domingo, 26 de octubre de 2014

DE ESPARTA A ESPARTACO. De la puñalada por la espalda a la revolución comunista II



   
Fotograma de la película Sin novedad en el frente, basada en la novela de Erich María Remarque


 6. La guerra y la desaparición del espíritu de 1914.

El inicio de la guerra unificó a la sociedad alemana de 1914 en torno a un espíritu de unidad nacional, que parecía haber borrado las muchas diferencias existentes en el seno de una sociedad, que a principios del siglo XX aparecía dividida en múltiples grupos religiosos (católicos, luteranos y judíos); políticos (socialistas, conservadores y liberales). El orgullo nacional como mito movilizador de la nación, desplegó con la ruptura de las hostilidades, todo su potencial como fuerza de cohesión de la comunidad nacional. Además, el sentimiento de estar ante una guerra justa era generalizado. La Triple Entente había declarado la guerra a los imperios centrales, y desde esa perspectiva la intervención alemana en la guerra estaba justificada. Rusia Imperial era vista como una potencia expansionista que buscaba avanzar hacia el Mediterráneo por los Balcanes, y Francia estaba embargada  desde 1870 por un ciego deseo de revancha contra Alemania. En cuanto al Reino Unido, a los alemanes los sorprendió su entrada en guerra, y pensaban que los británicos estaban usando  la cuestión de la neutralidad belga como excusa para entrar en la guerra, pero que el verdadero objetivo era neutralizar el auge de Alemania, y así mantener el control sobre el comercio mundial de los británicos.
El año 1915 trajo la guerra de trincheras y la creencia generalizada en una rápida victoria se desvaneció, y con el comienzo del bloqueo y las grandes batallas de desgaste humano y material, los alemanes comenzaron a sufrir las consecuencias de la que sería una guerra terriblemente costosa. Con el final de la euforia bélica, las divisiones de políticas y religiosas resurgieron nuevamente, y a ellas se sumaron las maquinaciones revolucionarias, en cuya dirección participaban mayoritariamente elementos de procedencia judía, las sospechas de la escasa participación judía en los frentes de batalla y la presencia de comerciantes judíos en el mercado negro que apareció a resultas del bloqueo británico. La tensión que generó en la sociedad alemana este cúmulo de circunstancias, acabó con el espíritu de unidad nacional que había nacido con la guerra, y se comenzó a dudar de las lealtades nacionales de socialistas y judíos. La gran industria y el Estado Mayor comenzaron a trabajar juntos en la organización de la economía de guerra. La inflación financia los gastos públicos. Los precios de los productos alimenticios aumentaron en un cincuenta por ciento en los dos primeros años, mientras que los salarios permanecían congelados y pronto, , se redujeron al mínimo alimenticio o de supervivencia, incluso en el caso de los obreros cualificados. En noviembre de 1.915, estallaron incidentes en Stuttgart y las mujeres se manifestaron contra la carestía de la vida; al mismo tiempo, en Leipzig, la policía reprimió varias tentativas de manifestación contra el precio de la carne.
El 2 de febrero de 1916, se produjeron en Berlín incidentes delante de las tiendas vacías, y el mismo día 3 de Febrero, en el que Wilson rompía las relaciones de EE.UU. con Alemania, se implantaba el racionamiento en el consumo de carbón, y el día 17 siguiente se creó el ministerio de abastos para hacer frente al hambre. La situación social se iba así agravando conforme transcurrían las hostilidades, y el 22 de febrero los socialdemócratas, liberales de izquierda y nacional-liberales exigían en el Reichstag el cambio a un sistema de gobierno parlamentario. En marzo de 1916, se implantaron por primera vez en Alemania las cartillas de racionamiento a causa de los problemas de abastecimiento. El pan se racionó el uno de febrero de 1.915; después se racionó la grasa, la carne, las patatas... hasta convertir los nabos en el ingrediente básico de la dieta diaria, por lo que al invierno de 1915-1916 se le llamó ”invierno de los colinabos”. Una cartilla de racionamiento daba derecho, siempre que hubiera provisiones, a recibir semanalmente 1’5 kilos de pan, 2’5 kilos de patatas, 80 gramos de mantequilla, 250 gramos de carne, y 180 gramos de azúcar y medio huevo. En total la tercera parte de las calorías necesarias para un adulto corriente en una semana[1]. Cuando comenzó el racionamiento, el bloqueo ya había logrado provocar una reducción de un tercio de la cosecha de cereales por falta de abonos, y de dos tercios en el consumo de carne. Cuando llegó la primavera, la situación de la retaguardia alemana era desoladora. La cosecha de patatas había sido en 1.916 de veintitrés millones de toneladas, cuando los últimos años antes de la guerra se alcanzaba una media de cuarenta y seis millones de toneladas. Además, de la producción alcanzada ese año, seis millones de toneladas no llegaron al mercado oficial: el mercado negro prosperaba y la opulencia de los especuladores se dejaba sentir en los barrios obreros y en los soldados de permiso, provocando un profundo descontento que empezó a traducirse en dudas dentro del Zemtrun, partido de centro católico, que empezó a alinearse en el Reichstag con el descontento latente entre los socialdemócratas. El 1 de mayo de 1916 se produjeron violentas manifestaciones contra la guerra en Berlín, en las que resultó detenido el dirigente marxista Karl Liebknecht, que fue condenado a cuatro años de cárcel, lo que provocó una nueva oleada de huelgas revolucionarias, que fueron los primeros disturbios de gravedad desde el inicio de la guerra. El espíritu de 1914 se había desvanecido.
En el frente occidental, entre el 21 de febrero y el 19 de diciembre de 1916, tuvo lugar la ofensiva alemana que dio lugar a la batalla de Verdún. La estrategia alemana era causar más víctimas a sus adversarios de la Entente de las que ellos mismos sufrirían, debilitando así hasta tal punto a los aliados occidentales, que llegaran al colapso. Un objetivo que se había conseguido en Rusia durante los años de 1914 y 1915. Con esta estrategia, el ejército francés tenía que ser arrastrado a una trampa sin salida. El lugar escogido fue Verdún. El ejército alemán contaba con un gran número de armas de fuego pesado, pero el objetivo alemán de infligir bajas desproporcionadas al ejército francés en Verdún nunca se logró. La batalla finalizó sin que se hubiera modificado en ningún sentido la situación de los contendientes. Las pérdidas del ejército francés en Verdún eran altas, pero sólo ligeramente superiores a las pérdidas alemanas. Las bajas francesas militares en Verdún, en 1916, fueron de 371.000 hombres, entre ellos 60.000 muertos, 101.000 desaparecidos y 210.000 heridos. Las pérdidas alemanas en Verdún, fueron de 337.000 hombres. Eso sí, en algo no se equivocó el Estado Mayor alemán: al menos el 70% de las bajas en ambos lados fueron causadas por el fuego de artillería.
 
Apagados los ecos de Verdún a comienzos de 1917, el bloqueo continental británico avanzaba en su objetivo de paralizar la capacidad industrial de Alemania, lo que suponía la condena a muerte por hambre de la población civil, que formaba la mano de obra que sostenía la producción bélica en las fábricas. Al finalizar la masacre de Verdún, el Mariscal Hindenburg, comandante en jefe de las fuerzas alemanas, junto con su lugarteniente general Ludendorf, reclamaron un giro en la estrategia militar alemana, y exigen al gobierno la ruptura del bloqueo que venía sufriendo Alemania y la respuesta al mismo bloqueando a la Gran Bretaña con el arma submarina, hasta provocar el colapso de la industria británica. La guerra submarina era un arma muy peligrosa, pues la necesidad de impedir el comercio británico terminaría por  dirigir a la opinión pública de las naciones neutrales contra Alemania. Esta estrategia hubiera sido eficaz, si Alemania hubiera tenido la capacidad de provocar el hundimiento rápido de la resistencia de la Entente. Sin embargo, El 1 de febrero de 1917 el gobierno del Káiser anunció el inicio de la guerra submarina sin restricciones, aunque en el siguiente mes de abril ya se podía advertir su fracaso. En respuesta al anunció alemán, el 3 de febrero, dos días después, el presidente norteamericano Wilson anunció ante el Congreso la ruptura de relaciones diplomáticas con las potencias centrales, añadiendo que su gobierno había decidido permanecer neutral y que su política seguiría siendo la de buscar pacíficamente el fin de la guerra en Europa. Woodrow Wilson había sido elegido presidente en 1916, con un programa en el que se excluía toda posibilidad de conducir a los EE.UU. al conflicto. Pero la guerra submarina sin restricciones aumentó la tensión entre Alemania y los Estados Unidos, que ya había armado a sus mercantes para enfrentarse a los submarinos alemanes. De esta manera, celebradas las elecciones presidenciales, la entrada en la guerra era cuestión de tiempo, por lo que finalmente el 2 de abril de 1917, Wilson solicitó al Congreso que aprobase el estado de guerra contra Alemania, lo que esta Cámara hizo cuatro días después, tal y como se esperaba. La declaración de guerra a las potencias centrales, tomó como pretexto varios incidentes navales, como el ocurrido con el vapor Vigilentia hundido por un sumergible alemán el 19 de marzo o el muy similar del buque Lusitania, un crucero transoceánico que llevaba pasajeros americanos. Este último caso fue el de mayor repercusión social. El 7 de mayo de 1915, ¡casi dos años antes de la declaración de guerra!, este buque había sido enviado intencionadamente a aguas controladas por los alemanes por los EE.UU. en busca de un casus belli. La embajada imperial alemana había pagado la inserción de una nota de advertencia en casi cincuenta periódicos de la Costa Este, incluyendo a los de Nueva York, para evitar que el pasaje del buque desconociera el riesgo que asumía al embarcarse en transporte de guerra como era el Lusitania. Este anuncio de advertencia sólo apareció en el Des Moines Register, el resto de los diarios publicó  la nota de advertencia con retraso, bajo presión del Departamento de Estado[2], por lo que la nota de la embajada alemana no llegó al público. Como era de esperar los alemanes torpedearon el barco, que había hecho transitar por una zona en la que se encontraba desplegado un submarino alemán que había atacado previamente a otros buques. Además, el crucero inglés de escolta, el Juno, recibió la orden de regresar al puerto de Queenstown. El barco fue atacado y hundido y las unidades inglesas que acudieron en socorro de la nave recibieron orden del Almirantazgo británico de detenerse cuando se dirigían al lugar del siniestro[3]. Los registros alemanes indican que hubo una gigantesca explosión secundaria después de que el barco fuera alcanzado por los torpedos alemanes. De los 1.959 pasajeros que estaban a bordo murieron 1.198. Esta táctica, precursora en la búsqueda de resultados victimistas de los ataques de “bandera falsa” posteriores, fue todo un éxito, pues logró la necesaria repercusión en la opinión pública norteamericana para conducirla a la guerra “contra los hunos”[4] Pero la entrada en la guerra de los EE.UU., había sido decidida mucho antes de que se produjera de forma efectiva. De hecho, el Secretario del Departamento de Estado William Jennings Bryan, escribió en sus memorias que los bancos estaban interesados en crear una guerra mundial, porque esto les proporcionaba una excelente oportunidad de obtener grandes beneficios. 

7. La división de Los socialistas alemanes y la reacción de Lenin y los bolcheviques. 

A las pocas semanas de comenzar la guerra, se inició el control de los medios de comunicación dependientes del partido socialista por las autoridades militares y el aparato del partido, que sumaron sus esfuerzos para lograr dirigir la propaganda en favor del esfuerzo de guerra. Las autoridades militares prohibieron el veintiuno de septiembre la asamblea de militantes de Stuttgart, el cuatro de noviembre la de München-Gladbach, la de Leipzig el veinticuatro y la de Altona el veintinueve. En otras localidades son los propios secretarios que dirigen las agrupaciones locales los que rehúsan convocar a la militancia. Como excepción, Hamburgo celebra una asamblea general, pero esta ha sido convocada por los radicales del partido dejando a un lado a los dirigentes locales.

Los periódicos radicales son cerrados uno tras otro. El Rheinischen Zeitung es suspendido por dos días el once de septiembre, el Volksblatt de Bochum fue prohibido el día veinte, el Echo von Rheinfall y el Dantziger Zeitung el veinticinco. El Vorwärts, el más importante de todos ellos y en el que algunos redactores han expresado su desacuerdo con la política impuesta por la dirección del partido  es suspendido por tres días el veintiuno de septiembre, y por una duración indeterminada el veintiocho. Sólo se autorizará su reaparición por las autoridades militares el primero de octubre, después una gestión de Haase y de Richard Fischer, que asumen la responsabilidad de lo que se publique en el futuro en nombre del partido, comprometiéndose a que el periódico no hablará en lo sucesivo de lucha de clases. Llegado noviembre, el gobierno regional wurtemburgués elimina de la redacción del Schwäbische Tageblatt a los elementos más radicales y contrarios a la política favorable a la guerra y  repone en la dirección al revisionista Keil. Los radicales ven así imposibilitada la posibilidad de comunicar  sus ideas a los militantes del partido, y tampoco pueden dirigirse a la sociedad desde los medios de comunicación del partido socialista. Rápidamente se hace evidente que el gobierno y la dirección socialista van a emplear todos los medios a su alcance para neutralizar cualquier influencia que puedan ejercer los radicales.

Clara Zetkin y Rosa Luxemburgo
A principios de agosto de 1914 Liebknecht creía todavía en las posibilidades de rectificación del partido, mediante la discusión política interna por lo que sugiere al ejecutivo la organización de un mitin contra la guerra. Quería que este acto fuera el punto de partida de una nueva dirección política para el partido que rectificara el error que él consideraba que había cometido el partido el cuatro de agosto. La dirección del partido rehusó su propuesta. A finales de agosto, se trasladó a Bélgica en donde participó en la difusión de la propaganda de supuestos crímenes alemanes sobre niños belgas, se llegó a decir que eran crucificados, un invento de la propaganda aliada que tras la guerra se demostraría completamente falso. El 21 de septiembre, se trasladó a Stuttgart para celebrar un acto público que las autoridades militares prohibieron, pero se produjo una larga discusión con los dirigentes socialistas locales, que le reprocharon haber votado a favor de los créditos de guerra, y reconociendo su error hizo públicos los debates que habían tenido lugar en la ejecutiva y el grupo parlamentario del Reichstag, dando a conocer la existencia de la oposición interna al voto de los créditos. La revelación de las deliberaciones previas a la votación de los créditos de guerra incomoda a la ejecutiva del partido que lo reprende públicamente. El diez de octubre, Liebknecht responde a la cúpula respondiendo que la propia estructura democrática del partido permite a todos sus miembros tomar posiciones, incluso contra las más altas autoridades del partido. En Noviembre de 1914, Liebknecht, Luxemburgo, Franz Mehring y Clara Zetkin publicaron en un diario suizo un manifiesto en contra de la guerra y del posicionamiento de la dirección del partido socialdemócrata alemán.
En diciembre de 1.914 surgen los primeros conatos de organización socialista disidente contraria a la guerra. Paul Schwenk, redactor del Vorwärts, el obrero encuadernador Otto Gäbel, secretario en la organización de Niederbarnim, y la líder de las mujeres socialistas de Berlín, Martha Arendsee, publican los primeros textos propagandísticos con las tesis contrarias a la política de unión sagrada en un círculo restringido de militantes socialistas. Estas primeras actuaciones se realizan a pesar de la prohibición de toda manifestación y reunión públicas de los adversarios de la guerra. Liebknecht había llegado al convencimiento de que la facción radical debía expresar su posición contraria a la guerra públicamente, y esto significaba romper con la disciplina de partido. Liebknecht se decide a dar el paso decisivo y separarse de la dirección del SPD votando contra los créditos militares, lo que supone votar contra la decisión del partido. Durante la noche del uno al dos de diciembre se reúne en el apartamento de Ledebour con los demás diputados oponentes, a los que tras una ardua discusión no consigue arrastrar a su posición.  El tres de diciembre, Liebknecht vota en solitario en el Reichstag contra los créditos de guerra rompiendo la disciplina de voto del grupo socialista, convirtiéndose en el símbolo de la oposición al Gobierno. Nuevamente volvió a votar en contra de los créditos en otra ocasión más, el veinte de Marzo de 1915. La dirección del partido reaccionó extendiendo el estado de excepción al seno del mismo partido en la persona de Liebknecht, que fue detenido por instigación del SPD y expulsado del partido, y condenado en julio de 1916 a cuatro años de prisión, corriendo su misma suerte Rosa Luxemburgo, quién tras ser liberada temporalmente, acabó siendo encarcelada hasta el fin de la guerra por idénticos motivos. Tras la purga de la facción radical la ruptura del movimiento socialista será irreversible, y unos años más tarde dará lugar a la creación de la Liga Espartaquista y más tarde del Partido Comunista Alemán (KPD).
Lenin y los dirigentes bolcheviques exiliados son los primeros en extraer conclusiones y adoptar una posición clara sobre el apoyo del SPD a la guerra. El veinticuatro de agosto Lenin redacta el borrador de su obra ”Las tareas de la socialdemocracia revolucionaria”, en la que ya anuncia las líneas maestras de lo que será la línea bolchevique en los siguientes años. Para él la guerra tiene una naturaleza ”burguesa, dinástica, imperialista”, y la posición de los dirigentes de la socialdemocracia alemana es una ”traición pura y simple al socialismo” porque han abandonado la posición de clase del proletariado frente a la guerra imperialista: 
“Los partidos obreros (...) no se han opuesto a la actitud criminal de los gobiernos, sino que han llamado a la clase obrera a alinear su posición sobre la de los gobiernos imperialistas. Los líderes de la Internacional han traicionado al socialismo votando los créditos de guerra. Tomando las consignas chauvinistas de la burguesía de ‘sus países’, justificando y defendiendo la guerra, entrando en los ministerios burgueses de los países beligerante, etc... Si el socialismo se encuentra así deshonrado, la responsabilidad incumbe ante todo a los socialdemócratas alemanes, que eran el partido más fuerte e influyente de la II Internacional”[5] 
Lenin está convencido de que el hecho de que los principales partidos de la Internacional hayan asumido posiciones nacionales, que él atribuye a “la burguesía imperialista” significa el fracaso ideológico y político de la Internacional. Afirma que las corrientes de la Internacional que se habían manifestado antes de la guerra de modo favorable a la colaboración entre clases, el pacifismo, el mantenimiento de la actividad política dentro de la legalidad y el parlamentarismo, son la causa última de la adopción de una actitud favorable al interés nacional frente a la guerra, él la llamó chauvinista, y que este giro político es el resultado de la presión las de capas privilegiadas del proletariado y de los aparatos de los partidos y sindicatos formado por profesionales de la política. Y como resultado de la guerra europea surge una nueva etapa en la tarea histórica del proletariado en su lucha por el poder y el socialismo, que pasa necesariamente a través de la guerra civil: 
“La transformación de la guerra imperialista actual en guerra civil es la única consigna justa, mostrada por la experiencia de la Comuna de París, indicada por la resolución de Bâle en 1.912 y derivada de las condiciones de la guerra imperialista entre países burgueses altamente desarrollados”[6]

Rádek
En septiembre de 1.914, el Comité Central de los Bolcheviques rusos declara el fracaso de la II Internacional y anuncia la creación de una nueva Internacional, la III: “La unidad de la lucha proletaria por la revolución socialista exige, ahora, después de 1.914, que los partidos obreros se separen absolutamente de los partidos oportunistas”[7]. Pero la realidad es que carecen de la fuerza e influencia necesarias para llevar a la realidad una nueva organización de carácter internacional en la que se organicen y coordinen los distintos movimientos radicales partidarios de anteponer el internacionalismo a los intereses de sus respectivas naciones, consumando la escisión del movimiento socialista con la construcción de un partido y una Internacional revolucionarios. Esta incapacidad para organizar el movimiento revolucionario no es escapa a Lenin que en Julio de 1915 escribe una carta  al holandés Wijhkoop, en la que admite que no ha llegado el momento más para una escisión en el seno de la socialdemocracia alemana, que sigue siendo el movimiento más fuerte, por lo que insiste en que es necesario luchar para obtener en el resto de los países para conseguir una ruptura total con los sectores moderados. Alrededor de Lenin y su grupo de bolcheviques se comienza a organizar una selección de agitadores internacionales que forman el embrión de los futuros partidos comunistas. Están en él los holandeses del diario De Tribune, con su líder Pannekoek, los militantes alemanes de Bremen que colaboran en el Bremer-Bürgerzeitung y están en relación con el dirigente judío Rádek[8], los berlineses agrupados alrededor de Julián Borchardt, que edita el Lichtstrahlen que están igualmente conectados con Rádek y los activistas de Bremen.




[1] Sayous, André. ”El agotamiento económico de Alemania entre 1914-1918”. Revue historique, París. Enero-Marzo 1940, págs. 66-75. 
[2] Este extremo quedó fuera de toda duda en 1965, cuando el Departamento de Estado americano desclasificó sus archivos y se hizo público que el naufragio del Lusitania fue deliberadamente provocado por el gobierno de los EE.UU. para justificar la intervención americana. 
[3]Revista "Storia Illustrata", nº 182, Roma. Enero de 1973, pág. 30. 
[4] De este modo se denominaba a los alemanes en la propaganda de guerra americana. 
[5] V.I. Lenin Obras Completas, tomo XXI. Editorial Progreso, Moscú, 1975, pp. 23-24. 
[6] V.I. Lenin Obras Completas, tomo XXI. Editorial Progreso, Moscú, 1975, pág. 28. 
[7] V.I. Lenin Obras Completas, tomo XXI. Editorial Progreso, Moscú, 1975, pág. 108.
[8] Karl Berngárdovich Rádek nació en una familia judía de Lviv, Ucrania, entonces se llamada Lemberg y formaba parte del Imperio austrohúngaro, el 31 de octubre de 1885. fue un bolchevique y líder comunista internacional. Su nombre original era Karol Sobelsohn, pero tomó el nombre de "Rádek" de un personaje con que simpatizaba, del libro Syzyfowe prace de Stefan Żeromski. Ingresó al Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia en 1898, y participó en la Revolución de 1905 en Varsovia. Durante la I Guerra Mundial fue un activista contra la guerra en Suiza integrado en el grupo dirigido por Lenin. Más tarde se unió al Partido Comunista después de la Revolución de Octubre. Entre 1918 y 1920 estuvo en Alemania colaborando en la organización del movimiento comunista. En 1920 regresó a Rusia para trabajar en la III Internacional, la comunista, pero su enfrentamiento con Stalin lo llevó a salir del Comité Central del Partido y finalmente a ser expulsado de éste en 1927. Rádek era partidario de acelerar el ritmo de la colectivización de la economía y de la industrialización, por lo que al virar Stalin a partir de 1929 en esa dirección, encabezó a los opositores que trataron de reconciliarse con el gobierno estalinista y ser readmitido en el Partido en 1930, pero posteriormente fue acusado de alta traición y víctima de las purgas de 1937 "confesó" sus crímenes durante el Juicio de los Diecisiete o Segundo Juicio de Moscú celebrado ese año. Murió el 19 de mayo de 1939 en una riña con otro prisionero en un campo de concentración comunista a manos de un agente del NKVD, más tarde KGB, llamado Stepánov. Fue rehabilitado por el PCUS en 1988.

domingo, 12 de octubre de 2014

LA AUSTERIDAD EN LA ECONOMÍA ESPAÑOLA: UNA ESPIRAL DE DOLOR Y SUFRIMIENTO


Existen fundamentalmente cuatro formas de salir de una crisis financiera: la vía de la inflación, la de la deflación, la devaluación o el impago. Cada una de estas opciones tiene sus beneficios y sus inconvenientes, sus beneficiados y sus perjudicados, que tratarán de influir sobre el poder empujando a éste a inclinarse por una u otra de ellas. Finalmente, uno u otro de los grupos en pugna prevalecerá sobre los restantes, y hará valer sus intereses por encima de los de los demás interesados. En esta dinámica puede ocurrir que prevalezca el interés de los más o el de los menos, pues en contra de lo que pudiéramos pensar en una democracia el número no es el determinante del poder, sino que éste reside en el dinero que suele estar en manos de unos pocos. Prueba de ello es lo ocurrido en la actual crisis. Veamos.  

Al igual que sucedía en el patrón oro, en el sistema de moneda única de la zona euro los Estados no pueden ni devaluar la moneda ni acudir a la inflación en sus economías, porque lo que pretende el sistema es, precisamente, evitar ambas opciones. Esto determina que las únicas herramientas disponibles para superar la crisis sean las de la morosidad o el impago, que se quiere evitar bajo cualquier circunstancia, o la deflación, la caída de precios y salarios, que finalmente resulta la elegida. El Euro exige la asunción de medidas que provoquen la deflación, ya que ésta es la salida de la crisis que favorece a los acreedores, los bancos, los menos y a los propietarios del capital; frente a los deudores, las pequeñas empresas y personas físicas, los más, que no son dueños del capital. Y aunque en el sistema euro no existe nada parecido a la convertibilidad en oro de las monedas, como ocurría en el sistema del patrón oro, lo cierto es que la credibilidad del sistema de moneda única europea en orden al pago de la deuda pública, desempeña la misma función que desempeñó el patrón oro, al constituirse en una limitación externa para la adopción de medidas conducentes a la salida de la crisis. Los Estados que formaban parte del patrón oro conservaban su soberanía, y en su ejercicio siempre podían abandonar el sistema dejando que el tipo de cambio de la moneda flotara libremente. Sin embargo, la adhesión al pacto de la moneda única determinó que los Estados miembros del sistema se despojaran de su soberanía para entregarla al poder de la Comisión Europea y del banco Central Europeo, ambas entidades ajenas a cualquier clase de control por los Estados y los ciudadanos, destruyendo con ello toda posibilidad de retroceder y volver a sus monedas nacionales o de recuperar las armas de la inflación o la devaluación.

Puestas así las cosas, el remedio elegido por los poderosos para superar la crisis financiera es la deflación, pues ésta permite conservar el valor de las deudas y aumentar el poder adquisitivo del dinero mediante la caída de los precios, lo que permite a los tenedores de dinero adquirir bienes, en ocasiones por debajo de su precio real. Los medios utilizados para provocar esta deflación, han sido las llamadas "reformas estructurales" consistentes en:

1º Un aumento impositivo casi confiscatorio en los impuestos indirectos que gravan el consumo sin discriminar en razón del nivel de renta;
2º La reducción salarial y la precariedad laboral extrema, lograda a través de la temporalidad de los contratos y el trabajo a tiempo parcial, casi un 22% de los contratos en España son a tiempo parcial o media jornada. 

La disminución del salario entre los asalariados ha provocado el derrumbe de la demanda interna, y ha provocado dificultades a los asalariados para la devolución de los créditos adquiridos en plena “burbuja inmobiliaria”. Esta minoración de la demanda interna y del consumo, ha conducido a la destrucción de más de 1.300 millones de horas de trabajo desde el año 2008 según el Instituto Nacional de Estadística. Esta destrucción de horas de trabajo ha dejado a la Seguridad Social con un déficit crónico que supera el 1% anual, poniendo en peligro la viabilidad Sistema Nacional de Salud y su funcionamiento. Las cotizaciones a la caja de las pensiones también se reducen por la demografía regresiva y suicida y la emigración de jóvenes en edad fértil que parten allende nuestras fronteras abocando a España al envejecimiento y la extinción. Este déficit permanente en las cotizaciones de los trabajadores empleados, ha hecho que el Gobierno vacíe la conocida “hucha de las pensiones”, el fondo de reserva de la Seguridad Social que tiene invertido el 97% de su dinero en deuda soberana española, cuando en el año 2008 era sólo del 57%, incumpliendo los elementales principios de un buen administrador como son los de diversificación del riesgo y calidad crediticia. En resumen, menos trabajo, más precario, menos pensiones, más pobreza y más miedo.


Como resultado de lo anterior, los ingresos del Estado han caído debido al descenso de la recaudación por impuestos sobre el consumo y la renta de las personas físicas, obligando al Estado a pedir prestado incrementando la deuda pública, cuyo alza no se debe al mantenimiento del gasto social para paliar los efectos de la crisis o a la realización de obras públicas en una política económica de inversiones anticíclica, sino que casi la mitad se debe al esfuerzo público realizado para asumir las pérdidas del sistema bancario en sus inversiones (concesión temeraria de créditos, inversiones de carreteras de peaje con respaldo público, sector energético, etc.). De esta manera, la deuda soberana ha experimentado la tasa de crecimiento más alta de nuestra historia reciente, si atendemos a los datos publicados por el Banco de España, el montante de deuda de las administraciones públicas supera los 1,3 billones de euros, lo que supondría un incremento de más de 520.000 millones de euros, en solo dos años y tres meses, el último dato disponible corresponde a final del primer trimestre de 2014. Esta deuda pública se ha financiado por el sector bancario, que a su vez se ha financiado con esa misma deuda. Un sector, que tras los inminentes test de stress y el cumplimiento de la normativa de Basilea III sobre el aumento del coeficiente de caja, deberá provisionar más capital teniendo que volver a restringir el crédito reduciendo aún más el consumo privado, derivando el cada vez más escaso crédito disponible a la deuda pública. Si se produce una nueva crisis de deuda soberana ante el continuado descenso de los ingresos y el constante aumento de la deuda y de sus intereses, tendremos una crisis bancaria de consecuencias pavorosas. Con este panorama, puede afirmarse sin temor a equivocarse que la política de “austeridad” ha fracasado. 

Los Estados de la zona euro pueden extraer dos lecciones clave de la era del patrón oro y de los intentos de los políticos de la época, primero por volver al patrón oro y luego por permanecer en él antes de que estallara: las medidas neoliberales de "austeridad" son contrarias a los intereses de cada nación y de la mayoría de los ciudadanos; la aplicación de las medidas neoliberales aumentan la desigualdad, fomentan la pobreza y extienden el sufrimiento entre los muchos en beneficio de los pocos; y, por último, las medidas neoliberales son incompatibles con la soberanía nacional de los Estados y la libertad de los pueblos de Europa.