En Agosto de este 2014 se cumplirán 100 años
del comienzo de la Gran Guerra, pero este no es sólo el aniversario del inicio
del primer conflicto mundial, sino que también marca el centenario de la
primera intervención militar de los EE.UU. en el continente europeo, y del
principio del declive político, económico y cultural de la civilización
europea.
Europa no pudo superar la confrontación entre el liberalismo transnacional, el socialismo internacionalista y el socialismo nacionalista conocido como fascismo. En el corto espacio de cincuenta años, el continente estaba ocupado militarmente, se encontraba dividido en dos bloques antagónicos, y había dejado de ser la primera potencia económica del mundo al trasladarse el eje del poder al otro lado del Atlántico. Finalmente y por último, entró en una demografía suicida y en la extinción física acelerada de sus naturales a finales del S. XX. Tras la disolución espiritual, la desaparición biológica.
Por esta razón, me he decidido a rescatar del olvido una breve narración, que no estudio ni análisis, que escribí hace quince años bajo el título de “La Marcha sobre Roma. Una aproximación a los albores del fascismo” y que aún hoy permanece inédita. La oportunidad de recuperar este texto en este año del centenario, se justifica por el hecho de que fue en la Italia de 1914, el lugar y el momento en el que se inició el enfrentamiento ente los tres estilos vitales que marcaron el final de una Europa, que había sido hasta entonces la forma más elevada de Civilización y Cultura, antes de convertirse en un vulgar zoco multicultural de inspiración magrebí.
“Nosotros los que somos de otra creencia-, nosotros los que consideramos el movimiento democrático no meramente como una forma de decadencia de la organización política, sino como forma de decadencia, esto es, de empequeñecimiento, del hombre, como su mediocrización y como su rebajamiento de valor, ¿a dónde tendremos que acudir nosotros con nuestras esperanzas? – A nuevos filósofos, no queda otra elección; a espíritus suficientemente fuertes y originarios como para empujar hacia valoraciones contrapuestas y para transvalorar, para invertir “valores eternos”; a precursores, a hombres del futuro, que aten en el presente la coacción y el nudo, que coaccionen la voluntad de milenios a seguir nuevas vías. Para enseñar al hombre que el futuro del hombre es voluntad suya, que depende de una voluntad humana, y para preparar grandes riesgos y ensayos globales de disciplina y selección destinados a acabar con aquel horrible dominio del absurdo y del azar que hasta ahora se ha llamado “historia” – el absurdo del “número máximo.”
El siglo XX ha visto nacer y morir a los hijos de Hegel, los últimos hombres de la raza de los catilinarios [1]. Quizás podamos decir que Mussolini fue como un nuevo “Rienzi”[2], el último tribuno de la plebe. A los fascistas, Jules Monnerot los ha llamado los “heterogéneos subversivos”[3]. Quizás por ello, la historiografía de posguerra suele acercarse a los orígenes del fascismo, sin ser capaz de sustraerse al conocimiento de los hechos posteriores. Este prejuicio ha impedido realizar una aproximación objetiva a este movimiento político que arrancó en la intelectualidad de izquierda francesa, en la generalidad de las obras publicadas. Si a esto le añadimos el empeño de los autores de dichas obras en el esfuerzo de alejar al fascismo de sus orígenes socialistas e izquierdistas, para borrar, o al menos disimular, toda relación entre fascismo e izquierda, podremos entender mejor la pobreza intelectual de la mayor parte de lo publicado. Sólo hay una verdad admisible desde la hegemonía cultural y académica de la izquierda: el fascismo es parte de la extrema derecha como una reacción de los intereses reaccionarios del capitalismo pequeño burgués, y a la derecha debe serle atribuida su paternidad en exclusiva. Toda otra razón es antidemocrática y herética, y sitúa al que al realiza en el “revisionismo” y el “neofascismo” y, por ende, lo convierte en un excluido social y cultural y en un delincuente político.
I. Antecedentes.
Acercarse con curiosidad al fascismo no es fácil. Son muchas las dificultades que se alzan entre el afán de conocimiento de las generaciones nacidas después de la Segunda Guerra, y una información veraz y exacta del fenómeno fascista. Entre todas las dificultades, la primera que hallamos es la pérdida de significado del término fascista, que como significante no pasa de ser un epíteto vacío de contenido real, generalmente asimilado al empleo ilegítimo e irracional de la violencia o al carácter autoritario de una persona o institución, independientemente de cual sea su ideología o significado político. Lo mismo sirve para descalificar al concejal de un municipio que pretenda establecer una medida contraria a la opinión de quién utiliza el término, que a la dictadura que haga al caso, ya sea el militar de una república bananera o el reyezuelo tribal de alguna república de reciente invención del África negra. Utilizada así, esta expresión descalifica intelectualmente más al que la lanza como ofensa, generalmente el menestral de turno, que al que lo recibe generalmente como un tremendo insulto a través del que se le imputa la síntesis de todas las maldades.
Europa no pudo superar la confrontación entre el liberalismo transnacional, el socialismo internacionalista y el socialismo nacionalista conocido como fascismo. En el corto espacio de cincuenta años, el continente estaba ocupado militarmente, se encontraba dividido en dos bloques antagónicos, y había dejado de ser la primera potencia económica del mundo al trasladarse el eje del poder al otro lado del Atlántico. Finalmente y por último, entró en una demografía suicida y en la extinción física acelerada de sus naturales a finales del S. XX. Tras la disolución espiritual, la desaparición biológica.
Por esta razón, me he decidido a rescatar del olvido una breve narración, que no estudio ni análisis, que escribí hace quince años bajo el título de “La Marcha sobre Roma. Una aproximación a los albores del fascismo” y que aún hoy permanece inédita. La oportunidad de recuperar este texto en este año del centenario, se justifica por el hecho de que fue en la Italia de 1914, el lugar y el momento en el que se inició el enfrentamiento ente los tres estilos vitales que marcaron el final de una Europa, que había sido hasta entonces la forma más elevada de Civilización y Cultura, antes de convertirse en un vulgar zoco multicultural de inspiración magrebí.
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“Nosotros los que somos de otra creencia-, nosotros los que consideramos el movimiento democrático no meramente como una forma de decadencia de la organización política, sino como forma de decadencia, esto es, de empequeñecimiento, del hombre, como su mediocrización y como su rebajamiento de valor, ¿a dónde tendremos que acudir nosotros con nuestras esperanzas? – A nuevos filósofos, no queda otra elección; a espíritus suficientemente fuertes y originarios como para empujar hacia valoraciones contrapuestas y para transvalorar, para invertir “valores eternos”; a precursores, a hombres del futuro, que aten en el presente la coacción y el nudo, que coaccionen la voluntad de milenios a seguir nuevas vías. Para enseñar al hombre que el futuro del hombre es voluntad suya, que depende de una voluntad humana, y para preparar grandes riesgos y ensayos globales de disciplina y selección destinados a acabar con aquel horrible dominio del absurdo y del azar que hasta ahora se ha llamado “historia” – el absurdo del “número máximo.”
Friedrich Nietzsche
El siglo XX ha visto nacer y morir a los hijos de Hegel, los últimos hombres de la raza de los catilinarios [1]. Quizás podamos decir que Mussolini fue como un nuevo “Rienzi”[2], el último tribuno de la plebe. A los fascistas, Jules Monnerot los ha llamado los “heterogéneos subversivos”[3]. Quizás por ello, la historiografía de posguerra suele acercarse a los orígenes del fascismo, sin ser capaz de sustraerse al conocimiento de los hechos posteriores. Este prejuicio ha impedido realizar una aproximación objetiva a este movimiento político que arrancó en la intelectualidad de izquierda francesa, en la generalidad de las obras publicadas. Si a esto le añadimos el empeño de los autores de dichas obras en el esfuerzo de alejar al fascismo de sus orígenes socialistas e izquierdistas, para borrar, o al menos disimular, toda relación entre fascismo e izquierda, podremos entender mejor la pobreza intelectual de la mayor parte de lo publicado. Sólo hay una verdad admisible desde la hegemonía cultural y académica de la izquierda: el fascismo es parte de la extrema derecha como una reacción de los intereses reaccionarios del capitalismo pequeño burgués, y a la derecha debe serle atribuida su paternidad en exclusiva. Toda otra razón es antidemocrática y herética, y sitúa al que al realiza en el “revisionismo” y el “neofascismo” y, por ende, lo convierte en un excluido social y cultural y en un delincuente político.
I. Antecedentes.
Acercarse con curiosidad al fascismo no es fácil. Son muchas las dificultades que se alzan entre el afán de conocimiento de las generaciones nacidas después de la Segunda Guerra, y una información veraz y exacta del fenómeno fascista. Entre todas las dificultades, la primera que hallamos es la pérdida de significado del término fascista, que como significante no pasa de ser un epíteto vacío de contenido real, generalmente asimilado al empleo ilegítimo e irracional de la violencia o al carácter autoritario de una persona o institución, independientemente de cual sea su ideología o significado político. Lo mismo sirve para descalificar al concejal de un municipio que pretenda establecer una medida contraria a la opinión de quién utiliza el término, que a la dictadura que haga al caso, ya sea el militar de una república bananera o el reyezuelo tribal de alguna república de reciente invención del África negra. Utilizada así, esta expresión descalifica intelectualmente más al que la lanza como ofensa, generalmente el menestral de turno, que al que lo recibe generalmente como un tremendo insulto a través del que se le imputa la síntesis de todas las maldades.
La segunda
dificultad, que sólo surge para aquellos que intentan forjarse su propio
criterio, radica en la obtención de información veraz y suficiente entre el
aluvión de propaganda generado por las potencias vencedoras en la última guerra
mundial, y las apologías carentes de rigor de grupúsculos más cercanos a
fenómenos sociológicos delictivos que al ámbito de lo político.
Superadas las anteriores, surge la tercera y quizás más importante, la de establecer qué es realmente el fascismo. ¿Es posible dar una definición del mismo? ¿Pueden englobarse en una misma categoría sistemas y regímenes tan dispares como el de la España de Franco y el heterogéneo y confuso ideario del partido falangista que le sirvió de soporte, el "Estado Novo" de Salazar, la Croacia de Ante Pavelic, la Francia petenista o la del antiguo comunista Doriot, o los clásicos: el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano?. Parece difícil, cuando menos, lograr reducir a la unidad en una categoría sistemática lo que ya nació como cauce de muy diversas corrientes, procedentes casi todas ellas del romanticismo y del irracionalismo del siglo anterior. Quizás pueda afirmarse, sin intención de dar una definición completa y acabada, ni de polemizar, que el fascismo es fundamentalmente un intento de dar respuesta a los problemas del hombre desde una perspectiva comunitaria, no colectivista, en la que el elemento espiritual y psicológico de los hombres no sea ignorado. Mas, ¿Cómo surgió el fascismo?. Pocos recuerdan que el fascismo tuvo su origen en una convergencia de muy distintas ideas, hechos y circunstancias sociales.
En cuanto a las ideas, su paternidad debe atribuirse por igual al romanticismo nórdico y a la idea de romanidad clásica, y si no siempre los fascistas reconocieron la paternidad de Hegel o de Nietzsche, ninguno negó la de Spengler que estaba en el espíritu de la época. El Fascismo venía a representar un regreso a lo sacro y al misticismo, frente al ideal agnóstico o ateo del Liberalismo o del Marxismo. El mismo léxico fascista toma elementos teológicos para su formación, como el carácter "carismático" de sus líderes.
Respecto a los hechos, el fascismo no puede ser concebido sin la Gran Guerra y la crisis del liberalismo y del socialismo, que dará lugar al socialismo revolucionario tanto en la vertiente internacionalista del comunismo soviético, como en el del socialismo nacionalista conocido bajo el nombre de fascismo.
Por último, en cuanto a las circunstancias sociales, debe recordarse la crisis espiritual de Europa que se traducirá en la decadencia de las Artes, provocada por el marchantismo extraeuropeo y las vanguardias decadentes, que representarán una ruptura con los sentimientos populares, que sólo será parcialmente salvada por la incorporación de las nuevas artes y técnicas del cine o la publicidad, así como por el empleo por primera vez, masivo y moderno, de los medios de comunicación.
El fascismo, que pretendía ser una jerarquía, una tradición y un culto a la autoridad, supo hallar el equilibrio entre una absoluta modernidad en un marco tradicional de retorno a la esencia de cada pueblo, complaciéndose, en el caso italiano, en escoger como telón de fondo de sus celebraciones públicas las más genuinas ruinas romanas. Pero entremos en la época.
II. El tiempo previo a la Gran Guerra: la crisis del socialismo.
En 1913, Mussolini era uno de los más radicales dirigentes del Partido Socialista Italiano y el joven director del diario del partido, el “Avanti”, en él escribía: "Nosotros consideramos los acontecimientos con una satisfacción legítima, la misma satisfacción que ha de sentir el artista contemplando su propia obra. Si el proletariado italiano está adquiriendo una psicología, más ofensiva y feroz, se lo debe a nuestro periódico". En aquel tiempo, el que sería Duce del fascismo, consolidaba su posición en el Partido Socialista e imponía la radicalización revolucionaria del socialismo en Italia. Aún no había sonado en Sarajevo el pistoletazo que acabaría con la vida del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio Austrohúngaro, y con la política al modo en que era entendida en el S. XIX, dando la señal de salida al concepto de política absoluta e inmisericorde que ha caracterizado al S. XX.
Superadas las anteriores, surge la tercera y quizás más importante, la de establecer qué es realmente el fascismo. ¿Es posible dar una definición del mismo? ¿Pueden englobarse en una misma categoría sistemas y regímenes tan dispares como el de la España de Franco y el heterogéneo y confuso ideario del partido falangista que le sirvió de soporte, el "Estado Novo" de Salazar, la Croacia de Ante Pavelic, la Francia petenista o la del antiguo comunista Doriot, o los clásicos: el nacionalsocialismo alemán y el fascismo italiano?. Parece difícil, cuando menos, lograr reducir a la unidad en una categoría sistemática lo que ya nació como cauce de muy diversas corrientes, procedentes casi todas ellas del romanticismo y del irracionalismo del siglo anterior. Quizás pueda afirmarse, sin intención de dar una definición completa y acabada, ni de polemizar, que el fascismo es fundamentalmente un intento de dar respuesta a los problemas del hombre desde una perspectiva comunitaria, no colectivista, en la que el elemento espiritual y psicológico de los hombres no sea ignorado. Mas, ¿Cómo surgió el fascismo?. Pocos recuerdan que el fascismo tuvo su origen en una convergencia de muy distintas ideas, hechos y circunstancias sociales.
En cuanto a las ideas, su paternidad debe atribuirse por igual al romanticismo nórdico y a la idea de romanidad clásica, y si no siempre los fascistas reconocieron la paternidad de Hegel o de Nietzsche, ninguno negó la de Spengler que estaba en el espíritu de la época. El Fascismo venía a representar un regreso a lo sacro y al misticismo, frente al ideal agnóstico o ateo del Liberalismo o del Marxismo. El mismo léxico fascista toma elementos teológicos para su formación, como el carácter "carismático" de sus líderes.
Respecto a los hechos, el fascismo no puede ser concebido sin la Gran Guerra y la crisis del liberalismo y del socialismo, que dará lugar al socialismo revolucionario tanto en la vertiente internacionalista del comunismo soviético, como en el del socialismo nacionalista conocido bajo el nombre de fascismo.
Por último, en cuanto a las circunstancias sociales, debe recordarse la crisis espiritual de Europa que se traducirá en la decadencia de las Artes, provocada por el marchantismo extraeuropeo y las vanguardias decadentes, que representarán una ruptura con los sentimientos populares, que sólo será parcialmente salvada por la incorporación de las nuevas artes y técnicas del cine o la publicidad, así como por el empleo por primera vez, masivo y moderno, de los medios de comunicación.
El fascismo, que pretendía ser una jerarquía, una tradición y un culto a la autoridad, supo hallar el equilibrio entre una absoluta modernidad en un marco tradicional de retorno a la esencia de cada pueblo, complaciéndose, en el caso italiano, en escoger como telón de fondo de sus celebraciones públicas las más genuinas ruinas romanas. Pero entremos en la época.
II. El tiempo previo a la Gran Guerra: la crisis del socialismo.
En 1913, Mussolini era uno de los más radicales dirigentes del Partido Socialista Italiano y el joven director del diario del partido, el “Avanti”, en él escribía: "Nosotros consideramos los acontecimientos con una satisfacción legítima, la misma satisfacción que ha de sentir el artista contemplando su propia obra. Si el proletariado italiano está adquiriendo una psicología, más ofensiva y feroz, se lo debe a nuestro periódico". En aquel tiempo, el que sería Duce del fascismo, consolidaba su posición en el Partido Socialista e imponía la radicalización revolucionaria del socialismo en Italia. Aún no había sonado en Sarajevo el pistoletazo que acabaría con la vida del Archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona del Imperio Austrohúngaro, y con la política al modo en que era entendida en el S. XIX, dando la señal de salida al concepto de política absoluta e inmisericorde que ha caracterizado al S. XX.
En 1914 los
trabajadores de todos los países europeos, marcharían a los frentes de batalla
marcando con su paso, el fin del internacionalismo socialista, dejando el socialismo
convertido en mera pantomima socialdemócrata dominada por la masonería. El 18
de Octubre de este año crucial, en las páginas del socialista Avanti, su
director Mussolini dirá: "¿Es que
queremos ser, como hombres o como socialistas, espectadores inertes de este drama
grandioso?". Dos días después dimite de su cargo, despreciando la indemnización
económica que le correspondía, y funda "Il Popolo d'1talia". En el congreso del
Partido Socialista celebrado el 24 de Noviembre de ese mismo año, hará una
renovada profesión de fe socialista ante los delegados de las federaciones de
toda Italia, de los que se despedirá con estas palabras: “Vosotros hoy me odiáis porque todavía
me amáis!.; Estoy solo. Pero yo soy fuerte a pesar de estar solo. Es más: os diré
que soy fuerte precisamente porque estoy solo.” La decisión de
abandonar el partido, fue tomada decididamente al entender que éste, ya no
representaba los intereses de los trabajadores italianos.
III. El Mussolini de la guerra.
La división del movimiento socialista entre intervencionistas y no intervencionistas, lo que equivaldrá más tarde a la división entre socialistas internacionalistas y nacionalistas, provoca el abandono del Partido Socialista de los delegados intervencionistas al Congreso del Partido liderados por Mussolini. Se inicia con esta ruptura una nueva etapa del socialismo italiano que afirma, igual el socialismo francés, que la verdadera lucha de clases no se da entre clases sociales, entre clases económicas de un mismo pueblo, sino entre clases de hombres y de naciones. La guerra, el ideal de la Patria, de la identidad nacional, lo último que el capitalismo puede arrancar a los miserables, debía ser defendido de los intemacionalismos representados por la usura capitalista y el comunismo internacional. Los intervencionistas se enfrentan a las naciones ricas, capitalistas, burguesas y plutócratas, que explotan y esquilman a las menos poderosas. Mussolini se convierte progresivamente en el defensor de una nueva clase de explotados: la de los italianos. Su prosa se verterá fieramente en el periódico alrededor del cual, gira la vida política italiana: "La propaganda antiguerrera la ejercen los bellacos: los curas, los jesuitas, los burgueses, los monárquicos"; "los neutrales jamás dominaron los acontecimientos, sólo los padecieron!"; "¡Sólo la sangre pone en movimiento la rueda sonora de la Historia!"; "Lo inevitable se cumplirá: los viejos mundos de la vida política y social de Italia se convertirán en polvo miserable!"; "No querer distinguir entre guerra y guerra, y pretender oponerse a todas las guerras, sean las que sean, es una conducta propia de imbéciles".
El 24 de Mayo de 1915 Italia entró en guerra contra Alemania y el imperio austrohungaro. El 2 de septiembre Mussolini llegaba al frente, en el 110 Regimiento de Bersaglieri, como soldado, ya que previamente había rehusado el grado de oficial que le correspondía. Ascendido a cabo por méritos en el campo de batalla, Mussolini cayó en combate, como dijo de él el “Morning Post” británico: "lleno de heridas como César".
IV. "VITTORIA NOSTRA, TU NON SARAI MUTILATA".
Tras el fin victorioso de la contienda, y ya de nuevo en Milán, durante la celebración de la victoria se dirigió a los arditi, los soldados de asalto: "¡Arditi! ¡Compañeros de armas! Yo os defendí cuando los cobardes filisteos os difamaban." Luego añadió: "El relámpago de vuestros puñales y el diluvio de vuestras bombas harán justicia de todos los miserables que pretendan cortar el camino a una Italia más grande." Contestaron levantando sus puñales: "A noi! A noi!" Se acababa de inventar el saludo ritual fascista.
Italia había entrado en guerra para recuperar su propio "Gibraltar", tierras irredentas ocupadas por extranjeros cuyo símbolo fue Fiume. La decepción italiana al final del conflicto fue terrible, el 98 de Italia dejaba a cuatro millones de proletarios y trabajadores italianos, que sólo tenían sus medallas, sus heridas y sus recuerdos de guerra, sin aquello por lo que arriesgaron sus vidas: "La Nación, la Patria, la Italia más grande". El 16 de Enero de 1919, Mussolini el único portavoz autorizado de los excombatientes grita: “iSeñores del Gobierno!, ¡señores de la clase dirigente!; ¡Tenéis que escucharnos!". Sin embargo la gran burguesía hacía oídos sordos a las reivindicaciones populares, celosa de sus beneficios obtenidos mediante la especulación durante la guerra. Mussolini repetía sin cesar: “Venimos proclamando la necesidad de dar un contenido social interno a la guerra, no solamente para recompensar a las masas que han defendido a la Nación, sino también para vincularlas al porvenir de la Nación, y a su prosperidad".
V. La fundación del fascismo.
El 21 de marzo de 1919 se forma en Milán el primer “Fascio Milanese di Combattimento”, a cuyo frente estaba el triunvirato formado por Ferrucio Vecchi, Michele Bianchi y Benito Mussolini, sus miembros provenían de diversas fuerzas políticas. El día 23 se fundó la organización nacional, los “Fasci Italiani di Combattimento”, en ellos formaban anarcosindicalistas, republicanos, conservadores, socialistas disidentes, nacional sindicalistas, futuristas como Marinetti, intelectuales como Giuseppe Bottai y hombres de acción como Roberto Farinacci. Los arditi prestaron al movimiento su estilo y formas, la camisa negra original de los mineros que habían combatido en las unidades de élite en la guerra y se habían adherido al fascismo el fez negro con la calavera y el puñal, a todo lo cual se incorporó la frase populachera del dialecto romano "Me ne frego!" -¡Qué me importa!-, todo ello con el entusiasmo de Mussolini, que escribió: "El orgulloso lema de los 'squadristi', escrito sobre las vendas de una herida, no es solamente una expresión de filosofía estoica o simplemente el resumen de una doctrina política: es la educación a la batalla, a la aceptación de los riesgos que esta conlleva, es un nuevo estilo de vida ideal".
VI. Del bautismo de fuego a Fiume.
El 15 de Abril de 1919 se produjo una concentración en la Arena de Milán, exaltada la masa por los discursos de sus cabecillas, cien mil socialistas y anarquistas se dirigieron a la plaza del Duomo por la vía Mercanti con intención de aplastar a los escasos fascistas allí congregados. A su encuentro salieron los estudiantes del Politécnico, algunos fascistas y futuristas, el choque fue violentísimo y se saldó con varios muertos. Como represalia los fascistas atacaron el “Avanti”, protegido por el Ejército, en la acción murió un soldado. Aquella noche, Mussolini fue aclamado por el pueblo milanés bajo los balcones de "Il Popolo d'Italia".
III. El Mussolini de la guerra.
La división del movimiento socialista entre intervencionistas y no intervencionistas, lo que equivaldrá más tarde a la división entre socialistas internacionalistas y nacionalistas, provoca el abandono del Partido Socialista de los delegados intervencionistas al Congreso del Partido liderados por Mussolini. Se inicia con esta ruptura una nueva etapa del socialismo italiano que afirma, igual el socialismo francés, que la verdadera lucha de clases no se da entre clases sociales, entre clases económicas de un mismo pueblo, sino entre clases de hombres y de naciones. La guerra, el ideal de la Patria, de la identidad nacional, lo último que el capitalismo puede arrancar a los miserables, debía ser defendido de los intemacionalismos representados por la usura capitalista y el comunismo internacional. Los intervencionistas se enfrentan a las naciones ricas, capitalistas, burguesas y plutócratas, que explotan y esquilman a las menos poderosas. Mussolini se convierte progresivamente en el defensor de una nueva clase de explotados: la de los italianos. Su prosa se verterá fieramente en el periódico alrededor del cual, gira la vida política italiana: "La propaganda antiguerrera la ejercen los bellacos: los curas, los jesuitas, los burgueses, los monárquicos"; "los neutrales jamás dominaron los acontecimientos, sólo los padecieron!"; "¡Sólo la sangre pone en movimiento la rueda sonora de la Historia!"; "Lo inevitable se cumplirá: los viejos mundos de la vida política y social de Italia se convertirán en polvo miserable!"; "No querer distinguir entre guerra y guerra, y pretender oponerse a todas las guerras, sean las que sean, es una conducta propia de imbéciles".
El 24 de Mayo de 1915 Italia entró en guerra contra Alemania y el imperio austrohungaro. El 2 de septiembre Mussolini llegaba al frente, en el 110 Regimiento de Bersaglieri, como soldado, ya que previamente había rehusado el grado de oficial que le correspondía. Ascendido a cabo por méritos en el campo de batalla, Mussolini cayó en combate, como dijo de él el “Morning Post” británico: "lleno de heridas como César".
IV. "VITTORIA NOSTRA, TU NON SARAI MUTILATA".
Tras el fin victorioso de la contienda, y ya de nuevo en Milán, durante la celebración de la victoria se dirigió a los arditi, los soldados de asalto: "¡Arditi! ¡Compañeros de armas! Yo os defendí cuando los cobardes filisteos os difamaban." Luego añadió: "El relámpago de vuestros puñales y el diluvio de vuestras bombas harán justicia de todos los miserables que pretendan cortar el camino a una Italia más grande." Contestaron levantando sus puñales: "A noi! A noi!" Se acababa de inventar el saludo ritual fascista.
Italia había entrado en guerra para recuperar su propio "Gibraltar", tierras irredentas ocupadas por extranjeros cuyo símbolo fue Fiume. La decepción italiana al final del conflicto fue terrible, el 98 de Italia dejaba a cuatro millones de proletarios y trabajadores italianos, que sólo tenían sus medallas, sus heridas y sus recuerdos de guerra, sin aquello por lo que arriesgaron sus vidas: "La Nación, la Patria, la Italia más grande". El 16 de Enero de 1919, Mussolini el único portavoz autorizado de los excombatientes grita: “iSeñores del Gobierno!, ¡señores de la clase dirigente!; ¡Tenéis que escucharnos!". Sin embargo la gran burguesía hacía oídos sordos a las reivindicaciones populares, celosa de sus beneficios obtenidos mediante la especulación durante la guerra. Mussolini repetía sin cesar: “Venimos proclamando la necesidad de dar un contenido social interno a la guerra, no solamente para recompensar a las masas que han defendido a la Nación, sino también para vincularlas al porvenir de la Nación, y a su prosperidad".
V. La fundación del fascismo.
El 21 de marzo de 1919 se forma en Milán el primer “Fascio Milanese di Combattimento”, a cuyo frente estaba el triunvirato formado por Ferrucio Vecchi, Michele Bianchi y Benito Mussolini, sus miembros provenían de diversas fuerzas políticas. El día 23 se fundó la organización nacional, los “Fasci Italiani di Combattimento”, en ellos formaban anarcosindicalistas, republicanos, conservadores, socialistas disidentes, nacional sindicalistas, futuristas como Marinetti, intelectuales como Giuseppe Bottai y hombres de acción como Roberto Farinacci. Los arditi prestaron al movimiento su estilo y formas, la camisa negra original de los mineros que habían combatido en las unidades de élite en la guerra y se habían adherido al fascismo el fez negro con la calavera y el puñal, a todo lo cual se incorporó la frase populachera del dialecto romano "Me ne frego!" -¡Qué me importa!-, todo ello con el entusiasmo de Mussolini, que escribió: "El orgulloso lema de los 'squadristi', escrito sobre las vendas de una herida, no es solamente una expresión de filosofía estoica o simplemente el resumen de una doctrina política: es la educación a la batalla, a la aceptación de los riesgos que esta conlleva, es un nuevo estilo de vida ideal".
VI. Del bautismo de fuego a Fiume.
El 15 de Abril de 1919 se produjo una concentración en la Arena de Milán, exaltada la masa por los discursos de sus cabecillas, cien mil socialistas y anarquistas se dirigieron a la plaza del Duomo por la vía Mercanti con intención de aplastar a los escasos fascistas allí congregados. A su encuentro salieron los estudiantes del Politécnico, algunos fascistas y futuristas, el choque fue violentísimo y se saldó con varios muertos. Como represalia los fascistas atacaron el “Avanti”, protegido por el Ejército, en la acción murió un soldado. Aquella noche, Mussolini fue aclamado por el pueblo milanés bajo los balcones de "Il Popolo d'Italia".
El 25 del
mismo mes llegó el mensaje de Wilson con su infame y humillante decisión, servilmente
acatada por el Gobierno. Wilson, presidente de los EE.UU, se mostró inflexible
durante la Conferencia de Paz: "Fiume
no sería nunca para Italia".
Desde el 16 de Mayo, la ciudad quedó bajo control de la Sociedad de Naciones. Mussolini viajó a Fiume para hablar contra Wilson y el Tratado de Versalles en el Teatro Verdi de la ciudad. Después del discurso, Host Venturi formó en el Campo de Marte un batallón de voluntarios con los asistentes al mitin. La tensión se puso de manifiesto en el choque entre los soldados franceses de la Sociedad de Naciones y los de Italia.
Como reacción ante la ocupación extranjera, el poeta Gabriele D'Annuzio, con 287 voluntarios y arditi, ocupó Fiume el 12 de septiembre al grito de: “¡Fiume o morte!” En Octubre convocó un referéndum en la ciudad, en el que sobre 7155 votantes, 6999 votaron a favor de reintegrarse en Italia.
VII. El "golpe" de la izquierda y la crisis económica.
A principios de 1920, el anarquista Enrico Malatesta, intentaría establecer un acuerdo con el Partido Socialista encaminado a efectuar su propia "Marcha sobre Roma". Descubierta la trama golpista por Mussolini, la publicó en "Il Popolo d'Italia", al verse sorprendidos, los socialistas dieron marcha atrás temporalmente. Al mismo tiempo, Trotsky advertía a los comunistas italianos de lo que significaba la pérdida de Mussolini para el logro de sus objetivos diciendo: "la única carta seria la han perdido ustedes; el único hombre que hubiera podido hacer la revolución en serio".
Tras la caída del gobierno Nitti, su sucesor Giolitti ordenó la evacuación de Albania, y permitió la ocupación de las fábricas por los socialistas y comunistas en el llamado “Biennio Rosso”, tratando de evitar la guerra civil. Después de firmar el Tratado de Rapallo con Yugoslavia, mandó bombardear a D'Annunzio para lograr expulsarlo de Fiume.
En el verano de 1920 la huelga agraria causó la pérdida de la cosecha en la llanura del Po. Los piquetes marxistas dominaban la situación, así que los fascistas se enfrentaron a ellos asaltando las Cámaras del Trabajo, los locales socialistas y las Municipalidades que gobernaban, realizando las conocidas “Aduanatas squadristi” de. Bolonia, Ferrara y Módena, que cayeron sucesivamente bajo el control de los escuadras fascistas.
Desde el 16 de Mayo, la ciudad quedó bajo control de la Sociedad de Naciones. Mussolini viajó a Fiume para hablar contra Wilson y el Tratado de Versalles en el Teatro Verdi de la ciudad. Después del discurso, Host Venturi formó en el Campo de Marte un batallón de voluntarios con los asistentes al mitin. La tensión se puso de manifiesto en el choque entre los soldados franceses de la Sociedad de Naciones y los de Italia.
Como reacción ante la ocupación extranjera, el poeta Gabriele D'Annuzio, con 287 voluntarios y arditi, ocupó Fiume el 12 de septiembre al grito de: “¡Fiume o morte!” En Octubre convocó un referéndum en la ciudad, en el que sobre 7155 votantes, 6999 votaron a favor de reintegrarse en Italia.
VII. El "golpe" de la izquierda y la crisis económica.
A principios de 1920, el anarquista Enrico Malatesta, intentaría establecer un acuerdo con el Partido Socialista encaminado a efectuar su propia "Marcha sobre Roma". Descubierta la trama golpista por Mussolini, la publicó en "Il Popolo d'Italia", al verse sorprendidos, los socialistas dieron marcha atrás temporalmente. Al mismo tiempo, Trotsky advertía a los comunistas italianos de lo que significaba la pérdida de Mussolini para el logro de sus objetivos diciendo: "la única carta seria la han perdido ustedes; el único hombre que hubiera podido hacer la revolución en serio".
Tras la caída del gobierno Nitti, su sucesor Giolitti ordenó la evacuación de Albania, y permitió la ocupación de las fábricas por los socialistas y comunistas en el llamado “Biennio Rosso”, tratando de evitar la guerra civil. Después de firmar el Tratado de Rapallo con Yugoslavia, mandó bombardear a D'Annunzio para lograr expulsarlo de Fiume.
En el verano de 1920 la huelga agraria causó la pérdida de la cosecha en la llanura del Po. Los piquetes marxistas dominaban la situación, así que los fascistas se enfrentaron a ellos asaltando las Cámaras del Trabajo, los locales socialistas y las Municipalidades que gobernaban, realizando las conocidas “Aduanatas squadristi” de. Bolonia, Ferrara y Módena, que cayeron sucesivamente bajo el control de los escuadras fascistas.
Llegado 1921
las huelgas se sucedieron hasta llegar a paralizar toda Italia, aumentaron la miseria
y el paro. Siguiendo el ejemplo soviético, se cerraron las fábricas izando
sobre ellas la bandera roja con el martillo y la hoz, y los miembros de la
"Guardia Roja", organización militarizada del Partido Socialista,
fueron armados con fusiles y bombas de mano y adiestrados en los patios de las
fábricas. Seguidamente se procedió a la total subversión del Estado, llegando a
crear oficinas de prensa, cooperativas y a emitir moneda. En este momento, los
miembros más radicales del Partido Socialista se organizaron como un nuevo
partido: el Partido Comunista.
La burguesía, alarmada por el alcance del movimiento revolucionario de corte bolchevique, pretendía instrumentalizar a los fascistas, única fuerza capaz de derrotarlos en las calles. Frente a esta pretensión, el 3 de Abril de 1921, Mussolini, que ya empieza a ser llamado Duce, dirá en el escenario del Teatro Comunal e de Bolonia que: "Si la burguesía no sabe defenderse por sí sola, no espere que la defendamos nosotros. Nosotros defendemos a la Nación. Queremos la fortuna material y moral del pueblo".
La burguesía, alarmada por el alcance del movimiento revolucionario de corte bolchevique, pretendía instrumentalizar a los fascistas, única fuerza capaz de derrotarlos en las calles. Frente a esta pretensión, el 3 de Abril de 1921, Mussolini, que ya empieza a ser llamado Duce, dirá en el escenario del Teatro Comunal e de Bolonia que: "Si la burguesía no sabe defenderse por sí sola, no espere que la defendamos nosotros. Nosotros defendemos a la Nación. Queremos la fortuna material y moral del pueblo".
Los fascistas, como socialistas evolucionados que eran en gran medida, estaban tan enfrentados con los izquierdistas, como podían estarlo con la burguesía en su idea individualista propia del liberalismo, del que eran enemigos declarados. Este choque de ideas se daba especialmente en todo lo referente a la concepción liberal de la economía, o de un mercado libre de la intervención del Estado. Así, defendían el salario mínimo, la imposición de restricciones a la acumulación de beneficios, la progresividad fiscal, la nacionalización de la banca y de los sectores estratégicos, así como las escuelas públicas estrictamente laicas.
La poetisa Ada Negri, vio a los camisas negras como: "Jóvenes de cuerpo y alma tan resplandeciente, que más bien parecen jóvenes reyes". Se reprodujeron las incursiones fascistas y las escaramuzas callejeras por toda Italia, y la violencia alcanzó la intensidad de una guerra civil. En esta situación, se alternaron las “expediciones de castigo” entre marxistas y fascistas, hasta que estos últimos consiguieron derrotar a las milicias de la Guardia Roja. Así se detuvo el intento.
muertos y heridos en choques políticos en el período 1920-21[4]
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año
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policía y carabineros
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socialistas
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fascistas
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muertos
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heridos
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muertos
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heridos
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muertos
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heridos
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1920
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51
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437
|
172
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578
|
4
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57
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1921
(1 enero – 14 mayo)
|
21
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53
|
48
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149
|
35
|
146
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VIII. Los fascistas al Parlamento. Fundación del Partido Nacional Fascista.
El 13 de mayo
de 1921 se convocaron elecciones generales en las que resultaron elegidos
diputados treinta y cinco de los más destacados fascistas, entre ellos Roberto
Farinacci, líder de los agricultores de Cremona, Dino Grandi y Mussolini. Este
último, en su primer discurso ante la Cámara, se ofreció a todos para colaborar
sin restricciones en la construcción de una Italia en armonía: "el fascismo no predica ni practica
el anticlericalismo"; "hay
que reducir el Estado a su expresión puramente jurídica y política"; "la
violencia no es para nosotros un sistema. Estamos dispuestos a desarmarnos si
vosotros lo hacéis también. Y sobre todo, hemos de desarmar los espíritus."
Pero los
enfrentamientos continuaron, y el Primer Ministro Bonomi creyó poder detenerlos
por medio de lafuerza, atacando al tiempo a fascistas y marxistas. En Sazarna
y en Módena, numerosos escuadristas fueron torturados por la policía o
asesinados por los comunistas. Finalmente, se firmó a instancias de Mussolini el
Pacto de Pacificación con los socialistas, al que no se adhirieron los
comunistas, que continuaron con los ataques a los fascistas y a los
grupos nacionalistas. Como resultado, el acuerdo entró en vigor, pero no llegó a
mitigar el clima de guerra civil.
El 4 de noviembre de 1921 se organizó la ceremonia al Milite Ignoto -soldado desconocido-. Cuatro días después, en el Congreso del Fascio, se funda el Partido Nacional Fascista, con el objetivo de organizar y encuadrar los múltiples fascios locales a través de los que el fascismo venía actuando, muchas veces falto de coordinación.
Mientras, el Gobierno de Bonomi era paulatinamente desbordado por la extrema izquierda, y la incapacidad de los partidos democristianos y liberales para mantener a raya a los revolucionarios marxistas, forzaba la intervención de las escuadras fascistas que no estaban dispuestas a cederles el control de las calles, lo que no satisfacía a la burguesía, pues su intervención no era con el fin de mantener el orden establecido al gusto de las clases burguesas, sino para evitar una revolución de signo opuesto al propio. Ante las agresiones sufridas a manos de los socialistas y comunistas, el 15 de noviembre los fascistas denuncian el Pacto de Pacificación y deciden sustituir al Estado, al ser éste incapaz de garantizar el orden público y la seguridad de las personas. Así, el Partido Nacional Fascista proclama: "Nosotros sustituiremos al Estado cada vez que éste se muestre incapaz de combatir las causas y los elementos de la desintegración interior."
IX. 1922, el año definitivo.
En 1922 la crisis económica continuaba con toda su gravedad, y la inestabilidad social y política forzó la caída del gobierno Bonomi y la formación de uno nuevo por Luigi Facta, un hombre aún más mediocre que su predecesor y con la misma carencia de ímpetu y resolución.
En la primavera, cuarenta mil braceros fascistas dirigidos por Italo Balbo ocuparon Ferrara, como protesta por las miserables condiciones de vida. La reivindicación de los fascistas, irritó a los sindicatos socialistas, que paulatinamente se veían privados de penetración y capacidad de representación dentro del movimiento obrero, dado que la adhesión de los trabajadores a los sindicatos fascistas aumentaba exponencialmente. Más de 400.000 trabajadores se habían pasado a los sindicatos fascistas en toda la península italiana, y a finales de julio de 1922 más de 700.000 trabajadores se habían afiliado a la “Confederazione Nazionalle delle Corporazioni”, sindicato del PNF. Balbo y sus jornaleros fascistas fueron agredidos por la CGT socialista, lo que no hacía sino confirmar la derrota de la izquierda en el seno del movimiento obrero.
La ofensiva política fascista alcanzó en junio su cenit, en julio decía Mussolini: "Nuestros adversarios continúan llamándonos bandidos, canallas, bárbaros, esclavistas, bandoleros, vendidos. Nos importa un bledo. Vosotros publicáis, señores, inútiles palabras injuriosas. Nosotros os contestamos saboteando política y sindicalmente vuestros huesos. Con quirúrgica inexorabilidad”. Y el día 20 de este mes, los socialistas asesinaron en Rávena a un fascista. En respuesta, Italo Balbo y Dino Grandi, realizaron una nueva “expedición de castigo” ocupando la ciudad con miles de trabajadores fascistas. Los comunistas y socialistas reaccionaron declarando la huelga general, y la Guardia Roja se preparó para atacar a los fascistas. Siguiendo las directrices del Partido Socialista, durante el entierro de la víctima abrió fuego contra el cortejo fúnebre desde la Casa del Pueblo, con pobres resultados para los marxistas que verían su sede asaltada y devastada por las escuadras fascistas.
El 31 de julio, el sindicato socialista, que seguía viendo debilitada su fuerza por el abandono masivo de los obreros para engrosar el sindicato fascista, trató de extender el conflicto a toda Italia proclamando la huelga general revolucionaria. Los fascistas dieron un ultimátum a la Confederación General del Trabajo socialista, y se dispusieron a frustrar la acción de la izquierda. En este momento crítico, el gobierno mostró su ineptitud para dominar y controlar a las fuerzas revolucionarias de ambos signos, por lo que de nuevo se produjeron choques por toda Italia entre las milicias socialistas y comunistas de un lado, y las fascistas de otro.
El 4 de noviembre de 1921 se organizó la ceremonia al Milite Ignoto -soldado desconocido-. Cuatro días después, en el Congreso del Fascio, se funda el Partido Nacional Fascista, con el objetivo de organizar y encuadrar los múltiples fascios locales a través de los que el fascismo venía actuando, muchas veces falto de coordinación.
Mientras, el Gobierno de Bonomi era paulatinamente desbordado por la extrema izquierda, y la incapacidad de los partidos democristianos y liberales para mantener a raya a los revolucionarios marxistas, forzaba la intervención de las escuadras fascistas que no estaban dispuestas a cederles el control de las calles, lo que no satisfacía a la burguesía, pues su intervención no era con el fin de mantener el orden establecido al gusto de las clases burguesas, sino para evitar una revolución de signo opuesto al propio. Ante las agresiones sufridas a manos de los socialistas y comunistas, el 15 de noviembre los fascistas denuncian el Pacto de Pacificación y deciden sustituir al Estado, al ser éste incapaz de garantizar el orden público y la seguridad de las personas. Así, el Partido Nacional Fascista proclama: "Nosotros sustituiremos al Estado cada vez que éste se muestre incapaz de combatir las causas y los elementos de la desintegración interior."
IX. 1922, el año definitivo.
En 1922 la crisis económica continuaba con toda su gravedad, y la inestabilidad social y política forzó la caída del gobierno Bonomi y la formación de uno nuevo por Luigi Facta, un hombre aún más mediocre que su predecesor y con la misma carencia de ímpetu y resolución.
En la primavera, cuarenta mil braceros fascistas dirigidos por Italo Balbo ocuparon Ferrara, como protesta por las miserables condiciones de vida. La reivindicación de los fascistas, irritó a los sindicatos socialistas, que paulatinamente se veían privados de penetración y capacidad de representación dentro del movimiento obrero, dado que la adhesión de los trabajadores a los sindicatos fascistas aumentaba exponencialmente. Más de 400.000 trabajadores se habían pasado a los sindicatos fascistas en toda la península italiana, y a finales de julio de 1922 más de 700.000 trabajadores se habían afiliado a la “Confederazione Nazionalle delle Corporazioni”, sindicato del PNF. Balbo y sus jornaleros fascistas fueron agredidos por la CGT socialista, lo que no hacía sino confirmar la derrota de la izquierda en el seno del movimiento obrero.
La ofensiva política fascista alcanzó en junio su cenit, en julio decía Mussolini: "Nuestros adversarios continúan llamándonos bandidos, canallas, bárbaros, esclavistas, bandoleros, vendidos. Nos importa un bledo. Vosotros publicáis, señores, inútiles palabras injuriosas. Nosotros os contestamos saboteando política y sindicalmente vuestros huesos. Con quirúrgica inexorabilidad”. Y el día 20 de este mes, los socialistas asesinaron en Rávena a un fascista. En respuesta, Italo Balbo y Dino Grandi, realizaron una nueva “expedición de castigo” ocupando la ciudad con miles de trabajadores fascistas. Los comunistas y socialistas reaccionaron declarando la huelga general, y la Guardia Roja se preparó para atacar a los fascistas. Siguiendo las directrices del Partido Socialista, durante el entierro de la víctima abrió fuego contra el cortejo fúnebre desde la Casa del Pueblo, con pobres resultados para los marxistas que verían su sede asaltada y devastada por las escuadras fascistas.
El 31 de julio, el sindicato socialista, que seguía viendo debilitada su fuerza por el abandono masivo de los obreros para engrosar el sindicato fascista, trató de extender el conflicto a toda Italia proclamando la huelga general revolucionaria. Los fascistas dieron un ultimátum a la Confederación General del Trabajo socialista, y se dispusieron a frustrar la acción de la izquierda. En este momento crítico, el gobierno mostró su ineptitud para dominar y controlar a las fuerzas revolucionarias de ambos signos, por lo que de nuevo se produjeron choques por toda Italia entre las milicias socialistas y comunistas de un lado, y las fascistas de otro.
La reconquista fascista de Empoli
en Marzo de 1921, un ejemplo más de los recíprocos ataques entre fascistas, socialistas
y comunistas.
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En este clima
de guerra civil, no toda la prensa era hostil al fascismo, además de las simpatías
de gran parte de la opinión pública, y en especial de las clases medias, contaba
con el apoyo de alguna prensa sindicalista y católica, disminuyendo la
influencia y el apoyo entre las clases altas conforme se adivinaba la
posibilidad de su llegada al poder. Ejemplo de ello es, que entre julio y
septiembre de 1921 las subvenciones recibidas por el PNF descendieron un 20%. Cuanto
más cerca estaba el fascismo del poder, más lejos de éste se situaban las
clases aristocráticas, los terratenientes, los monárquicos y los populares de
la derecha conservadora liderada por el sacerdote Don Sturzo. Para los poderes
económicos italianos y los monárquicos, el rey jugaba un importante papel dado
lo reciente que era la unidad italiana, eran tan indeseable la llegada al poder
de los negros como de los rojos.
X. La decisión final.
Mussolini planificó una campaña de propaganda para el siguiente otoño que dio comienzo con una intervención pública en Udine el 20 de Septiembre. Por primera vez no planteaba el derrocamiento de la monarquía como un fin inexcusable, realizaba así un desplazamiento de la monarquía hacia una posición de no-beligerancia frente al fascismo, ya que Mussolini sabía que si atacaba a la monarquía, sus "camisas negras" no podrían enfrentarse al Exercito Reale y a los carabineros, por lo que ante la primera posibilidad real de llegar al poder, buscó colocar al trono al margen de las incipientes hostilidades, y asegurarse así la neutralidad de los militares en el desarrollo de los acontecimientos, facilitando así la percepción de los fascistas como un “mal menor” ante la actividad revolucionaria de los marxistas.
A finales de mes, los fascistas junto con algunos elementos nacionalistas, ocuparon Bolzano y Trento expulsando a los socialistas de las calles. El 6 de Octubre, Mussolini consideraba junto a Balbo la ejecución de una incursión contra Roma que condujera al Partido Fascista al poder. El 7 de Octubre de 1922 y con el fin de contribuir a una imagen de moderación, Bianchi negaba durante una entrevista publicada en el “Giornale d'Italia”, la inminencia de un movimiento revolucionario fascista. Al tiempo, mientras que en la capital se temía la irrupción de los fascistas, en el medio rural los carabinieri y la gendarmería, al compás del resto de la sociedad rural, se decantaban claramente por los fascistas. La división geográfica entre urbe roja y agro negro, marchaba en paralelo con la división política.
El día 16 de Octubre, Mussolini convocó a los jefes de las milicias en la sede del Fascio provincial en la calle San Marco de Milán. Acudieron Mussolini, Grandi, De Vecchi, De Bono, un militar de carrera recientemente retirado del servicio tras ejercer la jefatura del Ejército en Verona, Italo Balbo, Teruzzi, Fara, Igliori, Ceccharini, Farinacci y Michele Bianchi, estos dos últimos, decididos partidarios de la insurrección, apoyaban la propuesta de Balbo y de Mussolini de hacerse con el poder en un golpe de audacia; Por el contrario, Dino Grandi apostaba por mantener una táctica legalista. Ante la propuesta insurreccional, De Bono y de Vecchi adujeron la falta de capacitación de las escuadras, y la necesidad de aguardar un período de tiempo para su preparación. Finalmente se decidió ir a la insurrección en el primer momento que resultase posible. Para lo que se acordó unificar el mando de las milicias y la entrega de su jefatura a un triunvirato compuesto por Balbo, De Vecchi y el general De Bono. Acerca de la estrategia a utilizar para asaltar Roma, se planificó la formación de tres columnas: una cerca de Civitavecchia; otra en las proximidades de Monterotondo, para los contingentes de Emilia, Venecia y Lombardía, y la última en Tívoli, para las tropas de Marches, Abruzos, el Lacio y las regiones del Sur. El cuartel general estaría situado en Perugia, y las reservas se situarían en Foligno. Por último, Mussolini decidió que en cuanto comenzasen las acciones militares, la jefatura del Partido debería resignar todas sus funciones en un cuadrunvirato integrado por los comandantes de la Milicia, a los que se sumaría el Secretario del Partido Michelle Bianchi.
El 22 de este mes de Octubre, se reunían en Bordighera los jefes de la Milicia para elaborar los planes del operativo militar. Su convicción acerca del triunfo, se vio ratificada al conocer el éxito obtenido por las candidaturas fascistas en las elecciones locales de Reggio Emilia, un síntoma del apoyo popular que les confirmaba en sus planes de insurrección.
El 24 de Octubre, en Nápoles, se celebró el congreso del Partido al que asistieron más de 40.000 fascistas, lo que facilitó la concentración de las columnas en sus posiciones de partida, al haber con este motivo multitudinarios desplazamientos de escuadras fascistas por todo el país. La primera sesión del Congreso se efectuó en el Teatro San Carlos, en su discurso, y al margen de reiterar el respeto por la corona, Mussolini dijo: "Nosotros los fascistas no pensamos entrar en el Gobierno por la puerta de servicio; nosotros los fascistas no pensamos renunciar a nuestra formidable progenie ideal contra un plato de lentejas ministeriales. Porque nosotros tenemos la visión que podemos llamar histórica del problema frente a la otra visión, que se puede llamar política y parlamentaria (...) Se trata de injertar en el Estado liberal toda la fuerza de las nuevas generaciones italianas hijas de la guerra y de la Victoria. (...) Esto es esencial a los fines del Estado. Y no sólo del Estado sino también de la Historia y de la nación (...) Por esto hemos reunido y encuadrado y férreamente disciplinado a nuestras legiones: porque si el choque hubiera de decidirse sobre el terreno de la fuerza, la victoria sea para nosotros. Nosotros somos dignos de ella". Al final del discurso las siete mil personas que ocupaban el teatro expresaron un delirante entusiasmo. Por la tarde, minuciosamente preparado por el Foglio d'Ordine nº1 del mando de la milicia fascista, se celebró un gran desfile desde el campo de deportes hasta la Plaza de San Ferdinando. Allí, vestido de negro y con una banda cruzada con los colores de Roma, Mussolini pasó revista a las escuadras de camisas negras, éstas prorrumpieron en gritos: "¡Roma! ¡Roma!.: ¡Todos a Roma!" Mussolini improvisó: "Yo os digo con toda la solemnidad que el momento requiere: o nos entregan el gobierno o iremos nosotros a Roma para conquistarlo. Ya es sólo cuestión de días, quizá de horas... ¡Hay que coger por el cuello a la miserable clase dirigente!."
La noche del día 24 de octubre de 1922, el Presidente del Gobierno, Luigi Facta, telegrafió al rey: "Yo creo que ya ha sido abandonado todo proyecto de marcha sobre Roma" A la misma hora, en el hotel Vesuvio de Nápoles, Mussolini y los cuadrunviros -De Bono, Balbo, De Vecchi y Bianchi- establecían la movilización general de los camisas negras para el día 27 siguiente, y el asalto a Roma para el 28 a las ocho de la mañana, el Congreso finalizó el día 26, pero los jefes de la Milicia partieron hacia sus unidades el día anterior.
X. La decisión final.
Mussolini planificó una campaña de propaganda para el siguiente otoño que dio comienzo con una intervención pública en Udine el 20 de Septiembre. Por primera vez no planteaba el derrocamiento de la monarquía como un fin inexcusable, realizaba así un desplazamiento de la monarquía hacia una posición de no-beligerancia frente al fascismo, ya que Mussolini sabía que si atacaba a la monarquía, sus "camisas negras" no podrían enfrentarse al Exercito Reale y a los carabineros, por lo que ante la primera posibilidad real de llegar al poder, buscó colocar al trono al margen de las incipientes hostilidades, y asegurarse así la neutralidad de los militares en el desarrollo de los acontecimientos, facilitando así la percepción de los fascistas como un “mal menor” ante la actividad revolucionaria de los marxistas.
A finales de mes, los fascistas junto con algunos elementos nacionalistas, ocuparon Bolzano y Trento expulsando a los socialistas de las calles. El 6 de Octubre, Mussolini consideraba junto a Balbo la ejecución de una incursión contra Roma que condujera al Partido Fascista al poder. El 7 de Octubre de 1922 y con el fin de contribuir a una imagen de moderación, Bianchi negaba durante una entrevista publicada en el “Giornale d'Italia”, la inminencia de un movimiento revolucionario fascista. Al tiempo, mientras que en la capital se temía la irrupción de los fascistas, en el medio rural los carabinieri y la gendarmería, al compás del resto de la sociedad rural, se decantaban claramente por los fascistas. La división geográfica entre urbe roja y agro negro, marchaba en paralelo con la división política.
El día 16 de Octubre, Mussolini convocó a los jefes de las milicias en la sede del Fascio provincial en la calle San Marco de Milán. Acudieron Mussolini, Grandi, De Vecchi, De Bono, un militar de carrera recientemente retirado del servicio tras ejercer la jefatura del Ejército en Verona, Italo Balbo, Teruzzi, Fara, Igliori, Ceccharini, Farinacci y Michele Bianchi, estos dos últimos, decididos partidarios de la insurrección, apoyaban la propuesta de Balbo y de Mussolini de hacerse con el poder en un golpe de audacia; Por el contrario, Dino Grandi apostaba por mantener una táctica legalista. Ante la propuesta insurreccional, De Bono y de Vecchi adujeron la falta de capacitación de las escuadras, y la necesidad de aguardar un período de tiempo para su preparación. Finalmente se decidió ir a la insurrección en el primer momento que resultase posible. Para lo que se acordó unificar el mando de las milicias y la entrega de su jefatura a un triunvirato compuesto por Balbo, De Vecchi y el general De Bono. Acerca de la estrategia a utilizar para asaltar Roma, se planificó la formación de tres columnas: una cerca de Civitavecchia; otra en las proximidades de Monterotondo, para los contingentes de Emilia, Venecia y Lombardía, y la última en Tívoli, para las tropas de Marches, Abruzos, el Lacio y las regiones del Sur. El cuartel general estaría situado en Perugia, y las reservas se situarían en Foligno. Por último, Mussolini decidió que en cuanto comenzasen las acciones militares, la jefatura del Partido debería resignar todas sus funciones en un cuadrunvirato integrado por los comandantes de la Milicia, a los que se sumaría el Secretario del Partido Michelle Bianchi.
El 22 de este mes de Octubre, se reunían en Bordighera los jefes de la Milicia para elaborar los planes del operativo militar. Su convicción acerca del triunfo, se vio ratificada al conocer el éxito obtenido por las candidaturas fascistas en las elecciones locales de Reggio Emilia, un síntoma del apoyo popular que les confirmaba en sus planes de insurrección.
El 24 de Octubre, en Nápoles, se celebró el congreso del Partido al que asistieron más de 40.000 fascistas, lo que facilitó la concentración de las columnas en sus posiciones de partida, al haber con este motivo multitudinarios desplazamientos de escuadras fascistas por todo el país. La primera sesión del Congreso se efectuó en el Teatro San Carlos, en su discurso, y al margen de reiterar el respeto por la corona, Mussolini dijo: "Nosotros los fascistas no pensamos entrar en el Gobierno por la puerta de servicio; nosotros los fascistas no pensamos renunciar a nuestra formidable progenie ideal contra un plato de lentejas ministeriales. Porque nosotros tenemos la visión que podemos llamar histórica del problema frente a la otra visión, que se puede llamar política y parlamentaria (...) Se trata de injertar en el Estado liberal toda la fuerza de las nuevas generaciones italianas hijas de la guerra y de la Victoria. (...) Esto es esencial a los fines del Estado. Y no sólo del Estado sino también de la Historia y de la nación (...) Por esto hemos reunido y encuadrado y férreamente disciplinado a nuestras legiones: porque si el choque hubiera de decidirse sobre el terreno de la fuerza, la victoria sea para nosotros. Nosotros somos dignos de ella". Al final del discurso las siete mil personas que ocupaban el teatro expresaron un delirante entusiasmo. Por la tarde, minuciosamente preparado por el Foglio d'Ordine nº1 del mando de la milicia fascista, se celebró un gran desfile desde el campo de deportes hasta la Plaza de San Ferdinando. Allí, vestido de negro y con una banda cruzada con los colores de Roma, Mussolini pasó revista a las escuadras de camisas negras, éstas prorrumpieron en gritos: "¡Roma! ¡Roma!.: ¡Todos a Roma!" Mussolini improvisó: "Yo os digo con toda la solemnidad que el momento requiere: o nos entregan el gobierno o iremos nosotros a Roma para conquistarlo. Ya es sólo cuestión de días, quizá de horas... ¡Hay que coger por el cuello a la miserable clase dirigente!."
La noche del día 24 de octubre de 1922, el Presidente del Gobierno, Luigi Facta, telegrafió al rey: "Yo creo que ya ha sido abandonado todo proyecto de marcha sobre Roma" A la misma hora, en el hotel Vesuvio de Nápoles, Mussolini y los cuadrunviros -De Bono, Balbo, De Vecchi y Bianchi- establecían la movilización general de los camisas negras para el día 27 siguiente, y el asalto a Roma para el 28 a las ocho de la mañana, el Congreso finalizó el día 26, pero los jefes de la Milicia partieron hacia sus unidades el día anterior.
Los
acontecimientos se precipitaban. Las fuerzas políticas liberales desunidas y
atemorizadas, maniobraron tratando de impedir lo que se perfilaba como
inevitable, Giolitti ofrecía a los fascistas una modesta participación en un
gobierno dirigido por él. El 27 de Octubre, el prefecto de Milán telefoneó a
Facta informando de que Giolitti buscaba una acuerdo con los fascistas, a su
vez Mussolini llamaba a Salandra para inquirir si, en el caso de que se produjera
la dimisión de Facta se le permitiría formar nuevo Gobierno, Salandra le instó a
viajar a Roma para discutirlo, Mussolini se negó.
La primera noche de la movilización, las escuadras fascistas habían ocupado la mayor parte de las ciudades armados con fusiles, pistolas y algunas pocas granadas y ametralladoras, para las que apenas había munición. Con grandes dosis de audacia e ingenio, se hicieron con el control de los medios de comunicación, oficinas de Correos, Prefecturas, etc. Los cuadrunviros habían establecido su cuartel general en el Hotel Brufani de Perugia, tal y como estaba planeado, mientras que Mussolini, para no alertar al gobierno, se dejaba ver en el Teatro Manzoni asistiendo a una representación de "El Cisne" de Molnar.
A lo largo de todo el día habían estado llegando noticias alarmantes a Roma, el gobierno Facta se reunió y acordó su dimisión. El Primer Ministro marchó a ver al rey para entregar su renuncia, que fue rechazada, y habló al monarca de la necesidad de defender Roma y de proclamar el "estado de sitio': el rey consideró esta proclamación como una medida imprudente y prematura.
Mientras esto sucedía, en Perugia las tropas fascistas estaban acuarteladas y su dominio de la situación era absoluto, y a la vista de los cabideos políticos, los cuadrunviros creyeron oportuno suspender la acción durante cuarenta y ocho horas. Cuando Farinacci recibió la orden en Crémona, se puso en contacto por teléfono con Mussolini y le advirtió del desastre que en un momento así podía producir la indecisión. Mussolini se mostró de acuerdo y revocó la orden. Lo cierto era que el plan no se había ejecutado conforme a lo acordado, y tan sólo se habían producido diversos choques violentos esporádicos, y además al cuadrunvirato le faltaba De Vecchi, que aún estaba en Roma regateando acuerdos, la confusión reinaba entre los insurrectos.
Mussolini envió a Constancio Ciano a Roma para seguir con las negociaciones, como maniobra táctica para conjurar cualquier reacción. Ciano debía exigir como mínimo las carteras de Gobernación, Justicia, Guerra, Trabajo, Educación y Obras Públicas, así como la disolución del Parlamento. Antes de que Ciano llegase a Roma, se agravó la inestabilidad política de Facta. A las 3, 30 horas de la madrugada, Bianchi telefoneaba al secretario del dimitido Primer Ministro Facta conminándolo para que no reaccionase provocando un derramamiento de sangre innecesario. A las 5, 00 horas de la madrugada, Facta convocó al Gabinete urgentemente, y en contra de su opinión se decidió la proclamación del ''estado de sitio". A las 8, 30 horas de la mañana, la proclama estaba fijada en las paredes de la ciudad de Roma. El Consejo de Ministros ordenó al general Pugliese, comandante militar de Roma, la defensa a ultranza de la capital con sus 25.000 hombres. Acto seguido, Facta se dirigió a entrevistarse nuevamente con el rey en Villa Saboya con el fin de que firmase la declaración proclamando la situación excepcional. El rey, decidido a no agravar la situación y sintiéndose seguro en su posición, dado que los fascistas no lo cuestionaban, se negó a acceder a la petición del hasta entonces Jefe del Gabinete. Facta de regreso al Quirinale, admitió ante sus ministros su escasa autoridad tras su dimisión, mostrándose decepcionado. Ante la presión de los miembros del gabinete, volvió a visitar al rey con la pretensión de que se declarase esta vez el ''estado de guerra", obteniendo idénticos resultados. Víctor Manuel III se negó a firmar una vez más, sabiendo que era la forma más conveniente de actuar para salvar su corona, su respuesta fue: "No vaya constituir un Gobierno durante la violencia, lo abandono todo y me voy al campo con mi mujer y con mi hijo". Se desentendía de esta manera de la situación, el único que tenía la capacidad de movilizar al Ejército Real y detener a los fascistas.
El Estado Mayor fascista estaba casi aislado de las acciones desarrolladas en provincias, sólo mantenían contacto con las columnas que caminaban, bajo un frío severo y una lluvia torrencial, hacia Roma. La marcha dio comienzo entre grandes dificultades. Apenas estaba armada la décima parte de los hombres que se dirigieron a Roma. Al término del día 27 los fascistas se apostaban en Santa Marinella, Monterotondo, Tívoli y otras localidades cercanas a Roma, con tropas llegadas de Milán, Turín, Génova, Bari y Palermo. A las 00,45 horas del día 28, llegó a los cuadrunviros la noticia de la declaración del "estado de sitio" y de la orden de detener a los dirigentes del movimiento. Pero en ese momento se hizo caso omiso de la noticia, dado ya habían caído Florencia, al mando de Farinacci, una ciudad a la que se había llegado a llamar ''Fascistopolis'', Verona, Trieste, Venecia, Padua, Piacenza, Ferrara, Bolonia, Módena..., y había marcha atrás.
El 28 de Octubre se inició entre negociaciones, Federzoni solicitó de Mussolini su presencia en Roma para tomar parte en unas conversaciones en Palacio, éste, sabedor de la debilidad del gobierno, contestó que no le era posible abandonar Milán. En su lugar llegó a Roma Constanzo Ciano con la petición ya señalada. Mientras tanto el rey se entrevistaba con los antiguos políticos y con De Vecchi, autoerigido portavoz del fascismo en Roma. El resultado de estas consultas fue el encargo a Salandra de formar gobierno, con el propósito de integrar al Duce en el gobierno y mantenerlo así bajo control. Una vez más Mussolini rehusó el ofrecimiento.
Las dos principales líneas de ferrocarril del Norte, habían sido cortadas dejando incomunicada la ciudad por tren. Hacia el mediodía del día 28 era clara la falta de coherencia y de combatividad del Gobierno, y al inicio de la noche el general Pugliese retiró las tropas a sus acuartelamientos. Llegado el día 29, el liberal Salandra hizo un último intento desesperado para formar gobierno con la participación de Mussolini, un compromiso radicalmente rechazado por éste. Salandra, habiendo comprendido su fracaso, le hizo saber al rey la conveniencia de encargar al líder fascista la formación de gobierno. A primeras horas de la tarde del día 29, el general Cittadini telefoneó al Duce fascista transmitiéndole el deseo real de nombrarle Primer Ministro. Mussolini exigió un telegrama del propio rey que se lo confirmara. Cuando lo recibió, no habiendo tren para trasladarse a Roma, pasó la tarde preparando una edición especial de "Il Popolo d'Italia", después ordenó a Cesare Rossi el asalto y destrucción de los locales de los diarios socialistas “Avanti” y “Gustizia”. Este mismo día 29 el corresponsal de “The New York Times” remitía su crónica al periódico norteamericano diciendo: “Se espera que los fascistas entren en Roma, por la fuerza, hoy o mañana”. Al caer la noche del día 28 Mussolini llegaba al Quirinal. Allí recibió solemnemente del pequeño rey, el encargo de formar gobierno.
En realidad el aspecto militar de la Marcha fue un rotundo fracaso, el mando de la Milicia no tuvo el control sobre la situación en ningún momento. A las inmediaciones de Roma sólo pudieron llegar unos catorce mil hombres, al margen de los tres mil en la reserva de Foligno, mal armados, sin alojamiento ni apoyo logístico de ningún género, y en clara desventaja numérica frente a las fuerzas del Ejército bien armadas, descansadas y con suficientes pertrechos. Afortunadamente para los fascistas nunca llegaron a tener que combatir, fue la voluntad firme y decidida de Mussolini lo que derribo un parlamentarismo que ya estaba maduro para su desintegración.
La primera noche de la movilización, las escuadras fascistas habían ocupado la mayor parte de las ciudades armados con fusiles, pistolas y algunas pocas granadas y ametralladoras, para las que apenas había munición. Con grandes dosis de audacia e ingenio, se hicieron con el control de los medios de comunicación, oficinas de Correos, Prefecturas, etc. Los cuadrunviros habían establecido su cuartel general en el Hotel Brufani de Perugia, tal y como estaba planeado, mientras que Mussolini, para no alertar al gobierno, se dejaba ver en el Teatro Manzoni asistiendo a una representación de "El Cisne" de Molnar.
A lo largo de todo el día habían estado llegando noticias alarmantes a Roma, el gobierno Facta se reunió y acordó su dimisión. El Primer Ministro marchó a ver al rey para entregar su renuncia, que fue rechazada, y habló al monarca de la necesidad de defender Roma y de proclamar el "estado de sitio': el rey consideró esta proclamación como una medida imprudente y prematura.
Mientras esto sucedía, en Perugia las tropas fascistas estaban acuarteladas y su dominio de la situación era absoluto, y a la vista de los cabideos políticos, los cuadrunviros creyeron oportuno suspender la acción durante cuarenta y ocho horas. Cuando Farinacci recibió la orden en Crémona, se puso en contacto por teléfono con Mussolini y le advirtió del desastre que en un momento así podía producir la indecisión. Mussolini se mostró de acuerdo y revocó la orden. Lo cierto era que el plan no se había ejecutado conforme a lo acordado, y tan sólo se habían producido diversos choques violentos esporádicos, y además al cuadrunvirato le faltaba De Vecchi, que aún estaba en Roma regateando acuerdos, la confusión reinaba entre los insurrectos.
Mussolini envió a Constancio Ciano a Roma para seguir con las negociaciones, como maniobra táctica para conjurar cualquier reacción. Ciano debía exigir como mínimo las carteras de Gobernación, Justicia, Guerra, Trabajo, Educación y Obras Públicas, así como la disolución del Parlamento. Antes de que Ciano llegase a Roma, se agravó la inestabilidad política de Facta. A las 3, 30 horas de la madrugada, Bianchi telefoneaba al secretario del dimitido Primer Ministro Facta conminándolo para que no reaccionase provocando un derramamiento de sangre innecesario. A las 5, 00 horas de la madrugada, Facta convocó al Gabinete urgentemente, y en contra de su opinión se decidió la proclamación del ''estado de sitio". A las 8, 30 horas de la mañana, la proclama estaba fijada en las paredes de la ciudad de Roma. El Consejo de Ministros ordenó al general Pugliese, comandante militar de Roma, la defensa a ultranza de la capital con sus 25.000 hombres. Acto seguido, Facta se dirigió a entrevistarse nuevamente con el rey en Villa Saboya con el fin de que firmase la declaración proclamando la situación excepcional. El rey, decidido a no agravar la situación y sintiéndose seguro en su posición, dado que los fascistas no lo cuestionaban, se negó a acceder a la petición del hasta entonces Jefe del Gabinete. Facta de regreso al Quirinale, admitió ante sus ministros su escasa autoridad tras su dimisión, mostrándose decepcionado. Ante la presión de los miembros del gabinete, volvió a visitar al rey con la pretensión de que se declarase esta vez el ''estado de guerra", obteniendo idénticos resultados. Víctor Manuel III se negó a firmar una vez más, sabiendo que era la forma más conveniente de actuar para salvar su corona, su respuesta fue: "No vaya constituir un Gobierno durante la violencia, lo abandono todo y me voy al campo con mi mujer y con mi hijo". Se desentendía de esta manera de la situación, el único que tenía la capacidad de movilizar al Ejército Real y detener a los fascistas.
El Estado Mayor fascista estaba casi aislado de las acciones desarrolladas en provincias, sólo mantenían contacto con las columnas que caminaban, bajo un frío severo y una lluvia torrencial, hacia Roma. La marcha dio comienzo entre grandes dificultades. Apenas estaba armada la décima parte de los hombres que se dirigieron a Roma. Al término del día 27 los fascistas se apostaban en Santa Marinella, Monterotondo, Tívoli y otras localidades cercanas a Roma, con tropas llegadas de Milán, Turín, Génova, Bari y Palermo. A las 00,45 horas del día 28, llegó a los cuadrunviros la noticia de la declaración del "estado de sitio" y de la orden de detener a los dirigentes del movimiento. Pero en ese momento se hizo caso omiso de la noticia, dado ya habían caído Florencia, al mando de Farinacci, una ciudad a la que se había llegado a llamar ''Fascistopolis'', Verona, Trieste, Venecia, Padua, Piacenza, Ferrara, Bolonia, Módena..., y había marcha atrás.
El 28 de Octubre se inició entre negociaciones, Federzoni solicitó de Mussolini su presencia en Roma para tomar parte en unas conversaciones en Palacio, éste, sabedor de la debilidad del gobierno, contestó que no le era posible abandonar Milán. En su lugar llegó a Roma Constanzo Ciano con la petición ya señalada. Mientras tanto el rey se entrevistaba con los antiguos políticos y con De Vecchi, autoerigido portavoz del fascismo en Roma. El resultado de estas consultas fue el encargo a Salandra de formar gobierno, con el propósito de integrar al Duce en el gobierno y mantenerlo así bajo control. Una vez más Mussolini rehusó el ofrecimiento.
Las dos principales líneas de ferrocarril del Norte, habían sido cortadas dejando incomunicada la ciudad por tren. Hacia el mediodía del día 28 era clara la falta de coherencia y de combatividad del Gobierno, y al inicio de la noche el general Pugliese retiró las tropas a sus acuartelamientos. Llegado el día 29, el liberal Salandra hizo un último intento desesperado para formar gobierno con la participación de Mussolini, un compromiso radicalmente rechazado por éste. Salandra, habiendo comprendido su fracaso, le hizo saber al rey la conveniencia de encargar al líder fascista la formación de gobierno. A primeras horas de la tarde del día 29, el general Cittadini telefoneó al Duce fascista transmitiéndole el deseo real de nombrarle Primer Ministro. Mussolini exigió un telegrama del propio rey que se lo confirmara. Cuando lo recibió, no habiendo tren para trasladarse a Roma, pasó la tarde preparando una edición especial de "Il Popolo d'Italia", después ordenó a Cesare Rossi el asalto y destrucción de los locales de los diarios socialistas “Avanti” y “Gustizia”. Este mismo día 29 el corresponsal de “The New York Times” remitía su crónica al periódico norteamericano diciendo: “Se espera que los fascistas entren en Roma, por la fuerza, hoy o mañana”. Al caer la noche del día 28 Mussolini llegaba al Quirinal. Allí recibió solemnemente del pequeño rey, el encargo de formar gobierno.
En realidad el aspecto militar de la Marcha fue un rotundo fracaso, el mando de la Milicia no tuvo el control sobre la situación en ningún momento. A las inmediaciones de Roma sólo pudieron llegar unos catorce mil hombres, al margen de los tres mil en la reserva de Foligno, mal armados, sin alojamiento ni apoyo logístico de ningún género, y en clara desventaja numérica frente a las fuerzas del Ejército bien armadas, descansadas y con suficientes pertrechos. Afortunadamente para los fascistas nunca llegaron a tener que combatir, fue la voluntad firme y decidida de Mussolini lo que derribo un parlamentarismo que ya estaba maduro para su desintegración.
Primera intervención
internacional de Mussolini, como jefe del gobierno de Italia, publicada en la prensa española.
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El nuevo gobierno quedó formalmente constituido el día 31 de Octubre de 1922, con tres
Ministros fascistas, dos socialdemócratas y con otros de diversas tendencias,
desde la derecha a la izquierda, pero excluida la extrema izquierda, y con Mussolini
como Presidente, Ministro del Interior y de Asuntos Exteriores de forma interina.
El cuadrunvirato no había demostrado ninguna capacidad durante la revolución,
tan sólo De Vecchi se había mostrado útil, y de hecho fue el único de sus cuatro
miembros que entró en el gobierno. Mussolini ordenó avanzar a sus columnas y entrar
en Roma, en realidad era innecesario, mas quiso recompensar así a los que lo habían
seguido. Las legiones fascistas desfilaron por las calles de Roma: desde la
Piazza del Popolo, pasando por el estrecho Corso Umberto hacia la Piazza
Venezia, subiendo por el empinado desfiladero de la Vía 4 de Novembre, para
llegar ante el balcón del Quirinal y formar en posición de firmes en absoluto
silencio, desfile que se prolongó durante más de seis horas. Después de la gran
parada, el nuevo Duce ordenó el regreso de los fascistas a sus casas. El mismo
día 31 los camisas negras iniciaron la vuelta a sus puntos de origen desde la
Estación Termini en sesenta trenes especiales, comenzaba el mito de la
puntualidad de los trenes fascistas. Así, con una revolución incruenta, se inició
un nuevo período de la Historia: la “Era
Fascista”, veinte años de Italia con
sus luces y sus sombras.
[1]
Los ascendientes políticos de la actitud vital fascista, podría decirse que se
remontan a Lucio Sergio Catilina que vivió aproximadamente entre los años 108
a.C. y 62 a.C. Perteneciente a una familia patricia, y bisnieto de Marco Sergio
Silo, heroico combatiente de la Segunda Guerra Púnica, su familia había perdido
luego su prestigio social y económico. Según Salustio, Catilina fue una persona
sumamente inteligente, hábil, ambicioso, fuerte de cuerpo y de carácter, de mente
calculadora y fría, destacó por su meritoria carrera militar en las guerras
civiles entre Pompeyo y Sila. Junto a este último, realizó una ascendente
carrera política, desempeñándose en el cargo de cuestor durante su mandato
dictatorial, donde fue acusado por Plutarco de haber cometido crímenes
aberrantes contra sus adversarios políticos. Sus ideas se anclaban en la
defensa de la plebe empobrecida y endeudada, a la que ofrecía reparaciones
económicas, como la condonación de deudas. Según Salustio, que escribió desde
la enemistad política hacia lo que Catilina supuso, su entorno estaba
conformado por adúlteros, homicidas, sacrílegos, y todo tipo de miserables, y
ya desde su juventud, estuvo involucrado en actos contrarios a las buenas
costumbres y al pudor, como el cometido contra una sacerdotisa de Vesta,
probablemente cuñada de Cicerón. Se lo acusó además del asesinato de su propio
hijastro, para casarse con Aurelia Orestila. Fue designado pretor, en el año 68
a.C y luego propretor de África, lugar del que regresó en el año 66 a.C.,
siendo acusado ante el senado por desempeño abusivo de su mandato. Habiéndosele
impedido acceder al consulado en el año 65 a. C., se cree que Catilina organizó
una conspiración, durante el consulado de Lucio César y Cayo Figulo, urdida tal
vez por Craso, hombre rico y poderoso, quien ansiaba proclamarse dictador,
seguida de otra posterior, que fracasaron, para asesinar a los candidatos
electos el mismo día de su asunción, tomando ellos sus lugares como cónsules.
Cuando en al año 63 a.C., logró Catilina presentarse a las elecciones
acompañado de Cayo Antonio Híbrida, fue vencido por Cicerón y Antonio. Tal vez
bajo la protección de César, presidente del tribunal, pudo salir exculpado de
las acusaciones que recayeron sobre él por los delitos de homicidio cometidos
durante la guerra civil en la que luchó junto a Sila. Enarbolando la bandera de
defensa de las clases populares, reunió entre sus adeptos a todos los
opositores políticos de Pompeyo y del senado romano. Cayo Manlio, logró aportar
más hombres a la causa, luego de la conspiración de Etruria, lugar que sería
elegido como escenario para sus luchas revolucionarias, para luego dirigirse a
Roma. La parte más ambiciosa del plan consistía en el asesinato de Cicerón
hecho que debía cometerse el 7 de noviembre del año 63 a.C. Sin embargo Cicerón
fue alertado por Fulvia una mujer de la nobleza, amante de Quinto Curio,
partícipe de la conspiración, quien tenía una vida escandalosa, y por ese
motivo había sido echado del Senado por los censores. La mujer delató la
conspiración y Cicerón logró salvarse. Acto seguido acusó a Catilina ante el
Senado, y el acusado tras una reacción violenta, huyó de Roma hacia Etruria
para reunirse con Manlio. En los siguientes comicios fueron elegidos cónsules Marco
Tulio y Cayo Antonio. Catilina desde el exilio seguía urdiendo planes contra la
nobleza que dominaba la república en Roma. Atrajo también a su causa a
Sempronia, la hermosa, lujuriosa y culta esposa de Junio Bruto, quien se había
desempeñado como cónsul, que murió en Módena asesinada por Marco Antonio. Una
conspiración en Roma fue desbaratada, hallándose cartas que incriminaron a
cinco rebeldes, que fueron ejecutados, a petición de Catón. Catilina y Manlio
fueron declarados por decreto, enemigos de la República, quedando privados de
sus derechos civiles y sometidos al derecho de guerra. En Pistoria, las tropas
de Catilina se enfrentaron a las de Antonio, quien por hallarse enfermo de
gota, entregó el mando del ejército a Marco Petreyo. en lo que sería para
Catalina, su último combate. Primero fueron muertos sus camaradas, Manlio y el
Fiesolano y luego él mismo, quien en un acto más de coraje ante la derrota y la
muerte, se enfrentó casi en forma suicida con los pocos hombres que le quedaban
a las tropas de la República romana pereciendo en el combate.
[2] El paralelismo de las historias de Mussolini y Rienzi no admite discusión. Nicola Gabrini, (1313–1354) más conocido como Cola di Rienzi, fue tribuno del pueblo romano y proclamó en Roma una nueva forma de gobierno inspirada en la República romana a la que llamó “El buen Estado”. Vivió la decadencia de su ciudad natal de Roma, que lo llevó a pretender restaurar la grandeza de la antigua República romana en contraste con la decadencia de su época, con un Papa residiendo en Avignon, e inmersa en las luchas por el poder entre las grandes familias patricias de los Orsini y los Colonna, a quienes odiaba profundamente al parecer debido al asesinato de un hermano a manos de un noble. En 1343, formó parte de una delegación que fue mandada a Avignon para entrevistarse con el papa Clemente VI y convencerle de que volviera a fijar la sede pontificia en la Ciudad eterna. Cola di Rienzo se ganó el favor y la estima del Papa quien lo envió de vuelta a Roma tras nombrarlo, en 1344, notario de la Cámara Apostólica, institución encargada de la administración financiera de la Santa Sede con competencias legislativa, administrativa y judicial. Se mantuvo en su nueva posición de poder durante tres años, hasta el 21 de mayo de 1347, momento en el que, aprovechando una revuelta en la ciudad, convocó al pueblo en el Capitolio donde prometió una nueva serie de leyes, una mejor administración de los recursos públicos y la expulsión de la nobleza del gobierno de la ciudad. Cuatro días más tarde fue elegido tribuno del pueblo romano, cargo en principio temporal pero que posteriormente logró ocuparlo con carácter vitalicio. Desde Avignon, el papa Clemente VI aprobó inicialmente la situación, hasta que comprobó que el nuevo tribuno pretendía restaurar la autoridad de Roma sobre las ciudades y provincias de Italia. Viendo así cuestionada su soberanía temporal sobre los Estados Pontificios, apoyó a los nobles que se habían visto obligados a abandonar la ciudad con la subida al poder de Rienzi. Los nobles se levantaron contra él, y el Papa lo excomulgó acusándolo de criminal, pagano y hereje, y el 15 de diciembre de 1347 abdicó y huyó de Roma para refugiarse en primero en Nápoles y luego en 1350 en Praga, a donde viajó buscando la protección del emperador Carlos IV tratando de convencerlo de que marchara sobre Italia para liberar Roma. El emperador lo mantuvo recluido en la fortaleza de Raudnitz y más tarde lo entregó al Papa para que fuera juzgado en Avignon. La muerte del Papa Clemente VI y la elección de Inocencio VI, evitó su juicio y puesto en libertad. El nuevo Papa, en su enfrentamiento por el poder con la nobleza romana, pensó que podría serle de utilidad, para lo que lo envió a Roma acompañado del cardenal español Gil Álvarez de Albornoz como legado papal, al mando de tropas mercenarias, llegando en agosto de 1354 a Roma, donde el pueblo lo recibió como liberador nombrándolo senador. Sin embargo, en 1354, un levantamiento popular instigado por los Colonna, condujo a su detención y ejecución por decapitación, tras lo cual su cadáver fue quemado y sus cenizas arrojadas al Tíber. el sueño de Rienzi de lograr el renacimiento político de Roma fue un ideal apoyado por el humanista y poeta de mayor relieve del renacimiento italiano, Francisco Petrarca, quien en distintos textos literarios, principalmente en Carmen bucólico. y diversas epístolas, dejó constancia del triunfo y fracaso de Cola di Rienzi.
[3] MONNEROT, Jules. “Sociología de la Revolución”. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1979.
[4] Datos oficiales del Ministerio del Interior citados por Renzo de Felice en "Mussolini el revoluzionario", Turín, 1965.
[2] El paralelismo de las historias de Mussolini y Rienzi no admite discusión. Nicola Gabrini, (1313–1354) más conocido como Cola di Rienzi, fue tribuno del pueblo romano y proclamó en Roma una nueva forma de gobierno inspirada en la República romana a la que llamó “El buen Estado”. Vivió la decadencia de su ciudad natal de Roma, que lo llevó a pretender restaurar la grandeza de la antigua República romana en contraste con la decadencia de su época, con un Papa residiendo en Avignon, e inmersa en las luchas por el poder entre las grandes familias patricias de los Orsini y los Colonna, a quienes odiaba profundamente al parecer debido al asesinato de un hermano a manos de un noble. En 1343, formó parte de una delegación que fue mandada a Avignon para entrevistarse con el papa Clemente VI y convencerle de que volviera a fijar la sede pontificia en la Ciudad eterna. Cola di Rienzo se ganó el favor y la estima del Papa quien lo envió de vuelta a Roma tras nombrarlo, en 1344, notario de la Cámara Apostólica, institución encargada de la administración financiera de la Santa Sede con competencias legislativa, administrativa y judicial. Se mantuvo en su nueva posición de poder durante tres años, hasta el 21 de mayo de 1347, momento en el que, aprovechando una revuelta en la ciudad, convocó al pueblo en el Capitolio donde prometió una nueva serie de leyes, una mejor administración de los recursos públicos y la expulsión de la nobleza del gobierno de la ciudad. Cuatro días más tarde fue elegido tribuno del pueblo romano, cargo en principio temporal pero que posteriormente logró ocuparlo con carácter vitalicio. Desde Avignon, el papa Clemente VI aprobó inicialmente la situación, hasta que comprobó que el nuevo tribuno pretendía restaurar la autoridad de Roma sobre las ciudades y provincias de Italia. Viendo así cuestionada su soberanía temporal sobre los Estados Pontificios, apoyó a los nobles que se habían visto obligados a abandonar la ciudad con la subida al poder de Rienzi. Los nobles se levantaron contra él, y el Papa lo excomulgó acusándolo de criminal, pagano y hereje, y el 15 de diciembre de 1347 abdicó y huyó de Roma para refugiarse en primero en Nápoles y luego en 1350 en Praga, a donde viajó buscando la protección del emperador Carlos IV tratando de convencerlo de que marchara sobre Italia para liberar Roma. El emperador lo mantuvo recluido en la fortaleza de Raudnitz y más tarde lo entregó al Papa para que fuera juzgado en Avignon. La muerte del Papa Clemente VI y la elección de Inocencio VI, evitó su juicio y puesto en libertad. El nuevo Papa, en su enfrentamiento por el poder con la nobleza romana, pensó que podría serle de utilidad, para lo que lo envió a Roma acompañado del cardenal español Gil Álvarez de Albornoz como legado papal, al mando de tropas mercenarias, llegando en agosto de 1354 a Roma, donde el pueblo lo recibió como liberador nombrándolo senador. Sin embargo, en 1354, un levantamiento popular instigado por los Colonna, condujo a su detención y ejecución por decapitación, tras lo cual su cadáver fue quemado y sus cenizas arrojadas al Tíber. el sueño de Rienzi de lograr el renacimiento político de Roma fue un ideal apoyado por el humanista y poeta de mayor relieve del renacimiento italiano, Francisco Petrarca, quien en distintos textos literarios, principalmente en Carmen bucólico. y diversas epístolas, dejó constancia del triunfo y fracaso de Cola di Rienzi.
[3] MONNEROT, Jules. “Sociología de la Revolución”. Centro de Estudios Constitucionales. Madrid, 1979.
[4] Datos oficiales del Ministerio del Interior citados por Renzo de Felice en "Mussolini el revoluzionario", Turín, 1965.