Al final
de la Segunda Guerra Mundial los EE.UU. y sus aliados occidentales celebraban
no sólo la victoria sobre el nacionalsocialismo y el
fascismo, sino también sobre el caos económico, la miseria y la incertidumbre
causados por la Gran Depresión de 1929, que no había sido superada hasta que
estalló el conflicto. Era el nacimiento de una nueva era. Como el New Deal y la guerra habían motivado la
intervención del gobierno en la dirección
de la economía, nadie ponía en duda la necesidad de proteger a la
sociedad de la peligrosa codicia del capitalismo especulativo, y para ello le
necesidad de garantizar el equilibrio del mercado a través del gobierno. Como
consecuencia, en los años siguientes las burocracias estatales crecieron
enormemente, y eran escasas las voces que criticaban este papel del Estado. Pero
Friedrich Von Hayek estaba convencido de que la intervención del Estado en los
asuntos económicos llevaría a la sociedad al desastre. Hayek era un aristócrata
austriaco que había huido de los nacionalsocialistas y que ahora enseñaba en la Universidad de Chicago. Hayek estaba
convencido de que el uso de la política para organizar la sociedad era mucho
más peligroso que cualquier problema que pudiera provocar el capitalismo,
porque conduciría inevitablemente a la tiranía y al fin de la libertad. Así lo expuso en su obra “Camino de Servidumbre”. Hayek señalaba como ejemplo de su teoría a
la URSS. Esta nación en su búsqueda de la utopía, había intentado controlarlo y
planificarlo todo, y este afán de control los había conducido a la tiranía y a
la dictadura. Y ese mismo era el camino que recorrería Occidente, si se
empeñaba en la intervención del Estado en la economía y la vida pública, el “camino a la servidumbre”. La única
forma de evitar desembocar en la tiranía era regresar al mercado libre, donde
los individuos persiguen sus propios intereses, y el gobierno representa un
papel mínimo o nulo. De esto resultaría lo que Hayek llamaba un sistema
autodirigido y automático, un orden espontáneo creado por millones de personas
motivadas por la exclusiva búsqueda del beneficio personal, en la que el
altruismo no tenía lugar. Según Hayek, el bien común sólo podía nacer del
egoísmo individual. El Liberalismo venía defendiendo esta idea desde el S
XVIII, pero la experiencia demostraba una y otra vez que no se puede crear un orden
social en un mundo moderno y complejo, simplemente dando rienda suelta al
interés personal. Pero en este nuevo intento liberal de posguerra por imponerse
estaba a punto de verse reforzado del modo más inesperado posible por los
científicos que se enfrentaban a las
incertidumbres estratégicas de la Guerra Fría.
Friedrich Hayek
A finales
de los años cincuenta, se construyó un bunker a prueba de bombas nucleares a 48
kilómetros al norte de Nueva York, en la que se situó durante las siguientes
décadas la computadora más potente del mundo, que analizaba los datos
procedentes de la red de radares distribuidos por todo el planeta que vigilaba
permanentemente a la URSS. Cada segundo llegaban a esta sala miles de datos que
se analizaban en busca de señales de peligro. Los estrategas nucleares
diseñaron este sistema sabiendo que se enfrentaban a un tipo de conflicto
completamente nuevo, en el que ninguno de los dos bandos podía permitirse
cometer errores que condujera a una escalada bélica. Desde
este centro de información, los estrategas buscaban un modo de usar la
información que les permitiera anticiparse a lo que los soviéticos pudiesen
intentar. Para ello recurrieron a una nueva idea llamada “Teoría de juegos”. Esta teoría se había desarrollado como una
forma de analizar matemáticamente partidas de póker. Planteaba el juego como un
sistema en el que los jugadores están encerrados juntos tratando de adivinar lo
que los otros creen que va a hacer. A partir de ahí, la teoría de juegos mostraba
racionalmente cuales eran las mejores jugadas para cada uno de los jugadores. La base de la teoría de juegos era una visión
de los seres humanos, según la cual sólo les movía el interés personal y
siempre desconfiaban de sus semejantes.
El
centro de desarrollo de esta estrategia era un laboratorio de ideas militar, la
corporación RAND[1].
Sus estrategas usaron la teoría de juegos para crear modelos matemáticos que
pudieran predecir cómo reaccionarían los soviéticos en respuesta a la actuación
de los EE.UU. De aquí nació la estructura fundamental de la era nuclear basada
en el despliegue de misiles protegidos en silos subterráneos y flotas de submarinos
y bombarderos en el aire veinticuatro horas al día. Como en un juego, se hacían
movimientos estratégicos para convencer a los soviéticos de que si atacaban
EE.UU. siempre tendría misiles suficientes para destruirlos. Y según las reglas
de este juego, el miedo y el interés personal impedían que los rusos atacasen.
Así se creó un equilibrio basado en la destrucción mutua asegurada. Había un
matemático en la Corporación RAND que llevó esta siniestra visión mucho más
lejos, y se propuso demostrar que se podría crear estabilidad mediante la
desconfianza y el interés personal, y no sólo en la Guerra Fría, sino en la sociedad humana en general. Era el matemático
John Nash[2],
que fue retratado en la película de Hollywood “Una mente maravillosa” como un héroe atormentado por la
esquizofrenia. En realidad, no sólo era esquizofrénico, sino que además era una
persona difícil y antipática. Se hizo famoso en la Corporación RAND por haber
inventado una serie de juegos crueles, en el más famoso de ellos la
única forma de ganar era traicionar sin piedad al compañero. Nash tomó la
teoría de juegos e intentó aplicarla a todas las formas de interacción humana.
Para ello hizo la suposición fundamental de que todo el comportamiento humano
era exactamente el mismo que se aplicaba en el mundo hostil y competitivo de la
amenaza nuclear. Que los seres humanos se vigilan y controlan unos a otros
constantemente, y para conseguir lo que quieren ajustan sus estrategias
mutuamente. En una serie de ecuaciones por las que ganó el Premio Nobel, Nash
demostró que un sistema dirigido por la desconfianza y el egoísmo no tenía por
qué conducir al caos. Probó que siempre podía haber un punto de equilibrio en el
que los intereses particulares de todos se equilibrarían perfectamente unos a
otros. Pero la estabilidad, el equilibrio, sólo tiene lugar, si todos los
involucrados se comportan de forma egoísta. Porque si piensan en cooperar el
resultado se vuelve impredecible y peligroso. Un famoso juego se ideó en RAND
para demostrar que en toda interacción el egoísmo siempre producía el resultado
más seguro. Lo llamaron el “dilema del
prisionero”[3].
Hay muchas versione, pero en todas hay dos jugadores que tienen que decidir si
confían el uno en el otro o si se traicionan. Imagínese que ha robado el
diamante más grande del mundo y decide vendérselo a un peligroso mafioso que
propone un encuentro para intercambiar el diamante por el dinero, Pero usted
piensa que él puede matarle, así que le dice que va a llevarlo a un campo
lejano, donde lo esconderá. A su vez él deberá ir a otro campo a mucha distancia
y esconder el dinero, después usted le telefoneará, y ambos se dirán dónde
están los escondites. Pero cuando va a hacer la llamada se da cuenta de que
usted le puede traicionar. Se queda el diamante y va a recoger el dinero,
mientras el mafioso busca en el campo vacío. Pero en ese mismo momento se da cuenta
de que el mafioso debe estar pensando lo mismo, que él puede traicionarle a
usted. No tiene forma de predecir cómo se va a comportar el otro. Ese es el
dilema. Pero lo que mostraban las
ecuaciones de Nash era que elección racional era siempre traicionar al otro, porque
de esa forma en el peor de los casos se queda sólo con el diamante. Y en el
mejor, se queda con el diamante y con el
dinero. Pero si confía en la otra persona corre el riesgo de perderlo todo,
porque él le puede traicionar. Era lo que se llamaba la “recompensa del primo”. Lo que mostraba este dilema era la extraña
lógica de la Guerra fría. La solución óptima, ofrecerse a eliminar todas sus
armas con la condición de que los rusos hicieran lo mismo era imposible, porque
no se podía confiar en que lo hiciesen. En cambio, se optó por una estabilidad
basada en un peligroso equilibrio de armamento entre ambos bandos. Lo que había
hecho Nash era transformar esta conclusión estratégica de la Guerra Fría, en
una teoría acerca de cómo funcionaba toda la sociedad. Su repercusión en la
política fue enorme, porque aparentemente demostraba que era posible una
sociedad basada en el egoísmo absoluto que no degenerase en el caos. Pero el
precio era un mundo donde todos tendrían que ser desconfiados y mantenerse en
guardia frente a sus semejantes.
John Nash
Pero la
realidad volvía a contradecir las tesis liberales del egoísmo absoluto, pues
las ecuaciones de Nash no parecían correlacionarse con la forma en la que los
seres humanos se comportaban unos con otros en el mundo real. Cuando se probó
el dilema del prisionero con las secretarias de la Corporación RAND, ninguna de
ellas empleó la estrategia racional, en vez de traicionarse mutuamente, siempre
confiaron en la otra y decidieron cooperar. Lo que nadie había tenido en cuenta
era que John Nash padecía esquizofrenia paranoide, tenía alucinaciones en las
que creía que aquellos que le rodeaban y que llevaban corbata roja eran espías
comunistas, y que él formaba parte de una organización secreta que podía salvar
el mundo. En 1959 Nash fue ingresado por la fuerza en un hospital psiquiátrico,
y pasó los diez años siguientes luchando contra la esquizofrenia, pero a pesar
de los problemas obvios que presentaban las teorías de Nash, los estrategas de
RAND estaban convencidos de que eran la base científica de un nuevo orden
social basado en la libertad del individuo preconizada por el capitalismo
liberal, porque sus ecuaciones aportaban una base científica a la visión
egoísta del ser humano y de la sociedad que había propuesto Friedrich Von
Hayek. Pero las ideas de Hayek avaladas con las ecuaciones nacidas de la mente
enferma de Nash iban a extenderse de
forma sorprendente.
En los años cincuenta en Escocia, en el Hospital Psiquiátrico de Glasgow, trabajaba como psiquiatra el Dr. R. D. Laing, que llevó a cabo un experimento con doce mujeres esquizofrénicas, con las que entablo diálogo acerca de ellas y de sus vidas, unos meses después, las doce mujeres estaban en condiciones de regresar a sus hogares. Pasado un año desde que abandonaron el hospital, las doce mujeres habían vuelto a ser internadas, su intento de curarlas había fracasado. Esto hizo que Laing modificara su objeto de estudio y atención de las enfermas a sus familias. Investigó cómo los miembros de las familias se comportaban entre ellos en privado, y llegó a la conclusión de que el origen de las patologías mentales estaba en la familia, por lo que todos los esfuerzos médicos para devolver a los pacientes a su entorno era contraproducente, pues se devolvía al enfermo al origen de su enfermedad. Los médicos aunque creyesen que estaban cumpliendo con su deber y haciendo lo mejor para los pacientes eran en realidad violentos agentes de la opresión.
En los años cincuenta en Escocia, en el Hospital Psiquiátrico de Glasgow, trabajaba como psiquiatra el Dr. R. D. Laing, que llevó a cabo un experimento con doce mujeres esquizofrénicas, con las que entablo diálogo acerca de ellas y de sus vidas, unos meses después, las doce mujeres estaban en condiciones de regresar a sus hogares. Pasado un año desde que abandonaron el hospital, las doce mujeres habían vuelto a ser internadas, su intento de curarlas había fracasado. Esto hizo que Laing modificara su objeto de estudio y atención de las enfermas a sus familias. Investigó cómo los miembros de las familias se comportaban entre ellos en privado, y llegó a la conclusión de que el origen de las patologías mentales estaba en la familia, por lo que todos los esfuerzos médicos para devolver a los pacientes a su entorno era contraproducente, pues se devolvía al enfermo al origen de su enfermedad. Los médicos aunque creyesen que estaban cumpliendo con su deber y haciendo lo mejor para los pacientes eran en realidad violentos agentes de la opresión.
R. D. Laing
A
principios de los sesenta, Laing abrió una clínica psiquiátrica en Londres. En
donde decidió investigar cómo se ejercían el poder y el control en el mundo de
las familias corrientes, utilizando para ello la teoría de juegos. Laing había
conocido la teoría de juegos en un viaje al Instituto de Investigaciones
Mentales de Palo Alto, en California. Seleccionó a veinte parejas británicas, y
usando una compleja serie de cuestionarios analizó cómo cada uno veía al otro
en cada momento de su vida diaria, preguntándoles continuamente qué pensaban
que quería el otro realmente. Siguiendo la teoría de juegos codificó las
respuestas e hizo que las analizara una computadora. De esos análisis Laing
obtuvo patrones de conducta que mostraban que, como en la Guerra Fría, las
parejas empleaban sus acciones cotidianas como estrategias para manipularse y
controlarse mutuamente. Lo que normalmente se veía como actos de cariño y amor,
eran en realidad armas usadas de forma egoísta para ejercer poder y control. De
esta investigación Laing dedujo que la familia moderna era en realidad un campo
de batalla donde las personas jugaban continua y egoístamente entre sí, y el
resultado de esta lucha era la estabilidad de la sociedad, y la existencia
limitada y gris de todos los individuos que la forman. Laing creía que la lucha
por el poder y el control que creía haber descubierto en la familia estaba
estrechamente relacionada con la lucha por el poder y el control en el mundo.
En una sociedad violenta y corrupta la familia se había convertido en una
máquina de controlar a las personas. Laing creía que ésta era una realidad
objetiva manifestada por la teoría de juegos.
La teoría de juegos que contenía en sí misma suposiciones paranoicas fruto de la esquizofrenia de Nash, ofrecía una visión desoladora sobre cómo son realmente los seres humanos, suposiciones nacidas de la estrategia nuclear de la Corporación RAND durante la Guerra Fría. Y Lo que Laing había hecho era extender estas suposiciones al modo en que nos vemos a nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás. Laing escribió una serie de libros del que el más conocido fue “La política de la experiencia”, que llegaron ser grandes éxitos, y se convirtió en uno de los líderes del nuevo movimiento contracultural que quería hacer comprender a la gente que no se podía confiar en ninguna institución estatal posterior a la última guerra mundial, que aquellos que decían actuar movidos por el deber público y por el deseo de ayudar, en realidad formaban parte del sistema que intentaba controlar mentes y destruir su libertad. Había que estar siempre alerta, sin confiar nunca en nadie, ni siquiera en aquéllos que decían amarnos. El movimiento contracultural de los sesenta estaba a punto de coincidir con las tesis de los herederos de Hayek.
Convertido en una estrella mediática en los EE.UU., Laing como líder indiscutido del movimiento antipsiquiátrico, se disponía a utilizar su creciente influencia para atacar al stablishment médico y psiquiátrico, socavando el control de la vieja élite médica. La psiquiatría según Laing era una falsa ciencia que se usaba como sistema de control político para sostener una sociedad violenta que se colapsaba, y sus categorías de locura y cordura no tenían ninguna base real. La locura era simplemente una etiqueta muy práctica que servía para encerrar a aquellos que querían liberarse de la opresión social. Siguiendo las tesis de Laing, el psiquiatra judío David Rosehan[4] decidió demostrar la realidad de la tesis de Laing. Ideó un experimento espectacular, seleccionó a ocho personas incluido él mismo, ninguno de ellos había tenido nunca ningún problema psiquiátrico. Cada uno de ellos fue enviado a un hospital psiquiátrico diferente del país y dijeron a los psiquiatras de guardia que oían una voz en su cabeza que decía la palabra “pensamiento”. Esa era la única mentira que podían decir. Por lo demás, tenían que comportarse y responder con total normalidad. A todos los diagnosticaron demencia y los ingresaron, a siete de ellos se les diagnosticó esquizofrenia y a uno un trastorno bipolar.
La teoría de juegos que contenía en sí misma suposiciones paranoicas fruto de la esquizofrenia de Nash, ofrecía una visión desoladora sobre cómo son realmente los seres humanos, suposiciones nacidas de la estrategia nuclear de la Corporación RAND durante la Guerra Fría. Y Lo que Laing había hecho era extender estas suposiciones al modo en que nos vemos a nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás. Laing escribió una serie de libros del que el más conocido fue “La política de la experiencia”, que llegaron ser grandes éxitos, y se convirtió en uno de los líderes del nuevo movimiento contracultural que quería hacer comprender a la gente que no se podía confiar en ninguna institución estatal posterior a la última guerra mundial, que aquellos que decían actuar movidos por el deber público y por el deseo de ayudar, en realidad formaban parte del sistema que intentaba controlar mentes y destruir su libertad. Había que estar siempre alerta, sin confiar nunca en nadie, ni siquiera en aquéllos que decían amarnos. El movimiento contracultural de los sesenta estaba a punto de coincidir con las tesis de los herederos de Hayek.
Convertido en una estrella mediática en los EE.UU., Laing como líder indiscutido del movimiento antipsiquiátrico, se disponía a utilizar su creciente influencia para atacar al stablishment médico y psiquiátrico, socavando el control de la vieja élite médica. La psiquiatría según Laing era una falsa ciencia que se usaba como sistema de control político para sostener una sociedad violenta que se colapsaba, y sus categorías de locura y cordura no tenían ninguna base real. La locura era simplemente una etiqueta muy práctica que servía para encerrar a aquellos que querían liberarse de la opresión social. Siguiendo las tesis de Laing, el psiquiatra judío David Rosehan[4] decidió demostrar la realidad de la tesis de Laing. Ideó un experimento espectacular, seleccionó a ocho personas incluido él mismo, ninguno de ellos había tenido nunca ningún problema psiquiátrico. Cada uno de ellos fue enviado a un hospital psiquiátrico diferente del país y dijeron a los psiquiatras de guardia que oían una voz en su cabeza que decía la palabra “pensamiento”. Esa era la única mentira que podían decir. Por lo demás, tenían que comportarse y responder con total normalidad. A todos los diagnosticaron demencia y los ingresaron, a siete de ellos se les diagnosticó esquizofrenia y a uno un trastorno bipolar.
David Rosenhan
Cuando
finalmente Rosenhan consiguió salir del hospital e hizo público el experimento
estalló el escándalo. Fue acusado de fraude y desafiado por el más importante
hospital psiquiátrico a enviar más falsos enfermos. Dos meses después este
hospital declaró haber detectado a cuarenta y un impostores, Rosenhan demostró
que no había enviado a ninguno. Este experimento destruyó la idea de que los
psiquiatras eran una élite privilegiada con conocimientos especiales. Pero, para
entender y controlar los sentimientos de
las personas en la sociedad moderna, siguiendo a Laing se volvieron hacia la
pureza objetiva del análisis matemático. Se propusieron crear un sistema
científico para diagnosticar el estado mental de las personas en el que
eliminaría por completo el juicio humano, sustituyéndolo por un sistema basado
en el poder de los números. Renunciaron a la idea de que podían entender la mente
humana y curarla, y lo que hizo la psiquiatría americana fue crear una nueva
serie de categorías mensurables basadas sólo en el comportamiento superficial
de los seres humanos. Muchas patologías mentales recibieron nombres nuevos,
como “trastorno por déficit de atención”.
Lo que importaba era que estos trastornos podían ser observados, y por tanto
registrados.
Robert Spitzer
Robert
Spitzer[5]
creo el nuevo sistema de diagnóstico en 1979. Un sistema en el cual el
diagnóstico podía hacerlo literalmente una computadora, haciendo innecesario el
juicio clínico. Las características observables de cada uno de los trastornos
fueron minuciosamente catalogadas, y se elaboraron cuestionarios en los que se
preguntaba a la gente si tenía esas características. Sólo se podía responder sí
o no, para que pudieran resolverlos los entrevistadores, no los psiquiatras.
Entonces la computadora decidía si la persona padecía una patología mental, si era
normal o anormal. Los psiquiatras decidieron probar el nuevo sistema, para lo
que enviaron entrevistadores por todo EE.UU. con los cuestionarios
entrevistando a cientos de miles de personas seleccionadas aleatoriamente. Los
resultados una vez procesados por la computadora fueron asombrosos: más del 50%
de los estadounidenses padecía algún trastorno mental. La conclusión general
fue que había una epidemia oculta, y aunque se repitieron las encuestas el
resultado fue el mismo. Las encuestas mostraban que bajo la superficie de la
vida normal, millones de personas que nunca habían sido consideradas enfermos
mentales, sufrían en secreto elevados niveles de ansiedad mental. Estas nuevas
categorías de trastorno se extendieron muy rápido por toda la sociedad y
arraigaron en la imaginación de la gente, con consecuencias imprevisibles, pues
millares de personas empezaron a usar los cuestionarios para autocontrolarse y
autodiagnosticarse. Los usaban para identificar qué era aberrante o anormal en
su comportamiento y en sus sentimientos. Pero por definición, esto también les
imponía un poderoso modelo de lo que eran los comportamientos y sentimientos
normales a los que deberían aspirar. Los psiquiatras observaron que cada vez
iba más gente a verles pidiéndoles que los volviesen normales. Pero lo que
empezaba a emerger de todo esto era una nueva forma de control a través de los
formularios y trastornos, que se estaban convirtiendo en una guía poderosa y
objetiva para saber cuáles eran los sentimientos correctos y apropiados en la
era del individualismo. Ninguna élite volvería a decirle a la gente cómo debía
comportarse, ahora las personas utilizarían los formularios para monitorizar sus
sentimientos y vigilar su comportamiento y el de los demás de un modo “científico” que podía ser verificado por
los números a los que había dado lugar Laing y la teoría de juegos.
La crisis económica desencadenada en 1971 golpeó duramente las sociedades occidentales, y esto sirvió de excusa para justificar la profunda crisis en la que había comenzado a hacer Occidente. El malestar y la decepción con el mundo creado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, fue dirigido contra las instituciones tradicionales de Occidente: la familia, el Estado. La visión de estas instituciones era demoledora, se presentaban como agresoras y destructivas de la libertad individual, y a quienes trabajaban en ellas se les percibía como personas contrarias a los intereses de las personas.
Un grupo de economistas de la derecha política liderado por James Buchanan[6], de los que la mayoría había trabajado para la Corporación RAND, tenía exactamente el mismo objetivo, e iba a usar sofisticadas técnicas matemáticas como la teoría de juegos, para demostrar científicamente que la idea del servicio público, que había sido la base de la vida pública europea durante generaciones, era una farsa y una hipocresía corrupta. Sus ideas empezaron a demoler las antiguas concepciones sobre el Estado, e iban a introducir las suposiciones paranoicas de la Guerra Fría ideadas por Nash en lo más profundo de Occidente. El modelo de comportamiento centrado en el interés propio que se había desarrollado como estrategia nuclear durante la Guerra Fría, para hacer que las ecuaciones matemáticas funcionasen, había sido adoptado ahora por estos economistas como una verdad fundamental sobre la realidad de toda interacción social humana. Para ellos, la realidad de la vida en sociedad era la de millones de personas intrigando y vigilándose unas a otras constantemente, persiguiendo sólo su propio beneficio.
La crisis económica desencadenada en 1971 golpeó duramente las sociedades occidentales, y esto sirvió de excusa para justificar la profunda crisis en la que había comenzado a hacer Occidente. El malestar y la decepción con el mundo creado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, fue dirigido contra las instituciones tradicionales de Occidente: la familia, el Estado. La visión de estas instituciones era demoledora, se presentaban como agresoras y destructivas de la libertad individual, y a quienes trabajaban en ellas se les percibía como personas contrarias a los intereses de las personas.
Un grupo de economistas de la derecha política liderado por James Buchanan[6], de los que la mayoría había trabajado para la Corporación RAND, tenía exactamente el mismo objetivo, e iba a usar sofisticadas técnicas matemáticas como la teoría de juegos, para demostrar científicamente que la idea del servicio público, que había sido la base de la vida pública europea durante generaciones, era una farsa y una hipocresía corrupta. Sus ideas empezaron a demoler las antiguas concepciones sobre el Estado, e iban a introducir las suposiciones paranoicas de la Guerra Fría ideadas por Nash en lo más profundo de Occidente. El modelo de comportamiento centrado en el interés propio que se había desarrollado como estrategia nuclear durante la Guerra Fría, para hacer que las ecuaciones matemáticas funcionasen, había sido adoptado ahora por estos economistas como una verdad fundamental sobre la realidad de toda interacción social humana. Para ellos, la realidad de la vida en sociedad era la de millones de personas intrigando y vigilándose unas a otras constantemente, persiguiendo sólo su propio beneficio.
James Buchanan
Esto
significaba que la creencia de los políticos y los funcionarios públicos de que
trabajaban por el bien común era una fantasía absoluta, porque para eso
sería necesario crear objetivos sociales compartidos, basados en el sacrificio
y el altruismo. Es decir, negaban la premisa básica del hecho social desde la
Grecia Clásica. En el mundo que ellos imaginaban, formado por millones de
individuos desconfiados y egoístas, tales conceptos no podían existir. A esta
concepción del mundo la llamaron la teoría “de
la elección pública”.
En 1975 Margaret Thatcher se convirtió en líder del partido conservador británico, y las ideas de Buchanan que tenían gran influencia en ella y en el grupo de radicales que se formó a su alrededor se implantaron entre los conservadores británicos. Un comité de asesores derechistas de Thatcher trajo a Buchanan a Londres a dar una serie de seminarios. Y él explicó crudamente por qué estaba fallando el Estado británico. Era pura teoría de juegos. Al no haber una versión única de lo que era “el interés público”, burócratas y políticos intrigaban y conspiraban en beneficio propio acumulando poder. Decían estar ayudando a los demás, pero hacían justamente lo contrario. Y el resultado era el caos económico y la descomposición de la sociedad.
Mientras la economía británica sufría la crisis de 1973, la élite burocrática y política que la había dominado desde la guerra, empezó a sufrir ataques tanto desde la izquierda como desde la derecha. Los dirigentes políticos considerados figuras heroicas que habían creado un nuevo mundo sobre las ruinas del nacionalsocialismo, ahora se les acusaba de ser agentes de control, y no de libertad. Y estas nuevas teorías arraigaron en la imaginación de la gente, a través de la ficción. Un escritor del grupo de asesores de Tatcher, Sir Anthony Jay, empezó a escribir una telecomedia titulada “Yes Minister”, en la que planteaba explícitamente la teoría de la libre elección de modo simpático y divertido para el espectador, de manera que hiciera suyas las tesis críticas sobre el papel del Estado en la sociedad y la Economía.
En 1979 Thatcher llegó al poder en el Reino Unido y prometió crear una sociedad basada en la libertad individual, liberando a los ciudadanos de las élites y de los burócratas estatales. Iba aplicar la teoría de la libre elección con la visión oscura y suspicaz de los seres humanos que habían adoptado los estrategas de la Guerra Fría. El gobierno de Thatcher empezó a principios de los años ochenta privatizando un gran número de empresas públicas, pero aunque pronto se hizo evidente que en el mundo moderno había grandes áreas de Estado que debían permanecer bajo el control del gobierno, Thatcher había decidido privatizar también esas áreas, destruyendo las formas de gestión tradicionales. Para ello implantó un sistema que ya no se regía por la idea del deber público, sino por la motivación de los funcionarios a través de incentivos para que buscasen su interés personal. Seguía al pie de la letra las ideas del inventor de la elección pública James Buchanan, que creía que eran esos políticos y burócratas que predican la idea del deber público los más peligrosos. Él los llamaba “los fanáticos” y había que deshacerse de ellos. Buchanan decía que: “estamos más seguros si tenemos políticos un poco egoístas y codiciosos que si tenemos a los fanáticos. Los más peligrosos son los fanáticos, claro, porque creen que saben lo que nos conviene a todos, mientras que los otros están en venta, por así decirlo. Al fanático no se le puede influenciar tan fácilmente con inventivos económicos o de cargo o de rentas, como al no fanático, así que no es bueno que haya muchos fanáticos”. Era una visión sombría y pesimista de la motivación humana, pero iba a ser la base de la gestión del Estado británico que más tarde seguirían el resto de los gobiernos europeos y norteamericano.
En 1988 Thatcher anunció una reforma total en la gestión del Servicio Nacional de Salud, cuyo objetivo era arrebatar el poder a los médicos y sustituirlo por un sistema de gestión moderno y eficiente basado en los números. Para ello, Thatcher acudió a uno de los estrategas nucleares de la Corporación RAND en plena Guerra Fría: Alain Enthoven[7]. En los años cincuenta, el trabajo de Enthoven había sido planear cómo combatir y ganar una guerra nuclear. Para hacerlo había diseñado un sistema matemático que usaba las armas nucleares como incentivo racional para manipular al otro bando. Enthoven diseñó tablas que mostraban cuántos megatones de bombas habría que lanzar y en qué ciudades, y a cuántas personas habría que matar, para demostrar a los rusos que lo que más les convenía era sentarse a la mesa de negociaciones. A partir de esto, Enthoven desarrolló una técnica que llamó “análisis de sistemas”. Era una técnica de gestión que según él podía aplicarse a cualquier tipo de organización humana, y cuyo objetivo era eliminar todos los valores emocionales y subjetivos que confunden y corrompen el sistema y reemplazarlos por métodos racionales y objetivos, metas matemáticamente definidas e incentivos. Enthoven había intentado aplicar este sistema por primera vez en los años sesenta, cuando fue Secretario Adjunto de Defensa. El Secretario de Defensa Robert Mcnamara, le pidió ayuda para transformar el funcionamiento del Pentágono, y Enthoven desempeñó esta función de asesoramiento entre 1961 y 1969. Comenzó erradicando la idea de que el patriotismo debía ser la fuerza motriz de la Defensa Nacional, y lo sustituyó por su sistema racional basado en números, sustituyó al patriotismo y a la idea de servicio público por los resultados matemáticamente mensurables. El experimento acabó en un desastre cuando intentó plantear la guerra de Vietnam de una forma racional y matemática, con objetivos de resultados e incentivos. El ejemplo más infame fue el recuento de cadáveres, que había sido concebido como un indicador racional para saber si EE.UU. estaba ganando la guerra. Las tropas simplemente se inventaron los resultados, llegando a disparar sobre civiles para alcanzar los objetivos requeridos. En 1967 Mcnamara dimitió.
En 1975 Margaret Thatcher se convirtió en líder del partido conservador británico, y las ideas de Buchanan que tenían gran influencia en ella y en el grupo de radicales que se formó a su alrededor se implantaron entre los conservadores británicos. Un comité de asesores derechistas de Thatcher trajo a Buchanan a Londres a dar una serie de seminarios. Y él explicó crudamente por qué estaba fallando el Estado británico. Era pura teoría de juegos. Al no haber una versión única de lo que era “el interés público”, burócratas y políticos intrigaban y conspiraban en beneficio propio acumulando poder. Decían estar ayudando a los demás, pero hacían justamente lo contrario. Y el resultado era el caos económico y la descomposición de la sociedad.
Mientras la economía británica sufría la crisis de 1973, la élite burocrática y política que la había dominado desde la guerra, empezó a sufrir ataques tanto desde la izquierda como desde la derecha. Los dirigentes políticos considerados figuras heroicas que habían creado un nuevo mundo sobre las ruinas del nacionalsocialismo, ahora se les acusaba de ser agentes de control, y no de libertad. Y estas nuevas teorías arraigaron en la imaginación de la gente, a través de la ficción. Un escritor del grupo de asesores de Tatcher, Sir Anthony Jay, empezó a escribir una telecomedia titulada “Yes Minister”, en la que planteaba explícitamente la teoría de la libre elección de modo simpático y divertido para el espectador, de manera que hiciera suyas las tesis críticas sobre el papel del Estado en la sociedad y la Economía.
En 1979 Thatcher llegó al poder en el Reino Unido y prometió crear una sociedad basada en la libertad individual, liberando a los ciudadanos de las élites y de los burócratas estatales. Iba aplicar la teoría de la libre elección con la visión oscura y suspicaz de los seres humanos que habían adoptado los estrategas de la Guerra Fría. El gobierno de Thatcher empezó a principios de los años ochenta privatizando un gran número de empresas públicas, pero aunque pronto se hizo evidente que en el mundo moderno había grandes áreas de Estado que debían permanecer bajo el control del gobierno, Thatcher había decidido privatizar también esas áreas, destruyendo las formas de gestión tradicionales. Para ello implantó un sistema que ya no se regía por la idea del deber público, sino por la motivación de los funcionarios a través de incentivos para que buscasen su interés personal. Seguía al pie de la letra las ideas del inventor de la elección pública James Buchanan, que creía que eran esos políticos y burócratas que predican la idea del deber público los más peligrosos. Él los llamaba “los fanáticos” y había que deshacerse de ellos. Buchanan decía que: “estamos más seguros si tenemos políticos un poco egoístas y codiciosos que si tenemos a los fanáticos. Los más peligrosos son los fanáticos, claro, porque creen que saben lo que nos conviene a todos, mientras que los otros están en venta, por así decirlo. Al fanático no se le puede influenciar tan fácilmente con inventivos económicos o de cargo o de rentas, como al no fanático, así que no es bueno que haya muchos fanáticos”. Era una visión sombría y pesimista de la motivación humana, pero iba a ser la base de la gestión del Estado británico que más tarde seguirían el resto de los gobiernos europeos y norteamericano.
En 1988 Thatcher anunció una reforma total en la gestión del Servicio Nacional de Salud, cuyo objetivo era arrebatar el poder a los médicos y sustituirlo por un sistema de gestión moderno y eficiente basado en los números. Para ello, Thatcher acudió a uno de los estrategas nucleares de la Corporación RAND en plena Guerra Fría: Alain Enthoven[7]. En los años cincuenta, el trabajo de Enthoven había sido planear cómo combatir y ganar una guerra nuclear. Para hacerlo había diseñado un sistema matemático que usaba las armas nucleares como incentivo racional para manipular al otro bando. Enthoven diseñó tablas que mostraban cuántos megatones de bombas habría que lanzar y en qué ciudades, y a cuántas personas habría que matar, para demostrar a los rusos que lo que más les convenía era sentarse a la mesa de negociaciones. A partir de esto, Enthoven desarrolló una técnica que llamó “análisis de sistemas”. Era una técnica de gestión que según él podía aplicarse a cualquier tipo de organización humana, y cuyo objetivo era eliminar todos los valores emocionales y subjetivos que confunden y corrompen el sistema y reemplazarlos por métodos racionales y objetivos, metas matemáticamente definidas e incentivos. Enthoven había intentado aplicar este sistema por primera vez en los años sesenta, cuando fue Secretario Adjunto de Defensa. El Secretario de Defensa Robert Mcnamara, le pidió ayuda para transformar el funcionamiento del Pentágono, y Enthoven desempeñó esta función de asesoramiento entre 1961 y 1969. Comenzó erradicando la idea de que el patriotismo debía ser la fuerza motriz de la Defensa Nacional, y lo sustituyó por su sistema racional basado en números, sustituyó al patriotismo y a la idea de servicio público por los resultados matemáticamente mensurables. El experimento acabó en un desastre cuando intentó plantear la guerra de Vietnam de una forma racional y matemática, con objetivos de resultados e incentivos. El ejemplo más infame fue el recuento de cadáveres, que había sido concebido como un indicador racional para saber si EE.UU. estaba ganando la guerra. Las tropas simplemente se inventaron los resultados, llegando a disparar sobre civiles para alcanzar los objetivos requeridos. En 1967 Mcnamara dimitió.
Robert Mcnamara
Pero el
fracaso no disuadió a Enthoven de sus teorías, a continuación aplicó sus
sistemas para diseñar una forma racional de gestionar la sanidad pública, que empezó
a aplicar en los EE.UU., pero en 1986 Thatcher le pidió que hiciera lo mismo
con la sanidad pública británica. Igual que había desafiado el poder de los
generales en el Pentágono, ahora iba a hacer lo mismo con los médicos
británicos. Enthoven llamó a su plan para la sanidad británica “el mercado interno”. Era una simulación
matemática del mercado libre en la que se utilizaban los números para crear
datos mensurables y objetivos de resultados a todos los niveles, mientras se
simulaba la competencia del mercado libre mediante un sistema de incentivos.
Todo esto imitaba las presiones del mercado en un servicio público en el que
por definición dicha competencia ni existe, ni debe existir. Enthoven pensaba
que estaba diseñando un sistema que liberaba la iniciativa individual, que iba
a liberar a millones de empleados públicos de del control de las viejas élites
médicas. Veía su método como algo objetivo
basado en números que definía unos objetivos que los individuos eran libres de
alcanzar del modo que quisieran. Pero era un tipo de libertad que significaba
renunciar a toda idea de trabajar para el colectivo o público, y convertirse en
individuos que calculaban en todo momento cómo podían obtener el mayor
beneficio en un sistema regido y definido por datos estadísticos.
Las ideas de Anthoven, como las de Buchanan se basaba en la visión de los seres humanos egoístas que John Nash había creado en los años cincuenta para hacer que funcionaran sus ecuaciones en la teoría de juegos. Sólo que ahora el objetivo del sistema de metas e incentivos era transformar a los empleados públicos en seres simplificados, en individuos que calculasen qué es lo que más les convenía y no volviesen a pensar en términos políticos más amplios.
Las ideas de Anthoven, como las de Buchanan se basaba en la visión de los seres humanos egoístas que John Nash había creado en los años cincuenta para hacer que funcionaran sus ecuaciones en la teoría de juegos. Sólo que ahora el objetivo del sistema de metas e incentivos era transformar a los empleados públicos en seres simplificados, en individuos que calculasen qué es lo que más les convenía y no volviesen a pensar en términos políticos más amplios.
Alain Enthoven
Margaret
Thatcher impuso una visión de los seres humanos como individuos aislados procesadores
de información sin emociones, gente que no siente la menor motivación para
participar en política por la satisfacción emocional de formar parte de algo
más grande que ellos mismos. Y así lo que tenemos son esos pequeños
procesadores de información que quizás se preocupen por su familia o sus
vacaciones, pero la idea de que a alguien le interese el bienestar
de todos se considera una ingenuidad.
En noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín y terminó la Guerra Fría, y la idea de libertad triunfante está profundamente enraizada en la suspicacia, la esquizofrenia y la paranoia de la Guerra Fría que terminó por imponer Margaret Thatcher. Esta idea se ha extendido hasta dominar la política misma, llevando realmente a la corrupción y a un injusto reparto de la riqueza. Las élites dirigentes del mundialismo, han marcado como supremo objetivo político de nuestro tiempo, la idea de libertad individual, por encima de toda idea de deber o de pertenencia a una comunidad. En Irak, Afganistán, Siria o tantos otros lugares, EE.UU., Gran Bretaña y sus vasallos se han propuesto liberar a los individuos de la “tiranía” de sus tradiciones y su cultura. Y los gobiernos, que decían implantar la libertad cuando destruyeron a Europa en 1945, en realidad han propiciado el ascenso de un nuevo sistema de gestión cada vez más controlador, basado en objetivos y cifras que finalmente ha supuesto un aumento de la desigualdad y un colapso dramático de la movilidad social. La consecuencia ha sido el retorno del poder de clase y de los privilegios de los menos, sobre los más.
En noviembre de 1989 cayó el muro de Berlín y terminó la Guerra Fría, y la idea de libertad triunfante está profundamente enraizada en la suspicacia, la esquizofrenia y la paranoia de la Guerra Fría que terminó por imponer Margaret Thatcher. Esta idea se ha extendido hasta dominar la política misma, llevando realmente a la corrupción y a un injusto reparto de la riqueza. Las élites dirigentes del mundialismo, han marcado como supremo objetivo político de nuestro tiempo, la idea de libertad individual, por encima de toda idea de deber o de pertenencia a una comunidad. En Irak, Afganistán, Siria o tantos otros lugares, EE.UU., Gran Bretaña y sus vasallos se han propuesto liberar a los individuos de la “tiranía” de sus tradiciones y su cultura. Y los gobiernos, que decían implantar la libertad cuando destruyeron a Europa en 1945, en realidad han propiciado el ascenso de un nuevo sistema de gestión cada vez más controlador, basado en objetivos y cifras que finalmente ha supuesto un aumento de la desigualdad y un colapso dramático de la movilidad social. La consecuencia ha sido el retorno del poder de clase y de los privilegios de los menos, sobre los más.
[1]
La Corporación RAND (Research And Development)
es un laboratorio de ideas (think tank)
norteamericano formado por las fuerzas armadas norteamericanas
para la realización de estudios estratégicos. Actualmente también trabaja en la
organización comercial y gubernamental de los Estados Unidos. RAND tiene alrededor de 1.600 empleados
distribuidos en seis lugares: En los Estados Unidos. - Santa Mónica, California y Washington, DC (actualmente localizados en Arlington, Virginia y Pittsburgh,
Pensilvania);
En Europa
- Leiden
en los Países Bajos, Berlín,
Alemania,
y Cambridge
en el Reino Unido. En el 2003, se inauguró el instituto
RAND-Qatar.
Algunos consideran que el nombre de la corporación es un acrónimo de la frase
"Research And Development" ("investigación
y desarrollo"). Muchos de los acontecimientos que involucran a
la RAND se basan en suposiciones que son difíciles de verificar, debido a la
falta de detalles acerca del trabajo de alto secreto llevado a cabo por la RAND
para agencias de inteligencia y de defensa.
[2] John Forbes Nash Jr. (Bluefield, 13 de junio de 1928) es un matemático estadounidense que recibió el Premio Nobel de Economía en 1994 por sus aportes a la teoría de juegos y los procesos de negociación, junto a Reinhard Selten y John Harsanyi. La película Una mente maravillosa (2001) está basada en su biografía. A lo largo de su vida su mayor característica ha sido el egocentrismo, algo que le ha incapacitado para comprender a los demás y a los que nunca consideró como iguales. A los catorce años empezó a mostrar interés por las matemáticas y la química, tal vez influenciado por el libro que publicó Eric Temple Bell en 1937: Men of mathematics. Entró en el Colegio Bluefield en 1941. Tenía trece años. Ganó una beca en el concurso George Westinghouse. En junio de 1945 se matriculó en la actual Universidad Carnegie Mellon para estudiar ingeniería química, a diferencia de su padre. Pero fue su profesor quién, dándose cuenta de su habilidad para las matemáticas, lo convenció para que se especializara en ellas. Tres años más tarde aceptó una beca de la Universidad de Princeton para el doctorado de matemáticas. En la Universidad de Princeton impartían clases Albert Einstein y John Von Neumann, algo que motivó su ansia por destacar y obtener cierto reconocimiento. Inventó un juego “matemáticamente perfecto” y en 1949 escribió un artículo titulado Puntos de equilibrio en juegos de n-personas, en el que definía el equilibrio de Nash como una situación en la que ninguno de los jugadores siente la tentación de cambiar de estrategia ya que cualquier cambio implicaría una disminución en sus pagos. Con 21 años se doctoró con una tesis de menos de treinta páginas sobre juegos no cooperativos, bajo la dirección de Albert W. Tucker. Tuvo inmediatamente un reconocimiento entre el resto de especialistas y poco después comenzó a trabajar para la RAND, una institución de las Fuerza Aérea de los Estados Unidos dedicada a la investigación estratégica. En el verano de 1954 fue arrestado en un servicio público por “exposición indecente”, lo que dio lugar a reiteradas sospechas de haber mantenido una conducta homosexual en su juventud y, como consecuencia de ello, fue expulsado de la RAND. Se casó en 1957 con una alumna suya del MIT, la salvadoreña Alicia Lardé con la que tuvo un hijo que heredó la esquizofrenia de su padre. Un año después de su matrimonio se le diagnosticó esquizofrenia y todo cambió. Tras estar internado forzosamente durante cincuenta días en el hospital McLean, viajó a Europa, donde intentó conseguir el estatus de refugiado político. Creía que era perseguido por “criptocomunistas” (agentes comunistas infiltrados). Estuvo hospitalizado en varias ocasiones forzosamente por períodos de cinco a ocho meses en centros psiquiátricos de Nueva Jersey y salió creyendo que se había curado, hasta que decidió suspender el medicamento lo que causó la reaparición de las alucinaciones. A punto de ser internado nuevamente, se dio cuenta que las alucinaciones no eran reales por lo que usando la teoría de “todo problema tiene una solución”, decidió resolver por su cuenta su problema psicológico y así con el paso del tiempo tuvo que aprender a vivir junto con sus alucinaciones, ignorándolas por completo. En 1967 se definió como “un antisemita fanático” definición de la que se retractaría antes de la entrega de los premios Óscar a la película de ficción basada en su vida, atribuyéndola a un delirio propio de su esquizofrenia. Sus teorías han influido en las negociaciones comerciales globales, en los avances en biología evolutiva y en las relaciones laborales nacionales. Varios años después, Nash consiguió regresar a la universidad, donde imparte clases de matemáticas.
[2] John Forbes Nash Jr. (Bluefield, 13 de junio de 1928) es un matemático estadounidense que recibió el Premio Nobel de Economía en 1994 por sus aportes a la teoría de juegos y los procesos de negociación, junto a Reinhard Selten y John Harsanyi. La película Una mente maravillosa (2001) está basada en su biografía. A lo largo de su vida su mayor característica ha sido el egocentrismo, algo que le ha incapacitado para comprender a los demás y a los que nunca consideró como iguales. A los catorce años empezó a mostrar interés por las matemáticas y la química, tal vez influenciado por el libro que publicó Eric Temple Bell en 1937: Men of mathematics. Entró en el Colegio Bluefield en 1941. Tenía trece años. Ganó una beca en el concurso George Westinghouse. En junio de 1945 se matriculó en la actual Universidad Carnegie Mellon para estudiar ingeniería química, a diferencia de su padre. Pero fue su profesor quién, dándose cuenta de su habilidad para las matemáticas, lo convenció para que se especializara en ellas. Tres años más tarde aceptó una beca de la Universidad de Princeton para el doctorado de matemáticas. En la Universidad de Princeton impartían clases Albert Einstein y John Von Neumann, algo que motivó su ansia por destacar y obtener cierto reconocimiento. Inventó un juego “matemáticamente perfecto” y en 1949 escribió un artículo titulado Puntos de equilibrio en juegos de n-personas, en el que definía el equilibrio de Nash como una situación en la que ninguno de los jugadores siente la tentación de cambiar de estrategia ya que cualquier cambio implicaría una disminución en sus pagos. Con 21 años se doctoró con una tesis de menos de treinta páginas sobre juegos no cooperativos, bajo la dirección de Albert W. Tucker. Tuvo inmediatamente un reconocimiento entre el resto de especialistas y poco después comenzó a trabajar para la RAND, una institución de las Fuerza Aérea de los Estados Unidos dedicada a la investigación estratégica. En el verano de 1954 fue arrestado en un servicio público por “exposición indecente”, lo que dio lugar a reiteradas sospechas de haber mantenido una conducta homosexual en su juventud y, como consecuencia de ello, fue expulsado de la RAND. Se casó en 1957 con una alumna suya del MIT, la salvadoreña Alicia Lardé con la que tuvo un hijo que heredó la esquizofrenia de su padre. Un año después de su matrimonio se le diagnosticó esquizofrenia y todo cambió. Tras estar internado forzosamente durante cincuenta días en el hospital McLean, viajó a Europa, donde intentó conseguir el estatus de refugiado político. Creía que era perseguido por “criptocomunistas” (agentes comunistas infiltrados). Estuvo hospitalizado en varias ocasiones forzosamente por períodos de cinco a ocho meses en centros psiquiátricos de Nueva Jersey y salió creyendo que se había curado, hasta que decidió suspender el medicamento lo que causó la reaparición de las alucinaciones. A punto de ser internado nuevamente, se dio cuenta que las alucinaciones no eran reales por lo que usando la teoría de “todo problema tiene una solución”, decidió resolver por su cuenta su problema psicológico y así con el paso del tiempo tuvo que aprender a vivir junto con sus alucinaciones, ignorándolas por completo. En 1967 se definió como “un antisemita fanático” definición de la que se retractaría antes de la entrega de los premios Óscar a la película de ficción basada en su vida, atribuyéndola a un delirio propio de su esquizofrenia. Sus teorías han influido en las negociaciones comerciales globales, en los avances en biología evolutiva y en las relaciones laborales nacionales. Varios años después, Nash consiguió regresar a la universidad, donde imparte clases de matemáticas.
[3] El dilema del prisionero es un problema fundamental de la teoría de juegos que muestra que dos personas pueden no cooperar incluso si en ello va el interés de ambas. Fue desarrollado originariamente por Merrill M. Flood y Melvin Dresher mientras trabajaban en RAND en 1950. Albert W. Tucker formalizó el juego con la frase sobre las recompensas penitenciarias y le dio el nombre del "dilema del prisionero" (Poundstone, 1995). La enunciación clásica del dilema del prisionero es: La policía arresta a dos sospechosos. No hay pruebas suficientes para condenarlos y, tras haberlos separado, los visita a cada uno y les ofrece el mismo trato. Si uno confiesa y su cómplice no, el cómplice será condenado a la pena total, diez años, y el primero será liberado. Si uno calla y el cómplice confiesa, el primero recibirá esa pena y será el cómplice quien salga libre. Si ambos confiesan, ambos serán condenados a seis años. Si ambos lo niegan, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante seis meses por un cargo menor. Vamos a suponer que ambos prisioneros son completamente egoístas y su única meta es reducir su propia estancia en la cárcel. Como prisioneros tienen dos opciones: cooperar con su cómplice y permanecer callado, o traicionar a su cómplice y confesar. El resultado de cada elección depende de la elección del cómplice. Por desgracia, uno no conoce qué ha elegido hacer el otro. Incluso si pudiesen hablar entre sí, no podrían estar seguros de confiar mutuamente. Si uno espera que el cómplice escoja cooperar con él y permanecer en silencio, la opción óptima para el primero sería confesar, lo que significaría que sería liberado inmediatamente, mientras el cómplice tendrá que cumplir una condena de 10 años. Si espera que su cómplice decida confesar, la mejor opción es confesar también, ya que al menos no recibirá la condena completa de 10 años, y sólo tendrá que esperar 6, al igual que el cómplice. Y, sin embargo, si ambos decidiesen no cooperar y permanecer en silencio, ambos serían liberados en sólo 6 meses. Confesar es una estrategia dominante para ambos jugadores. Sea cual sea la elección del otro jugador, pueden reducir siempre su sentencia confesando. Por desgracia para los prisioneros, esto conduce a un resultado regular, en el que ambos confiesan y ambos reciben largas condenas. Aquí se encuentra el punto clave del dilema. El resultado de las interacciones individuales produce un resultado que no es óptimo, en el sentido de eficiencia de Pareto en el que un cambio hacia una nueva situación que al menos mejora la situación de un individuo, resulte sin hacer que empeore la situación de los demás; existe una situación tal que la utilidad de uno de los detenidos podría mejorar, incluso la de ambos, sin que esto implique un empeoramiento para el resto. En otras palabras, el resultado en el cual ambos detenidos no confiesan domina al resultado en el cual los dos eligen confesar.
[4] David L. Rosenhan fue un psicólogo judío de nacionalidad estadounidense, conocido por el Experimento de Rosenhan de 1972, que fue publicado en la revista Sciencie con el título «On being sane in insane places» (‘sobre estar cuerdo en sitios de locos’). Estudió psicología en la Universidad Yeshiva, en 1953 obtuvo su título de máster y en 1958 obtuvo su doctorado en psicología. Además de su célebre experimento, sus contribuciones pasan por ser uno de los pioneros en utilizar y aplicar la psicología en los procesos judiciales y legales, junto con el estudio e investigación en el área de la psicología educacional. Terminó su carrera como profesor emérito en el Departamento de Psicología de la Universidad de Stanford.
[5] Leopold Robert Spitzer es profesor emérito de psiquiatría y psicólogo. Ha pasado la mayor parte de su carrera en la Universidad de Columbia en Nueva York, Estados Unidos y forma parte de la facultad de investigación del Centro de la Universidad de Columbia para la Capacitación e Investigación Psicoanalítica. Es el arquitecto de la moderna clasificación de los trastornos mentales o DSM. Se retiró en diciembre de 2010, tras haber sido uno de los psiquiatras más influyentes del siglo XX. Spitzer encabezó 1973 la decisión de la APA para eliminar la homosexualidad de su lista de trastornos mentales. En mayo de 2001 se presentó en Nueva Orleans, en la conferencia anual de la Asociación Psiquiátrica Americana, lo que un escritor de la Asociación de prensa científica llamó “un nuevo estudio explosivo”. El estudio llamó la atención de los medios de comunicación mundiales. El Dr. Robert Spitzer, prominente psiquiatra que dirigió el equipo que suprimió la homosexualidad del Manual de Desórdenes Mentales en 1973, concluía que una orientación homosexual (y no sólo la conducta homosexual) parece que puede cambiarse en algunas personas. “Como muchos psiquiatras”, decía, “creía que la conducta homosexual podía ser reprimida, pero que nadie podía en realidad cambiar su orientación sexual. Ahora creo que eso no es cierto: algunas personas pueden cambiar y de hecho lo hacen”.
[6] James Buchanan, fue premio Nobel de Economía en 1986, sus ideas se enmarcan en un enfoque interdisciplinar a caballo entre la Economía, la Sociología y la Teoría Política y el Derecho. Buchanan abordó temas como los modelos de votación, la teoría económica constitucional, los incentivos y motivos de los agentes políticos, la Hacienda Pública o las ventajas que los grupos de presión son capaces de extraer del marco regulativo. Durante la II Guerra Mundial sirvió a las órdenes de Nimitz, comandante de la flota del Pacífico. En 1948 se doctoró en la Universidad de Chicago, que en aquella época reunía, entre otros muchos notables, a economistas como Milton Friedman, George Stigler o Gary S. Becker; todos ellos acabarían recibiendo el Nobel. Sin embargo, fue otro liberal que impartía clases en aquel centro, el economista y filósofo social Frank Knight, quien ejercería la influencia directa más importante sobre Buchanan. Knight, que fue director de tesis de Buchanan y postuló teorías sobre el beneficio aún presentes en los manuales de economía, aplicaba el enfoque transversal que acabaría caracterizando la obra del propio Buchanan. Tras un breve paso como profesor por la Universidad de Tennessee, en 1951 Buchanan fue nombrado director del departamento de economía de la Universidad del Estado de Florida. Más adelante fue contratado por la de Virginia, donde en 1957 fundó el Thomas Jefferson Center for Studies in Political Economy (al que definía como “comunidad de estudiosos que desean preservar un orden social basado en la libertad individual”), el primero de los varios think tanks conservadores que promovió, dirigió o a los que estuvo asociado durante su dilatada carrera académica; entre ellos el Center for Study of Public Choice o el Cato Institute. Buchanan también impartiría clases en la Universidad Politécnica de Virginia y, a partir de 1983, en la George Mason, igualmente en ese Estado. Auténtico refundador de la economía política sobre bases liberales, Buchanan tenía una decidida vocación práctica: “La teoría de la elección pública, concebida estrictamente en su versión teórica, no lleva a ninguna parte, carece de objeto o legitimidad”, escribió. Entre otras numerosas ideas en materia de gestión de la hacienda pública o regulación del juego político, promovió la de anclar los topes al déficit público en el ordenamiento constitucional de las naciones. Cabe recordar que esa limitación del margen de juego presupuestario motivó hace dos años la segunda reforma de la Carta Magna española en sus más de tres décadas de historia. Aunque no puede atribuirse en exclusiva a Buchanan la teoría de la elección pública, que hunde sus raíces en la escuela de economía austríaca de Mises y Hayek, sí fue su defensor más señero desde los años cincuenta del siglo pasado. Publicó más de 30 libros, quizás el más relevante fue El cálculo del consenso (Espasa, 1980), coescrito con Gordon Tullock. Inspiró y defendió la agenda que, a partir de los años ochenta hizo propia Thatcher, Reagan y sus herederos: debilitamiento del sector público y desregulación de la Economía.
[7] C. Alain Enthoven es un economista estadounidense. Fue Secretario Adjunto de Defensa 1961-1965 y 1965-1969 fue Secretario Asistente de Defensa para el Análisis de Sistemas. Actualmente es Marriner S. Eccles Profesor de Gestión Pública y Privada, Emérito, en Stanford Graduate School of Business. Enthoven recibió su licenciatura de la Universidad de Stanford en 1952, un M. Phil. de la Universidad de Oxford en 1954, y un doctorado del MIT en 1956. Fue Corporación RAND economista entre 1956 y 1960. Es miembro del Instituto de Medicina , miembro de la Academia Americana de las Artes y las Ciencias, y es un ex beca Rhodes.