“Los poderes del
capitalismo financiero tenían un objetivo de largo plazo, nada menos que crear
un sistema mundial de control financiero en manos privadas capaz de dominar el
sistema político de cada país y la economía del mundo en su conjunto. Este
sistema debía ser controlado de manera feudal por los bancos centrales del
mundo actuando en concierto, mediante acuerdos secretos a los que se llegó en
reuniones y conferencias privadas frecuentes”.
Carroll Quigley
“Tragedy and Hope”
“Tragedy and Hope”
En 1931 la decisión de Gran Bretaña de abandonar el patrón
oro, desató una reacción en cadena a lo largo y ancho del sistema financiero
mundial de salidas del patrón oro y de devaluaciones de las monedas nacionales.
Cada país trataba con ello de recuperar la competitividad de su economía, frente
a la de sus competidores. A lo largo de los años 30, la generalización de la devaluación
de las monedas nacionales fue agravando los problemas de todas las economías.
Como hemos visto, paulatinamente los países fueron abandonando el patrón oro y
fijando barreras arancelarias a la importación de productos comerciales
extranjeros tratando de proteger la industria local. A resultas de la
generalización de estas políticas, ningún país obtuvo una ventaja competitiva
sustancial con relación a los demás, y tampoco ningún país logró salir de la
recesión a través de la exportación, Con la caída del comercio mundial provocada
por las medidas adoptadas, se hizo evidente que resultaba innecesario continuar
con las políticas de “austeridad” y
restricción monetaria, al no tener que defender el tipo de cambio de la divisa
propia. Las barreras arancelarias ahondaron la crisis, pero el abandono del
patrón oro sentó las bases para la recuperación de la economía, ya que la
deflación se mantuvo con la misma intensidad y durante tanto tiempo como cada
país tardó en abandonar el sistema del patrón cambio oro. Deflación y
restricción monetaria fueron dos fenómenos paralelos. De este hecho podemos
extraer la conclusión de que una política monetaria restrictiva, empeñada en
mantener el valor de la divisa, provoca inexorablemente mayor deflación y
depresión económica.
En la actualidad, para los países que forman parte de la
moneda única, el papel que jugaba el patrón oro hace ocho décadas, lo está
jugando el euro. Al igual que en la depresión de los treinta, los países se
enfrentaban a la disyuntiva entre abandonar el patrón oro o contraer sus
economías a través de la deflación, los europeos de hoy se enfrentan a la
elección entre permanecer en el euro o la continuación de la contracción fiscal
y monetaria dañando sus economías con la deflación.
La explicación de esta circunstancia no es complicada, ya en el año 2000 al momento de crearse la moneda única, los países periféricos de la Unión Europea sufrieron graves desajustes en los tipos reales de cambio efectivos[1], dado que se sobrevaloró el tipo de cambio de su moneda nacional con relación a la nueva moneda, y a este hecho perjudicial para los mismos, se le suma en la actualidad unos niveles de deuda externa desmesurados. La combinación de estos dos factores, hace que en este momento una alta inflación les conduciría hacia el debilitamiento de su moneda, y una baja inflación, o incluso deflación, les conduciría a una moneda más fuerte. Si esta situación se hubiera dado en tiempos de las monedas nacionales, los desajustes de los tipos de cambio se hubieran reequilibrado a través de las devaluaciones o cambios en el precio de su divisa, pero en la actualidad y dado que dicha posibilidad no existe, todo el peso del ajuste recae sobre los salarios y los precios, en un proceso de devaluación interna o deflación. Así es como la zona euro ha llegado a funcionar como una versión moderna del viejo patrón oro, y al igual que ocurrió con éste en los años treinta, en la actualidad la moneda única ha introducido un sesgo deflacionario en la economía de los países periféricos de la zona euro, dejando caer la carga del ajuste sobre los países cuyos tipos de cambio efectivos reales son más débiles, los países periféricos, dejando indemnes o incluso en una posición beneficiosa a los países centrales de la zona euro.
La explicación de esta circunstancia no es complicada, ya en el año 2000 al momento de crearse la moneda única, los países periféricos de la Unión Europea sufrieron graves desajustes en los tipos reales de cambio efectivos[1], dado que se sobrevaloró el tipo de cambio de su moneda nacional con relación a la nueva moneda, y a este hecho perjudicial para los mismos, se le suma en la actualidad unos niveles de deuda externa desmesurados. La combinación de estos dos factores, hace que en este momento una alta inflación les conduciría hacia el debilitamiento de su moneda, y una baja inflación, o incluso deflación, les conduciría a una moneda más fuerte. Si esta situación se hubiera dado en tiempos de las monedas nacionales, los desajustes de los tipos de cambio se hubieran reequilibrado a través de las devaluaciones o cambios en el precio de su divisa, pero en la actualidad y dado que dicha posibilidad no existe, todo el peso del ajuste recae sobre los salarios y los precios, en un proceso de devaluación interna o deflación. Así es como la zona euro ha llegado a funcionar como una versión moderna del viejo patrón oro, y al igual que ocurrió con éste en los años treinta, en la actualidad la moneda única ha introducido un sesgo deflacionario en la economía de los países periféricos de la zona euro, dejando caer la carga del ajuste sobre los países cuyos tipos de cambio efectivos reales son más débiles, los países periféricos, dejando indemnes o incluso en una posición beneficiosa a los países centrales de la zona euro.
Los políticos europeos han querido solucionar el problema
con la llamada “austeridad”, pero los
sectores privados y públicos sólo pueden reducir su deuda a través de grandes
superávits de cuenta corriente, para entendernos ingresando más de lo que
gastan, lo que sólo es posible si aumentan las exportaciones que, como
representan una pequeña parte de sus economías, no alcanzan el volumen
suficiente para movilizar todos los recursos económicos, quedando estos países
en recesión permanente o, en el mejor de los casos, a niveles ínfimos de
crecimiento económico insuficientes para . Por lo tanto, esta política de decrecimiento
a través de la devaluación interna y la deflación, hace mucho más difícil reducir
la deuda externa de los países más débiles del euro, que sigue creciendo de
manera descontrolada aumentando de forma constante el servicio de la deuda[2] a
pesar de la bajada de la prima de riesgo de la misma. La salida de la “Gran Recesión” de 2008, partiendo del
crecimiento económico derivado de un aumento de las exportaciones, puede
considerarse fracasada a la vista de su coste social. Entonces, ¿qué salida
debe tomarse?, al igual que la recesión de los años treinta sólo cedió con el
abandono del patrón oro, la recesión comenzada en 2008 sólo podría ceder desde
una nueva concepción económica de la
moneda única que, lamentablemente, no tendrá lugar, por lo que sólo queda una
salida: abandonar el “actual patrón oro”,
el euro.
[1] El
tipo de cambio real efectivo es el promedio ponderado según el comercio
exterior de la moneda de un país con relación a un índice monetario, o cesta de
monedas, ajustado por los efectos de la inflación. Mide la diferencia entre el
poder de compra de un euro en un país, frente al poder de compra de un euro de
otro país. Para el caso, la diferencia de compra entre un euro alemán u
holandés y uno portugués o español.
[2] Es el importe anual que supone el reembolso de los
títulos de la deuda amortizados y el pago de intereses de los valores públicos
en vigor.