargo, las guerras recientes han demostrado hasta qué
punto puede ser perniciosa tal situación y hasta dónde puede conducir.
Te lo ruego,
tranquilízame lo más rápidamente posible y dime que nuestros conciudadanos nos
comprenden, nos sostienen y nos protegen como nosotros protegemos la grandeza
del Imperio.
Si ha de ser de otro
modo, si tenemos que dejar vanamente nuestros huesos calcinados por las sendas
del desierto, entonces, ¡cuidado con la ira de las legiones!
Marcus Flavinius, centurión
de la 2ª Cohorte de la Legión Augusta, a su primo Tertullus, de Roma”
Jean Laterguy
Los centuriones[2]
NOTA BENE.- Intencionadamente he utilizado expresiones como ayuda
humanitaria, cooperación al desarrollo u otras semejantes propias del lenguaje
de nuestro tiempo, para acusar aún más los paralelismos históricos entre las
situaciones políticas de finales del S. IV y la actualidad.
A finales de este verano de 2015, la prensa nos dice que en las
históricas tierras de la patria de Alejandro el Grande se ha declarado el
estado de emergencia, el ejército se ha desplegado en la frontera y la policía
ha cargado contra los invasores, entre los que se han registrado algunos
heridos. No es el parte informativo de un nuevo conflicto bélico, de otra
guerra en Europa. ¿O quizás sí? Voy a contarles una historia muy actual y
moderna.
El Imperio europeo en el
S. IV
Escribía Marx que “Hegel dice en alguna parte que todos los
grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si
dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra
vez, como farsa”[3] Pero como en tantas
otras cosas, también discrepo en esto del judío alemán si lo que pretendemos es
elevar la anécdota del golpe del pequeño Napoleón, a categoría de regla
histórica. La historia puede repetirse, pero no necesariamente tiene que
hacerlo como comedia o farsa, sino que también puede volver nuevamente como
tragedia o drama. Cuando los europeos de nuestro tiempo pensamos en el imperio
romano, tenemos tendencia a visualizar como parte esencial del mismo a las
provincias que nos resultan más familiares, es decir, a las europeas occidentales
como Hispania, la Galia, Britania e Italia, que allá por el S. IV ya había
perdido el papel de centro del imperio y todos los privilegios inherentes a
dicha condición. Pero el imperio romano también estaba formado por las
provincias balcánicas, Asia menor, es decir, Palestina, Egipto, y en definitiva
todo Oriente Medio incluida una parte de Arabia; y costa del Norte de África,
el actual Magreb. Todo este mundo que para nosotros, europeos del S. XXI, es un
mundo ajeno a nuestra cultura y civilización, entonces conformaba el mundo
romano: Occidente; es más, eran justamente las provincias orientales del
imperio las más ricas y civilizadas, allí estaba el centro de gravedad de Roma,
el eje de la civilización europea. Justamente por esta razón, Constantino había
fundado la nueva capital que sustituía a Roma en las provincias orientales,
Constantinopla, hoy en día Estambul, la metrópolis de Turquía. Hoy, Turquía
está tan cerca y tan lejos de nosotros a la vez, que se discute si este país
puede formar parte o no de la Europa institucional, aunque sea un hecho que en
parte es racial, cultural y geográficamente europea, pero entonces era
justamente allí donde latía el alma de la civilización de Occidente. Roma era
un imperio donde se hablaba latín, pero también griego y cada vez más, porque
aquél era el idioma de Oriente de la parte más rica de nuestro mundo. El latín
era todavía, en todo el imperio, el idioma de la administración, en el que se
escribían las leyes, se impartía justicia y se organizaba el ejército; pero en
las grandes urbes de las provincias orientales, las mismas donde el
cristianismo había conocido su primera difusión tras escindirse del judaísmo,
el idioma dominante era el griego.
Hay cierta tendencia, nacida en el S. XIX con la Historia de la decadencia
y caída del Imperio romano del inglés Gibbon[4], a suponer que la administración
del imperio del S. IV era una ciénaga de corrupción, que su sociedad se
desenvolvía entre orgías, derroche, lujo y ostentación innecesarios, mientras
que la religión se perdía en elucubraciones teológicas abstractas y el ejército
estaba formado por extranjeros leales sólo a la paga que recibían. Un estado de
decadencia moral y material que anunciaba la muerte del imperio de forma
inexorable. Pero no es verdad. A finales del S. IV, no fue ninguno de estos
problemas lo que hirió de muerte al imperio, lo que en realidad selló su
destino fue la inestabilidad política en su cúspide y las incursiones bárbaras
en el territorio imperial.
Emperador Valente |
El 9 de Agosto del 378 tuvo lugar una batalla en las llanuras
situadas el noroeste de Adrianópolis, provincia de Tracia, la actual Turquía.
Las legiones del emperador Valente se enfrentaron a los godos que habían
atravesado la frontera oriental del imperio como refugiados tras una crisis
humanitaria, y fueron exterminados por estos. Aquel enfrentamiento es conocido
en tiempos modernos como la batalla de Adrianópolis. A la misma el imperio todavía sobreviviría un
siglo, pero ese día quedaría herido de muerte.
Cuando rememoramos los hechos de aquel tiempo, nos encontramos con
que todavía hoy se percibe la antiquísima división entre los herederos de uno y
otro lado del campo de batalla. Los historiadores de habla latina se refieren a
los movimientos migratorios como las invasiones bárbaras; por el contrario, la
historiografía alemana prefiere utilizar la expresión de migraciones de los
pueblos o Volkerwänderungen, al sentirse descendiente de los llegados en aquel
tiempo. Y ciertamente esta expresión recoge más exactamente lo ocurrido, dado
que los contactos entre el imperio y los inmigrantes habían empezado mucho
antes de la batalla, cuando todavía no podía hablarse en ningún caso de
invasión.
Los romanos sabía que al otro lado de las fronteras existían otros
pueblos y países, pero el único rival allende de ellas, era el imperio persa
dirigido por la dinastía sasánida. Pero a pesar de que era el persa un mundo
helenizado, no por ello dejaba de ser una civilización enfrentada a la romana
que codiciaba las provincias orientales de Roma. En otros lugares de la
frontera meridional de Arabia y África, el imperio no estaba amenazado por enemigos
tan temibles; sus fronteras eran defendidas no sólo por la arena y el calor del
desierto, sino también por la ayuda al desarrollo que se facilitaba a los jefes
locales, a los que se educaba en la metrópoli en la cultura y romana aunque
conservaran sus dioses, antes de que volvieran a sus pueblos.
Acueducto de Valente |
Así, el gobierno imperial se ve asaltado no sólo por las
peticiones de los gobernadores de las fronteras orientales, sino que llegan
quejas y peticiones de otros lugares del imperio, todos ellos convenidos de la
prioridad de sus necesidades, pero el gobierno no puede atender todas ellas por
falta de recursos económicos, lo que ha llevado a la reducción de unidades
militares y de sus plantillas, precisamente por el alto coste de la
administración y la contención de los impuestos que gravan la riqueza de los
propietarios. Además, para el gobierno, los bárbaros no son una amenaza a la
seguridad pública, hipótesis a la que en todo caso están convencidos que el
estado puede hacer frente, sino que los bárbaros pueden suponer también una
mano de obra abundante y barata, justo lo que precisa una economía que quiere
contentar a los grandes propietarios, manteniendo así la agricultura y el
comercio garantizando los ingresos fiscales que es el hecho más grave de todos.
Así, políticos y propietarios están convencidos de que los bárbaros son un
recurso al que, a pesar de los inconvenientes que algunos quieran ver, no pueden
despreciar. Esas muchedumbres de desgraciados que entran al imperio
clandestinamente, que viven en muchos casos de la delincuencia y la mendicidad hasta
que son capturados, son sólo pobre gente desgraciada que escapa de la
violencia, la miseria y el hambre, y llega al imperio en busca de una nueva
vida. Son gentes que vienen de la desesperación, de un mundo en el que sólo
rige la ley de la violencia, donde la vida no significa nada. Para las élites
políticas y culturales del imperio en el S. IV, los bárbaros son sólo
emigrantes y refugiados que piden trabajo, derechos y dignidad. ¿Cómo si no
aceptan los trabajos que nadie quiere realizar por salarios que ningún romano
aceptaría? Una vez las clases dirigentes han llegado a esta conclusión, el
resto es una mera consecuencia inevitable: la administración imperial comienza
a prepararse para acoger a grupos numerosos de inmigrantes, perdón, quise decir
bárbaros, y darles acogida en el imperio. Con este motivo disponen la creación
de nuevas oficinas encargadas de supervisar la acogida a los refugiados y de
reutilizar para tal fin las que habían servido para reubicar a los romanos que
procedían de regiones devastadas, o a los que retornaban tras su liberación
después de un período de cautiverio como prisioneros de los bárbaros. Estas
oficinas recibían cada vez con más frecuencia la orden de colocar en las
regiones más despobladas o en las que precisaban más mano de obra primero a
individuos solitarios, más tarde a grupos familiares y por último a comunidades
enteras de inmigrados. En compensación, los legisladores les vinculan al
trabajo de la tierra en beneficio de los propietarios, les imponen el pago de
impuestos y a los jóvenes la obligación de servir en el ejército defendiendo al
imperio frente a otros bárbaros, y en ocasiones frente a sus antiguos
connacionales.
De esta manera, mucho antes de la crisis del año 378, los
inmigrados se habían asentado en el interior del imperio, aportando su trabajo
y elevando así la capacidad económica y la riqueza del mundo romano. Pero en
gran medida, los bárbaros no han abandonado sus costumbres, su religión ni su
cultura; han entrado en el mundo romano, pero Roma no ha entrado en ellos, no
son romanos a pesar de que se les haya concedido la ciudadanía.
La administración romana,
durante decenios gestionó pacíficamente la inmigración, estableció controles
migratorios estrictos y gracias a la política de control imperial no se
produjeron grandes conflictos. El imperio romano ya era antes de la llegada de
los bárbaros un mundo multiétnico y multicultural, en el que se hablaban
diversas lenguas y se rendía culto a diversos dioses, poblado desde siempre por
razas de origen diverso, por lo que no era sencillo intuir que la llegada de
los bárbaros podría desestabilizarlo.
"Subasta de esclavos" de
Jean-Léon Gérôme
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Ciertamente, los godos, como el resto de los pueblos de las
estepas no constituía etnias compactas, sino que formaban grupos tribales que
se reunían circunstancialmente según las necesidades de cada momento, o cuando
surgía un caudillo guerrero afortunado tras el cual marchar en pos del saqueo y
del pillaje. Los godos estaban en contacto con el pueblo conocido como los
hunos, un pueblo cuyo núcleo originario estaba formado por ganaderos de rasgos
mongoles, entes de ojos rasgados y de baja estatura que hablaban una lengua
turca. Pero a los romanos no les interesaban lo más mínimo ninguno de estos pueblos; para ellos eran todos bárbaros,
analfabetos salvajes que se morían de hambre en medio de su miseria, incapaces
de ser civilizados.
Hacía varios siglos que los godos vivían a orillas del imperio, y
que tras tomar contacto con la superior civilización romana, habían empezado a
cambiar su manera de vivir. El comercio entre las dos orillas del Danubio era
constante. Era habitual ver llegar a los mercaderes romanos, a veces griegos y
sirios, que junto con los productos manufacturados de superior calidad a los
godos, les enseñaron algunas técnicas agrícolas que mejoraron la primitiva
agricultura goda. Así, era sabido entre los godos que al otro lado del Danubio
existía una civilización riquísima que ofrecía toda suerte de posibilidades de
vida. Además, la opulencia y las comodidades de la sociedad romana, les eran
conocidas por las necesidades militares del imperio. Regularmente los
reclutadores romanos alistaban jóvenes godos entre las tribus bárbaras, que se
convertían a todos los efectos en soldados romanos que abandonaban para siempre
la tribu por lo que para ellos era una vida mejor. Era difícil sobrevivir a los
veinticinco años de servicio militar para el que se alistaban, pero más raro
era aún que aquellos que lo terminaban volvieran nunca a un país al que nada
para entonces les unía. Pero en ocasiones el reclutamiento se hacía por una
campaña, y los godos conocían así el mundo romano por las narraciones que
hacían los que regresaban. Y para los romanos este sistema gozaba de una gran
ventaja, y es que además de luchar por el imperio, la sangría mortal de cada
campaña en bárbaros los debilitaba lo suficiente para mantener su número bajo control.
Estas relaciones comerciales y militares habían habituado a los
godos al trato con los romanos. Los romanos cooperaban al desarrollo de los
godos, otorgando a sus jefes regalos, pensiones y subsidios para redimir al
pueblo godo de su miseria. También remitían de forma regular alimentos para
paliar el hambre dentro de una política de ayuda humanitaria que era reflejo
del estado del bienestar romano. La administración romana era una organización
dotada de gran eficacia organizadora tras siglos de experiencia aportando
soporte logístico a las legiones y de organización de la distribución del trigo
y de los restantes alimentos entre la plebe. Era capaz de reunir grano, carne y
aceite a bajo coste para el erario público de forma rápida y suficiente y de proceder
a su distribución según las necesidades políticas. El bajo pueblo de Roma y
Constantinopla, vivía de las distribuciones gratuitas de alimentos por los
emperadores, lo que no dejaba de ser muy oneroso para las cuentas públicas,
pero eran actividades políticamente indispensables, pues era la única forma de
que la opinión pública fuera favorable al emperador. Y no sólo era el bajo
pueblo el que subsistía con el reparto gratuito de alimentos, sino que cuando
la hacienda pública sufría de falta de liquidez, se sustituía la paga de los
soldados por el reparto de alimentos. Por lo tanto, resultaba completamente
natural apaciguar a los bárbaros con un sistema conocido, sencillo y eficaz
como era el reparto de alimentos.
Si recapitulamos sobre lo dicho, podemos apreciar como el imperio
no era impermeable a los bárbaros; Hacía tiempo que vivían entre los romanos,
que se habían integrado en la administración, y que en algunos casos eran
ciudadanos. La diferencia entre los bárbaros del exterior del imperio y los del
interior, era que los que habitaban en el exterior no pagaban impuestos, no
eran ciudadanos, no eran funcionarios públicos y la estructura administrativa,
de servicios públicos, de beneficios sociales, de seguridad y justicia no se
extendía a su territorio. Pero el flujo de salarios y subsidios, las remesas de
renta diríamos hoy, eran regulares y los bárbaros godos se habían acostumbrado
a recibirlas de modo estable con los envíos de maíz que llegaban a través del
Danubio en las barcazas romanas. Habían llegado a depender del imperio de tal manera, que de
cesar la ayuda del mundo civilizado ya no habrían podido sobrevivir.
El contacto permanente de los bárbaros con el imperio tuvo otra
consecuencia cuyos efectos serían definitivos, y es que los godos comenzaron a
cristianizarse. Habían conocido el cristianismo a través de los prisioneros
romanos que habían sido llevados entre ellos desde Asia menor en el S. II
durante las incursiones godas en el imperio, y una vez integrados en las tribus
godas comenzaron a hacer proselitismo convirtiéndose así a la fe cristiana los
primeros godos. De entre estos conversos surgirá una minoría que se trasladará
al imperio para estudiar griego y latín. Uno de ellos será Ulfilas, que tras
estudiar en Constantinopla, crea un alfabeto para la lengua goda y poder
traducir así del griego al godo la Biblia, de cuya traducción del Nuevo
Testamento ha llegado una parte a la actualidad, el Codex Argenteux. Ulfilas
fue obispo entre los suyos y promovió un número creciente de conversiones al cristianismo,
si bien en la variante que conoceremos como arriana, que predominaba en Oriente
a pesar de la prohibición del Concilio de Nicea del 325.
La crisis humanitaria
del año 376
Esta era la situación cuando fue nombrado el emperador
Valentiniano en el año 364 por las legiones, que nombró a su vez a su hermano
Valente emperador de Oriente, mientras él continuaba la lucha contra los
germanos en el Rin. Valente era un hombre sencillo, honesto y trabajador
carente de estudios, que pronto se aplicó a la misión encomendada con el afán
de no defraudar a su hermano. Combatió la corrupción, intentó reducir los
impuestos, pero que nunca resultó popular entre el pueblo. Cuando se conoció la
noticia de su nombramiento, Procopio, general romano que estaba en Constantinopla,
pariente de Constantino, se hizo proclamar emperador por sus soldados. La
disensión fue conocida por los jefes godos que decidieron que su vínculo no era
con el imperio sino con la familia de Constantino y resolvieron enviar soldados
en apoyo de Procopio. Cuando llegaron a Constantinopla, Procopio ya había sido
derrotado y muerto, y Valente ordenó encarcelar a los guerreros godos y comenzó
a negociar con sus jefes su liberación, que terminó sin éxito, por lo que
ordenó la venta de todos ellos como esclavos. El tratado que vinculaba a Roma
con los godos ya no existía, y Valente cruzó el Danubio y comenzó a arrasar las
tierras godas. Los godos, que se habían acostumbrado a contar con los subsidios
romanos y los suministros gratuitos de grano, y al comercio con los mercaderes
romanos, estaban a punto de morir de hambre, por lo que imploraron a Valente la
paz en el año 369.
La victoria de Valente sobre los godos dio lugar al conocido
discurso del griego Temistio[5], uno de los políticos más influyentes de Constantinopla,
que pronunció frente al emperador para elogiarlo públicamente por la paz
alcanzada. Este discurso es una muestra de la ideología progresista y
humanitarista corriente en la época entre las élites que gobernaban el imperio,
en la que se enuncia un cántico a los derechos humanos de los bárbaros.
Temistio estaba convencido de que con poco esfuerzo los bárbaros podrían ser
integrados y, lo que es igual o más importante, ser unos contribuyentes
solventes. Por eso Temisitio elogia que haya perdonado la vida a los godos y
formula una comparación muy actual, diciendo que:
“Nosotros nos preocupamos
mucho por preservar las especies animales, nos preocupamos de que no
desaparezcan los elefantes de Libia, los leones de Tesalia y los hipopótamos
del Nilo; y por lo tanto tenemos que alegrarnos de que haya salvado del
exterminio a un pueblo de hombres, quizás bárbaros como dirá alguno, pero
hombres”[6].
Aparte de lo llamativa que resulta la preocupación de las élites
helenizadas del imperio romano de Oriente en el S. IV por la conservación de la
naturaleza, lo que llama poderosamente la atención es la ideología humanitaria
que aspira a integrar a todos los hombres, incluidos los bárbaros, en un único
gobierno mundial fundado en sentimientos de universal filantropía sin
distinción alguna entre ellos. Para Temisitio, el genocidio de los godos
resulta inaceptable, algo indigno de una civilización como la romana. Esta
ideología que prima la fraternidad universal por encima de la supervivencia y
seguridad, muy probablemente no era sostenida más que por las élites
dirigentes. Para los generales y el pueblo llano, degollar a quien te quiere
asesinar, era la medida más útil y segura. Pero no debe atribuirse esta
ideología de los derechos humanos de Temistio al cristianismo; la influencia
del clero cristiano no explica suficientemente la penetración ideológica del
humanitarismo, no sólo porque Temistio era pagano, sino porque el origen de la
fortaleza de estas ideas se hallaba en que el imperio ejercía cada vez más una
fuerza de atracción sobre el resto de la humanidad; la propia presión de los
bárbaros en las fronteras era una confirmación de que tal fuerza se debía a una
evidente superioridad no sólo material, sino también moral del imperio, lo que
obligaba al imperio y al emperador a ser humanitario y benevolente con quienes
no habían tenido la fortuna de nacer en el imperio, pero que no por ello
dejaban de tener derecho a una vida digna ya que no habían tenido la ocasión de
ser romanos. Temisitio decía que: “el emperador
no es el padre de un solo pueblo, sino de toda la humanidad; su deber, es
cierto, es el de mortificar la insolencia de los bárbaros, pero también el de
protegerlos y guiarlos paternalmente, hasta convertirlos en parte del imperio”.
Había que impulsar la integración de los bárbaros en la sociedad y ser felices
con ello, pues “mucha gente perteneciente
a pueblos extranjeros ha venido a nuestro imperio persiguiendo la felicidad
romana”.
La enunciación de todos los tópicos mundialistas de la ideología de
los llamados derechos humanos y su blandenguería por Temistio, tan familiares
en la actualidad, contrasta con la praxis política romana, claro que hacían
falta los bárbaros en el imperio: primero como soldados, pues Valente
necesitaba a los godos porque proyectaba declarar la guerra a los persas, y
quería trasladar a los guerreros a Mesopotamia para reunir fuerzas para la
futura campaña; segundo, porque los mercaderes de esclavos se veían
beneficiados por la riada de esclavos godos llegada en los últimos años, un
exceso de oferta de tal magnitud que el precio de los esclavos terminó por
desplomarse, pero gracias al cual los propietarios romanos disfrutaban de una
fuerza de trabajo ingente por precios ridículos, ¿escuchó alguien alguna vez a
los empleadores quejarse por el aumento del número de trabajadores inmigrantes
en alguna época? Esta masiva oferta de esclavos tenía su origen en la
suspensión de los subsidios y los suministros de alimentos, principalmente grano, con la que se castigaba a los godos por su apoyo a Procopio, sanciones
comerciales que les enseñaba a los iraníes, perdón, quise decir godos, cuál era
el comportamiento correcto. La imposición de sanciones en forma de interrupción
del comercio y de la ayuda humanitaria y al desarrollo, provocó una miseria
extrema de la que se aprovechaban los mercaderes de esclavos que encontraban
con facilidad familias al borde de la inanición dispuestas a vender alguno de
sus hijos, lo que era algo relativamente frecuente en las sociedades
acostumbradas a la esclavitud. De esta manera, se convirtió en algo corriente
tener un esclavo godo en todas las casas.
Los favoritos del
emperador Honorio de John William Waterhouse
|
Los hunos habían cruzado el Don, el Dnieper y el Dniéster, y se
dirigían hacia el oeste sin pausa. Por donde pasaban dejaban un rastro de
muerte que no perdonaba a nadie, salvo a las mujeres jóvenes a las que
esclavizaban para satisfacer su lujuria. Ahora lo llamaríamos genocidio. Cuando
llegaban a una población goda, lo hacían con el alba a caballo, y daban muerte
con el hierro y el fuego de forma implacable. Las noticias de la muerte que
iban sembrando, llegaban a los vivos con las columnas de humo que se alzaban en
el horizonte y los escasos fugitivos que salvaban su vida de forma milagrosa.
Sin demora, tras conocer la proximidad de los hunos, los que aún vivían,
cargaban los carros con cuanto podían llevar consigo y se arrojaban al camino
con las mujeres y los niños. Durante meses, columnas de refugiados marcharon
vagando por las llanuras hasta la extenuación, mientras algunos caudillos godos
trataban de hacer frente a los hunos para caer finalmente derrotados. Cuando se
perdió esta última esperanza, tomaron la decisión de marchar en dirección al
sur, al Danubio. Esperando encontrar la salvación en el otro lado del río,
acamparon frente a los guardias romanos. Atrás dejaban un paisaje desolado. Los
campos no habían sido sembrados, las casas habían sido quemadas y destruidas y
no había medio de vida alguno para no perecer de hambre. Por eso la esperanza
estaba en los inmensos dominios romanos colmados de riqueza, seguridad y alimento.
Los hunos, cargados con el botín obtenido, habían ralentizado su
marcha y estaban aún lejos, pero el tiempo apremiaba. Para los refugiados no había marcha atrás;
los jefes godos se entrevistaron con los oficiales romanos que habían acudido a
informarse de sus intenciones en los campos de refugiados de la orilla norte
del Danubio, y les expusieron sus demandas de ser acogidos en el imperio,
concretamente pedían que se les asignaran tierras en Tracia. Las peticiones de
los godos llegaron a Valente en Antioquía, en donde se reunió el emperador con
el consistorio y los generales para estudiar el problema. El imperio era
prospero, pero necesitaba trabajadores. En el interior de Roma había extensas
regiones despobladas que eran fértiles, y se habían abandonado las que no
reunían las mejores condiciones para el cultivo. El estado poseía vastas
regiones que no podían ser explotadas por falta de mano de obra, por lo que se
veía obligado a alquilarlas a bajo precio a los latifundistas, que obtenían
beneficios fabulosos, a fin de obtener algún rendimiento. Por último, los
refugiados suponían una expectativa de ampliar la base de contribuyentes al
erario público y de reclutamiento militar con el consiguiente alivio para los
habitantes del imperio, que no se verían en la obligación de soportar el
servicio militar ni de contribuir en mayor medida con impuestos para mantener
el estado. En resumen, los refugiados eran una oportunidad de obtener mano de
obra barata, fácil de contentar y acostumbrada al trabajo duro, aunque tuvieran
el inconveniente de ser bárbaros.
Con estas consideraciones no cabían vacilaciones. A los refugiados
se les podía acoger asignando directamente a sus jefes en propiedad tierras del
estado, incluso se podían confiscar terrenos o darles tierras que hubieran sido
abandonadas. También pensaron en la posibilidad de alquilarles la tierra a
perpetuidad en condiciones favorables a los jefes, y que ellos las
distribuyeran a las familias de refugiados. Por último, surgió también la
posibilidad de establecer a los refugiados como colonos en los latifundios ya
existentes, una solución muy poco ventajosa para los refugiados que no tenían
elección. En el Derecho romano tardío del S. IV, el colono era una persona libre
obligada a trabajar la tierra; es el antecedente de los siervos medievales. La
decisión estaba tomada: se acogería a los refugiados y serían conducidos a los
territorios asignados.
En los campos de refugiados a orillas del Danubio, hacía meses que
estaba lloviendo de forma continuada aumentando la penuria de los que
aguardaban, pero parecía que la espera había merecido la pena cuando supieron
que serían acogidos por el imperio y que al otro lado del río les esperaba la
ayuda humanitaria, trabajo y casa, una nueva vida. Durante la espera, algunos
grupos cruzan clandestinamente el río, pero son sorprendidos por los puestos de
vigilancia romana y destruidos, y los responsables al mando de las tropas son
destituidos. Los comisionados imperiales tenían órdenes de organizar la
operación humanitaria de paso de los refugiados a la orilla romana, porque no
había ningún puente que permitiera el paso de una a otra ribera; del único
puente construido por Constantino, cincuenta años antes, apenas quedaban sus
ruinas, por lo que era necesario organizar el paso de la multitud en
embarcaciones para lo que se confiscaron las de los pescadores y con gran
esfuerzo los romanos construyeron otras. El paso del río duró semanas
transbordando a la multitud llegando a utilizar hasta los troncos huecos de los
árboles ante la inmensidad de la muchedumbre que se agolpaba esperando. Los
problemas se multiplicaban, las lluvias habían provocado la crecida del río y
la tensión entre la masa de refugiados provocada por el temor de ver aparecer a
los hunos en cualquier momento iba in crescendo. Se sucedían múltiples
accidentes por la sobrecarga de las balsas provocada por la desesperación,
pereciendo un gran número ahogados. Lo cierto es que la operación se llevó a
cabo con la mayor confusión. La orden era pasar primero a los niños, no por un
sentimiento humanitario, sino porque servirían como rehenes ante cualquier
tentativa de sublevación, y después a los hombres adultos, una vez hubieran
sido desarmados. Pero la corrupción hizo su aparición, y muchos de los godos
pudieron pasar pagando a los guardianes, e incluso conservaron las armas.
Otros, sobre todo mujeres y niños, fueron introducidos por los propios
funcionarios imperiales que proyectaban llevárselos a sus propiedades como
esclavos. Obviamente se trataba de una operación humanitaria, llevada a cabo en
un extremo del imperio sin el control directo del gobierno, dirigida por
funcionaros corruptos o fácilmente corruptibles. A los afortunados que iban
llegando a la orilla romana, los aguardaban unos escribanos que relacionaban sus
nombres. La administración romana quería conocer el número, sexo y edad de los
llegados a fin de planificar la instalación en las tierras designadas. Pero su
número era tan grande y continuado, que pronto desbordó a los funcionarios y
tuvieron que desistir de la tarea. Las órdenes imperiales preveían que fueran
las autoridades locales las que suministraran alimentos a los refugiados. Así,
un inmenso campamento iba creciendo día tras día en la orilla romana, mientras
el ejército se ocupaba de todas las necesidades que surgían, ya fueran
sanitarias, de distribución de alimentos o de otro orden.
La noticia del cruce del río auxiliados por los romanos y que la
frontera estaba abierta, corrió rauda por las tierras de los godos, y miles de
ellos se pusieron en marcha hacia el territorio romano. Se había producido el
conocido como “efecto llamada”. Una sucesión inacabable de jefes godos a la
cabeza de sus tribus organizadas en caravanas, se presentaron en la orilla
septentrional del río y reclamaron ser trasladados a la otra orilla al igual
que los que ya estaban cruzando. Los romanos se alarmaron ante la inmensa
multitud concentrada en ambas orillas, que desbordaba todas las previsiones.
Los que habían cruzado estaban impacientes por iniciar el camino hacia el
interior, y los que no habían cruzado adoptaron una actitud cada vez más hostil
cuando se les negó el paso. El cruce de refugiados por el río se interrumpió, y
los romanos comenzaron a patrullar el río para evitar el paso clandestino de
nuevos fugitivos.
La situación entre los inmigrantes que ya habían cruzado el río
empeoraba por momentos, debido a la falta de infraestructuras para acoger a una
muchedumbre como la llegada. Las condiciones higiénicas eran dantescas y las
raciones de alimentos insuficientes, a causa de la tardanza en ponerse en
marcha hacia el interior tal y como había ordenado Valente. Un retraso que era
debido no a la casualidad, sino a la corrupción de los generales romanos al
mando del operativo. La corrupción de la administración imperial era absoluta,
sin sobornos no se lograba nada. Los generales Máximo y Lucipino se dieron
cuenta de la gran oportunidad de enriquecerse que era aquel desastre. Las
raciones proporcionadas a los refugiados ofrecían un negocio colosal, bastaba
con retener una parte de ellas y venderlas en el mercado negro, de ahí que,
cuanto más tardaran en ponerse en marcha con los refugiados, más dinero
ganarían. Tanto exprimieron a los godos, que llegaron a venderles perros para
comer a cambio de entregar a sus hijos como esclavos. Los jefes godos se
quejaban porque los subsidios prometidos no llegaban, y la situación se hizo
tan extrema que Máximo y Lucipino empezaron a temer que estallara una revuelta
y se conocieran sus manejos en el consistorio, por lo que decidieron cumplir
las órdenes y ponerse en marcha hacia el interior, mientras los funcionarios ya
comenzaban a preparar los asentamientos destinados a los refugiados. Cuando el
convoy se puso en marcha, lo hizo en medio de una gran tensión, custodiados por
los soldados los ciudadanos romanos veían pasar a los refugiados con
hostilidad, pero para proteger a la caravana de inmigrantes, se había
desguarnecido la orilla danubiana. Cuando la multitud enorme que estaba en la
orilla septentrional, a la que se la había denegado el acceso por los romanos,
se dio cuenta de que nadie guarnecía la orilla sur, comenzaron a cruzar con los
medios de fortuna que iban logrando y acamparon en territorio romano sin pedir
permiso a nadie.
Los refugiados godos en
el interior de Europa
La columna de refugiados se extendía durante kilómetros. Más de
tres mil carros tirados por bueyes avanzaban penosamente de forma lenta y
pesada. Las dificultades de avituallamiento eran enormes. Los bárbaros
marchaban recelosos de los soldados por el trato que habían recibido, y los
soldados sentían temor hacia una muchedumbre que en muchos casos estaba armada,
sabiendo que no eran suficientes para hacerles frente llegado el caso de que se
sublevasen. A la columna de refugiados como un goteo lento, pero constante, se
iban uniendo algunos de los inmigrantes que habían entrado en territorio romano
de forma ilegal, por lo que los refugiados ya sabían que detrás de ellos había
un gran número de inmigrantes que trataban de unirse a la operación, razón por
la que el líder surgido de entre ellos, Frigiterno, trataba de ralentizar la
marcha al máximo. En estas condiciones avanzaron hacia la ciudad de
Marcianópolis, a la que llegaron agotados y hambrientos, creyendo que era el
lugar en el que se establecerían y esperando recibir alojamiento y comida. Pero
las autoridades locales no habían realizado ningún preparativo. La multitud de
extranjeros que llegaba desbordaba completamente la capacidad de la ciudad, y
el único deseo de sus habitantes era que los refugiados se alejasen cuanto
antes de allí y decidieron no abrir las puertas para permitir el paso al
interior de ninguno de los inmigrantes. Cuando los godos vieron que no se les
permitía el paso a la ciudad, intentaron de entrar por la fuerza. La escolta
reaccionó tratando de restablecer el orden
lo que hizo que estallaran los primeros enfrentamientos, asesinando los
inmigrantes a los soldados que los custodiaban. Los sublevados desnudaron a los
soldados muertos, cogieron sus armas y culparon
a los romanos de no haber cumplido los pactos, declarándose en guerra
con ellos. El general romano Lucipino, reunió sus fuerzas y se enfrentó a los rebeldes
confiando en la superioridad de su instrucción y de su equipo, pero su ejército
fue masacrado. Sabiendo los godos que tras dar muerte a los soldados no había
marcha atrás, se dedicaron a asolar los campos mientras las pequeñas
guarniciones de las ciudades permanecían encerradas sin atreverse a salir dada
la superioridad numérica de los inmigrantes.
Cuando la noticia de la sublevación llegó a Antioquía, alguien
recordó a Valente que cerca de la ciudad de Adrianópolis, estaba asentada una
banda de caballería goda esperando partir para incorporarse a la campaña contra
Persia. Valente ordenó a los godos marchar hacia Mesopotamia, pero lejos de
cumplir la orden, se sublevaron atacando a la población desarmada de la ciudad,
y tras causar algunas muertes y entregarse al pillaje se unió a los refugiados
liderados por Frigiterno. Finalmente, se inició una fuga de esclavos godos para
unirse al ejército rebelde de los inmigrantes, aportando un inestimable
conocimiento del terreno y de los recursos del mismo que permitió a los
sublevados alcanzar el dominio del campo abierto hasta la propia periferia de
Constantinopla.
Durante los dos años siguientes, los godos saquearon y asesinaron
por toda Tracia sin que los romanos pudieran evitarlo. Hubo algún
enfrentamiento significativo, pero lo cierto es que Roma no podía sofocar la
rebelión por falta de fuerzas. Puede parecer extraño que un imperio que
mantenía más de medio millón de hombres sobre las armas, no consiguiera reunir
fuerzas suficientes para aplastar una rebelión de diez o veinte mil hombres,
pero la explicación a este hecho se encuentra en las propias dimensiones del
imperio, que obligaba a dispersar a las guarniciones desde Asia a Britania y
desde Arabia a Hispania y hacía que reunir un gran número de hombres llevara
bastante tiempo. Cuando por fin Valente se creyó en condiciones de aplastar la
rebelión, avanzó hacia Tracia llegando a las proximidades de la ciudad de
Adrianópolis. El 9 de agosto del 378 tuvo lugar una gran batalla en la que los
romanos fueron exterminados, muriendo el propio emperador Valente en aquella
jornada.
Hasta ese momento, era una idea generalizada entre las élites dirigentes o simplemente cultas o enriquecidas, que la integración de los bárbaros no sólo era posible, sino necesaria, beneficiosa y oportuna. Esa idea pereció con Valente, y así comenzaron a surgir voces discrepantes. Pero era tarde. Durante las últimas décadas y centurias los bárbaros habían penetrado paulatinamente en todas las esferas del imperio, desde el comercio, la agricultura, las magistraturas o el ejército. No hay vuelta atrás. Cuando llegó el momento de decantarse de uno u otro lado, los bárbaros romanizados se solidarizaron con los suyos. Se veían a sí mismos en los que iban llegando, en idénticas circunstancias, con los mismos sueños y deseos. Durante las siguientes décadas, la política imperial osciló una y otra vez entre la política de rechazo a los extranjeros y la de tolerancia de Teodosio que trataba de integrarlos encumbrándolos en la administración. Una y otra fueron inútiles, no se mezclan el agua y el aceite. Sinesio en una de sus cartas dice que ha sido una locura dejar entrar en el imperio a los extranjeros refugiados, y que sólo un loco no tendría miedo de ver a esos jóvenes crecidos en el extranjero, que siguen viviendo según sus costumbres, encargados de gestionar la actividad militar de Roma:
Hasta ese momento, era una idea generalizada entre las élites dirigentes o simplemente cultas o enriquecidas, que la integración de los bárbaros no sólo era posible, sino necesaria, beneficiosa y oportuna. Esa idea pereció con Valente, y así comenzaron a surgir voces discrepantes. Pero era tarde. Durante las últimas décadas y centurias los bárbaros habían penetrado paulatinamente en todas las esferas del imperio, desde el comercio, la agricultura, las magistraturas o el ejército. No hay vuelta atrás. Cuando llegó el momento de decantarse de uno u otro lado, los bárbaros romanizados se solidarizaron con los suyos. Se veían a sí mismos en los que iban llegando, en idénticas circunstancias, con los mismos sueños y deseos. Durante las siguientes décadas, la política imperial osciló una y otra vez entre la política de rechazo a los extranjeros y la de tolerancia de Teodosio que trataba de integrarlos encumbrándolos en la administración. Una y otra fueron inútiles, no se mezclan el agua y el aceite. Sinesio en una de sus cartas dice que ha sido una locura dejar entrar en el imperio a los extranjeros refugiados, y que sólo un loco no tendría miedo de ver a esos jóvenes crecidos en el extranjero, que siguen viviendo según sus costumbres, encargados de gestionar la actividad militar de Roma:
“Cuando un hombre vestido
con pieles manda a los que visten la clámide, y cuando uno, despojado de su
abrigo de piel con el que estaba cubierto, viste la toga y discute el orden del
día junto a los magistrados de los romanos, con el cónsul que le ofrece el
puesto de honor a su lado, mientras los que tendrían derecho se quedan atrás.
Esta gente, después, en cuanto salen del senado, se vuelven a poner enseguida
las pieles, y cuando se encuentran con sus socios se ríen de la toga, diciendo
que con eso encima no se puede desenvainar la espada”[10]
Adrianópolis marcó un punto de ruptura, un hito dramático en el
proceso de extranjerización, de mestizaje de la sociedad, del ejército y del
propio gobierno del imperio. Es el imperio oriental el que recibe la derrota,
el que experimenta la crueldad del extraño, y es también en Oriente en donde se
experimenta la primera reacción frente al mismo, donde con fuerza prende el
rechazo a los extranjeros. Pero por esta misma razón, no será éste el que sufra
las peores consecuencias, el imperio de Oriente trató por todos los medios de zafarse
de la presencia de los extranjeros hasta lograr que se alejaran de sus
propiedades y de sus vidas, por eso los fueron desplazando paulatinamente hacia
el imperio de Occidente, y será éste el que finalmente se verá destruido cuando
hacia el 410 los inmigrantes toman el poder en la Galia y en Hispania.
La crisis humanitaria de
los refugiados en la Europa de 2015.
En lo que va de año 2015, 160.000 personas refugiadas han
atravesado Grecia camino de Centroeuropa. Italia ha rescatado del Canal de
Sicilia a más de 100.000 personas en el mismo período de tiempo. Y esto es sólo
en dos países de los países del sur de Europa. A Macedonia han llegado más de
40.000 indocumentados en los dos últimos meses, obligando al gobierno a
decretar el estado de emergencia en las regiones fronterizas del sur y del
norte. El portavoz del Ministerio del Interior, Ivo Kotevski, ha anunciado la
participación del ejército para aumentar la seguridad de las regiones, de los
ciudadanos y de los recién llegados. Dijo Koteski que: "Esta medida se impone con el fin de aumentar la seguridad de la
población en las regiones fronterizas, así como para garantizar el tratamiento
integral y humano de los migrantes que transitan por el país".
Los indocumentados llegados a Gevgelija, una ciudad de apenas
15.000 habitantes en la frontera de Macedonia con Grecia, llegan huyendo del
caos en el que se ha sumido Oriente Medio tras la intervención de los EE.UU. en
la región. Una vez destruidos los gobiernos de Irak, Siria y Afganistán, el
desequilibrio se ha apoderado de la región más estratégica del planeta, y la
violencia y el fundamentalismo musulmán, patrocinado durante décadas por los
aliados wahabitas de EE.UU., ha desencadenado el terror más absoluto y una
situación de consecuencias impredecibles, como resultado de la defensa de los
intereses energéticos norteamericanos y
los sueños de expansión territorial israelíes.
Los refugiados viajan hacia Europa por los Balcanes desde sus
países de origen (Siria, Irak, Afganistán, Paquistán, Bangladés y negros
africanos entre otros). Llegan a las islas helenas para viajar después a
Atenas. Allí toman autobuses hasta la estación de tren de Idomeni, a 80 kilómetros
al noroeste de Tesalónica, y desde allí saltan a Gevgelija, en donde luchan por
hacerse un hueco en uno de los vagones rumbo a la frontera serbia con la
intención de llegar a Alemania o Suecia. En los últimos días los acontecimientos
se han precipitado. Más de 3.000 refugiados indocumentados han roto el cordón
policial macedonio que se había establecido tras declarar Macedonia el estado
de emergencia nacional. Los refugiados que se encontraban desde hace días a la
espera de coger un tren para llegar hasta Serbia, lograron sobrepasar la barrera
custodiada por los agentes que lanzaron granadas aturdidoras en un intento de
disuadirlos.
Para trasladarlos hacia Serbia, el gobierno macedonio ha decidido
que los pasajeros de los trenes regulares, que hacen el trayecto desde Grecia a
Belgrado, sean llevados en autobuses, reservando los trenes únicamente para el
traslado de los indocumentados, en su mayoría refugiados. El gobierno ha
reforzado la frecuencia de estos trenes, de forma que hay cinco diarios con
capacidad de hasta 700 personas. El ejército se ocupa de patrullar los bosques
que rodean el paso fronterizo, pues se han convertido en la ruta más atractiva
para los llegados, después de que las autoridades hayan reforzado los controles
de entrada.
Mientras, en la estación de Gevgelija, los refugiados han
establecido un campamento improvisado con varias tiendas de campaña y la ropa
tendida alrededor, aunque los hay que tienen que dormir a la intemperie. Aquí
los productos de primera necesidad, como el agua o el café, alcanzan precios
desorbitados. Vendedores ambulantes locales ofrecen a los refugiados fruta,
agua o té a precios que triplican su coste real: cinco plátanos, tres euros.
Las temperaturas de 35 grados durante la mañana descienden con brusquedad por
la noche. Para calentarse, encienden hogueras con lo que tienen a mano: ramas,
ropas, plásticos y basura. No hay rastro de ninguna ONG o agencia de Naciones
Unidas, que no aparecerán hasta el día 20 de agosto para empezar a “coordinar” las labores de asistencia
humanitaria, según dice un representante de ACNUR, la agencia de las ONU para
los refugiados[11].
Inmigrantes esperan para cruzar
desde Grecia a la ciudad de Gevgelija, en Macedonia. EFE Skopje
|
Es una ley física de que a toda fuerza en un sentido le corresponde otra de igual intensidad en sentido contrario. Basta echar una ojeada a la prensa de los últimos meses para advertir cual es el resultado de la inmigración masiva en Europa. Y también el cómo los organismos internacionales, la UE y los lobbies con interés en la inmigración masiva, vienen negando sistemáticamente a los europeos el derecho a defender sus hogares. El resultado, para bien o para mal, no se hará esperar. Debemos recordar la conocida frase del español Jorge Santayana[12] tantas veces mal usada y deformada: "Quienes no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo".
__________________________________
[1]
REUTERS/Alexandros Avramidis. Un
policía macedonio hace guardia en la frontera con Grecia después de que el
Gobierno decretase el pasado jueves el estado de emergencia en el sur por la
crisis migratoria.
[2] Laterguy, Jean. Los centuriones. Ediciones Cid. Madrid. 1961.
[2] Laterguy, Jean. Los centuriones. Ediciones Cid. Madrid. 1961.
[3]
Marx, Karl. El 18 de Brumariode Luis
Bonaparte. Es una obra escrita por Karl Marx entre diciembre de 1851 y
marzo de 1852, publicada en la revista Die
Revolution, establecida por su amigo Joseph Weydemeyer y publicada (en
alemán) en Nueva York. En esta obra Marx intenta exponer cómo el golpe de
estado del 2 de diciembre de 1851 en París, dado por Luis Bonaparte, fue
propiciado como resultado de la lucha de clases y las condiciones materiales
que cada una de ellas defendía dada la escena política del momento. El texto
comienza con la famosa frase de Marx parodiando de esta forma el golpe dado por
Luis Bonaparte como una imitación inferior del verdadero 18 de Brumario: el
golpe dado el 9 de noviembre de 1799 (18 de Brumario del año VIII, según el
calendario republicano) por Napoleón Bonaparte, culminando la fase
revolucionaria del ascenso de la burguesía al poder e iniciando el imperialismo
expansionista francés en Europa. Marx intenta exponer cómo el golpe de estado
dado por Luis Bonaparte, fue propiciado como resultado de la lucha de clases y
las condiciones materiales que cada una de ellas defendía dada la situación
política del momento.
[4]
Edward Emily Gibbon (8 de mayo de 1737 - 16 de enero de 1794) fue un
historiador británico, considerado como el primer historiador moderno, y uno de
los historiadores más influyentes de todos los tiempos. Su obra magna, The History of the Decline and Fall of the
Roman Empire (Historia de la
decadencia y caída del Imperio romano), publicada entre 1776 y 1788, es un
trabajo fundamental cuya influencia perdura hasta hoy en día como hito
metodológico en el estudio histórico para comprender la evolución
historiográfica sobre este tema. La obra está, lógicamente, desfasada dado el
estado actual de conocimientos, pero ello no le resta valor desde el punto de
vista metodológico.
[5]
Temistio (en griego original, Θεμίστιος), (Paflagonia, c. 317 d. de C. –
Constantinopla, c. 388), filósofo y escoliasta o exegeta griego de Platón y de
Aristóteles, además de alto funcionario del Imperio Romano de Oriente. Hijo de
filósofo, vivió en Constantinopla, donde fue profesor de filosofía en una de
sus escuelas; aunque pagano, fue aceptado al servicio del Imperio, y llegó a
ser senador en 355, procónsul en 358 y prefecto en 383. Viajó a Roma en 357 y
en 376 y como filósofo sintió especial curiosidad por la ética. Han llegado a
nosotros entre otras obras, 33 discursos suyos, 18 de ellos considerados "políticos", por lo más panegíricos
imperiales, y los otros 15 "privados",
esto es, conferencias, escritos polémicos y de circunstancias. Se han perdido sus
paráfrasis a las Categorías, a los Analíticos primeros y a los Tópicos de
Aristóteles. Sí se conservan sus comentarios al De Anima, De Caelo y la Física,
obras todas también del Estagirita. La noticia dada por Focio en el siglo IX de
un Temistio también comentador de Aristóteles y de Platón es dudosa. El haber
adoptado el género de la paráfrasis comporta una mayor neutralidad y fidelidad
al pensamiento de Aristóteles, por lo que, en una época dominada por el
Neoplatonismo, se le considera un aristotélico o peripatético muy puro. Se ha
discutido su plena autoría porque pudo recurrir en Constantinopla a otros
comentarios ya desaparecidos e incluirlos sin señalar la procedencia en su
texto. En todo caso, revisten una gran importancia e interés.
[6] Temistio, Discursos Políticos. Editorial Gredos.
Madrid. 2000.
[7]
Amiano Marcelino (en latín: Ammianus
Marcellinus) fue el principal historiador romano que vivió y relató el
proceso de decadencia y descomposición del Imperio romano durante el siglo IV.
Se cree que nació entre el 330 y el 335, en una acaudalada familia de
ascendencia griega asentada en Antioquía. Se definía a sí mismo como «un soldado y un griego», pues estaba
orgulloso de su origen y de su paso por el ejército en los aristocráticos Protectores Domestici. Comenzó a
escribir su obra Rerum Gestarum Libri
XXXI (llamada a menudo Historias) en la capital del Imperio, en principio
como una continuación de las obras de Tácito, en prosa rítmica, algo notable
teniendo en cuenta que el latín no era su lengua materna. Sus escritos
concentran todos los acontecimientos ocurridos en el Imperio entre la ascensión
al trono de Nerva en el año 96 y la muerte de Valente en la Batalla de
Adrianópolis (378), recopilados en 31 volúmenes de los que se han perdido
actualmente los 13 primeros. A resultas de ello, sólo se conocen los tomos
finales, que narran la época comprendida entre 353 y 378. La obra, escrita en
latín para facilitar su difusión (Amiano Marcelino hablaba y escribía
normalmente en griego), le reportó gran fama en todo el Imperio, especialmente
en Roma y Antioquía. En la misma ofrece un retrato de la realidad política y
social en el bajo Imperio romano, su decadencia y las causas de ésta (achacadas
por el autor a la dejadez, deshonor y hedonismo de la población) y la
organización política y militar de numerosos pueblos bárbaros (incluidos los
hunos y los visigodos). Así mismo, Amiano Marcelino deja entrever en sus obras
las funestas consecuencias que la situación del momento traerían a Roma, como
el saqueo de Alarico I que sobrevino dos décadas después de la probable muerte
del historiador, el cual fue visto por los contemporáneos como el fin del mundo
hasta entonces conocido. Amiano Marcelino era pagano y no tenía en gran aprecio
al Cristianismo, por lo que es probable que su postura influyera en quienes
vieron más tarde a esa religión como la causante de la caída de Roma, una idea
que puso en aprietos incluso a San Agustín. Se ignora la fecha exacta de su
muerte. El último año en el que se puede presuponer que seguía vivo es 391,
pues nombra a Sexto Aurelio Víctor como prefecto de Roma, quien accedió ese año
a dicho cargo. Posiblemente murió hacia el año 400 d. C. Su lugar como autor de
referencia permaneció hasta el siglo VI, sumiéndose en el olvido durante la Edad
Media.
[8] Amiano Marcelino, Historias. Editorial Gredos. 2010.
[9]
Sinesio de Cirene (Griego: Συνέσιος;
Cirene, c. 370 - Ptolemaida, 413 ó 14) fue un filósofo neoplatónico y clérigo
griego, natural de la Pentápolis de Cirenaica, en la actual Libia. Rico aristócrata,
fue discípulo de la filósofa alejandrina Hipatia y amigo del patriarca de
Alejandría, Teófilo. En 409 ó 410 fue elegido obispo de Ptolemaida, cargo que
aceptó con renuencia. Sinesio pertenecía a una de las familias más importantes
de Cirene, que se decía descendiente de uno de los compañeros de Heracles.
Educado inicialmente en la elocuencia, bebió de la tradición clásica a través
de Aristóteles, Homero y Platón, sintiéndose heredero de Dión Crisóstomo.
También iniciado en las ciencias, al ser Cirene patria de Teodoro y
Eratóstenes, fue un apasionado de la caza, las armas y los ejercicios
ecuestres, entretenimientos propios de la aristocracia tardorromana. Antes del
395 Sinesio residió durante tres o cuatro años en Alejandría. Allí conoció a
Hipatia, filósofa neoplatónica e hija del matemático Teón, convirtiéndose en su
alumno y discípulo. Se formó en astronomía, matemáticas y neoplatonismo,
abarcando el amplio espectro que separa los extremos de la ciencia aplicada y
la metafísica. Concluidos sus estudios, Sinesio viajó a Atenas, pero tanto la
propia ciudad como su activa escuela neoplatónica le decepcionaron
profundamente. De regreso a Cirene, en el año 399 sus conciudadanos le
encomendaron encabezar una embajada para solicitar al emperador que redujera
los impuestos exigidos a la Pentápolis. Para cumplir su cometido, Sinesio se
desplazó a Constantinopla, donde permaneció tres años. En el discurso Acerca de
la realeza, pronunciado ante el emperador Arcadio, criticó el abuso de poder y
la corrupción, así como el hecho de que la defensa de las fronteras se
encomendara a germanos, a los que Sinesio consideraba bárbaros. En el año 402
volvió con éxito: había logrado una rebaja significativa en los tributos. Se
desplazó a Alejandría, donde se casó con una cristiana, perteneciente a la
nobleza de la ciudad. El patriarca Teófilo de Alejandría casó personalmente a
la pareja. De vuelta a Cirene, se implicó personalmente en la defensa de las
fronteras, construyendo un nuevo modelo de catapulta y reforzando las fortificaciones.
A finales de 409, o en 410, en agradecimiento por los servicios prestados, el
clero y el pueblo de Ptolemaida le eligieron como su obispo. Sinesio se
resistió a aceptar el cargo, pero acabó asumiéndolo en 411, no sin antes
exponer ante el patriarca Teófilo sus condiciones: no renunciaría a su
matrimonio ni a sus convicciones filosóficas, que le impedían aceptar algunas
creencias comunes. A juicio de Quasten, hasta el final de sus días Sinesio
siguió siendo «más platónico que cristiano, como lo revelan sus escritos». Con
todo, a partir de su nombramiento como obispo no vuelve a hacer referencia a su
mujer en sus cartas, por lo que algunos investigadores sospechan que el
patriarca le obligó a renunciar a su vida conyugal. Ya obispo, Sinesio utilizó
su autoridad para defender a sus compatriotas de los ataques de las tribus del
desierto y de los abusos de Andrónico, un alto funcionario del gobierno que
llevaba años oprimiendo a la población; Sinesio pronunció contra él la primera
excomunión solemne de la que se tiene noticia. A pesar de la prudencia y buen
criterio que demostró como obispo, los últimos años de Sinesio fueron muy
amargos. Su hermano se vio forzado a huir para evitar ser nombrado decurión,
cargo que suponía la ruina económica del interesado, obligado a responder con
sus bienes por la recaudación de impuestos. En el año 413, tras perder a sus
tres hijos, escribió a su maestra Hipatia que había sufrido «tantos infortunios
como es capaz de sufrir un hombre», y le reprochó que ni ella ni sus amigos de
Alejandría hubieran respondido a sus cartas. Ese mismo año, falleció, consumido
por el recuerdo de sus hijos muertos. Las obras de Sinesio, "obispo filósofo", dan fe de
su esfuerzo por conciliar los dogmas cristianos y la filosofía neoplatónica. Se
aprecian también en sus tratados ideas gnósticas y herméticas. Sinesio enfatiza
el carácter trascendente de Dios y su unidad absoluta, que no resulta
incompatible con la Trinidad, por ser ésta "interna
a la unidad". Dentro de la unidad divina, el Padre engendra al
Espíritu Santo y ambos al Hijo. Sólo a través del mito puede el hombre
columbrar a Dios y comprender la naturaleza del alma, que se encuentra atrapada
en la materia (opuesta a Dios) y anhela regresar a la patria celeste, de la que
procede.
[10] De Cirene, SInesio. Cartas. Editorial Gredos. Madrid. 1995.
[11]
http://www.elmundo.es/internacional/2015/08/19/55d37ab622601d3a318b4594.html
[12] Jorge Agustín Nicolás Ruiz
de Santayana y Borrás, más conocido como George Santayana (Madrid, 16 de
diciembre de 1863 – Roma, 26 de septiembre de 1952), fue un filósofo,
ensayista, poeta y novelista hispano-estadounidense.