martes, 25 de diciembre de 2012

LA EXPANSIÓN DEL MODELO POLÍTICO NORTEAMERICANO



A partir de 1974 y hasta 1996, el sistema democrático de partidos se extendió por todo el planeta. De un total de 191 países, 117 se consideraban ajustados a los parámetros democráticos definidos por los EE.UU. y sus aliados. Y como en política nada ocurre por casualidad, presumir que esta propagación del modelo político marcado por la potencia dominante es fruto de la casualidad o del convencimiento que las ejemplares bondades del mismo ofrecen del mundo, es pecar de ingenuidad e infantilismo. Este proceso de difusión del modelo político democrático tampoco puede afirmarse que responda al desarrollo de procesos internos de cada país,; ni cabe decir que las influencias externas e internacionales jugaron un papel secundario; y como los hechos posteriores han demostrado, tampoco puede afirmarse que nos encontremos ante una evolución natural hacia el “Fin de la Historia” en donde la democracia capitalista es la etapa última del desarrollo político-social. Ninguna de estas explicaciones coincide con los datos objetivos de la realidad. Esta súbita expansión del sistema democrático hegemónico, coincide con otros dos fenómenos paralelos relacionados con el mismo y que también se han producido súbitamente: lo que hemos dado en llamar ”globalización” en el ámbito internacional, y las “privatizaciones” en el seno de los Estados.

La oleada comenzó en Europa siguió por Hispanoamérica y terminó con su expansión por los países que formaban el antiguo bloque comunista, sin olvidar la incidencia que ha tenido en África que, si bien ha sido más limitada, no por ello puede decirse que no se haya producido. Si analizamos la evolución que ha tenido este proceso, pronto encontramos varias de las causas económicas que lo han originado, que en conjunto dan explicación a lo ocurrido y que pueden ser enumeradas del siguiente modo:

Crecimiento demográfico. El aumento de la población mundial  y la progresiva complejidad de las finanzas y de los métodos de producción y distribución, han generado sociedades mucho más difíciles de controlar. Los regímenes dictatoriales no supieron generar alternativas políticas que permitiesen controlar la situación en un nuevo escenario.

Tecnología. La dificultad de control de la población se vio aumentada aún más por las posibilidades de  las nuevas formas de comunicación, especialmente por el fenómeno de “internet” y el llamado “efecto CNN”. Las posibilidades de “adoctrinamiento” a gran escala y las influencias de la “inteligentsia” neoliberal a nivel planetario aumentaron exponencialmente. Frente a ello, los regímenes no liberales no tuvieron capacidad de reacción.

Crisis económicas. Las sucesivas crisis económicas mundiales ocurridas desde que EE.UU. abandonó la convertibilidad del dólar en oro, y se produjo la crisis del petróleo de 1973, generaron un descontento en la población frente a los políticos que los gobernaban, estableciendo un paralelismo entre prosperidad económica y sistema democrático no siempre cierto, que condujo a la caída de muchos de los regímenes dictatoriales.

Deuda externa. A partir de la recesión de 1981 se disparó la deuda externa de los países, que con la subida de los tipos de interés por la Reserva Federal (FED) de los EE.UU. quedaron a merced de los acreedores internacionales, en una maniobra de expansión-restricción del crédito repetida hasta la saciedad en los últimos cien años por los EE.UU. primero, y por los organismos internacionales dependientes de este país después. Esto llevó a que los gobiernos tomaran medidas deflacionarias y de devaluación de sus monedas que extendieron la pobreza por continentes enteros, destruyendo las clases medias en los lugares donde éstas existían. Los gobiernos de las naciones con regímenes no democráticos que habían contraído las deudas, cayeron a resultas de la agitación y el descontento social.

Globalización. En un entorno internacional fuertemente endeudado, dependiente en muchos casos energéticamente del petróleo, que necesariamente debe pagarse en dólares, la soberanía política de los Estados se convirtió en un obstáculo para la captación de nuevos préstamos por estos. El capital internacional podía elegir acudir a aquellos lugares en los que los gobiernos no pretendieran ejercer un control sobre el mismo, abandonando aquellos otros que se empeñaran en este control. De esta manera la libertad de circulación de capitales se convirtió en un requisito exigido a todos los Estados, por las más poderosas instituciones internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y por la Agencia para el Desarrollo Internacional de los EE.UU.).


Todas estas circunstancias pusieron de manifiesto otro hecho: la izquierda revolucionaria y utópica no tenía respuesta convincente para los problemas. Se quedó sin explicación desde su propia dogmática de la realidad que la rodeaba.

A las anteriores causas económicas hay que sumarle otras de carácter geopolítico, estratégico e ideológico que vienen apuntando progresivamente hacia un universalismo, en el que coinciden tanto los EE.UU., Europa o el Vaticano, que además coinciden todos ellos con el “internacionalismo” de la izquierda y el “humanismo” de la masonería internacional. Si a esto le sumamos que el modelo democrático cuenta con la mejor financiación imaginable, el mejor equipamiento militar y sus características le hacen el más fácilmente adaptable a realidades nacionales diferentes, entenderemos como ha podido producirse esta expansión del modelo democrático, y cómo se ha producido el advenimiento del nuevo “Imperium” de la democracia liberal como régimen político dominante impuesto por la hegemonía norteamericana y el poder financiero mundial.
De estas istintas causas concurrentes para explicar la actual hegemonía de la democracia liberal, empezaremos explicando las de orden político: 

El predominio cultural norteamericano. La democratización ha tenido un éxito paralelo a la proximidad cultural con los EE.UU. En el llamado “Occidente” el triunfo ha sido pleno y absoluto, indiscutible. Sin embargo en  América, al sur del Río Grande, el proceso ha alcanzado menos intensidad y son varios los países resistentes, principalmente Bolivia, Ecuador y Venezuela. En África y Asia el proceso democratizador se ha visto  muy reducido, pero dónde no le ha sido posible imponerse, sino muy superficialmente, es en el mundo islámico. En los países de religión musulmana la ofensiva democrática ha encontrado una gran resistencia, muy probablemente debido a la inexistente secularización de estas sociedades, lo que ha permitido la aparición de formas económicas basadas en el Islam alternativas al sistema capitalista. La Coca Cola no ha desplazado al Corán, y el proceso de expansión del régimen democrático y la influencia de sus principios jurídicos y filosóficos, ha quedado restringido principalmente al ámbito de influencia de la cultura judeocristiana, donde por medio del puritanismo protestante-sionista de los EE.UU. todavía se sostiene.

La Política exterior norteamericana. Mientras el contradictorio enfrentamiento de los EE.UU. con la URSS tuvo lugar, los norteamericanos apoyaron todos los golpes de estado que juzgaron necesarios para mantener su predominio en diversos lugares del mundo. Pero una vez llegada la caída del comunismo en Europa, el Departamento de Estado dejó claro que las dictaduras estaban fuera de lugar en sus planes. El cambio de política de Whasington quedó claro no sólo a través de las declaraciones de sus embajadores y portavoces, sino que desde ese momento se llevaron a cabo actuaciones concretas: se promovió a los intelectuales comprometidos con su modelo; se canalizaron los programas de ayuda y asistencia provenientes de la “National Foundation for Democracy” creada en 1984 a las entidades que en cada país promovían sus valores y se ajustaban a las directrices norteamericanas; el “Center for Electoral promotion and Assistance”, operando desde Costa Rica, financió, supervisó y controló censos de votantes y elecciones por todo el mundo, envió consultores experimentados para diseñar campañas políticas y obligó a la adopción del sistema bajo la amenaza de retirada de la ayuda militar. Cuando todo lo anterior no fue suficiente, se decidió la intervención militar directa como en los casos de Panamá, Granada y Haití.

La “religión” de los Derechos Humanos. En 1977, bajo la Presidencia de Jimmy Carter, los EE.UU. decidieron utilizar esta nueva e indiscutible “religión”, como argumento esencial justificativo de su actuación política. El Departamento de Estado comenzó a publicar su evaluación de la situación de los llamados ”Derechos Humanos  en los diversos países del mundo, y a los funcionarios norteamericanos se les dio instrucciones de tomar este informe, como referente para definir las políticas de ayuda militar. Desde ese momento,  y con la excepción de Reagan que se apartó de este criterio durante un breve período de tiempo, todos los presidentes de los EE.UU. han continuado esta política de valoración de los Estados "vasallos" en razón del grado de ajuste de su proceder a los deseos de la Casa Blanca.

La caída del comunismo en Europa. Como ya hemos anticipado más arriba, el colapso del bloque soviético supuso la aparición de dos vacíos políticos difeentes: 1º el creado por la pérdida de su principal referente para toda la izquierda; 2º el creado para la derecha por la desaparición del antagonista de los EE.UU. y de las dictaduras militares en Hispanoamérica. Dos “vacíos” políticos diferentes tanto para la izquierda revolucionaria como para la derecha neoliberal.

Esto dejó a los partidos comunistas, socialistas y marxistas de todas las clases “huérfanos” y carentes de un proyecto estratégico viable; al tiempo liberó a los EE.UU. de su estrategia de enfrentamiento en forma de compromiso con las dictaduras militares y regímenes dependientes de medio mundo, cuya exclusiva misión era mantener al enemigo ideológico bajo control en cada país de su esfera de influencia. Los EE.UU. optaron así por promover gobiernos ideológicamente  afines, y económicamente comprometidos con su proyecto globalizador. La democracia liberal devino en el régimen de gobierno exigido por el Imperio para garantizar la gobernabilidad y el control de su Imperio, su hegemonía cultural y la depredación económica de los recursos de todo orden que le eran necesarios.

Como cabe esperar de todo proceso político, las causas de todo orden de la expansión de la democracia liberal son complejas, y las mismas son sostenidas por una base de orden filosófico y dogmático. Como avanzó Gramsci, uno de los grandes enemigos históricos de la civilización  occidental, la revolución cultural generalmente precede a la revolución política. Por esta razón, y a modo de síntesis en cuanto a las causas ideológicas de la expansión del modelo político imperial, podemos citar a las siguientes:

Liberalismo. A mediados de los años ochenta, los medios de comunicación y difusión occidentales se lanzaron a una campaña sin precedentes dirigida a promover la doctrina neoliberal, apoyada en su mayor parte sobre los pilares de la partitocracia política y la economía de mercado, entendida como la total ausencia de restricciones para la circulación de capitales. Este esquema doctrinal fue aceptado de buena gana por una izquierda desprovista de alternativa alguna y por la derecha burguesa, lo que dio lugar a la aparición de una nueva generación de políticos dispuestos a aceptar las nuevas ”reglas del juego”, ya fuera desde el liberalismo político clásico enfocado en la socialdemocracia, o desde el neoliberalismo económico enfocado en los mercados internacionales. Lo que importa de ello, es el hecho concreto de que todo el espectro político quedó determinado por los postulados liberales adoptados en las centrales de poder internacional, y difundidos como la doctrina oficial del Imperio norteamericano.

Universalización jurídica. La creación de un cuerpo de doctrina legal y de una jurisdicción internacional, tuvo su punto de partida en 1946 con el linchamiento de los líderes nazis en Nuremberg, una aberrante aplicación retroactiva de un pretendido e inexistente Derecho Penal Internacional. La imposición de la “religión” de los “Derechos Humanos”  como patrón de conducta de los Estados, ha significado en realidad la posibilidad de hacer judiciable ante instancias transnacionales las decisiones políticas de un Estado-nación, con la excepción del gobierno de los EE.UU. que no ha firmado nunca ninguno de los tratados internacionales que podría someterlo a dicha jurisdicción transnacional. Se ha conseguido así instrumentar la intención manifiesta de impedir que actos considerados inaceptables para la ideología imperial, puedan ampararse en el principio de soberanía nacional. De esta manera, apoyándose en supuestos valores éticos y morales previos, lo que se juzga no es la moralidad de un gobierno, sino su adecuación a los postulados políticos y económicos imperiales. Si fuera la cuestión moral de un gobierno lo que se juzgara, no habría dirigente de los EE.UU. que no subiera al cadalso que levantaron para los dirigentes alemanes al final de la última guerra mundial. Esta concepción individualista de la sociedad ha conducido en muchos países a elevar los derechos del individuo por encima de los de la sociedad, los de la parte por encima del todo, lo que ha desarrollado todo un sistema jurídico “ultragarantista” que protege más a los delincuentes que a los ciudadanos honrados. Pero esto no ha ocurrido casualmente ni es un objetivo pretendido, sino que es un efecto colateral del individualismo jurídico liberal, que exalta el individuo sobre la sociedad hasta el paroxismo, y que no sólo lo hace con la persona física, sino también y muy principalmete con la jurídica, es decir: las empresas, el dinero. Y esto explica que este hipergarantismo jurídico liberal haya alcanzado a los ciudadanos.

Religiosas. Más arriba he señalado como la expansión del modelo democrático ha quedado circunscrita al área de influencia judeocristiana. El proceso de claudicación de la Iglesia Católica abierto con el Concilio Vaticano II, y el predominio político del movimiento fundamentalista protestante cristiano-sionista en los EE.UU., han favorecido la actual ecumenización religiosa. Ambas iglesias protestante y católica han terminado reconociendo la primacía de “nuestros hermanos mayores en la fe”, según dijo Juan Pablo II de los judíos. Al tiempo, el descrédito de los cristianos ha secularizado la sociedad, y los sucedáneos religiosos en forma de importación de religiones orientales o modas al estilo de la “new age” han terminado por abonar el terreno de forma propicia a la fundación de una nueva religión de corte humanista filomasónico, coincidente en todo con los valores y criterios imperiales, y han allanado el camino para la lenta, progresiva e inexorable islamización de Europa.

En conclusión, afirmar que la democracia ha sido aceptada mundialmente por ser el sistema “menos malo de los conocidos” es propio de una mente políticamente infantil. La realidad demuestra que no es una convergencia de la voluntad soberana de los diferentes pueblos lo que ha propiciado su expansión, ni la conclusión de un ciclo histórico producido de forma simultanea, sino que es un requisito exigido como norma de aceptación por el Imperio, que desacredita sistemáticamente cualquier otra orientación política, con el arsenal de medios más poderoso de la historia. Lo que lleva a la claudicación intelectual de cualquier persona que pretenda oponerse al Imperio, al percibir esta situación como inevitable. No es que la democracia liberal sea el régimen menos malo de los sistemas conocidos, ni que sea el resultado de la evolución histórica de los pueblos en donde se ha impuesto, sino que es el régimen impuesto por el Imperio norteamericano, que debe ser aceptado por cualquiera que quiera evitar su muerte civil, política e incluso física.

1 comentario:

Brenda dijo...

Primero antes de todo karol wojtyla no fue papa , fue un usurpador.
Gran resumen del excepcionalismo americano que fue fundado por unos herejes milenaristas , que trabaja directamente para el advenimiento del reino del anticristo.