A partir de 1974 y hasta 1996, el sistema democrático de partidos se
extendió por todo el planeta. De un total de 191 países, 117 se consideraban
ajustados a los parámetros democráticos definidos por los EE.UU. y sus aliados.
Y como en política nada ocurre por casualidad, presumir que esta propagación
del modelo político marcado por la potencia dominante es fruto de la casualidad
o del convencimiento que las ejemplares bondades del mismo ofrecen del mundo, es
pecar de ingenuidad e infantilismo. Este proceso de difusión del modelo
político democrático tampoco puede afirmarse que responda al desarrollo de
procesos internos de cada país,; ni cabe decir que las influencias externas e
internacionales jugaron un papel secundario; y como los hechos posteriores han
demostrado, tampoco puede afirmarse que nos encontremos ante una evolución
natural hacia el “Fin de la Historia”
en donde la democracia capitalista es la etapa última del desarrollo político-social.
Ninguna de estas explicaciones coincide con los datos objetivos de la realidad.
Esta súbita expansión del sistema democrático hegemónico, coincide con otros
dos fenómenos paralelos relacionados con el mismo y que también se han
producido súbitamente: lo que hemos dado en llamar ”globalización” en el ámbito internacional, y las “privatizaciones” en el seno de los
Estados.
La oleada comenzó en Europa siguió por Hispanoamérica y terminó con su
expansión por los países que formaban el antiguo bloque comunista, sin olvidar
la incidencia que ha tenido en África que, si bien ha sido más limitada, no por
ello puede decirse que no se haya producido. Si analizamos la evolución que ha
tenido este proceso, pronto encontramos varias de las causas económicas que lo
han originado, que en conjunto dan explicación a lo ocurrido y que pueden ser
enumeradas del siguiente modo:
Crecimiento demográfico.
El aumento de la
población mundial y la progresiva
complejidad de las finanzas y de los métodos de producción y distribución, han
generado sociedades mucho más difíciles de controlar. Los regímenes
dictatoriales no supieron generar alternativas políticas que permitiesen
controlar la situación en un nuevo escenario.
Tecnología. La dificultad de control de la población se
vio aumentada aún más por las posibilidades de
las nuevas formas de comunicación, especialmente por el fenómeno de “internet” y el llamado “efecto CNN”. Las posibilidades de “adoctrinamiento” a gran escala y las
influencias de la “inteligentsia”
neoliberal a nivel planetario aumentaron exponencialmente. Frente a ello, los
regímenes no liberales no tuvieron capacidad de reacción.
Crisis económicas. Las sucesivas crisis económicas mundiales
ocurridas desde que EE.UU. abandonó la convertibilidad del dólar en oro, y se produjo la crisis del petróleo de 1973,
generaron un descontento en la población frente a los políticos que los
gobernaban, estableciendo un paralelismo entre prosperidad económica y sistema
democrático no siempre cierto, que condujo a la caída de muchos de los
regímenes dictatoriales.
Deuda externa. A partir de la recesión de 1981 se disparó
la deuda externa de los países, que con la subida de los tipos de interés por
la Reserva Federal (FED) de los EE.UU. quedaron a merced de los acreedores
internacionales, en una maniobra de expansión-restricción del crédito repetida
hasta la saciedad en los últimos cien años por los EE.UU. primero, y por los
organismos internacionales dependientes de este país después. Esto llevó a que
los gobiernos tomaran medidas deflacionarias y de devaluación de sus monedas
que extendieron la pobreza por continentes enteros, destruyendo las clases
medias en los lugares donde éstas existían. Los gobiernos de las naciones con
regímenes no democráticos que habían contraído las deudas, cayeron a resultas
de la agitación y el descontento social.
Globalización. En un entorno internacional fuertemente
endeudado, dependiente en muchos casos energéticamente del petróleo, que
necesariamente debe pagarse en dólares, la soberanía política de los Estados se
convirtió en un obstáculo para la captación de nuevos préstamos por estos. El
capital internacional podía elegir acudir a aquellos lugares en los que los
gobiernos no pretendieran ejercer un control sobre el mismo, abandonando
aquellos otros que se empeñaran en este control. De esta manera la libertad de
circulación de capitales se convirtió en un requisito exigido a todos los
Estados, por las más poderosas instituciones internacionales (Banco Mundial,
Fondo Monetario Internacional y por la Agencia para el Desarrollo Internacional de los
EE.UU.).
Todas estas circunstancias pusieron de manifiesto otro hecho: la izquierda revolucionaria y utópica no tenía respuesta convincente para los problemas. Se quedó sin explicación desde su propia dogmática de la realidad que la rodeaba.
A las anteriores causas económicas hay que sumarle otras de carácter geopolítico,
estratégico e ideológico que vienen apuntando progresivamente hacia un
universalismo, en el que coinciden tanto los EE.UU., Europa o el Vaticano, que
además coinciden todos ellos con el “internacionalismo”
de la izquierda y el “humanismo”
de la masonería internacional. Si a esto le sumamos que el modelo democrático
cuenta con la mejor financiación imaginable, el mejor equipamiento militar y
sus características le hacen el más fácilmente adaptable a realidades
nacionales diferentes, entenderemos como ha podido producirse esta expansión
del modelo democrático, y cómo se ha producido el advenimiento del nuevo “Imperium” de la democracia liberal como
régimen político dominante impuesto por la hegemonía norteamericana y el poder
financiero mundial.
De estas istintas causas concurrentes para explicar la actual hegemonía
de la democracia liberal, empezaremos explicando las de orden político:
El predominio cultural
norteamericano. La
democratización ha tenido un éxito paralelo a la proximidad cultural con los
EE.UU. En el llamado “Occidente” el
triunfo ha sido pleno y absoluto, indiscutible. Sin embargo en América, al sur
del Río Grande, el proceso ha alcanzado menos intensidad y son varios los países resistentes, principalmente Bolivia, Ecuador y Venezuela. En África y Asia
el proceso democratizador se ha visto muy reducido, pero
dónde no le ha sido posible imponerse, sino muy superficialmente, es en el mundo
islámico. En los países de religión musulmana la ofensiva democrática ha encontrado
una gran resistencia, muy probablemente debido a la inexistente secularización
de estas sociedades, lo que ha permitido la aparición de formas económicas basadas en el Islam alternativas al sistema capitalista. La Coca Cola no ha desplazado al Corán, y el proceso de
expansión del régimen democrático y la influencia de sus principios jurídicos y
filosóficos, ha quedado restringido principalmente al ámbito de influencia de
la cultura judeocristiana, donde por medio del puritanismo protestante-sionista
de los EE.UU. todavía se sostiene.
La Política exterior
norteamericana. Mientras el
contradictorio enfrentamiento de los EE.UU. con la URSS tuvo lugar, los
norteamericanos apoyaron todos los golpes de estado que juzgaron necesarios
para mantener su predominio en diversos lugares del mundo. Pero una vez llegada
la caída del comunismo en Europa, el Departamento de Estado dejó claro que las
dictaduras estaban fuera de lugar en sus planes. El cambio de política de
Whasington quedó claro no sólo a través de las declaraciones de sus embajadores
y portavoces, sino que desde ese momento se llevaron a cabo actuaciones
concretas: se promovió a los intelectuales comprometidos con su modelo; se
canalizaron los programas de ayuda y asistencia provenientes de la “National Foundation for Democracy”
creada en 1984 a las entidades que en cada país promovían sus valores y se
ajustaban a las directrices norteamericanas; el “Center for Electoral promotion and Assistance”, operando desde
Costa Rica, financió, supervisó y controló censos de votantes y elecciones por todo el mundo, envió consultores experimentados para diseñar campañas políticas y
obligó a la adopción del sistema bajo la amenaza de retirada de la ayuda
militar. Cuando todo lo anterior no fue suficiente, se decidió la intervención
militar directa como en los casos de Panamá, Granada y Haití.
La “religión” de los Derechos Humanos. En 1977, bajo la Presidencia de Jimmy Carter, los EE.UU.
decidieron utilizar esta nueva e indiscutible “religión”, como argumento esencial justificativo de su actuación
política. El Departamento de Estado comenzó a publicar su evaluación de la
situación de los llamados ”Derechos Humanos”
en los diversos países del mundo, y a los funcionarios norteamericanos
se les dio instrucciones de tomar este informe, como referente para definir las
políticas de ayuda militar. Desde ese momento,
y con la excepción de Reagan que se apartó de este criterio durante un
breve período de tiempo, todos los presidentes de los EE.UU. han continuado
esta política de valoración de los Estados "vasallos" en razón del grado de ajuste de su proceder a los deseos de la Casa Blanca.
La caída del comunismo
en Europa. Como ya
hemos anticipado más arriba, el colapso del bloque soviético supuso la aparición de dos vacíos políticos difeentes: 1º el creado por la pérdida
de su principal referente para toda la izquierda; 2º el creado para la derecha por la desaparición del
antagonista de los EE.UU. y de las dictaduras militares en
Hispanoamérica. Dos “vacíos” políticos diferentes tanto para la izquierda revolucionaria como
para la derecha neoliberal.
Esto dejó a los partidos comunistas, socialistas y marxistas de todas las clases “huérfanos” y carentes de un proyecto estratégico viable; al tiempo liberó a los EE.UU. de su estrategia de enfrentamiento en forma de compromiso con las dictaduras militares y regímenes dependientes de medio mundo, cuya exclusiva misión era mantener al enemigo ideológico bajo control en cada país de su esfera de influencia. Los EE.UU. optaron así por promover gobiernos ideológicamente afines, y económicamente comprometidos con su proyecto globalizador. La democracia liberal devino en el régimen de gobierno exigido por el Imperio para garantizar la gobernabilidad y el control de su Imperio, su hegemonía cultural y la depredación económica de los recursos de todo orden que le eran necesarios.
Esto dejó a los partidos comunistas, socialistas y marxistas de todas las clases “huérfanos” y carentes de un proyecto estratégico viable; al tiempo liberó a los EE.UU. de su estrategia de enfrentamiento en forma de compromiso con las dictaduras militares y regímenes dependientes de medio mundo, cuya exclusiva misión era mantener al enemigo ideológico bajo control en cada país de su esfera de influencia. Los EE.UU. optaron así por promover gobiernos ideológicamente afines, y económicamente comprometidos con su proyecto globalizador. La democracia liberal devino en el régimen de gobierno exigido por el Imperio para garantizar la gobernabilidad y el control de su Imperio, su hegemonía cultural y la depredación económica de los recursos de todo orden que le eran necesarios.
Como cabe esperar de todo proceso político, las causas de todo orden de la expansión de la democracia liberal son complejas, y las
mismas son sostenidas por una base de orden filosófico y dogmático. Como avanzó
Gramsci, uno de los grandes enemigos históricos de la civilización occidental, la revolución cultural
generalmente precede a la revolución política. Por esta razón, y a modo de
síntesis en cuanto a las causas ideológicas de la expansión del modelo político
imperial, podemos citar a las siguientes:
Liberalismo. A mediados de los años ochenta, los medios
de comunicación y difusión occidentales se lanzaron a una campaña sin
precedentes dirigida a promover la doctrina neoliberal, apoyada en su mayor
parte sobre los pilares de la partitocracia política y la economía de mercado,
entendida como la total ausencia de restricciones para la circulación de
capitales. Este esquema doctrinal fue aceptado de buena gana por una izquierda
desprovista de alternativa alguna y por la derecha burguesa, lo que dio lugar a
la aparición de una nueva generación de políticos dispuestos a aceptar las nuevas
”reglas del juego”, ya fuera desde el
liberalismo político clásico enfocado en la socialdemocracia, o desde el neoliberalismo
económico enfocado en los mercados internacionales. Lo que importa de ello, es
el hecho concreto de que todo el espectro político quedó determinado por los
postulados liberales adoptados en las centrales de poder internacional, y
difundidos como la doctrina oficial del Imperio norteamericano.
Universalización
jurídica. La creación
de un cuerpo de doctrina legal y de una jurisdicción internacional, tuvo su
punto de partida en 1946 con el linchamiento de los líderes nazis en Nuremberg, una aberrante aplicación retroactiva de un pretendido e inexistente Derecho Penal Internacional. La imposición de la “religión” de los “Derechos Humanos” como
patrón de conducta de los Estados, ha significado en realidad la posibilidad
de hacer judiciable ante instancias transnacionales las decisiones políticas de
un Estado-nación, con la excepción del gobierno de los EE.UU. que no ha firmado
nunca ninguno de los tratados internacionales que podría someterlo a dicha
jurisdicción transnacional. Se ha conseguido así instrumentar la intención manifiesta de
impedir que actos considerados inaceptables para la ideología imperial, puedan
ampararse en el principio de soberanía nacional. De esta manera, apoyándose en
supuestos valores éticos y morales previos, lo que se juzga no es la moralidad de un
gobierno, sino su adecuación a los postulados políticos y económicos imperiales. Si fuera
la cuestión moral de un gobierno lo que se juzgara, no habría dirigente de los EE.UU. que no
subiera al cadalso que levantaron para los dirigentes alemanes al final de la última
guerra mundial. Esta concepción individualista de la sociedad ha conducido en
muchos países a elevar los derechos del individuo por encima de los de la
sociedad, los de la parte por encima del todo, lo que ha desarrollado todo un
sistema jurídico “ultragarantista”
que protege más a los delincuentes que a los ciudadanos honrados. Pero esto no
ha ocurrido casualmente ni es un objetivo pretendido, sino que es un efecto colateral del individualismo jurídico liberal, que exalta el
individuo sobre la sociedad hasta el paroxismo, y que no sólo lo hace con la persona física, sino
también y muy principalmete con la jurídica, es decir: las empresas, el dinero. Y esto explica que este
hipergarantismo jurídico liberal haya alcanzado a los ciudadanos.
Religiosas. Más arriba
he señalado como la expansión del modelo democrático ha quedado circunscrita al
área de influencia judeocristiana. El proceso de claudicación de la Iglesia Católica abierto con el Concilio Vaticano II, y el predominio político del movimiento
fundamentalista protestante cristiano-sionista en los EE.UU., han favorecido la
actual ecumenización religiosa. Ambas iglesias protestante y católica han
terminado reconociendo la primacía de “nuestros
hermanos mayores en la fe”, según dijo Juan Pablo II de los judíos. Al
tiempo, el descrédito de los cristianos ha secularizado la sociedad, y los
sucedáneos religiosos en forma de importación de religiones orientales o modas
al estilo de la “new age” han
terminado por abonar el terreno de forma propicia a la fundación de una nueva
religión de corte humanista filomasónico, coincidente en todo con los valores y
criterios imperiales, y han allanado el camino para la lenta, progresiva e inexorable islamización de Europa.
En conclusión, afirmar que la democracia ha sido
aceptada mundialmente por ser el sistema “menos
malo de los conocidos” es propio de una mente políticamente infantil. La
realidad demuestra que no es una convergencia de la voluntad soberana de los
diferentes pueblos lo que ha propiciado su expansión, ni la conclusión de un ciclo histórico producido de forma simultanea, sino que es un requisito exigido como
norma de aceptación por el Imperio, que desacredita sistemáticamente cualquier
otra orientación política, con el arsenal de medios más poderoso de la historia. Lo
que lleva a la claudicación intelectual de cualquier persona que pretenda oponerse al Imperio, al percibir esta situación como
inevitable. No es que la democracia liberal sea el régimen menos malo de
los sistemas conocidos, ni que sea el resultado de la evolución histórica de los pueblos en donde se ha impuesto, sino que es el régimen impuesto por el Imperio norteamericano, que debe ser aceptado por cualquiera que quiera evitar su muerte civil, política e incluso física.