martes, 25 de diciembre de 2012

LA EXPANSIÓN DEL MODELO POLÍTICO NORTEAMERICANO



A partir de 1974 y hasta 1996, el sistema democrático de partidos se extendió por todo el planeta. De un total de 191 países, 117 se consideraban ajustados a los parámetros democráticos definidos por los EE.UU. y sus aliados. Y como en política nada ocurre por casualidad, presumir que esta propagación del modelo político marcado por la potencia dominante es fruto de la casualidad o del convencimiento que las ejemplares bondades del mismo ofrecen del mundo, es pecar de ingenuidad e infantilismo. Este proceso de difusión del modelo político democrático tampoco puede afirmarse que responda al desarrollo de procesos internos de cada país,; ni cabe decir que las influencias externas e internacionales jugaron un papel secundario; y como los hechos posteriores han demostrado, tampoco puede afirmarse que nos encontremos ante una evolución natural hacia el “Fin de la Historia” en donde la democracia capitalista es la etapa última del desarrollo político-social. Ninguna de estas explicaciones coincide con los datos objetivos de la realidad. Esta súbita expansión del sistema democrático hegemónico, coincide con otros dos fenómenos paralelos relacionados con el mismo y que también se han producido súbitamente: lo que hemos dado en llamar ”globalización” en el ámbito internacional, y las “privatizaciones” en el seno de los Estados.

La oleada comenzó en Europa siguió por Hispanoamérica y terminó con su expansión por los países que formaban el antiguo bloque comunista, sin olvidar la incidencia que ha tenido en África que, si bien ha sido más limitada, no por ello puede decirse que no se haya producido. Si analizamos la evolución que ha tenido este proceso, pronto encontramos varias de las causas económicas que lo han originado, que en conjunto dan explicación a lo ocurrido y que pueden ser enumeradas del siguiente modo:

Crecimiento demográfico. El aumento de la población mundial  y la progresiva complejidad de las finanzas y de los métodos de producción y distribución, han generado sociedades mucho más difíciles de controlar. Los regímenes dictatoriales no supieron generar alternativas políticas que permitiesen controlar la situación en un nuevo escenario.

Tecnología. La dificultad de control de la población se vio aumentada aún más por las posibilidades de  las nuevas formas de comunicación, especialmente por el fenómeno de “internet” y el llamado “efecto CNN”. Las posibilidades de “adoctrinamiento” a gran escala y las influencias de la “inteligentsia” neoliberal a nivel planetario aumentaron exponencialmente. Frente a ello, los regímenes no liberales no tuvieron capacidad de reacción.

Crisis económicas. Las sucesivas crisis económicas mundiales ocurridas desde que EE.UU. abandonó la convertibilidad del dólar en oro, y se produjo la crisis del petróleo de 1973, generaron un descontento en la población frente a los políticos que los gobernaban, estableciendo un paralelismo entre prosperidad económica y sistema democrático no siempre cierto, que condujo a la caída de muchos de los regímenes dictatoriales.

Deuda externa. A partir de la recesión de 1981 se disparó la deuda externa de los países, que con la subida de los tipos de interés por la Reserva Federal (FED) de los EE.UU. quedaron a merced de los acreedores internacionales, en una maniobra de expansión-restricción del crédito repetida hasta la saciedad en los últimos cien años por los EE.UU. primero, y por los organismos internacionales dependientes de este país después. Esto llevó a que los gobiernos tomaran medidas deflacionarias y de devaluación de sus monedas que extendieron la pobreza por continentes enteros, destruyendo las clases medias en los lugares donde éstas existían. Los gobiernos de las naciones con regímenes no democráticos que habían contraído las deudas, cayeron a resultas de la agitación y el descontento social.

Globalización. En un entorno internacional fuertemente endeudado, dependiente en muchos casos energéticamente del petróleo, que necesariamente debe pagarse en dólares, la soberanía política de los Estados se convirtió en un obstáculo para la captación de nuevos préstamos por estos. El capital internacional podía elegir acudir a aquellos lugares en los que los gobiernos no pretendieran ejercer un control sobre el mismo, abandonando aquellos otros que se empeñaran en este control. De esta manera la libertad de circulación de capitales se convirtió en un requisito exigido a todos los Estados, por las más poderosas instituciones internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y por la Agencia para el Desarrollo Internacional de los EE.UU.).


Todas estas circunstancias pusieron de manifiesto otro hecho: la izquierda revolucionaria y utópica no tenía respuesta convincente para los problemas. Se quedó sin explicación desde su propia dogmática de la realidad que la rodeaba.

A las anteriores causas económicas hay que sumarle otras de carácter geopolítico, estratégico e ideológico que vienen apuntando progresivamente hacia un universalismo, en el que coinciden tanto los EE.UU., Europa o el Vaticano, que además coinciden todos ellos con el “internacionalismo” de la izquierda y el “humanismo” de la masonería internacional. Si a esto le sumamos que el modelo democrático cuenta con la mejor financiación imaginable, el mejor equipamiento militar y sus características le hacen el más fácilmente adaptable a realidades nacionales diferentes, entenderemos como ha podido producirse esta expansión del modelo democrático, y cómo se ha producido el advenimiento del nuevo “Imperium” de la democracia liberal como régimen político dominante impuesto por la hegemonía norteamericana y el poder financiero mundial.
De estas istintas causas concurrentes para explicar la actual hegemonía de la democracia liberal, empezaremos explicando las de orden político: 

El predominio cultural norteamericano. La democratización ha tenido un éxito paralelo a la proximidad cultural con los EE.UU. En el llamado “Occidente” el triunfo ha sido pleno y absoluto, indiscutible. Sin embargo en  América, al sur del Río Grande, el proceso ha alcanzado menos intensidad y son varios los países resistentes, principalmente Bolivia, Ecuador y Venezuela. En África y Asia el proceso democratizador se ha visto  muy reducido, pero dónde no le ha sido posible imponerse, sino muy superficialmente, es en el mundo islámico. En los países de religión musulmana la ofensiva democrática ha encontrado una gran resistencia, muy probablemente debido a la inexistente secularización de estas sociedades, lo que ha permitido la aparición de formas económicas basadas en el Islam alternativas al sistema capitalista. La Coca Cola no ha desplazado al Corán, y el proceso de expansión del régimen democrático y la influencia de sus principios jurídicos y filosóficos, ha quedado restringido principalmente al ámbito de influencia de la cultura judeocristiana, donde por medio del puritanismo protestante-sionista de los EE.UU. todavía se sostiene.

La Política exterior norteamericana. Mientras el contradictorio enfrentamiento de los EE.UU. con la URSS tuvo lugar, los norteamericanos apoyaron todos los golpes de estado que juzgaron necesarios para mantener su predominio en diversos lugares del mundo. Pero una vez llegada la caída del comunismo en Europa, el Departamento de Estado dejó claro que las dictaduras estaban fuera de lugar en sus planes. El cambio de política de Whasington quedó claro no sólo a través de las declaraciones de sus embajadores y portavoces, sino que desde ese momento se llevaron a cabo actuaciones concretas: se promovió a los intelectuales comprometidos con su modelo; se canalizaron los programas de ayuda y asistencia provenientes de la “National Foundation for Democracy” creada en 1984 a las entidades que en cada país promovían sus valores y se ajustaban a las directrices norteamericanas; el “Center for Electoral promotion and Assistance”, operando desde Costa Rica, financió, supervisó y controló censos de votantes y elecciones por todo el mundo, envió consultores experimentados para diseñar campañas políticas y obligó a la adopción del sistema bajo la amenaza de retirada de la ayuda militar. Cuando todo lo anterior no fue suficiente, se decidió la intervención militar directa como en los casos de Panamá, Granada y Haití.

La “religión” de los Derechos Humanos. En 1977, bajo la Presidencia de Jimmy Carter, los EE.UU. decidieron utilizar esta nueva e indiscutible “religión”, como argumento esencial justificativo de su actuación política. El Departamento de Estado comenzó a publicar su evaluación de la situación de los llamados ”Derechos Humanos  en los diversos países del mundo, y a los funcionarios norteamericanos se les dio instrucciones de tomar este informe, como referente para definir las políticas de ayuda militar. Desde ese momento,  y con la excepción de Reagan que se apartó de este criterio durante un breve período de tiempo, todos los presidentes de los EE.UU. han continuado esta política de valoración de los Estados "vasallos" en razón del grado de ajuste de su proceder a los deseos de la Casa Blanca.

La caída del comunismo en Europa. Como ya hemos anticipado más arriba, el colapso del bloque soviético supuso la aparición de dos vacíos políticos difeentes: 1º el creado por la pérdida de su principal referente para toda la izquierda; 2º el creado para la derecha por la desaparición del antagonista de los EE.UU. y de las dictaduras militares en Hispanoamérica. Dos “vacíos” políticos diferentes tanto para la izquierda revolucionaria como para la derecha neoliberal.

Esto dejó a los partidos comunistas, socialistas y marxistas de todas las clases “huérfanos” y carentes de un proyecto estratégico viable; al tiempo liberó a los EE.UU. de su estrategia de enfrentamiento en forma de compromiso con las dictaduras militares y regímenes dependientes de medio mundo, cuya exclusiva misión era mantener al enemigo ideológico bajo control en cada país de su esfera de influencia. Los EE.UU. optaron así por promover gobiernos ideológicamente  afines, y económicamente comprometidos con su proyecto globalizador. La democracia liberal devino en el régimen de gobierno exigido por el Imperio para garantizar la gobernabilidad y el control de su Imperio, su hegemonía cultural y la depredación económica de los recursos de todo orden que le eran necesarios.

Como cabe esperar de todo proceso político, las causas de todo orden de la expansión de la democracia liberal son complejas, y las mismas son sostenidas por una base de orden filosófico y dogmático. Como avanzó Gramsci, uno de los grandes enemigos históricos de la civilización  occidental, la revolución cultural generalmente precede a la revolución política. Por esta razón, y a modo de síntesis en cuanto a las causas ideológicas de la expansión del modelo político imperial, podemos citar a las siguientes:

Liberalismo. A mediados de los años ochenta, los medios de comunicación y difusión occidentales se lanzaron a una campaña sin precedentes dirigida a promover la doctrina neoliberal, apoyada en su mayor parte sobre los pilares de la partitocracia política y la economía de mercado, entendida como la total ausencia de restricciones para la circulación de capitales. Este esquema doctrinal fue aceptado de buena gana por una izquierda desprovista de alternativa alguna y por la derecha burguesa, lo que dio lugar a la aparición de una nueva generación de políticos dispuestos a aceptar las nuevas ”reglas del juego”, ya fuera desde el liberalismo político clásico enfocado en la socialdemocracia, o desde el neoliberalismo económico enfocado en los mercados internacionales. Lo que importa de ello, es el hecho concreto de que todo el espectro político quedó determinado por los postulados liberales adoptados en las centrales de poder internacional, y difundidos como la doctrina oficial del Imperio norteamericano.

Universalización jurídica. La creación de un cuerpo de doctrina legal y de una jurisdicción internacional, tuvo su punto de partida en 1946 con el linchamiento de los líderes nazis en Nuremberg, una aberrante aplicación retroactiva de un pretendido e inexistente Derecho Penal Internacional. La imposición de la “religión” de los “Derechos Humanos”  como patrón de conducta de los Estados, ha significado en realidad la posibilidad de hacer judiciable ante instancias transnacionales las decisiones políticas de un Estado-nación, con la excepción del gobierno de los EE.UU. que no ha firmado nunca ninguno de los tratados internacionales que podría someterlo a dicha jurisdicción transnacional. Se ha conseguido así instrumentar la intención manifiesta de impedir que actos considerados inaceptables para la ideología imperial, puedan ampararse en el principio de soberanía nacional. De esta manera, apoyándose en supuestos valores éticos y morales previos, lo que se juzga no es la moralidad de un gobierno, sino su adecuación a los postulados políticos y económicos imperiales. Si fuera la cuestión moral de un gobierno lo que se juzgara, no habría dirigente de los EE.UU. que no subiera al cadalso que levantaron para los dirigentes alemanes al final de la última guerra mundial. Esta concepción individualista de la sociedad ha conducido en muchos países a elevar los derechos del individuo por encima de los de la sociedad, los de la parte por encima del todo, lo que ha desarrollado todo un sistema jurídico “ultragarantista” que protege más a los delincuentes que a los ciudadanos honrados. Pero esto no ha ocurrido casualmente ni es un objetivo pretendido, sino que es un efecto colateral del individualismo jurídico liberal, que exalta el individuo sobre la sociedad hasta el paroxismo, y que no sólo lo hace con la persona física, sino también y muy principalmete con la jurídica, es decir: las empresas, el dinero. Y esto explica que este hipergarantismo jurídico liberal haya alcanzado a los ciudadanos.

Religiosas. Más arriba he señalado como la expansión del modelo democrático ha quedado circunscrita al área de influencia judeocristiana. El proceso de claudicación de la Iglesia Católica abierto con el Concilio Vaticano II, y el predominio político del movimiento fundamentalista protestante cristiano-sionista en los EE.UU., han favorecido la actual ecumenización religiosa. Ambas iglesias protestante y católica han terminado reconociendo la primacía de “nuestros hermanos mayores en la fe”, según dijo Juan Pablo II de los judíos. Al tiempo, el descrédito de los cristianos ha secularizado la sociedad, y los sucedáneos religiosos en forma de importación de religiones orientales o modas al estilo de la “new age” han terminado por abonar el terreno de forma propicia a la fundación de una nueva religión de corte humanista filomasónico, coincidente en todo con los valores y criterios imperiales, y han allanado el camino para la lenta, progresiva e inexorable islamización de Europa.

En conclusión, afirmar que la democracia ha sido aceptada mundialmente por ser el sistema “menos malo de los conocidos” es propio de una mente políticamente infantil. La realidad demuestra que no es una convergencia de la voluntad soberana de los diferentes pueblos lo que ha propiciado su expansión, ni la conclusión de un ciclo histórico producido de forma simultanea, sino que es un requisito exigido como norma de aceptación por el Imperio, que desacredita sistemáticamente cualquier otra orientación política, con el arsenal de medios más poderoso de la historia. Lo que lleva a la claudicación intelectual de cualquier persona que pretenda oponerse al Imperio, al percibir esta situación como inevitable. No es que la democracia liberal sea el régimen menos malo de los sistemas conocidos, ni que sea el resultado de la evolución histórica de los pueblos en donde se ha impuesto, sino que es el régimen impuesto por el Imperio norteamericano, que debe ser aceptado por cualquiera que quiera evitar su muerte civil, política e incluso física.

jueves, 20 de diciembre de 2012

¡OH, MI PATRIA!


Los hombres de hoy vivimos inmersos en una oscuridad que nos impide ver la realidad, cuya existencia no es fruto del azar, sino del omnímodo poder de las élites dirigentes mundiales. Un hecho del que, de uno u otro modo, todos somos conscientes y casi ninguno conseguimos concretar.

Estamos presenciando la muerte de Europa; la forma más elevada de cultura y civilización alcanzada nunca por el ser humano. Como percibió en plena época victoriana Carlyle, padecemos: “Una sociedad desquiciada, sacudida y encenagada en los vicios como la vieja sociedad romana cuando se colmó la medida de las iniquidades; los abismos, los diluvios superiores y subterráneos reventando por todas partes y en ese caos furioso de claridades macilentas, todas las estrellas del firmamento borradas. Apenas una estrella en el cielo que el ojo humano pueda ahora divisar; nieblas pestilentes, exhalaciones impuras cada vez más densas, excepto sobre las más altas cumbres, han apagado todas las luces del firmamento. Fuegos fátuos que aparecen aquí y allí hacen las veces de estrellas. Sobre el páramo salvaje del caos, en el aire plomizo, nada más que bruscas iluminaciones de relámpagos revolucionarios; luego, nada más que las tinieblas con débiles apariciones del vano meteoro de la filantropía”[1]. En definitiva: noche y niebla, oscuridad que nos envuelve y oprime. Pero como en las propias explcaciones míticas y legendarias de nuestros orígenes, en las que siempre estuvo presente la oscuridad, ésta desaparecerá finalmente, cuando la Naturaleza reclame sus derechos en no muchas generaciones.

En la tenebrosa oscuridad en la que intencionadamente nos han sumido quienes gobiernan el siglo, asistimos a un cambio de época, de mentalidades y de tecnologías que han acortado el tiempo y el espacio, haciendo un mundo más pequeño en el que los acontecimientos se suceden vertiginosamente. Hecho ante el que mantengo la esperanza de que en medio de esta aceleración constante, la verdad se abra paso y encuentre su lugar a mayor velocidad de la que se han servido los poderosos para tejer este negro manto de mentiras y silencios sobre los que sostienen su tiranía. Vivimos en un mundo convulso y agitado en torno a una de sus grandes encrucijadas históricas, en el que se advierte hoy más que nunca, la clásica descripción de Herman Hesse: “Cada época, cada cultura, cada costumbre y tradición tienen su estilo, tienen sus ternuras y durezas peculiares, sus crueldades y bellezas; consideran ciertos sufrimientos como naturales; aceptan ciertos males con paciencia. La vida humana se convierte en verdadero dolor, en verdadero infierno sólo allí donde dos épocas, dos culturas o religiones se entrecruzan”[2].

No en vano asistimos al drama de la Historia mundial en esta hora decisiva. Los acontecimientos se suceden raudamente, comprimiendo el tiempo y el espacio en estas últimas décadas, forzando nuestra capacidad de adaptación ante la multitud de nuevos sucesos que convergen, se mezclan y confunden, que han recibido como nombre que los resume y sintetiza el de “Globalización”, que ha llegado a nosotros junto con su compañera de viaje, recorriendo Europa como el fantasma marxista del S. XIX la recorrió: “La Crisis”.

“La Crisis” es el tema de nuestro tiempo y está presente en nuestras vidas de forma repetida y cíclica, como como si de una estación del año se tratase. Los medios de comunicación[3] nos lo recuerdan insistentemente, sin que lleguen nunca a explicar ni su realidad, ni sus orígenes verdaderos. Si bien la propia expresión nos invita a creer en su excepcionalidad, en su carácter transitorio respecto de una supuesta estabilidad y pujanza, lo cierto es que no es así. Baste mencionar como ejemplo, que cuando parecía que la Gran Recesión del 2008-2009 empezaba a ser historia, nos ha asaltado no sólo la incertidumbre de una recaída, de una nueva recesión como pretenden los voceros de la ortodoxia mundialista; sino lo que es peor, el temor que nos produce el convencimiento de que entramos en una larga era de oscuridad social, económica y política.

Lo que llamamos “Crisis” no es sólo el final de un ciclo del sistema capitalista, ni una anomalía financiera que pueda resolverse con reformas del sistema financiero; es una crisis profunda de nuestra civilización, que se traduce en una ruptura de los paradigmas que afectan a los individuos y a las colectividades. Una Revolución en definitiva. La quiebra de las relaciones económicas, morales, religiosas, políticas e internacionales. Una ruptura nos ha llevado a un mundo desquiciado y pervertido, apartado de su naturaleza, que se nos aparece como un precipicio hacia el que inevitablemente nos acercamos.

Ante este abismo, formado por la ruptura de todas las tradiciones y la pérdida de todas las identidades, todo necesita un nuevo orden que ha de arrancar otra vez de la persona, ya que es en el mismo ser humano donde la experiencia se asienta y se desarrolla. Un orden nuevo concebido para el hombre en su dimensión individual y comunitaria, que integre junto con su sentido trascendente, el ser específico de cada pueblo y el respeto a la Naturaleza por todos ellos compartida. A lo anterior debe sumarse la sabiduría colectiva transmitida en el tiempo, junto con el conocimiento técnico y tecnológico que haga todo ello posible. La meta que se nos presenta para que la vida vuelva a tener una dimensión humana, es la refundación de la sociedades y de la identidades, en nuestro caso la europea, sobre nuevos paradigmas políticos, sociales y económicos, pues resulta inaceptable que algo tan poco importante como el dinero, puramente físico, creé una diferencia que no se origina en hechos trascendentales, como son la propia capacidad innata y el mérito de la persona.

No es casualidad que Mercurio se presentara en la Antiguedad de Roma como el dios del comercio, de la elocuencia y de los ladrones, el homólogo del dios griego Hermes. La síntesis de ambas actividades, comercio y robo se da plenamente en la actualidad, en el mundo del capitalismo avanzado y moderno, donde no es posible distinguir a los “comerciantes de los mercados”, de los ladrones que nos quitan con impunidad lo que es nuestro. Los adoradores de Mammon[4] han triunfado. El capitalismo actual es el moderno tributario de un ideario asiático nacido en el Israel de la Antigüedad, que ha adoptado su perfil intelectual actual a lo largo de los últimos cinco siglos, alcanzando su pleno desarrollo económico, político y cultural en nuestros días. Ya en 1815, Saint Simon predijo que los banqueros y los magnates de la industria llegarían a gobernar el mundo más que los monarcas. No se equivocó, el sistema imperial que se desenvuelve en un mundo unipolar en lo político y multipolar en lo económico, se encamina hacia su inexorable declive de forma constantemente acelerada, como consecuencia de su naturaleza depredadora, profundamente contraria a la propia del ser humano y a la supervivencia del planeta.

La crisis del capitalismo que vivimos, no es la primera ni será la última, pues nos encontramos en una sucesión de procesos de expansión y contracción económicos que no son fruto de la casualidad, sino que obedecen a impulsos decididos en los centros de poder que a nivel mundial persiguen la concentración del poder político a través de la concentración de capital, del poder económico. Para entender cómo hemos llegado hasta la situación actual, debemos recordar cómo se han venido configurando las actuales relaciones de poder y cuáles son sus orígenes. Muchas veces damos por sabidas cosas, cuya realidad es muy diferente a la que suponemos y sin cuyo conocimiento no podemos entender lo que ocurre en nuestro entorno. Decía John Kenneth Galbraith que: “la Economía y los grandes sistemas económicos y políticos cultivan su propia versión de la verdad de acuerdo con las presiones pecuniarias y las modas políticas de la época, y de los problemas que plantea el hecho de que esa versión no tenga necesariamente relación con lo que ocurre en la realidade Se trata de una situación de la que no podemos culpar a nadie en particular: la mayoría de las personas prefiere creer en aquello que le conviene creer. (…) por lo general, lo conveniente es aquello que resulta útil, o al menos no es hostil, a los intereses económicos, políticos y sociales dominantes”[5]. Y a las creencias carentes de fundamento generalizadas entre las personas; unas veces inducidas por los medios de comunicación controlados por las élites, otras fruto de la necesidad de las personas de creer en determinados mitos, debemos añadirle en el caso de las cuestiones políticas o económicas, una oscuridad artificialmente creada de forma interesada por los pretendidos “gurús” de la Política y de la Economía. Recordando otra vez a Galbratih, éste decía que: "No hay en el dominio de la Economía ninguna idea que no pueda ser expresada en lenguaje común y corriente, aunque ello exija algún esfuerzo. La obscuridad que caracteriza a la prosa económica profesional no deriva de la dificultad del tema. Es consecuencia de un pensamiento no del todo madurado; o bien, refleja el deseo del iniciado de elevarse por encima del vulgo; o también puede ser debida a temor de que se descubran sus insuficiencias"[6]. Otro economista no menos famoso, Ludwig von Misses, representante de la Escuela de Economía austriaca, escribió: "La economía, agrádenos o no, ha dejado de ser esotérica rama del saber, accesible tan solo a una minoría de estudiosos y especialistas. Porque la ciencia económica se ocupa precisamente de los problemas básicos de la sociedad humana"[7]. Sin embargo, la utilización de una jerga estúpida,que busca asegurar una naturaleza científica de la Economía emancipada de toda otra disciplina, mantiene en la ignorancia de las cuestiones económicas más elementales, incluso a las personas mejor formadas, que se limitan a repetir de forma acrítica las ideas que desde los medios de comunicación se difunden.

Así acontece comúnmente, que comúnmente se ignora todo lo que rodea al conglomerado que forman el capitalismo financiero, las grandes corporaciones transnacionales y el mundo de la alta política. Este blog se escribe para tratar de arrojar algo de luz sobre estas cuestiones.

Lo que entiendo que está ocurriendo es lo siguiente:

1. El capitalismo, como poder económico, ha subordinado el poder político a sus exclusivos intereses, de tal manera que los sistemas políticos de Occidente, por la ausencia de toda representatividad y participación de sus ciudadanos, carecen por ello de legitimidad;

2. Los dirigentes del capitalismo financiero o sus dependientes, ocupan cargos políticos en los gobiernos y en las organizaciones internacionales o cargos directivos en las corporaciones transnacionales, de forma sucesiva, simultánea o alternativa según las necesidades que en cada momento demanden los intereses políticos, económicos o militares de dichos grupos de poder. Así han desaparecido los límites entre los entes y poderes políticos y los económicos. Véanse como ejemplos recientes los casos de Grecia con Papademos, Italia con Monti, ambos de Goldmand & Sasch, el español de Luís de Guindos con Lehman Brothers, el del Banco Central Europeo (BCE) con Draghi, o el más habitual de los EE.UU. con los Bush, Rumsfeld, Wolfowitz, etc.;

3. Estos grupos de poder, son el resultado de una alianza entre:
  • Una élite judía de ideología sionista de carácter transnacional y cosmopolita;
  • El movimiento fundamentalista protestante cristiano-sionista de los EE.UU., ambos en permanente apoyo del Estado de Israel a través de los EE.UU. como su principal valedor;
  • Y los trust de la industria de la energía, del armamento, de las comunicaciones y de las finanzas dominados por esta élite sionista.
Todos ellos se confunden, mezclan, fusionan o compiten entre sí hasta la depredación llegado el caso, pero coinciden en el esencial mantenimiento de las estructuras de poder y en la consecución de un ideal mesiánico de carácter fundamentalista religioso, difundido a través de las logias y los templos masónicos y de las organizaciones mundialistas;

4. De lo anterior resulta el hegemonismo imperial de los EE.UU., que con el apoyo de las clases dirigentes locales de cada nación, ya sean políticas, económicas o sociales, impulsa la llamada lucha contra el “imperio del mal” y por la “democracia”, y la llamada ”guerra contra el terrorismo”, que se basa en tres puntos esenciales:

a) La unipolaridad en el S. XXI. Una nueva visión estratégica de la supremacía mundial estadounidense concretada en el “Preemptive Attack”, como estrategia militar basada en la superioridad tecnológica (en combinación con la “mundialización o globalización”) como medio de mantener el dominio económico, junto con el control estratégico de las fuentes de energía. Este hegemonismo, conlleva la utilización de los organismos internacionales, bien como medio de dominación (Banco Mundial, FMI); bien como coartada de las incursiones imperiales del unilateralismo norteamericano o de imposición de las políticas mundialistas (ONU y organizaciones dependientes); o por último, como medio de movilización de recursos militares auxiliares (OTAN y demás alianzas militares dominadas por los EE.UU.);

b) Un ideal mesiánico, “el destino manifiesto” del fundamentalismo cristiano-sionista protestante y el sionismo israelí, como ideología dominante impulsora de la “democratización” global. La aceptación por el resto del mundo de sus valores, pasa por la “guerra cultural”, y la imprescindible aceptación de los valores sionistas impuestos a las naciones a través de su americanización, de la que es herramienta propagandística eficacísima el cine. El “hollywodismo”, un arma de destrucción masiva de las culturas autóctonas, parte esencial del proceso de americanización cultural, que cumple una función de homogeneización del consumo;

c) La “mundialización o globalización”, como expresión del imperialismo económico de las corporaciones transnacionales. A estas compañías sólo les interesa la obtención de beneficios, sin considerar el impacto de su comercio, explotación o industrialización en la Naturaleza, ni la extensión de la pobreza, ni la destrucción de las identidades nacionales, raciales, étnicas o locales como patrimonio cultural de la especie humana. Para ello es necesario imponer el llamado “libre comercio”, la desregulación del mercado mundial en tanto les beneficie, la libertad absoluta de circulación de capitales, mercancias y personas, así como el control y explotación sin límites de los recursos naturales.

Frente a esta situación, hay que afirmar el valor de los conceptos de Comunidad, Nación y Estado:
  • La Comunidad entendida no desde un grado de riqueza determinado o una situación social derivada de la cuantía de la renta obtenida o de la propiedad de los medios de producción, al modo en el que se concibe la "clase" liberal y marxista, sino como la formada por todos aquellos que obtienen sus rentas del trabajo, del quehacer humano, y no de las rentas del capital y mucho menos del interés del dinero o de actividades especulativas. El trabajo y su corolario, la economía productiva también llamada “real”, debe situarse en el centro de la vida económica, aboliendo el interés del dinero y la especulación, que no debe confundirse con el legítimo comercio, por su intrínseca injusticia e inmoralidad. Un concepto directamente relacionado con el de pertenencia al pueblo o nación; 

  • La Nación concebida como una libre comunidad nacional de personas, unidas por vínculos de historia, cultura y sangre, libres e iguales en derechos: ciudadanos. No ha sido la “mundialización” la causante de la crisis nacional, sino el abandono de la idea de “Nación”, de “comunidad”, por unas élites que se sienten supranacionales y cuya solidaridad es respecto de sus iguales mundialistas. Este proceder es lo que está posibilitando el avance de esta “globalización”. Frente al dominio del Imperio sionista de los EE.UU. y la Europa de la oligarquía de “los mercados” y su “golpe de Estado silencioso” en favor de las corporaciones transnacionales, el capital financiero y las organizaciones mundialistas, hay que plantear la única solución posible: la ruptura con todos los entes y organizaciones mundialistas, y la integración en alianzas económicas y militares basadas en la afirmación de la Justicia como valor supremo de la relación entre las naciones y las personas,, todo ello a través del Estado; 

  • El Estado como instrumento de poder de cada comunidad nacional, que es ejercido en un determinado espacio natural físico de forma soberana e independiente de cualquier otro. Sin perjuicio de su integración y colaboración con las naciones de su mismo entorno geográfico, cultural, biológico, histórico y religioso.
Dicho esto, parece oportuno recordar que es sabido que nadie puede reclamarse con sinceridad autor original de una idea, pues todo lo que decimos o pensamos, ya ha sido dicho o pensado en algún momento por otro. Lo único meritorio es ser capaz de vivir valientemente con aquello que consideramos que es la justa verdad. Por eso, en este blog recogeré las enseñanazas encontradas aquí y allá, tras muchos años de lecturas contradictorias, de búsqueda honrada de lo bello, lo bueno y lo justo sin concesiones a las propias inclinaciones, ni a prejuicios que me llevaran a negar la verdad por el hecho de que no me gustara. Nunca he buscado imponer “mi verdad”, sino encontrar “la verdad”. Para ello ha sido obligado partir de la negación absoluta de cualquier posición meramente teorica y estática, por muy querida que me fuera, abandonando así toda idea preconcebida.

Sólo hay una cosa que debe aplicarse constantemente: el sentido común. Quizás así, algún día, podamos dejar de añorar la libertad perdida, dejando en el recuerdo el canto de lamento por la tiranía formulado por Verdi en la Italia decimonónica: “¡Oh, mia Patria, si bella e perduta!"[8].


                                                                   Para escuchar: Va pensiero (de la opera Nabucco de Verdi).
                                                                                              Ricardo Mutti 12-3-2011
                           

[1] Carlyle, Thomas, “Historia de la Revolución Francesa”, 1837. Citado por Drumond, Eduard en “El fin de un mundo. Estudio Psicológico Social”. Primera edición española. Imprenta y Librería de la Inmaculada Concepción. Barcelona, 1889. Pág. 5.
[2] “El Lobo Estepario”. Hesse, Herman.  Pag. 32. Editores Mexicanos Reunidos. 1985.
[3] Toda referencia realizada en este blog a los llamados “medios de comunicación”, el “cuarto poder” u otras semejantes, nunca debe ser entendida sino como referencia a los medios de combate político utilizados por el Imperio en el conflicto político de cuarta generación, en el “escenario virtual”. No hay medios de comunicación neutrales ni objetivos. No hay periodistas neutrales. Los llamados “mass media” son combatientes de un nuevo escenario bélico: el virtual. Nunca deben ser considerados de otro modo, y siguiendo el “concepto de lo político” definido por Carl Schmitt, no deben ser considerados sino como “amigos” o “enemigos” según el posicionamiento que mantengan. Pero nunca como neutrales ni objetivos.
[4] Mammon es una palabra aramea que significa «riqueza». También se utiliza en hebreo con el significado de «dinero» (ממון).
[5] Kenneth Galbraith, John. “La Economía del fraude inocente. La verdad de nuestro tiempo”. Editorial Crítica. Madrid, 2004.
[6] Kenneth Galbraith, John. “Memorias, una vida de nuestro tiempo”. Pág. 599. Ediciones Grijalbo. Madrid, 1982.
[7] Von Misses, Ludwig. "La Acción Humana". Pág. 1059. Editorial Sopec, Madrid, 1968.
[8] Fragmento del aria “Va pensiero”  de la opera “Nabucco” de Giuseppe Verdi.

LA PROFECÍA CUMPLIDA DE ORWELL





“Y cuando ya todos los demás aceptaban la mentira impuesta por el partido, cuando todos los informes decían lo mismo, entonces la mentira se introdujo en la historia y se hizo verdad”.

George Orwell,
“1984”.